Fotos Javier Noceti | @javier.noceti
Él dice que es como si, en realidad, hubiera nacido en Salto. Sus padres fueron a Montevideo a tenerlo, porque había abuelos y tíos, y a los pocos días se fueron al norte del país. Ahí estuvo hasta los once.
Primero, vivió en la Costanera Sur y después en el barrio el Cerro. Creció con su hermana, dos años menor, al aire libre, en la calle, en una ciudad donde solo había una heladería y un cine, donde en Carnaval se iba con sus amigos en la caja de una camioneta a tirar bombitas de agua al centro de Salto, donde jugaba al fútbol en el Club Remeros, donde iba a un colegio católico.
Hasta que se mudaron y pasaron a un apartamento en Montevideo. Ahí pasó al San Juan Bautista, a una ciudad con shoppings y Mc Donald´s.
Lo que nunca hubo fueron libros. Martín Otegui Piñeyrúa creció rodeado de amor pero prácticamente sin contacto con la literatura. Por medio de alguna tía, o de rebote, le llegaban libros de Sir Arthur Connan Doyle y de Agatha Christie. De ahí, su obsesión con Sherlock Holmes. Más de grande, apareció la saga de Harry Potter, que le ofreció otros mundos, otros personajes y el hábito de la lectura.
Aunque fue en quinto de liceo, con Fernando Pessoa, que encontró la pasión. En quinto de literatura le mostraron el poema Tabaquería, cuya primera estrofa leía:
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Y eso, a Martín, le encantó.
De niño, decía que quería ser presidente. Después, dijo que quería ser detective cuando, en realidad, quería ser Sherlock Holmes. Cuando se dio cuenta de la seriedad de crecer, dijo que quería ser abogado. Con 17 años, entró a estudiar Comunicación en la Universidad de Montevideo y pensó que quería ser periodista de prensa escrita. En realidad, quería contar historias.
A los siete años escribía cuentos en hojas Tabaré, a lápiz. Eran dos oraciones, quizá tres, que firmaba con su nombre completo: Martín Otegui Piñeyrúa, el año, y su nacionalidad, uruguayo. Esos se los mandaba a su madrina quien los guardó y se los devolvió hace poco tiempo.
En lo de sus tíos, había una computadora que, para aquel momento, era como tener un cohete de la NASA. Martín escribía cuentos, los imprimía y bajaba a leérselos. La computadora tenía juegos, aunque básicos, pero a Martín le gustaba escribir con esas teclas.
Hoy, ese mismo Martín, es guionista y productor de televisión y, recientemente, autopublicó su primera novela, El amor espera.
Con 19 años, súper joven, creaste Salsipuedes, una serie policial, ¿cómo es esa historia?
Eso fue a través de Taxi Films. Ellos hicieron un llamado a guionistas porque querían crear un laboratorio de guionistas. Entonces, Diego Arsuaga, el director de Taxi, hizo un llamado y había que mandar, para postularse, ejercicios de humor. Quedñe seleccionado para una primera etapa, me junté con él y con otra persona. Pasé otra etapa y terminé quedando con dos chiquilines más y nos plantearon que tenían dos proyectos para desarrollar. Uno, era Salsipuedes, que era un guion para un largometraje que había escrito Arsuaga y el otro era una comedia romántica.
Durante todo el año cobré todos los meses un sueldo en dólares por escribir trece guiones de una serie donde no tenía ningún tipo de limitante. Puse helicópteros, todo lo que se pueda imaginar. Después, como suele pasar con los proyectos audiovisuales en este país, hubo plata para financiar la escritura del guion, pero nunca se llegó a realizar por temas de fondos. Me queda la experiencia de haber escrito, con estas manos, trece capítulos de una serie policial que está ahí. Tampoco puedo hacer nada yo porque los derecho son de Taxi, no fue un proyecto personal.
Hace tiempo que, también, sos profesor de escritura, ¿cómo llegaste a eso?
Cuando estaba en el segundo semestre de primero de Comunicación, la decana me sacó de una clase y me preguntó si podía ir a conversar un poquito. Imaginate que pensé que era para mal. Nos sentamos en un banquito y me empezó a decir que ella y la profesora veían en mí que podía haber un potencial si a mí me interesaba, para ayudarla en un grupo de clase, en un práctico, que me veía ciertas condiciones y que somo era alto imponía respeto. Yo le dije que sí, copado, tenía diecinueve años. Empecé así, ayudando en un grupo de prácticas de escritura y once años después sigo en la Universidad de Montevideo.
El profesor le enseña a los alumnos, pero muchas veces los profesores aprenden mucho también, ¿qué te enseñó a ti ser profesor?
Lo primero que aprendo es lo mismo, si se quiere, que aprendo con la literatura. Es entrar en otras cabezas, otros mundos. Yo siento que cuando leo a un alumno conozco historias, personas, modos de pensar que, realmente, siento que me enriquece un montón.
Creo que es un tema matemático, si ellos se pueden enriquecer de una persona que es la que está hablando, imaginate yo que tengo quince, a veces treinta, personas diciéndome cosas, dándome inputs y formas de pensar distintas. A medida que pasa el tiempo y más distancia de edad con los alumnos, más rico es, pero también más me cuesta un poco más entrar en eso. Cuando se dice que yo aprendo más de ustedes, que ustedes de mí, de verdad yo lo siento muy sincero.
¿Alguna vez tus alumnos fueron tu materia prima, o tu inspiración, para alguna historia?
Hay un alumno del año pasado que escribió una práctica y puso una frase que me encantó. La práctica en sí estaba más o menos, pero la frase esa me gustó y me la quedé. A partir de ella escribí un cuento. Era algo como "el galope a través del sendero", una imagen de un caballo andando a cierta velocidad. Algo de eso me gustó y me lo guardé y de ahí salió un cuento.
He leído cosas geniales de los alumnos, que me encantan, y me siento totalmente orgulloso. Al contrario de lo que ellos piensan, que es que estoy mirando para corregirles y para matarlos, cuanto mejor está escrito más alegría me da. En guion, me acuerdo que una alumna tenía una historia que era buenísima, basada en la historia de Uruguay, y lo único que hice fue darle para adelante. Trato de respetar, si me gusta algo decirles que está bueno y potenciarlo.
En 2010 pasaste a trabajar en Oz Media, una productora de televisión, pero a hacer formatos televisivos, ¿cómo trabaja ese mundo?
Yo estaba trabajando en Interacciona y venía de hacer un verano de pasantías ahí y en Telenoche. Oz ganó un fondo de la ANII, bastante grande, para crear una fábrica de formatos. Ellos ya trabajaban con Canal 10 haciendo una cantidad de programas, pero esto era mucha plata para crear un departamento de creación de formatos donde había un director creativo, un encargado de negocios y una pareja creativa, uno era yo, y eso se bancó durante dos años. Estuvo buenísimo porque nuestro trabajo era pensar programas y nada más que pensar programas. Los límites nos los poníamos nosotros y elegíamos, desarrollábamos, etc., hasta que nos quedábamos con cuatro o cinco que eran los que más se desarrollaban. Después, iban a las ferias internacionales, Cannes, Miami TV, a tratar de vender esas ideas.
Esa dinámica estaba bárbara porque era como abrir las puertas a llevar ideas uruguayas a otros lados, que siempre se decía que es lo que tenía que hacer Uruguay. Como tenemos poca plata, hay que vender ideas. Obviamente, el mundo está lleno de personas que tienen ideas y no es tan fácil vender una idea que nunca se hizo. Entonces, la mayoría quedaban por el camino porque siempre pedían algún respaldo de un programa hecho. Igual, salieron cosas muy buenas de ahí, varios programas.
¿A qué apuntaba la empresa, a comprar y vender formatos?
Claro, Oz era una productora que trabajaba con canales de acá y tenía programas de aire. Ellos hicieron una oficina de creación de contenido, donde éramos tres personas creativas y una de negocios trabajando todos los días en pensar programas de entretenimiento. Eso quedó en la nada cuando se acabó la financiación de la ANII. Tener cuatro personas creando formatos para ver qué pasa en Uruguay no fue rentable y, hasta el día de hoy, no lo es. Creo que no hay ninguna empresa que se dedique a eso en Uruguay, fue ese momento de respaldo de la ANII.
Y en 2012 te llamó Montevideo Portal para hacer Canal M, ¿cuál es la diferencia entre un canal de televisión por internet, o uno por cable o por aire?
Yo me había ido de Oz y María Noel Domínguez se enteró que me fui y me propuso esta idea que ella tenía. En ese momento, no había ningún canal por internet en Uruguay, incluso en el mundo las primeras experiencias no eran tan comunes como pasan ahora. En ese momento, lo audiovisual no tenía un lugar tan claro en los medios no audiovisuales uruguayos.
Todo lo fácil que es hacer hoy en día un programa de televisión y meterlo en YouTube, en ese momento no estaba. Con María Noel, lo que pensamos fue contenidos que pudieran ser consumidos, justamente, con los tiempos web. Tenían que ser programas de 10-15 minutos máximo, con cosas muy concretas, con una forma de contar que funcione en sí misma, programas independientes, pero que a su vez tengan alguna relación y que le den algo al televidente.
En ese momento, tiramos todo lo audiovisual que ya tenía el Portal a Canal M y lo complementamos con una grilla de programas donde incorporamos gente que estaba en los medios, que se animó a hacer algo por internet. Estuvo buenísimo porque fue ir descubriendo todo sobre la marcha.
¿Cómo alcanzas un público siendo un canal más parecido a un streaming, en esos años?
En esa época Netflix no existía. Entonces, ese concepto de lo on demand estaba recién llegando. Sí existía en Estados Unidos pero acá se estaba recién con el tema de poder grabar el programa. Estaba metiéndose, pero no era común. Entonces, nosotros buscamos mantener el tema de una programación, para tener siempre un contenido nuevo. El objetivo fue un poco eso, que los lunes fuera el día de tal cosa, los martes el de tal otra, el miércoles de otra. Pero siempre se daba el on demand, esa cosa del volver a ver. Hicimos un híbrido de una plataforma donde estaba todo on demand, pero a su vez lo enganchamos con la actualidad.
Después pasaste a Zur Films y ahí arrancaron programas como Sonríe, te estamos grabando y Polémica en el bar, ¿cómo se hace para mantener un programa entretenido en el tiempo?
Cuando arranqué en Zur estaba en Montevideo Portal y trabajé durante un año haciendo Sin Vergüenza, que no tuvo mucho éxito. Terminé mi contrato con Zur, me fui de Montevideo Portal y me crucé con Iván Ibarra por la calle, el dueño de Zur, y me dijo "dale, venite". Ahí empecé a trabajar en Sonríe, que a ese le fue muy bien. Desùés, hicimos una cantidad: La Palabra con Julio Ríos, programas para ESPN, Pasapalabra.
Creo que lo que hay que hacer es no quedarse con la misma fórmula. Me parece que es un poco eso con el entretenimiento. Pasapalabra es un programa que le va re bien, es re visto, pero más allá de eso, nosotros de una temporada a la siguiente cambiamos uno o dos juegos, incluso adentro de la misma temporada a veces cambiamos alguna formulación. En Polémica en el Bar, lo mismo. Arrancó siendo de una manera y se fue transformando más hacia lo político. Después, con lo de la pandemia, nos volcamos absolutamente a una cosa hasta de salud.
Es una preocupación constante y diaria el rating, es la forma de medir el éxito. Lis programas se tienen que ver para que las marcas auspicien y tengamos trabajo. Entonces, no es que yo sepa cómo hacer para mantener el éxito, también es muy esquivo, pero el tema es tratar de ver qué se le puede sumar, o qué vuelta se le puede dar para enganchar a la gente.
Pasando a uno de los programas que producís, a Polémica en el bar se le critica que tiene una esencia completamente diferente al argentino, ¿por qué creés que pasa eso?
Por varias cosas. Una, que siempre está, es esta cosa de que a los uruguayos nos gusta consumir lo argentino, pero no nos gusta argentinizar lo uruguayo. Es como que los ecandándalos, los griteríos nos gustan, pero nos gusta que los hagan otros. Nosotros tenemos que ser serios, es la imagen del uruguayo.
Por ejemplo, ya tener a Patricia Madrid que es una periodista de fuste ya le da un toque distinto que no tiene Polémica en el bar Argentina. Después, Nico Lussich y Juan Miguel Carzolio son incorporaciones más recientes, pero las incorporaciones nunca fueron del lado de gente que pueda hablar de cosas más frívolas o del espectáculo. Hay como una preocupación o un interés de girar hacia lo periodístico.
Creo que también hay una carencia de programas periodísticos. Nosotros, lejos de intentar ser un programa periodístico, tenemos muy claro que se llama "polémica en el bar". Entonces, no nos exijan cosas periodísticas porque no somos un programa periodístico, pero creo que la gente empezó a encontrar algo más de talk show y eso es lo que pegó más. Por la pandemia y por la competencia, porque nosotros cuando aparecimos estábamos los domingos contra Súbete a mi moto, cuando estaban las elecciones competíamos contra Séptimo Día, que estaba en el 12 y con Nacho Álvarez que estaba en el 4. Aún así nos iba muy bien, creo que tenemos claro que no somos un programa periodístico, que somos un programa que se llama Polémica en el bar y lo importante es que venga gente a hablar y diga las cosas que tenga ganas de decir.
Es un lugar mucho más relajado que el periodístico que, creo, que es lo que al uruguayo le está gustando, se siente más identificado.
¿Es viable tener en Uruguay un Polémica en el bar como el de allá?
Capaz que se puede. El tema es si, realmente, estamos dispuestos a verlo. Yo no sé si los uruguayos en prime time queremos ver ese tipo de polémica. También Polémica tiene todo una tradición que es muy machista. Para empezar, eran todos los hombres, más allá del tipo de humor. Eso fue una cosa que desde el principio quisimos hacer distinto, nunca fue la intención replicar exactamente lo que pasa allá. De hecho, en Paraguay también se hace Polémica en el bar y es un poco distinto.
Ya, desde ese punto de vista, nosotros íbamos a marcar esa experiencia, acá no vamos a hacer eso de frivolidad o peleas más berretas, no nos interesan las primicias que no están chequeadas, no nos interesa reirnos de lo que nos reíamos antes. El humor que hace Álvaro Navia es re blanco, muy políticamente correcto. Y el rol de la mujer que, por lo general, era la moza o estar solamente ahí de adorno, nosotros tenemos a Patricia que, lejos de ser eso, es una participante muy activa en la mesa.
Para ser ingeniero, uno estudia ingeniería, pero para trabajar en televisión, uno no necesariamente estudia eso, ¿cómo se llega?
Hay una cuota de suerte, de buscarla, o de oportunidad. Yo he trabajado en los tres canales privados y, más allá de la vida de las productoras que, capaz, es un poquito distinta, te puedo asegurar que los canales son empresas muy grandes en las que trabaja mucha gente. Si uno tiene voluntad y ganas de hacer algo, es un camino más de saber dónde hay una oportunidad, dónde hay una vacante, dónde uno puede hacer una pasantía, una suplencia. Si conoce a alguien, mucho mejor.
Creo que en cuanto a la producción o el detrás de cámara, la formación se valora mucho, ser licenciado o haber estudiado comunicación siempre es un buen punto de partida porque, más allá de que hay mucho de oficio en esto y que no hace falta, como un ingeniero, estudiar tantas cosas, sí hay algunas básicas que hay que tener y que la universidad las brinda. Creo que hay mucho de eso y de ser un país chico, del contacto, y de estar pendiente, buscando la oportunidad. Si uno está convencido y tiene ganas, y está dispuesto a recorrer el camino desde abajo hacia donde quiera llegar, creo que se puede hacer.
Pasando a El amor espera, la novela que publicaste recientemente, ¿por qué firmás con dos apellidos, ahí y en casi todo?
Hay una parte más anecdótica y un más de que me gusta firmar con los dos, me parece que es mu nombre, si no me queda incompleto. A parte, cuando entré a Montevideo Portal, trabajaba el otro Martín Otheguy. Eso fue insólito, el otro Martín escribió para La Diaria un artículo donde cuenta todas nuestras peripecias. Es genial y casi todo es real. Yo entré a trabajar y había una persona al lado mío que se llamaba Martín Otheguy. Para diferenciar de alguna manera en el Portal era Martín Otegui Piñeyrúa y, después, para diferenciarnos entre nosotros. Igual nos divierten mucho todas esas confusiones, hasta el día de hoy nos pasa que me mandan a mí, me escriben a mí y nos divertimos mucho.
Sos guionista, productor de televisión y, de repente, escribís una novela, ¿de dónde nace esa inquietud?
Con Pessoa encontré en la poesía un género en el cual expresarme y con mucha libertad. Tenía la idea de que la poesía tiene que rimar toda, cada estrofa, y no me atraía demasiado. Ahí empecé con la poesía y, de hecho, escribía mucho. Me presenté en unos concursos, gané menciones y cuando entré a facultad arrancó un taller con alumnos, que era un taller literario. Ahí nos juntábamos y leíamos cuentos. Eso fue muy germinal y me fui metiendo mucho más en el cuento, apropiándome del cuento como género y me enamoré de ese género también como consumidor.
Ahí empieza mi amor por Carver, que es como otro turning point importante. Mi perro se llama Carver. Empecé a escribir cuentos y, a partir de ahí, era eso. Cuando quería escribir algo escribía cuentos. Me pasó siempre con las novelas que me parecían algo imposible, que eran realmente inabarcables.
Algún intento, alguna vez, había hecho, pero llegaba a quince páginas y no. En la cuarentena, después de haber limpiado toda mi casa, remodelarla, pintarla, comprar muebles, cuando ya no tuve más que hacer a nivel de actividad, también estaba leyendo Kokoro, de Natsume Soseki, me empezó a caer la ficha de cómo estaba escrito ese libro en cuanto a la periodicidad o al paso del tiempo. Se publicaba capítulo a capítulo en un diario, como un folletín, y me empezó a caer eso de que escribir una novela es un capítulo una cosa, en otro otra.
A la vez, tenía en la cabeza desde hacía mucho tiempo esta cosa de jugar con la música y la literatura. Me acuerdo que había hecho experimentos con canciones de Bob Dylan o de Calamaro. Veía que había personajes o historias que me gustaría trasladar. Por otro lado, hice la Ruta 66 en Estados Unidos, de Chicago a California, y me desvié a Las Vegas. Estuve nada más que tres días, pero esa experiencia y ese viaje siempre me había parecido que, si algún día escribía una novela, tuviera algo que ver con eso. También soy adorador de On The Road de Kerouak, que fue un poco lo que me impulsó a hacer ese viaje.
Entonces, me empezaron a caer todas esas fichas y me senté en la computadora, empecé a armar en unos papeles que iba pegando en la pared los capítulos y me di cuenta que eso no er un cuento. A partir de ahí, tuve que elaborar la historia personal, la trama de ese protagonista, qué era lo que lo llevaba a Las Vegas, por qué iba para alla, qué iba a buscar. Cuando me quise acordar, en tres semanas había terminado de escribir lo que se puede decir que es una novela.
¿Por qué la decisión de publicar sin una editorial detrás?
Eso fue exclusivamente por el fracaso absoluto con todas las editoriales. La terminé de escribir y lo primero que hice fue eso, mandarla a editoriales y concursos. Durante meses iba separando en pestañas distintas esos concursos, me fijaba las bases, que entrara en la categoría y mandé a un montón. Con las editoriales hice lo mismo, debo haber mandado a más de cuarenta editoriales de América Latina y España y no me contestaron nada, ninguna. Y los concursos los perdí todos.
Me dije que si se terminaba el año y no ganaba nada o no tenía respuesta, me lo autopublicaba. Me había ayudado mucho una charla que tuve con una amiga en la que me preguntó si quería me lean o si quería prestigio, porque una editorial lo que te da es prestigio.
Siempre fui muy reticente con el tema de la autopublicación porque consideraba que habiendo tantos libros excelentes en el mundo, para qué sumarle uno más que no es tan bueno, ni mucho menos. Pero después está el tema personal de que no quería que se quedara como un archivo de word perdido en mi computadora y dije que me lo iba a autopublicar. Ahí empezó un camino que fue muy arduo, que fue mucho peor que escribir la novela. Realmente, cuesta mucho más todo lo que viene después que el hecho de escribirla. Hay que dejar mucha sangre, dolor y lágrimas, mucho dinero y mucho todo. Una amiga me hizo la tapa y me maquetó el libro, otra me aconsejó con el tema de que ella había autopublicado por Amazon y después encontré una plataforma de impresión a demanda, pero fue más del proceso personal de convencerme. No me arrepiento de nada porque también me permitió tener mucho más control del libro. Te quedás con todo el dinero, no con el 10%, entonces también hay una satisfacción en eso. Y la pandemia me ayudó mucho en ese sentido, el tema del e-commerce, de comprar todo por internet, si lo querés te lo mando yo y te va a llegar.
Hasta ahora voy vendiendo cien libros y son todos por mis redes sociales y allegados. El libro va a estar en librerías, espero que esta semana o la que viene, pero estos cien libros no sé cuánta de esa gente hubiese ido a una librería en tiempos de pandemia y lo hubiese pedido.
Publicar sin editorial también significa publicar sin editor, ¿cómo sabés cuándo está pronta?
Conté con la ayuda de lectores previos, que me ayudaron mucho. La primera que lo leyó fue Magdalena, que es una prima mía que tiene mucha sensibilidad. Entonces, sabía que ella iba a ser capaz de encontrar las fallas que no eran ortográficas, sino fallas a nivel estructural que podía tener la novela. También se la di a leer a un par de amigos y a mi psicóloga. Más allá de los comentarios positivos, esta prima me dijo ciertas cosas de la historia que capaz tenían incongruencias. Ese trabajo más de editor, me lo hizo ella honorariamente.
En la trama de la novela, que es bastante estrafalaria, hay estructuras claramente heredadas del cine, ¿vos lo ves así?
Sí, creo que es un poco involuntario y un poco voluntario. Creo que la formación esa de guion la tengo muy presente en esa cosa de la elaboración de relato y también en las clases de escritura hago mucho énfasis en eso, en que el relato tiene que funcionar. También creo que es muy televisivo por el vértigo de atrapar y atrapar. También creo que fui mucho por lo audiovisual, traté de contar ese mundo de Las Vegas y mucho, en general, para alguien que no haya ido, que sienta y se sumerja en ese mundo. Traté de darle mucha intensidad a esa descripción de los escenarios, que creo que lo hace audiovisual. En cuanto a la estructura, es como un viaje del héroe, que no es nada que haya hecho consciente, pero el tipo está en su mundo ordinario, se va a ese mundo extraordinario. Tiene cosas que no es que hayan sido hechas previamente, como debería ser en un guion, pero sí que el momento en que iba escribiendo trataba de que esas cosas estén y que funcionaran. Por la respuesta que he tenido, creo que funcionan.
Esta es una novela que, por su estilo y su temática, tiene mucho más de los americanos que de los uruguayos, ¿por qué tomás ese estilo?
Obviamente, tengo esa influencia. Me guste o no, así como reconozco lo de Connan Doyle cuando era niño, reconozco a Harry Potter por el hábito de la lectura, reconozco a Pessoa en el sentido de que me voló el techo, en los talleres literarios de facultad la mayoría de lo que consumíamos eran norteamericanos. Ahí leíamos mucho a Carver, a Cheever, alguna cosa de Hemingway. Ahí me di cuenta que esa era la literatura que más me gustaba en los dos niveles, en el de disfrute del consumo y en el nivel de admirar la destreza.
A mí, esas historias de Carver de personajes donde no se revela mucha cosa, donde todo parece abierto y están todas las pistas ahí, esa frialdad a la hora de relatar, eso es muy típico del relato norteamericano que después se expandió a todo el mundo y a todos los autores, todos beben de eso. Entonces, yo sin duda tengo esa influencia. Con On The Road me pasó lo mismo, entonces tengo esos paisajes. Esa literatura me gusta, más allá de la temática, por la destreza de los autores. Cuando leo a Carver digo que es excelente esa historia pero cómo hace para contarlo así, creo que es por ese lado. Pero Onetti, por ejemplo, es un autor que me encanta y creo que traté esa cosa medio onettiana del pesimismo, esa mirada cruda, ese quedarse con las miserias.
¿Cuál fue el día más triste de tu vida?
Seguramente uno asociado a la pérdida de seres queridos. También creo que ayer, pero no en el sentido del día antes que hoy, sino en el sentido de lo que ya pasó. Es un poco triste por eso mismo, porque ya pasó. Entonces, creo que hay que concentrarse en lo que viene. También creo un poco que todos los días son el día más triste de mi vida y el todos los días son el más feliz de mi vida. Eso no lo digo como una patología, sino como una forma de entender la vida.
¿Y el más feliz?
Mañana. Si el más triste es ayer, el más feliz es mañana, por lo mismo. También creo que, lamentablemente, soy demasiado uruguayo y demasiado lineal porque cuando pienso en días alegres tengo que pensar en fútbol. Soy demasiado hincha de Nacional y no es para nada racional, es una visión totalmente fútbol centrista del mundo que es insólita, pero ess cosa de celebración colectiva siempre me gusta. Pero espero que el día más feliz esté en el mañana.
¿Cuándo sentiste mayor libertad en tu vida?
Escribir me dio mucha libertad. Escribiendo la novela fui muy libre. Leyendo también me siento muy libre y, sin duda, una de las razones por las cuales leo y escribo es porque creo que son terrenos re sólidos. Después, me pasa algo con el mar que, si bien nunca tuve barco, ni buceo, ni hago ningún deporte, el mar me genera esa sensación de libertad. Ya sea de estar parado en la orilla de la Rambla. Hay una cosa de infinitud y libertad que creo que el mar en sí me transmite mucho de eso.
¿Un sueño por cumplir?
Trato de no ponerme muchos sueños porque trato de que la vida me vaya guiando por distintos caminos. Me voy encontrando con los sueños. Distinto son los objetivos, que son ciertas cosas que uno se plantea y cuando las consigue está bueno. En el corto plazo, ahora que la novela va a salir a las librerías, que le vaya bien, que a la gente le guste, que encuentre lectores y, en ese sentido, me encantaría que lo puedan disfrutar los lectores comunes y correintes, los jóvenes también porque creo que es una novela bastante generacional y, antes que cualquier otra cosa, lo que más satisfacción me podría dar es eso, gente común y corriente que encuentra algo que le gusta de la novela.
Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?
Qué importa, ¿no? Me preocupan más los cielos y los infiernos que me quedan por vivir en la Tierra. Creo intentar ser una buena persona todos los días y no preocuparme demasiado por lo que pueda pasar después de la muerte porque no hay mucha información de lo que pueda pasar ahí. Entonces, creo que hay muchas cosas para preocuparse antes, igual, sin duda que el camino es intentando ser una mejor persona, más allá de lo que pase.