Por César Bianchi
@Chechobianchi
Milagros (20) no conoce los colores, pero se los imagina. Desde muy pequeña -digamos 3 o 4 años- empezó a asociar los colores con texturas u objetos. Así, por ejemplo, el color verde es para ella una crayola, “pero no es lo que una persona normal tiene por crayola. En realidad, creo que no tengo una palabra exacta, porque no es nada que hubiese tocado nunca en la vida real, así que no creo que exista”. Pero eso que se imagina y no sabe explicar es el verde para ella. Cuando le dicen azul piensa en una columna, “como un tronco de árbol, pero más liso; sé que no tiene sentido, pero dicen azul y yo pienso en una columna”. El rojo es “algo de plástico” que nunca vio, claro; y el color rosa lo asocia con una hebilla de una mochila, “pero más grande”. Lo dice y se ríe sola, a carcajadas.
La joven coloniense nació con ceguera, por culpa del mismo oxígeno que le salvó la vida. Tan pocas eran sus chances de sobrevivir, que sus padres la bautizaron Milagros, porque eso era: un milagro. Nació prematura, pesaba poco más de seiscientos gramos (el bebé cabía en una mano grande), y debió evolucionar durante meses en una incubadora, visitada todos los días por su mamá, María.
Su madre aprendió braille junto a ella, y la ayudó en todo su periplo escolar. La niña sufrió bullying en la escuela, pero lidió mejor con el liceo, donde hizo amigas. Aprendió inglés sola, como una perfecta autodidacta, y empezó a escribir artículos en inglés para empresas estadounidenses y europeas. Empezó a dejar de pedir ayuda y a valerse por sí misma. Para eso se puso a prueba: tenía que emigrar para estudiar en el exterior. Tenaz e “insoportable”, como se define, aplicó para decenas de universidades, hasta que la más importante de todas le dio la bienvenida. Así llegó a Harvard, hace un año.
De vacaciones en su Colonia natal, la joven Milagros Costabel concedió una entrevista para recrear los esfuerzos de sus padres en su crianza, su amor por el periodismo, su pase a la Universidad de Harvard para estudiar Ciencias Políticas y Migración, y cómo cambió su mentalidad, hasta sentirse autónoma e independiente, al punto de haber recorrido Nueva York o viajar a España sola. Narra sus planes inmediatos, y un sueño que le parece imposible: trabajar en Naciones Unidas. Pero Harvard también le parecía imposible, y en unos días deberá volver a esa aula académica tan mentada.
"Yo no la pasé muy bien en el colegio. Cuando me pasó lo de haber entrado a Harvard, mucha gente de la época del colegio me escribió para felicitarme y yo pensaba: 'Me escribís ahora y nunca en tu vida te preocupaste por mí'”.
-Tus papás han tenido trabajos precarios, y ninguno de ellos terminó el liceo. ¿Cómo podrías resumir el esfuerzo de tus padres en la crianza de ustedes?
-Mi madre estudiaba enfermería cuando yo nací, y mi padre trabajaba en Carlos Patrón, que era una empresa de camiones. No sé cómo explicar lo que hacía, trabajaba con papeles. Hoy mi madre es peluquera, estudió y la lleva súper bien; mi padre tiene otro trabajo.
Hicieron un esfuerzo enorme. No sé si hay una palabra que lo describa, porque no es solo la crianza, y a preocuparse de que yo aprendiera lo básico y a desenvolverme en la vida. También tuvieron que aprender cosas que otros padres no. Yo tengo una discapacidad, entonces aprendo cosas de una forma distinta. A mí no podés decirme: “Esto lo tenés acá”, la idea de “acá” a mí no me sirve. Entonces, mi madre tuvo que aprender a manejarse con otros conceptos… Yo aprendí braille de chiquita, y mi madre también lo aprendió para ayudarme. Yo en la escuela todos los días escribía en braille de cinco a 10 hojas, y mi madre todos los días transcribía eso a tinta, con mis errores y mis faltas, para que la maestra me corrigiera y yo pudiera aprender. Eso fue así durante los seis años de la escuela. Son cosas que no se ven.
Soy fruto de todo eso, por parte de mis padres y de toda la gente que estuvo alrededor. Al final te ponés a pensar si la gente que está a tu alrededor te trata de manera distinta… Se me ocurre la palabra shelter (refugio), pero no sé cómo decirlo… Soy fruto de todo lo que hubo alrededor, pero mis padres hicieron un esfuerzo enorme.
-Según una especie de ensayo que tú misma escribiste para BBC Mundo, el oxígeno que te salvó la vida fue el que te dejó ciega. Qué ironía, ¿no?
-Técnicamente se pudo haber evitado (mi ceguera) porque hay formas de haber recuperado algo de visión, pero en ese momento no era muy conocido el efecto del oxígeno, y cómo evitar ese tipo de cosas. En parte fue tema de la época de aquel momento, y el desconocimiento, porque esto mío no era muy normal. Y en parte se da la paradoja de decir: “Estoy acá, pero hay algo que me hizo estar hoy acá, que es el oxígeno”. Si se quiere, me sacó algo… aunque en realidad nunca me sacó nada, porque nunca la tuve (la vista).
-Tú contaste que en tus primeros años de vida, tus ojos fueron los de tu hermana Chloe, que falleció cuando ella tenía 7 años, de un cáncer cerebral. ¿Cómo la recordás a ella?
-Ella tenía 7 yo 5, casi 6. Literalmente yo hacía todo con ella. Íbamos a jugar a las hamacas, corríamos, rompíamos cosas… Hacíamos todo juntas. Jugábamos con amigas, hacíamos carreras (imaginate que yo me daba contra cosas), hacíamos cosas súper lindas, pero también es cierto que en los últimos meses pasaron cosas feas, muy muy feas, y es inevitable no recordar esas cosas… Todo se mezcla. Ella estaba en el hospital y yo antes había estado en el hospital también. Vos presenciás cosas y escuchás cosas que, bueno, recuerdo cosas muy lindas, y otras más complicadas, que son parte de, también.
Yo la acompañé en el hospital, pero no estuve siempre, porque tenía que ir a clase en Uruguay, y ella estaba internada en el (hospital) Garrahan de Buenos Aires, y ella me hizo un libro con figuras y dibujos, estando en el hospital. En esa época no era tan fácil comunicarse, como hoy: no había videollamadas, yo tuve ahí mi primer teléfono que era un Motorola de tapa redondita, y era más difícil comunicarse. Pero bueno, tengo el recuerdo de todo lo lindo que pasamos juntas, y de todo lo feo también.
-De muy pequeña aprendiste braille, y tu madre también, para así poder hacer los deberes de la escuela. ¿Sufriste bullying en edad escolar, ahí en Colonia?
-Sí, un poco sí. Yo no la pasé muy bien en el colegio. Hoy siento que los niños son niños, hacen cosas que no están buenas… Pero sí, definitivamente no tengo buenos recuerdos del colegio, y es algo de lo que no hablo mucho. Cuando me pasó lo de haber entrado a Harvard, mucha gente de la época del colegio me escribió para felicitarme y yo pensaba: “Me escribís ahora y nunca en tu vida te preocupaste por mí”.
-En el liceo sí encontraste tu lugar, y contaste con un software que te facilitó todo…
-Yo uso computadora desde los 6 años o 7, pero en la escuela no me dejaron usarla no sé por qué, por bolazos. La del liceo era una computadora normal, no es especial, pero le instalamos un programa que lo que hace es leer todo lo que hay en la pantalla, menos fotos. Lee todo, menos imágenes. Domino el teclado, aunque no uso el mouse, y la gente ciega que conozco tampoco lo usa, porque no es accesible. Y realmente puedo hacer casi todo, incluso tengo Instagram en el teléfono, aunque no puedo ver las imágenes. Yo en mi compu tengo un teclado normal, que no está en braille, y escribo muy rápido, a la velocidad que vos hablás.
-En la adolescencia, los chicos suelen ser muy crueles. ¿Por qué pensás que en esa edad la cosa fue diferente y fuiste más aceptada?
-En la adolescencia no la pasé mal, creo que en parte fue porque me acerqué a más gente. Fue distinto: en el liceo había 30 estudiantes por clase, en la escuela había 10. En el liceo me junté con gente allegada, hicimos un buen grupo de cinco, que íbamos a estudiar a nuestras casas y al final, no atráes a la gente mala porque tampoco te ves tan vulnerable. Creo que los niños te atacan porque te ven como un target… Tuve mucha suerte en la adolescencia, excepto con un par de personas. Una compañera en segundo de liceo me dijo: “Ay, porque los profesores te hacen todo”, y yo me enojé, porque nadie me hacía nada. Ni mi madre me ayudaba con los deberes, porque no la dejaba. La gente habla por hablar.
"Como me aburría en clase (de inglés), me puse a mirar videos en YouTube, a estudiar gramática por mí misma, me puse a leer a Harry Potter en inglés, y dejé las clases. Entonces dejé y le dije a mi madre: 'Te prometo que voy a seguir estudiando inglés'”.
-¿La educación uruguaya integra, incluye realmente, a las personas con discapacidad?
-Nos falta… Yo tuve mucha suerte por mi familia. Mi madre no me ayudó en el liceo, pero no porque ella no haya querido, sino porque no hizo falta. Yo hice la escuela bien porque ella me transcribió todo a braille, en la escuela no hay un sistema para los niños que haga eso. En el liceo sí, hay algo más armado. Pero en la escuela no. Entonces imaginate un niño ciego de una familia de bajos recursos (de dinero y de tiempo), donde los padres no tengan tiempo de pasarle todo a braille y solo lo manden a clase. No hay, por lo menos en el interior, un sistema que te diga: “Tenés que hacer esto, esto y esto”, entonces yo me pregunto por qué dejamos que esos niños se queden atrás. En mi caso, tuve suerte, pero no es el caso de todos. Tendría que haber otro tipo de ayuda para personas con discapacidad. Por ese lado, siento que falta. Por otro lado, siento que hay mucho de querer, que una vez que estás en el sistema y te va bien. En Uruguay hay un centro de recursos para estudiantes liceales ciegos, y yo no me entendí con ellos. Realmente no congenié con ellos.
-¿Cómo es eso de que aprendiste sola, como buena autodidacta, el idioma inglés? ¿Nunca fuiste a clases de inglés?
-Yo fui a clase un año y me aburrí, mal. Me aburro mucho y muy rápido de todo, eso es un problema. En mi clase éramos cuatro, un grupo chico, y mis compañeros no querían hablar inglés, hablaban en español todo el tiempo. Entonces, como me aburría en clase, me puse a investigar, a mirar videos en YouTube, a estudiar gramática por mí misma, me puse a leer libros… Me puse a leer a Harry Potter en inglés (ya la había leído en español), y dejé las clases. Mis padres gastaban plata y sentí que no las estaba aprovechando, entonces dejé y le dije a mi madre: “Te prometo que voy a seguir estudiando inglés”. Tenían confianza, porque se notaba que quería aprender. Hasta ahí yo sabía lo básico, pero a partir de ahí, se hizo natural. Llegó un punto en que empecé a aprender de forma contextual, sin ponerme a estudiar gramática.
-En 2019 terminaste el liceo y te planteaste la meta de ir a estudiar al exterior. ¿Por qué?
-Yo me quería ir, desde los 13 años. Pero no por querer irme de Uruguay. Es que yo me aburro muy fácil… No me gusta la monotonía. Me gusta desafiarme a mí misma, ponerme en situaciones incómodas y plantearme: “¿Cómo salgo de esto?”
-Fue ponerte a prueba a ti misma, poner a prueba tu resiliencia…
-En parte, sí. En parte me gusta conocer otra gente, otras culturas. No hablaba muy bien inglés, y quería mejorar el idioma. Molesté a mi madre una y otra vez. Yo me gradué a los 17 años, y le dije: “Mamá, me voy a España”. Elegí España no porque me gustara, sino porque ahí teníamos gente conocida, era el mismo idioma, y mi madre no me iba a poner tantos peros. “Si te pasa algo, ¿qué hago?”, me decía. Mi madre no habla inglés. Hablé con mucha gente, postulé a una universidad y me aceptaron, me dieron una beca X. No era una beca woow, yo tenía que trabajar, no sabía cómo la iba a pagar la beca… y de repente llegó la pandemia. Ya no hubo forma de ir.
Mis padres, el trabajo que tenían, de un día para el otro desapareció. Mi padre tenía un local de comidas rápidas, y con la gente no había turismo, no había gente en la calle. Nos encerramos, literalmente nos encerramos. Entre diciembre y enero empecé a trabajar para una empresa estadounidense, me pagaban muy poco, dos dólares por 500 palabras. No era periodismo, era content writer. Tenía que escribir textos para una escuela o un instituto, con lineamientos que te daban, y en inglés. A los clientes les gustó mi trabajo, entonces me empezaron a pagar más, y me pareció divertido.
Empecé a escribirle a distintas universidades. Soy insoportable, creo, porque se me mete algo en la cabeza y no voy a parar hasta lograrlo.
-Obstinada, persistente…
-Sí, pero insoportable también. Me puse a buscar contactos de editores, a leer sus sections, para ver qué buscaban. Y así empecé a trabajar con medios de afuera.
"Me fascinaba leer BBC Mundo: cómo esas historias salían a la luz. Yo dije: '¡Quiero estudiar periodismo!'. Mi madre me dijo: 'Te vas a cagar de hambre'. Yo le dije: 'No mamá, yo voy a estudiar periodismo'”. Empecé escribiendo artículos sobre discapacidad"
-Y sentiste que tu vocación era el periodismo. ¿Qué te maravilló de esta profesión?
-Es todo culpa de la BBC. Conocí a la BBC cuando tenía 10 u 11 años, estaba haciendo un trabajo de escuela, la encontré por accidente (se refiere a la web BBC Mundo), ¿viste que tiene una sección que se llama “Más leídos”? Tiene una lista de 10 artículos. Yo empezaba a leer eso, seguía con las notas relacionadas, y no paraba de leer esa web. Era algo que me fascinaba: cómo esas historias salían a la luz, y cómo las contaban. Yo dije: “¡Quiero estudiar periodismo!” Mi madre me dijo: “No, te vas a cagar de hambre”. Yo le dije: “No mamá, yo voy a estudiar periodismo”. Al final no estoy estudiando periodismo -pequeño detalle-, pero me quedé con eso, y no sé cómo se me ocurrió, porque no tenía ningún vínculo con el periodismo, ni con el inglés.
Empecé redactando artículos de opinión, que se me hacen muy fácil y pagan relativamente bien, y escribiendo artículos sobre discapacidad. Después me aburrió escribir sobre discapacidad, aunque seguí haciéndolo. Yo tenía que vender la opinión, el típico pitch: quiero hacer esto, es importante por esto, es actual y vigente por esto. La opinión, relacionada con la discapacidad, se me hizo fácil. Ahí fue que escribí en Huffington Post, que para mí fue woow.
-Recibiste muchos rechazos, hasta que empezaron las buenas. ¿Cuáles fueron tus primeros "síes"?
-Más que rechazos eran silencios. Algo que tiene el periodismo, que a mí me da mucho asco, es que si no les gusta algo, no lo responden. Por lo menos, en Estados Unidos pasa mucho. Entonces yo pensaba: “¿Alguien me está leyendo?” No tenía ni idea. Pero empezaron los síes: empecé trabajando con una non-profit (una ONG) de Washington, Rooted in Rights, y estuvo bueno porque pasé de ganar 2 dólares por 500 palabras a ganar 100 dólares, y de ahí a 300, por un texto. Para mí era mucha plata. Y empecé a pagar las cuentas de casa.
Empecé con opinión, después con reportaje, trabajé mucho con Euronews, todavía hoy me piden notas y les digo que estoy estudiando. Con Foreign Policy trabajé bastante y me gustó, fue mi mejor experiencia. Siempre escribí en inglés, nunca hice nada en español, ni he escrito en medios uruguayos.
"Cuando llegó el sobre me encerré en mi cuarto. No quería que mis padres me vieran a mí ser rechazada por Harvard. Y quedé… Lo vi y pensé que era un error. Empecé a gritar, mi madre pensó: '¿Qué pasó, Mili?' Lloré y grité como media hora"
-Postulaste a 20 universidades. "Mandé a Harvard porque sabía que si no lo hacía, me arrepentiría toda la vida", dijiste. ¿Cómo recordás el día que te llegó la noticia de que habías sido aceptada en una de las universidades más prestigiosas a nivel mundial?
-Yo sabía que iba a llegar ese día y sabía a qué hora iba a llegar: a las 21. Era el 17 de diciembre de 2020, a las 21. No esperaba un sí, sería muy soberbio decirte que esperaba que me aceptaran en Harvard. Yo postulé en el programa early action, que significa que postulás temprano, antes del ciclo regular, y te enterás antes si quedás o no, pero al mismo tiempo es arriesgado postular early action, porque ahí aceptan a la gente que seguramente quieran tener, porque los demás van a una segunda ronda de postulaciones. En early action postulan 10.000 personas, y en la segunda ronda, 50.000. En la primera tanda postulan atletas o legacies, que son aquellos cuyos padres fueron a Harvard, entonces los miran mejor.
Cuando llegó el sobre me encerré en mi cuarto. No quería que mis padres me vieran a mí ser rechazada por Harvard. Y quedé… Lo vi y pensé que era un error. Empecé a gritar, mi madre pensó: “¿Qué pasó, Mili?” Lloré y grité como media hora, mi madre empezó a llorar también, y mi padre, mi hermano decía: “No entiendo”. Literalmente fue media hora llorando…
-Te fuiste a Massachusetts a estudiar Ciencias Políticas con una opción secundaria en Derechos Humanos y Migraciones. ¿Cómo te ha ido en la universidad? ¿Has hecho amigos? ¿Es tan grossa como te la imaginabas?
-Sin dudas es un lugar curioso, y es muy raro pensar que estoy estudiando ahí. Para mí hoy en día es como una universidad cualquiera, pero en realidad te das cuenta que no. Este año tuve cinco compañeras de cuarto. Pero no es como Uruguay, la mitad de la gente es muy distinta. Una chica te conoce y ya dice: “¡Ay, mi amiga!” No, pará. Y la gente de allá es más superficial, son más superficiales que los uruguayos. Aparte no se tocan, no se abrazan, no se dan un beso. Yo fui del Uruguay, del interior, donde vas por ahí dando besos, y saludando a todo el mundo. Ahora allá tengo un grupo de amigas que son más abiertas, hay una de Hawai, otra de Afganistán con la que ahora nos mudamos a otra residencia (terminó el liceo a los 15 años), otra del estado de Virginia, ellas son como las más cercanas, pero me juntó con un montón de gente.
-Vivís en la ciudad de Cambridge, a 20 minutos de Boston en tren, estado de Massachusetss. ¿Son ciudades accesibles para las personas ciegas?
-Es accesible. Bueno, hay dos o tres calles solamente que tienen semáforos accesibles. Igual, en Uruguay muchos tampoco hay. Pero yo esperaba otra cosa. El único lugar en el que vi que era todo un poco más accesible fue en España. Ahí sí es accesible. Pero Estados Unidos tiene cosas por mejorar. En Uruguay las calles son todas en orden, relativamente ordenadas: vas caminando, esquina, cruce. Todo derecho. Allá no: vas caminando, hay esquina, y el cruce puede estar para la izquierda o para la derecha. Hay cruces de costado que no los ves, si no te ayudan; es difícil enfrentarte al cruce. Es diferente a acá.
-En nota con Déborah Friedmann en El País contaste que al principio la adaptación fue dura. Y es de imaginar: viajaste sola, tuviste que hablar un idioma que no es el tuyo, en Harvard. ¿Qué fue lo más difícil de tu adaptación?
-Mi madre me acompañó unos días, para ver dónde me iba a quedar. Cuando mi madre se fue, y yo me mudé a la residencia, yo dije: “Uy, qué sola que estoy”. Fue terrible. Había gente alrededor, pero me sentí sola porque nadie compartía mi trasfondo personal y mi situación, en cuanto a idioma, o ponele que hay gente muy rica y yo no lo soy, hay cosas que no podía hacer. Me sentía sapo de otro pozo: “Ay, ¡el fin de semana viajé a Madrid!”. Bueno, ok. Esas cosas te descolocan un poco. Y también, que la gente es distinta. Yo me había olvidado de cómo era hacer amigos, porque en Uruguay tengo mis amigos. Y no tengo que esforzarme en hacer amigos. Y hacer amigos en un lugar tan competitivo, y con gente tan fría, como te dije, fue muy difícil para mí. Fue llegar y tener que aprender otras costumbres, aprender a cómo la gente te ve a vos en base a la visión que tienen ellos. Tuve momentos duros.
-En abril tuiteaste que te había tocado presentar al escritor uruguayo Felisberto Hernández en clase de literatura. "Muchos chicos están empezando a poner a Uruguay y a nuestros autores en el mapa literario", dijiste. ¿Por qué cosas sentís que nos reconocen en Estados Unidos?
-Es muy gracioso: hubo gente que me preguntó si Uruguay estaba en África, y gente que sabía dónde está Uruguay. Pero nos reconocen por (José) Mujica, me decían: “¡Uruguay” ¡Su presidente!” Me dio gracia eso, porque aparte hoy en día no es más el presidente. Me decían: “Yo quiero conocer tu presidente”. ¿Ah sí? ¿Por qué? “Porque vive en un campo”, me decían. Yo pensaba: Lacalle Pou no vive en un campo. Es gracioso, nos reconocen porque algo que ya pasó… Creo que parte de ese interés tuvo que ver con el documental que está en Netflix (NdeR: se refiere a la película de Emir Kusturica, “El Pepe, una vida suprema”). Eso, y el fútbol. Hay gente a la que le decís Uruguay y te contestan: “¡Suárez, Suárez!”
"Hace un par de años me daba cosa ir al supermercado yo sola, iba igual, pero me daba cosa porque pensaba 'me van a juzgar' o 'me voy a perder y la gente va a pensar que soy boluda'. Hoy no me importa"
-Ya no pedís ayuda para todo. ¿Cuán autónoma e independiente sos hoy?
-No es que pidiera ayuda para todo antes, pero sí estaba más cómoda. Imaginate que yo vivía en Colonia, y era más fácil decirle a mi padre: “Papá, ¿me llevás a tal lado?” Pero no por no poder sola, era más por pereza. Hoy en día no se me ocurriría eso. No es tanto un tema de habilidad, sino un cambio de mentalidad. Por ejemplo: hace un par de años me daba cosa ir al supermercado yo sola, iba igual, sabía cómo ir, pero me daba cosa porque pensaba “me van a juzgar” o “me voy a perder y la gente va a pensar que soy boluda”. En Uruguay la gente se mete mucho: yo voy caminando y te dicen “¡cuidado, cuidado!”, y eso me ponía muy nerviosa. Hoy no me importa.
Fui a Nueva York hace un par de semanas, fui con un amigo ciego por siete días. Estuvo bueno, estuvo divertido, nos perdimos un montón. Nos bajamos en Brooklyn, que queda lejos de Manhattan, donde nos teníamos que bajar. Fue toda una experiencia. Pero, digo, después de ir a Nueva York, y haber ido a España sola, me cambió la mentalidad y me cambió la percepción de lo que puedo hacer y lo que no. Y eso ayuda mucho. Va más allá de la habilidad. Yo antes muchas cosas no las hacía porque me daba vergüenza, no porque no pudiera.
-¿Dónde quedó el periodismo, a todo esto?
-Arranco a trabajar el 6 (de junio), es una pasantía en una non profit organization (una ONG) que se llama ImmigrationHelp.org y lo que hace es ayudar a inmigrantes a postular, para conseguir la residencia o los documentos. Voy a empezar a trabajar con ellos, entonces no estoy tan con el periodismo, como me gustaría. Pero quiero hablar con algún editor, porque quiero probarme de que puedo hacer algo más. O sea, de que si pasa algo y tengo que caer de vuelta en el periodismo, puedo hacerlo. Pero no sé si voy a dedicarme al periodismo a futuro. Me encanta, pero no sé.
-¿Qué es lo que más extrañás de Colonia, de Uruguay?
-Extraño mucho Uruguay, extraño mi familia, mis perros, todo. Estoy siempre ocupada y hablo siempre con ellos, todos los días, pero se extraña igual. Estar en casa se extraña. Aparte de la gente, la comida. Mucho. Especialmente, extraño los sánguches de miga, y las cosas dulces. ¡Los alfajores! Allá no hay variedad, vas a una panadería y te dan un coso con crema, algo con canela o un croissant, y ta. Y no hay, ponele, medialunas de manteca. ¡No hay! Me resultó traumático, jaja.
-¿Soñás con trabajar en la ONU?
-Sí, bueno… Siento que es muy grande pensar en la ONU. He tomado clases en Harvard y ha ido gente de Naciones Unidas a hablar y es como woow, mis ídolos. A mí me gusta mucho el trabajo con refugiados e inmigrantes, y por eso estoy estudiando eso. Puedo trabajar en eso. Creo que podría hacer bastantes cosas. Me gusta también la comunicación. Pero… me parece imposible llegar a trabajar en la ONU.
-También pensabas que era imposible estudiar en Harvard, y ahí estás...
-Sí, a mí todo me parece imposible, hasta que pasa. Me pasó con leer mi nombre en la BBC (BBC Mundo), me pasó con llegar a Harvard, me pasa con todo. Y la ONU es una cosa enorme… no me imagino. En mi mente es imposible.
-¿No encontraste el amor allá en el norte?
-Naa… Tuve cuestiones, pero no me terminaron de cerrar. Ahora estoy dándome tiempo para conocer gente, hay un par de cuestiones que estoy viendo… Tengo un candidato, pero por mi parte está en stand by. Ya le dije que quería tiempo. Lo quiero mucho igual, pero se me hace difícil decidir.
-¿Sos feliz?
-Sí, yo diría que sí. Qué pregunta difícil, porque al final… ¿qué es la felicidad? Yo diría que sí. ¿Podría ser más feliz? Probablemente, pero porque siempre se puede ser más feliz. Pero estoy bastante contenta con mi vida, y me siento bastante realizada. No del todo, porque siempre se puede más.
Por César Bianchi
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