En 1974, la dictadura portuguesa sumaba 48 años y era una de las más longevas de la historia. El 24 de abril, sin embargo, todo cambiaria en cuestión de horas.
Esa madrugada, una columna de camiones jeeps y carros blindados arribó a Lisboa desde la cercana ciudad de Santarém. Se trataba del alzamiento del “Grupo de los Capitanes”, un colectivo irregular pero decidido de jóvenes oficiales que habían vivido el horror de las guerras coloniales en África, y procuraban acabar cuanto antes con el “Estado Novo”.
Para sorpresa del mundo, y de forma incruenta, los “capitanes” barrieron en menos de 24 horas con una tiranía que parecía eterna. Antes de que pudiera asimilar o que sucedía, el dictador Marcelo Caetano —sucesor del tristemente celebre Oliveira Salazar— era embarcado en un avión con rumbo al exilio en Brasil.
Así transcurrió la denominada Revolución de los Claveles, que recibió ese nombre gracias al gesto espontáneo de una modesta trabajadora de restaurante.
Celeste Caiero, tenia entonces 40 años y trabajaba en el Sifire, un restaurante en el centro de Lisboa que justo ese día celebraba un año de su inauguración.
Cuando Celeste llegó a su trabajo, el dueño le dijo que las celebraciones del aniversario quedaban aplazadas y que l restaurante no abriría. “Hay una revolución en marcha”, le explicó.
Antes de regresar a casa, les pidieron que se llevara a su casa las flores compradas para decorar la fiesta, para evitar que se estropearan. “Había muchos cubos con claveles rojos y media docena con claveles blancos, comprados en el Mercado da Ribeira. No sé por qué el gerente compró claveles y no caléndulas o rosas, pero tal vez eran más baratos”, recordaba Caeiro en una entrevista en 2018.
Celeste agarró un ramo de claveles rojos y tomó el metro de regreso a casa. “Me bajé en Rossio y vi a los chaimites [carro blindados]. Estaban al principio de la Rua do Carmo, donde antes estaba la Tabacaria Caravela y hoy hay una tienda de lencería”. Desde su metro y medo de estatura, Celeste miró hacia la parte superior de uno de los tanques y le preguntó al soldado cuánto tiempo llevaba allí.
"Miré para ellos y le dije a un soldado: ¿Qué es esto, qué están haciendo aquí? 'Vamos para el Cuartel del Carmo, donde está Marcelo Caetano, el presidente (heredero del régimen de Salazar)'", le respondieron.
Eran cerca de las nueve de la mañana, y el soldado, que ya llevaba unas horas de guardia, pidió a Celeste un cigarrillo. "Yo nunca he fumado, pero en aquel momento me supo mal no tener uno. Me fijé en si había algo abierto, pero era demasiado temprano, estaba todo cerrado y no había nadie en la calle".
"Miré a los claveles y le dije que me sabía mal, pero que sólo tenía flores. Cogí un clavel, el primero fue rojo, y él lo aceptó. Como soy así tan pequeñita y él estaba encima del tanque, tuvo que estirar el brazo, agarró el clavel y lo colocó en su fusil", describió.
Inmediatamente, el resto de soldados imitaron a su compañero y pidieron a Celeste uno de esos claveles, rojos y blancos, que llevaba bajo el brazo, hasta repartirlos todos.
"Nunca esperé que los claveles viniesen a derivar en todo esto, fue un gesto sin segundas intenciones", reconoció siempre. Horas más tarde, varias floristas se afanaban en que a nadie le faltase uno, contribuyendo a convertirlos en un icono de libertad: había nacido la Revolución de los Claveles.
Más tarde, desde la ventana de la habitación de su pensión, en el quinto piso de Calçada do Sacramento, donde en ese momento también vivía con su madre, Celeste señaló un tanque. “¿Ves a los soldados con los claveles? Yo fui quien se los dio”, contaba a su progenitora. Cuando llegó al trabajo al día siguiente, descubrieron que había sido ella quien había distribuido las flores y, a partir de entonces, sus jefes empezaron a darle libre el 25 de abril.
Su acto dio nombre a una revolución única, que se recuerda por la ausencia de derramamiento de sangre.
En acada aniversario de la revolución, Celeste solía participar de los desfiles en Lisboa y era uno de los "blancos" favoritos de los noteros, a quienes respondía con amabilidad y emoción.
El adiós
Celeste Caeiro falleció este viernes a los 91 años. La triste noticia fue compartida por una nieta en las redes sociales, y luego confirmada por el Consejo Parroquial de Santo. António, en Lisboa, según publica el periódico lisboeta Expresso.