Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Ignacio Munyo (43) es uno de los valores “jóvenes” que tiene Uruguay en la intelectualidad uruguaya. Tanto es así que el sistema político ha reparado en él, y por lo bajo, se lo menciona como un actor a incorporar en alguno de los partidos tradicionales. Él se hace cargo y dice que “no descarta, a futuro” involucrarse en política desde adentro. Por lo pronto, hoy tiene menuda tarea, y la disfruta. Lo dice, y se nota que es así.
Munyo —economista de profesión, docente y columnista en consecuencia— es el director ejecutivo del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres), una institución que desde la reinstauración democrática se encarga de analizar, estudiar y divulgar políticas públicas para que luego los medios y principalmente el sistema político analice, estudie y, eventualmente, ponga en práctica. Esa tarea lo llena, lo entusiasma, lo hace viajar y encontrarse con líderes políticos y empresarios en todo el mundo, y aquí le permite codearse con las principales figuras que tienen la responsabilidad de —precisamente— aplicar y hacer cumplir políticas públicas que le mejoren la vida a la gente.
En el jardín de Ceres en el Buceo, con dos mates como compañeros una mañana soleada antes de su viaje a Roma para reunirse con el papa Francisco, entre otras reuniones, Munyo analizó algunas propuestas que reúne el libro que acaba de lanzar: La construcción de la esperanza: reflexiones sobre las fortalezas y mejoras para el Uruguay del futuro (Debate, Penguin Random House).
Allí habla de una agenda procrecimiento y en esta charla ahonda al respecto. Comenta la exitosa experiencia que conoció de cerca en Australia con una Comisión de Productividad, por ejemplo, y una más cercana, en un complejo maderero en Rivera que implica participación público-privada y es paradigma de la economía circular. Munyo también defiende la apuesta al hidrógeno verde (“es una alternativa buena, muy buena, de energía. Pero para producirlo necesita una inversión grande en energías renovables”). Y define la apertura comercial del país como “la madre de todas las reformas”, aunque —atención— no señala el TLC con China como la mejor opción, al menos no sin conocer al detalle quién es China y en particular Xi Jinping, su “monarca absoluto”.
“El objetivo final de Ceres es mejorar la discusión pública, y a través de ello, que haya mejores políticas, para que la gente pueda vivir mejor en el país. Es generar documentos, estudios, para que el debate público logre mejores políticas públicas”
La solapa de su libro La construcción de la esperanza (Debate, Penguin) lo presenta como economista, docente, columnista y ejecutivo. ¿Qué rol siente más? ¿Qué lo identifica mejor?
Un poco de cada una, me gusta el combo. Ninguna me llena por sí sola, pero sí la combinación de todas esas actividades.
Explíquele a doña Tota, ¿qué es Ceres y a qué se dedica?
Ceres es una institución que se dedica a estudiar y analizar las políticas públicas, las que tiene el país y las de otros países que uno cree que pueden ser útiles para nuestro país. Con el objetivo final de mejorar la discusión pública, y a través de ello, que haya mejores políticas, para que la gente pueda vivir mejor en el país. Ese es el objetivo: generar documentos, estudios, para que el debate público logre mejores políticas públicas. Estas instituciones son parte de una democracia plena.
Es una institución sin fines de lucro. ¿Cómo se financia?
Se financia con instituciones, empresas, que se hacen socias de Ceres y aportan, ¿para qué? Para que un instituto como Ceres pueda dedicarse profesionalmente a este trabajo, para que pueda contratar un equipo de economistas y comunicadores. Hay 20 personas que contratamos desde que asumimos. Es gente que trabaja profesionalmente por el Uruguay. Están trabajando en proyectos de distintos ámbitos, desde sociales a económicos, otros sobre la democracia, para que después salga un producto, un documento, que se hace siempre público. Muchas veces me preguntan si le llega al gobierno, no lo sé, porque no lo mandamos a una persona en particular. Esto va a la opinión pública, es abierto.
Dice en el libro que el país está en un momento clave para encarar una serie de reformas necesarias para poder avanzar, y que se cuenta con el apoyo parlamentario para asumirlas. Resumidamente, ¿cuáles son estas?
La reforma educativa, que está en proceso, y este año tendremos las primeras medidas de cambio de programa. La reforma de la seguridad social, que también está en proceso. La apertura del país es clave, es la madre de todas las reformas. ¿Por qué? Porque detona la agenda, también. Si Uruguay se abre, se inserta más al mundo y necesariamente tiene que competir más. Y para poder competir necesitamos tener infraestructura adecuada, portuaria, carretera, necesitamos tener recursos humanos de calidad disponibles para que venga una empresa y los quiera contratar, y a partir de lo que se hace acá, se pueda vender y competir en otros mercados.
Necesitamos tener regulación adecuada, que a vece no lo está, fundamentalmente en el mercado de trabajo. Esa es una agenda clave que no está encarada. Necesitamos tener buenas políticas sociales, para que no pase en otros lugares, donde el crecimiento económico no viene acompañado de un tejido social que pueda estar prendido a este crecimiento, y no descolgado. Eso es clave, fundamentalmente mirando el futuro del trabajo, un tema que a mí me obsesiona y que está centralizado en políticas sociales que hay que mejorar. La burocracia, la complejidad que imponemos arbitraria e innecesariamente, muchas veces, para trabajar en Uruguay. Si competimos va a haber que mejorarlo, porque si no, no se puede avanzar.
¿A qué le llama una “agenda procrecimiento”?
Una agenda que permita al país generar mayor grado de inversión, que vengan más inversores, que se concrete más rápido. El interés está. Hoy tenemos una oportunidad grande. Basta con salir del país, basta con participar de cualquier evento donde se hable de inversiones, de política o en foros académicos, cuando aparece el nombre de Uruguay se habla bien de Uruguay, como un ejemplo. Ni que hablar en América Latina, por contraste y por virtudes propias, pero también en el mundo. Ahora, que haya interés o se lo ponga como ejemplo, no necesariamente se traduce en inversiones que den trabajo u oportunidades para los que están viviendo en el país. Para que pase eso, se necesita una agenda procrecimiento que facilite, que genere oportunidades, que simplifique las cosas para el que quiera invertir, que tenga los recursos necesarios de infraestructura, de capital humano, para poder venir al país.
“Esas personas que tienen un segundo tiempo de una vida laboral por delante necesitan ayuda del Estado. Pensamos en un subsidio para esas personas que están en el límite de la vulnerabilidad laboral, que están desempleados o en cargos que tienen poco futuro”
Suena muy lindo, muy idealista, pero ¿cómo se hace?
Esto es un proceso. Se hace con reformas que permitan que esto se materialice. Y son reformas que implican trabajo, implica mover estructuras con intereses creados, implica hacer cambios a lo que siempre se hizo así. No es de un día para el otro, esto lleva tiempo. Uruguay tiene olas de reformas, algunas van más para la izquierda, otras más a la derecha. Estamos convencidos que los países no avanzan en línea recta, avanzan en zig-zag, pero hay que tener un rumbo. Y ese rumbo no se puede dar marcha atrás. Esto es como una escalera: por lo menos, no demos marcha atrás, no retroceder, hay que avanzar. En eso, con la lentitud uruguaya, yo creo que desde 1985 a la fecha Uruguay ha subido varios escalones, y tiene que seguir haciéndolo.
Plantea una idea interesante en el libro: un subsidio para la reinvención laboral que garantice un ingreso mínimo de subsistencia. ¿Cómo sería esto?
Esto entra en la discusión global sobre una renta básica universal, que nosotros la descartamos. Nosotros argumentamos que ni básica, ni universal. Universal sería para todos, y es imposible, hay que elegir un grupo: el que más la necesita. Pensamos que esas personas son las que están hoy en el límite de la vulnerabilidad laboral, o sea que están desempleados o trabajando en cargos que tienen poco futuro, porque esa tarea ya no es necesario que la haga una persona, porque la tecnología existe. Esas personas que tienen un segundo tiempo de una vida laboral por delante necesitan ayuda del Estado.
Ahí es donde yo veo esta renta, un subsidio, que sería por un tiempo. Y no es básico, porque es por una contrapartida: la capacitación, tiene una exigencia de formarse, en donde quiera. Y para eso se lo ayuda. Tal vez no es en habilidades de programación o tecnología, tal vez sea en habilidades blandas. Muchas veces puede ser enseñar a atender al cliente, al turista extranjero, eso es una fuente inagotable hacia el futuro. Ni que hablar los de creatividad, ahí también hay una gran oportunidad en toda la industria audiovisual, que necesita personas que trabajan en una producción, de todos los rangos educativos, hay para todos. Pero yo no creo en un Estado que se meta en la vida privada de las personas, creo en un Estado que ayuda y le dé herramientas, pero que crea en las personas, pero que elijan las personas. La persona elige bien, solo que a veces no puede y cuando no puede, hay que ayudarla.
Le dedica algunas líneas a la reforma de la seguridad social, que ahora está encarando el gobierno, y discutiendo en el Parlamento. ¿Cuáles deben ser las claves de esta reforma para que se haga bien y sea justa?
Lo primero que veo es que hay una buena reforma. Estuve en el Senado convocado como técnico para dar mi opinión, y la defendí, porque creo que es un avance. Soluciona un problema claro que es el problema financiero del sistema jubilatorio, que Uruguay tiene que resolver, porque se vuelven impagables las jubilaciones con cinco años más de vida del promedio de la población, con respecto a la reforma del 96. Cinco años más vivimos. Eso es algo matemático, no alcanzan los recursos.
Lo que yo siento es que la discusión pública, que es dura, no está discutiendo el problema concreto a resolver. Está discutiendo algo mucho más amplio y ambicioso, que escapa a una ley, que es la distribución del ingreso en Uruguay. Este concepto está subyacente en miles de horas de charlas que tengo, de escuchar a distintos referentes de todos los sectores políticos y civiles del país. Cuando uno quiere resolver el futuro del país o del mundo con una ley, ahí se empantana todo. Pero si uno va a resolver un problema concreto, es mucho más fácil. Acá tenemos un problema concreto. No pretendamos con esta reforma solucionar —repito— el problema de la distribución del ingreso en el Uruguay y la movilidad intergeneracional, que es un gran problema que tenemos. Hay otras herramientas para eso.
“¿Cómo hizo Australia para salir de esa trampa de la baja productividad? Con las reformas que Uruguay tiene que hacer. ¿Cómo lo hizo? Gradualmente, en consenso con los demás partidos, obviamente con cambios profundos”
¿Por qué cayó tanto el nivel de productividad en Uruguay? ¿Y qué se debe hacer para mejorarlo?
Eso es algo histórico, viene de hace mucho tiempo, en comparación al resto del mundo. Cayó o crece menos de lo que crece en otros países del mundo que implementaron reformas que nosotros ahora pedimos cuando hablamos de una agenda procrecimiento. Hay un ejemplo clarito en el libro, que conocí de cerca: Australia. Es el ejemplo de un país lejano, con características diferentes de tamaño, pero estructurales similares, que en los 80 tenía un problema de productividad parecido al que Uruguay tiene hoy. Y a lo largo de 30 y pico de años los fue solucionando gradualmente con gobiernos del Partido Liberal, centroderecha, y el Partido Laborista, centroizquierda, que llegaban y no hacían borrón y cuenta nueva, sino que hacían esto de la escalera, pensar en el siguiente escalón.
¿Cómo hizo Australia para salir de esa trampa de la baja productividad y el ingreso medio? Con las reformas que Uruguay tiene que hacer. ¿Cómo lo hizo? Gradualmente, en consenso con los demás partidos, obviamente con cambios profundos. Se abrió al mundo, reduciendo la protección. ¿Qué hizo? Arregló las empresas públicas y las hizo más eficientes. ¿Qué hizo? Arregló la regulación laboral para que se pueda competir mejor. Con todo lo que eso implicó con los sindicatos, que eran fortísimos. Hubo que negociar: dar no mejoras salariales, pero se les cambió el paquete de beneficios. La regulación laboral es clave, más hoy con todo el avance de la tecnología. Entendamos que esa ganancia que tiene que lograr Uruguay viene de la mano de estas reformas, y que tienen que ser sostenidas en el tiempo.
Usted dice que así como actuó el GACH cuando la pandemia, podría actuar una entidad similar para velar por el desarrollo económico social del país. ¿Cómo actuaría?
Ahí también me remito a la experiencia de otros países que lo han logrado. Comisión de Productividad se le llama en muchos lugares. El ejemplo paradigmático es Australia, que fue el primero que lo implementó y con éxito. Muchos países le quisieron copiar y no todos lo lograron, porque no respetaron los principios básicos del éxito. Uno, independencia: es parte del gobierno, pero tiene independencia del partido de turno en el gobierno. Y el Ejecutivo no pone a técnicos afines al gobierno, no pone a los amigos, pone a técnicos indiscutibles por la población, los que más saben del tema y opinan. Piensen en el GACH que tuvimos acá. Si no te gusta lo que dice la Comisión de Productividad, que opina sobre temas, el gobierno no está obligado a hacerle caso, pero tiene que enfrentar a la opinión pública y decir: “La comisión sugiere tal cosa, nosotros creemos que en este momento no es lo mejor, por esto, esto y esto”. Argumentarlo y poner la cara.
Acá hemos tenido algunos intentos que han fracasado, por ejemplo, en el gobierno de Vázquez fue el Sistema Nacional de Transformación Productiva. Se hizo en la OPP, se pensaba en el futuro del país, fue algo primo hermano de esto, pero, ¿qué pasó? No se respetaron los criterios de independencia, ni los criterios de total idoneidad indiscutible técnica, lo cual generó que llegara este gobierno, y lo desmantelara. Así no se avanza. Pero antes no se respetaron los criterios de darle autonomía, independencia, y poder de respetabilidad ante la opinión pública. Eso es clave, pensamos que Uruguay debería converger a eso, porque ahí entran las reformas que están sobre la mesa: educación, seguridad social, la apertura, regulaciones laborales, reforma del Estado. Son todas cosas que trascienden un gobierno.
Cuénteme sobre el complejo de producción forestal que vio en Rivera, y por qué cree que ese ejemplo se puede copiar en otros ámbitos productivos.
Fue muy linda experiencia, porque fue sentir en carne propia, in situ, un concepto que me gusta mucho y está de moda, que es el de economía circular. Es esta idea de que no se desaprovecha nada. Todo lo que pasa por el proceso productivo se aprovecha: el residuo de una etapa es el insumo de la siguiente, por más básico que sea. En la madera, en el complejo forestal, se ve eso con claridad. Recorrimos viveros, y en cada hojita del árbol de eucaliptus. Se ponen a plantar, empieza a crecer esa hojita y sale un árbol nuevo. Tienen que esperar casi 30 años en las plantaciones. Hay que hacerle espacio con raleo para que pueda crecer y que el tronco se ensanche tanto, para que después de casi 30 años, se corte ese tronco casi de un metro de diámetro, y vaya a un aserradero. Porque éstos son los que no van a la parte de celulosa (los más finitos van al proceso de celulosa), pero los que van para tablones de madera, tienen que esperar más para que sean lo suficientemente anchos.
Entra el tronco enorme en el aserradero, automáticamente va pasando por las distintas etapas de cortado, lijado, empaquetado, para ir directamente a los mercados más exigentes de Europa. Hablo de los tablones de madera que se usan para muebles, para ventanas o puertas. Pero lo más lindo es que todo lo que cortan y va sobrando, van quedando pedacitos de madera y aserrín, todo eso, va a una caldera enorme, donde se quema y de eso sale energía eléctrica. Se genera energía eléctrica que está conectada con la UTE. La UTE genera energía eléctrica, junto con el emprendimiento privado, acá hay cooperación pública privada. Pero hay un paso más: la ceniza de esa madera que se usó para hacer energía eléctrica, que sobraba de los tablones, esas cenizas van a la Intendencia de Rivera (de nuevo, público y privado cooperando). La intendencia levanta la ceniza y la lleva a una fábrica de ladrillos, que está en combinación con una ONG (de vuelta, público, privado y social) y fabrican ladrillos de cenizas, que son muy parecidos a los ladrillos comunes, sólo que un poquito más oscuros. Y con eso la intendencia hace casas, soluciones habitacionales para las personas más necesitadas en vivienda en el departamento. Recorrí esas casas, hablé con las personas que viven ahí. ¡Eso es economía circular! Es un paradigma para inspirar… Me gustó el punto final: que todo termine en una casa para una persona que estaba viviendo en una situación muy precaria.
“¿Cómo es posible que tengamos una gran temporada turística, y el gran motor haya sido el turismo interno? Una cosa es el relato del no derrame, y otra cosa es que la gente pudo hacer turismo interno”
Hablemos de economía: no es novedad que Uruguay es un país caro, y el uruguayo medio se pregunta qué es eso del “derrame”. Ok, a la economía le va bien, pero vamos al supermercado y todo está carísimo. Esa bonanza, ¿está llegando a los bolsillos de la gente?
Esa es una discusión que estuvo presente todo el año pasado, cuando el sector exportador creció mucho, y cuando la inflación subió, se vio que a la gente le costaba mucho más ir al supermercado y comprar los productos. En la medida que la inflación empieza a ceder, esa sensación también empieza a aflojar. Lo que yo estoy convencido, porque lo medimos, es que los sectores que han crecido y están creciendo, no son sectores que solo se benefician a sí mismos, si no que están relacionados, a través de los encadenamientos productivos, a otros sectores de la economía, que al mismo tiempo generan puestos de trabajo. Las mediciones nos dan que los que crecen hoy (construcción, industria frigorífica, industria láctea, celulosa, el turismo) son sectores con altos niveles de multiplicación interna en la economía. Si le damos tiempo a que esta multiplicación se traduzca en salarios y en un marco que la inflación esté bajo control, ese “derrame” va a llegar, y ya está llegando, de hecho.
Solo pensá una cosa: ¿cómo es posible que hayamos tenido una gran temporada turística, más allá de lo esperado, y el gran motor haya sido el turismo interno? Y no solo en la costa este del país, en Colonia, en las termas. Si no hubo derrame, ¿cómo es posible tener tanto turismo interno? Una cosa es el relato del no derrame, y otra cosa es que la gente pudo hacer turismo interno, como no se veía hace mucho tiempo. En la medida que se pueda tener la inflación bajo control y en la medida que el crecimiento de este año se termine de consolidar, esa sensación de que la gente tiene un nivel de vida mejor, va a ir llegando. Pero no es automático.
Y cuidado: está el desafío de los puestos de trabajo sostenibles. Cuando uno habla de derrame y piensa en nuevas inversiones, esas inversiones no buscan contratar a determinadas habilidades o características, sino que buscan otras. Ahí entra el foco que yo tengo presente hace muchos años: el futuro del trabajo y las políticas que hablábamos recién. Esa capacitación es clave para este derrame, también.
Define a la apertura comercial como “la madre de todas las reformas”. Apertura comercial por la que va este gobierno, intentando zafar del corset del Mercosur. Sé que avala la visión aperturista, pero, por otro lado, hace unas semanas dijo que Uruguay debería olvidarse del TLC con China y concentrarse en el Mercosur. ¿Cómo es eso?
No son contradicciones. Que la apertura es clave no lo digo yo, lo dice la evidencia a nivel internacional. Los países que se abren son los que crecen y mejoran la calidad de vida de su población. Eso es un unánime. Ahora, los momentos determinan qué es lo mejor para cada país, y hacia dónde ir. Cuando el presidente Vázquez habló de avanzar en un TLC con China, nosotros decíamos que era muy bueno para el país, contradiciendo lo que decía el Pit-CNT, que decía que se iban a destruir 50.000 puestos de trabajo (que no se destruyeron, porque no hubo TLC, pero se destruyeron porque la tecnología avanzó).
Hoy, las circunstancias globales de China y de la región hacen que no sea la mejor alternativa apretar el acelerador hacia ahí. Nadie dice que no tengamos que tener un negocio fluido con China, como ya lo tenemos.
Que, de hecho, es nuestro principal socio comercial…
En materia de bienes, sí. Pero en materia de bienes y servicios, cuando uno suma, es Estados Unidos. Generalmente se mira solo la venta de bienes, de productos, pero las ventas de software, de productos profesionales, han crecido mucho pero hacia Estados Unidos y Europa, no hacia China. Es más, no hay interés en el sector en venderle a China, primero porque es más complejo, y segundo, por el huso horario. Pero hay espacios infinitos para crecer en Estados Unidos y Europa.
Lo que yo digo es: con este Mercosur encabezado con Lula —Brasil es el líder del Mercosur, cuando es el 73% de la economía del Mercosur—, un presidente Lula que fue errático en campaña respecto al Mercosur, pero fue contundente cuando vino ahora y dijo que es urgente cerrar el acuerdo con la Unión Europea (UE), lo puso como prioridad absoluta, y dijo: “Esperemos tener este acuerdo para avanzar con China más adelante”. Lula, en los hechos, dijo lo mismo que nosotros dijimos el año pasado: vayamos por etapas, concentrémonos en lo que llevó 20 años, que fue el acuerdo con la UE, lo de China es una hoja en blanco que habrá que ver cómo se maneja y es muy complejo… Cada día es más compleja la relación con China.
¿Por qué es compleja?
Nosotros creemos que no se conoce muy bien en Uruguay qué es China y cómo es China. Obviamente hay intereses particulares, pero a nivel de un TLC, que es un acuerdo más político que económico, con China, hay que conocer más quién es tu socio y cómo está evolucionando tu socio. Me quedó grabada una frase de John Howard, que fue primer ministro de Australia, que firmó un TLC con China en el año 96 y que fue un éxito en su momento. El año pasado tuve un mano a mano con él en Sidney y le pregunté cómo le fue con el TLC con China, y su respuesta fue: “China cambió mucho con Xi Jinping”. Xi Jinping tiene un grado de poder que no tuvo nadie desde Mao en China. Hace cinco años se le dio poder absoluto en la gestión, sus palabras son casi una ley en China. Y en el último congreso [del Partido Comunista Chino] se cambió el tope de edad, para que sea de por vida [presidente de China y secretario general del PCC]. Hoy es un monarca absoluto. Entonces: ¿quién es? ¿Qué piensa? ¿Qué va a hacer? Sería conveniente que Uruguay se dé este debate y si cree que es lo mejor, de acuerdo. Pero que sepa que cualquier paso que se dé hacia China estará afectando las relaciones con Estados Unidos y Europa. Y también la relación con el Mercosur. Hay que elegir lo mejor para Uruguay.
“Tengo una vocación por la política, por el servicio público, lo tengo en el ADN, en la sangre, en la tradición familiar. Hoy estoy concentrado en un trabajo que es incompatible con la política. Pero no descarto nada, a futuro”
En el libro menciona que asesoró al Partido Nacional y al Partido Colorado. ¿Se ve en política?
Ya he estado participando, de forma técnica, en las últimas dos campañas electorales. Tengo una vocación por la política, por el servicio público, lo tengo en el ADN, en la sangre, en la tradición familiar. Hoy estoy concentrado en un trabajo que es incompatible con la política. Dirijo una institución que es independiente, y que me lleva mucho trabajo, y con una agenda muy cargada este año (y que quiero cumplir), tanto a nivel local como a nivel internacional. Tengo relación con otras instituciones con las que trabajo desde el punto de vista académico y profesional, como son la Universidad de Montevideo y la Bolsa de Valores de Montevideo. Por lo tanto, tengo un compromiso profesional que estoy cumpliendo, con mucho gusto.
Esto no implica que no me guste la política y que no tenga un respeto profundo, y admiración por el sistema político y los políticos que dan la vida por el país en sus tareas, por el país.
Pero su nombre suena en los pasillos políticos... Suena como una figura a incorporar. ¿Se anima a descartar que se meterá en política?
Yo no descarto nada, pero no descarto nada en ningún aspecto, porque soy una persona abierta. El gusto y la pasión por el Uruguay está presente. Hoy estoy ejerciendo esta tarea. Pero no descarto nada, a futuro.
Lo veo identificado con los partidos históricos tradicionales…
Bueno, mi visión, que está escrita en ese documento [N. de R.: se refiere a su libro recién publicado], que tiene una acumulación de más de 15 años de analizar los temas, está mucho más alineada con lo que ha sido la visión del Uruguay de los partidos tradicionales que la que tiene el Frente Amplio y el resto del sistema político.
¿Qué fue lo más curioso o nutritivo que le contó Valentina, su esposa, de Michelle Obama, tras venir de darle clases de tenis a las hijas del matrimonio Obama?
Lo más lindo fue un día que Valentina llevó un paquetito de galletitas María y dulce de leche que habíamos traído de Montevideo en un viaje, para convidar a Michelle Obama y a sus hijas, ¡y les encantó! Pero lo más lindo fue lo que me contaba de la charla con las hijas, con la familia Obama. Esto fue todo en 2008, en plena campaña electoral [de Barack Obama]. Yo estaba estudiando en la Universidad de Chicago y Valentina estaba dando clases en un club de Chicago. Ellos vivían ahí, porque él era senador de Illinois, y daba clase en la universidad donde yo estaba. Y fue increíble haber ido al festejo en Chicago, la noche en que Obama ganó las elecciones. El ambiente de esperanza que se respiraba era gigantesco.
Me acuerdo la noche del triunfo, que estábamos esperando los resultados, en el Grant Park de Chicago, donde había una pantalla gigante, había un mar de gente (la mayoría afroamericanos y humildes), la gente llorando, se quedó todo el mundo a esperar a Obama… Apareció y dio un discurso, que me sé de memoria, de lo emocionante que fue. Estábamos a 50 metros del estrado y había cientos de miles, tapando el parque de gente. Recuerdo las caras de la gente.
Y te cuento una anécdota: cuando ganó, Valentina siguió dándole clases de tenis a las hijas, y un día Valentina se puso a hablar con Michelle, y las hijas contaban que el padre estaba preparando el discurso que iba a dar en el Capitolio, y una de las hijas dijo: “Ayer papá estuvo leyendo todos los discursos de [Abraham] Lincoln, que es su gran inspirador”. O sea, que preparó su discursó basándose en los de Lincoln, y se lo comentó a sus hijas… A su asunción de mando en el Capitolio también fuimos, porque nos invitaron (estábamos en la parte de “familia y amigos”), yo estaba sentado al lado de Morgan Freeman, me acuerdo. Fueron tres millones y medio de personas, todo el Uruguay ahí frente al Capitolio, nunca hubo tanta gente.
¿El Uruguay hoy es feliz?
El Uruguay es un conjunto heterogéneo y amplio de personas. Hay mucha que sí es feliz y otra que no. El país no tiene un sentimiento… Si hubiésemos salido campeones del mundo te diría que sí somos felices. El fútbol es el articulador de la felicidad masiva de los pueblos.
Los argentinos son campeones del mundo, pero su moneda está por el piso y la inflación por las nubes… Y los argentinos tienen que ir al súper todos los días.
La economía es subjetiva, las necesidades básicas y los sufrimientos diarios a veces quedan, por lo menos, matizados, ante la felicidad que da el fútbol. Por eso veo un rol del fútbol como motivador del día a día, como trascender a las miserias diarias que vive mucha gente. Es una política social que tiene el fútbol y la cultura en general. Pero en el caso uruguayo, es el fútbol.
¿Y usted?
Yo soy muy feliz, muy feliz.