Por The New York Times | Alan Feuer
El ataque armado de la semana pasada contra una oficina del FBI en Ohio por parte de un simpatizante del expresidente Donald Trump que estaba furioso por el hecho de que la agencia hubiera registrado la residencia privada de Trump en Florida fue uno de los episodios más perturbadores de violencia política derechista que se han visto en los últimos meses.
Pero dista mucho de ser el único.
En el año y medio que ha transcurrido desde que una multitud pro-Trump irrumpió en el Capitolio, las amenazas de violencia política y los ataques se han convertido en una realidad constante en la vida estadounidense, lo cual ha afectado a miembros de consejos escolares, trabajadores electorales, sobrecargos, bibliotecarias e incluso funcionarios del Congreso, a menudo con pocos titulares y reacciones de políticos al respecto.
A finales de junio, una exinfante de Marina se retiró como la gran mariscala de un festival del 4 de julio en Houston tras recibir un aluvión de amenazas derivadas de su apoyo a los derechos de las personas transgénero. Unas semanas más tarde, el alcalde homosexual de una ciudad de Oklahoma renunció al cargo después de ser blanco de lo que describió como una serie de “amenazas y ataques que rayaban en lo violento”.
Incluso el juez que autorizó la orden para allanar Mar-a-Lago, la residencia y complejo turístico de Trump, en busca de materiales clasificados, se convirtió en blanco de esta tendencia. En foros de debate pro-Trump, se lanzaron varias amenazas contra él y su familia, una persona incluso escribió: “Veo una soga alrededor de su cuello”.
Aunque este cúmulo de eventos puedan sentirse disímiles, pues ocurrieron en lugares y momentos distintos y a diferentes tipos de personas, los académicos que estudian la violencia política señalan un denominador común: el uso incrementado de lenguaje belicoso, deshumanizante y apocalíptico, sobre todo en boca de figuras prominentes de la política y los medios de derecha.
Varias figuras republicanas o de derecha reaccionaron al cateo de Mar-a-Lago el lunes no solo con exigencias de desmantelar el FBI, sino con advertencias de que este acto había desatado una “guerra”.
“Esto solo les demuestra a todos lo que muchos hemos estado diciendo desde hace mucho tiempo”, comentó Joe Kent, candidato a la Cámara de Representantes respaldado por Trump en el estado de Washington, en el pódcast de Steve Bannon, el exestratega jefe de Trump. “Estamos en guerra”.
El jueves, un hombre de 42 años en Ohio, identificado como Ricky Shiffer, llegó a la oficina local del FBI en Cincinnati con un rifle tipo AR-15 y fue asesinado a tiros tras disparar varias veces contra la policía en un enfrentamiento. No hay pruebas sobre lo que motivó a Shiffer a cometer el acto. Pero luego las publicaciones de Shiffer en redes sociales revelaron que estaba cargado de ira por, entre otras cosas, el allanamiento de Mar-a-Lago… y buscaba venganza.
“La violencia no es (solo) terrorismo”, escribió en la aplicación de redes sociales de Trump, Truth Social. “Maten al FBI en el acto”.
Pese a esa amenaza, un día después, cuando el sitio de noticias de derecha Breitbart News publicó la orden de registro que dio pie al allanamiento de Mar-a-Lago, no omitió los nombres de los agentes del FBI en el documento. Casi inmediatamente después, publicaciones en un foro pro-Trump se refirieron a ellos como “traidores”.
Según el FBI, hay unas 2700 investigaciones abiertas de terrorismo interno en este momento —una cifra que se ha duplicado desde la primavera de 2020— y eso no incluye incidentes menores, pero igual de graves que no alcanzan el nivel que amerita una indagación federal. El año pasado, las amenazas contra miembros del Congreso alcanzaron una cifra récord de 9600, según datos proporcionados por la Policía del Capitolio.
Sin embargo, es sumamente inusual que la mayoría de los adultos inflijan daño a otras personas de manera deliberada, sobre todo por motivos políticos, explicó Rachel Kleinfeld, investigadora sénior del programa de democracia, conflicto y gobernanza en el Fondo Carnegie para la Paz Internacional.
Aun así, Kleinfeld afirmó que hay maneras de disminuir la tolerancia a la violencia de la persona promedio.
Si se plantea la agresión política en el contexto de una guerra, sugirió, es más probable que personas comunes sin ningún antecedente de violencia la acepten. La violencia política también puede hacerse más tolerable si se retrata como una medida de defensa contra un enemigo beligerante. Esto es verdad, en particular, si un adversario se describe constantemente como alguien de una maldad irremediable o infrahumano.
“En este momento, la derecha está haciendo estas tres cosas a la vez”, aseveró Kleinfeld.
Hay poca evidencia de que los republicanos y las figuras mediáticas de derecha hayan moderado su retórica, incluso mientras el Congreso y el Departamento de Justicia investigan el asalto del 6 de enero de 2021. Pero el uso de violencia y lenguaje violento no solo es un problema de la derecha.
Algunos estudios recientes han hallado que un porcentaje casi igual de liberales y conservadores están de acuerdo en que la violencia contra el gobierno se puede justificar de manera “definitiva” o “probable”. Otros han mostrado que, si bien el apoyo a la violencia política se ha redoblado entre los republicanos desde que Trump asumió la presidencia, también ha aumentado —aunque más lentamente— entre los demócratas.
Asimismo, en últimas fechas, ha habido algunos casos penales de alto perfil que implican violencia política de parte de acusados de izquierda, incluido uno presentado contra un hombre de California acusado de intento de homicidio por acercarse con una pistola, un cuchillo y otras armas a la casa en Maryland de Brett Kavanaugh, el juez de la Corte Suprema de Estados Unidos, en junio.
Los republicanos han criticado a los demócratas por prestar poca atención al incidente de Kavanaugh y solo interesarse en la agresión que proviene de la derecha. Hay quienes han señalado una serie de episodios —no todos relacionados con violencia política— que se remontan a 2017.
“La retórica peligrosa de la izquierda condujo a un intento de asesinato contra un juez de la Corte Suprema de Estados Unidos, un tiroteo en una práctica de béisbol de miembros del Congreso, cocteles molotov en centros de embarazo, delincuencia desenfrenada en grandes ciudades y una frontera abierta. Denuncien la hipérbole amenazante de la izquierda y luego hablamos”, sentenció Emma Vaughn, portavoz del Comité Nacional Republicano.
No obstante, el FBI ha declarado en repetidas ocasiones que la violencia extremista a manos de actores de derecha es una de las mayores amenazas que enfrenta la agencia. Robert Pape, profesor de la Universidad de Chicago que estudia la violencia política, ha realizado seis encuestas a nivel nacional desde el asalto al Capitolio del 6 de enero y siempre ha obtenido los mismos resultados: entre 15 millones y 20 millones de adultos estadounidenses creen que podría justificarse la violencia si el fin es que Trump regrese a la presidencia.
Esta clase de “apoyo comunitario”, sostuvo Pape, puede normalizar la violencia.
“El apoyo comunitario reduce el umbral en el que las personas volátiles entran en acción”, comentó Pape, “pues se convencen de que las personas en su comunidad las apoyan. Quizá solo es el 10 por ciento de la comunidad, pero ese sigue siendo un grupo significativo de gente”.
Pape y otros investigadores de violencia suelen comparar las condiciones actuales en Estados Unidos a las de un bosque seco con mucho material combustible en el suelo. Solo se necesita una chispa, como el registro de Mar-a-Lago, para iniciar un incendio.
Ahora que Trump enfrenta múltiples investigaciones, incluso mientras considera postularse de nuevo a la presidencia, hay muchas chispas en potencia que podrían encender la yesca en los próximos días y semanas.
“Estamos en temporada de incendios, y así seguiremos durante algún tiempo”, advirtió Pape. Kari Lake, candidata republicana al Senado en Arizona, habla durante la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) 2022 en Dallas, Texas, el 6 de agosto de 2022. (Emil Lippe/The New York Times). Adam Graham en Moore, Oklahoma, el viernes 12 de agosto de 2022, uno de los menos de seis funcionarios LGBT electos en Oklahoma. (Nick Oxford/The New York Times).