Le contaron que cuando volvió del hospital, recién nacido, lloraba mucho y probaron de todo para calmarlo. Lo único que funcionó fue un disco de João Gilberto. A Martín Buscaglia, aquello se le convirtió en una suerte de talismán.

La primera casa en la que vivió fue en Malvín. La segunda fue en Buenos Aires, donde vivieron porque su padre estaba proscrito en Uruguay. Por aquel entonces, trabajaba con Carlos Píriz. Él fue quien grabaría el tan conocido Mateo solo bien se lame.

Después volvieron y Barrio Sur. Los recuerdos de ahí son Walter Venencio, un músico con el que tocaba su padre, e ir a remontar cometas a la rambla. Después vivió en el mismo complejo donde vive ahora, también en Montevideo. Después, en Parque Rodó, donde vivió en “la casa del amor” con Gonzalo Brown, con Andrés Ibarbourou, y con el Momia Mazzei.

En esa casa había un ruido, un “tic, tic, tic”, en la pared. Consideraron muchas opciones sobre qué podía ser, durante meses. En el delirio de la charla con amigos, concluyeron que podrían ser animales atrapados en la pared o un vecino parecido a Walter White que estuviera cocinando algún tipo de droga.

Un día, afeitándose, se dio cuenta que el “tic, tic, tic” que hacía él cuando se afeitaba era exactamente el mismo. Y él lo conocía ese ruido, era el que hacía su padre se afeitaba para ir a trabajar.

También vivió en Solymar Norte, donde tenía que caminar varias cuadras por el campo para llegar hasta su casa. Ahí tuvo una de las experiencias musicales que recuerda con más cariño. Venía escuchando un casette en un walkman mientras caminaba hacia la casa y, de golpe, apareció una música de Indios Yanomami, una cosa bien tribal. El pánico de la sorpresa y de estar en medio de la noche lo recuerda hasta hoy.

Siguió España, Madrid, Lavapiés. Hoy está en aquel complejo en el que ya había vivido, de vuelta en Montevideo.

Su madre se dedicó al estudio de la expresión corporal. Fue parte de Canciones para no dormir la siesta. Fue maestra destituida por la dictadura. Su padre, “un poeta del día a día, más allá de plasmar un texto en un papel”, dice. Era culto y era de barrio. Era autodidacta, realmente autodidacta. Su hermano, Paolo, nació después. Es candombero y toca percusión.

En su casa, hubo siempre creación permanente. Ahí se entreveraba la familia, los roles, la escuela, la música, los instrumentos, la cocina, el teatro, las artes, los otros músicos que llegaban. Martín se sentía uno más entre Eduardo Mateo y Pippo Spera.

El Buscaglia niño creció en esa época en que los niños jugaban todo el día en la calle. Ahí aparecía desde un partido de fútbol hasta una murga, pasando por unos niños tocando (o jugando) en boliches y pasando la gorra.

Aquellos dos mundos los fue mezclando: el más callejero y el más culto o creativo. Ambos le eran necesarios. No tuvo (ni tiene) un instrumento favorito, pero es cierto que la guitarra es el que usa para componer. Y en sus primeras bandas su instrumento fue el bajo.

Aunque empezó a vivir solo bastante joven, aunque la música siempre le fue natural, aunque empezó a tocar apenas pudo, aunque grabó discos, lo primero que quiso fue viajar. Ese era su sueño, componer y viajar.

Y lo hizo. Con el tiempo se convirtió en un músico reconocido en Uruguay y en otras partes del mundo. Grabó varios discos con sellos locales e internacionales. Armó varias bandas. Tocó solo y en dúos. Compuso para él y para otros. Actualmente, es uno de los artistas con más nominaciones a los premios Graffiti debido a su último disco.

Además, fue uno de los intérpretes de Despertar, una canción inédita de Eduardo Mateo que lanzó recientemente Little Butterfly Records.

¿Cuál fue la primera vez que te fuiste por ahí?

La primera no sé. La que me acuerdo porque me marcó mucho fue un viaje que hice de mochilero con veintipoquitos años. Ahí fue cuando pasé por Croacia, estuve en Europa mucho tiempo, en Estados Unidos, bajé por América. Estuve un año entero tocando la guitarra y con la mochila.

Ya había hecho los clásicos, la ruta de Perú, Bolivia y todo por ahí y otras más brasileras porque mi generación tenía un poco una conexión con Brasil. Ahora no sé si pasa tanto, en ese momento estaba en plena actividad con Caetano, Gil, todo eso. Estaba el rock de Brasil también, Legião Urbana, Titãs. Yo, como era músico, tenía también una fascinación con Hermeto Pascoal, por Gismonti, por eso viajé bastante por ahí.

Una cosa que me comentan mucho es que mi música acompaña viajes. Yo también viajé bastante cantando hasta que empezó todo este bardo. Entendí que mi esencia es así, entonces mis canciones contienen esa posibilidad. No todas las canciones son así y no va en la calidad de las canciones. Yo soy un grandísimo admirador de Mandrake Wolf y sé que él no ha viajado mucho a tocar y sus canciones no tienen eso. Hay otras que tienen una cosa más cosmopolita, pero por naturaleza porque si lo querés forzar no sale. Hay una cualidad en las canciones y las mías tienen esa, esa impronta.

¿Y la primera vez que tocaste arriba de un escenario? Te acompañó Eduardo Mateo…

Sí, fue acompañado por Eduardo Mateo y por Marcos Gabay, un contrabajista que también falleció, también de la familia. El toque fue insistencia de mi viejo que ya sabía que yo componía.

Fue una fiesta de celebración de un programa de radio que cumplía años. Me acuerdo que algún grupo de teatro interpretó alguna escena, que el poeta Elder Silva leyó unos textos. Me acuerdo de uno sobre Lennon que decía “Hoy mataron a un hombre en Nueva York”, algo así, que fue increíble.

Para eso fue que mi viejo me dijo que tocara mis temas con Mateo y con Marquitos y armamos algo. Fue mi primer toque y por suerte hay una foto. Se transmitió en directo, así que existe la posibilidad de que alguien lo tenga grabado. No lo estoy buscando, pero si llega a estar…

Ahí tocamos temas míos que ninguno llegó a ningún disco, pero que ya tenían un viaje de lo que siempre fui y de lo que soy. Esos temas ya tenían algo de lo que tienen los de ahora, no es que estaba en una y después me di cuenta que tenía que estar en otra.

Javier Noceti

¿En qué contexto llegó Rebelde, tu primer disco?

Estaba el plan de laburar mucho con la música, pero tenía otros trabajos con los que juntaba plata para viajar. Una energía vital fuerte. Ahí mandé un casette al Palacio de la Música con los temas y me dieron unas horas para grabar. Creo que fueron ochenta horas, si no recuerdo mal.

Eran ochenta horas para todo, para grabar, para mezclar. Todo en una era pre computadora. Eso lo comento bastante porque ahora es como de cajón hacer un demo en tu casa, aunque seas el más neófito con la tecnología te grabás en el celu una idea.

En esa epoca era un un casetero o escribir y pensar un arreglo, imaginartelo. Y juntarte no virtualmente con otros músicos. Es otro viaje grabar en cinta. Era un huevo editar algo y por suerte tuve esa experiencia en ese momento.

Casi sale en vinilo ese primer disco, creo que fui de los primeros que sacaron en CD. En el demo que hice para ese primer disco había dos temas que los hacía con Juan Campodónico cuando no existía el Peyote todavía. Yo lo conocía de la vuelta y ya tenía un poco ese rumbo más producer, que después es como se desarrolló. En la casa de sus padres él me ayudó a armar unas maquetas de ese primer disco.

Después, lo recuerdo como una fiesta, como una efervescencia increíble a la propia grabación. Lleno de gente el estudio y un caos fermental, inspirado. De una manera en la que jamás volví a grabar un disco, con tanta gente adentro, con tanto ida y vuelta y probando cosas, haciendo arreglos en el momento con el poco tiempo para terminarlo. Me acuerdo de esa noche de quince horas, cuando mezclamos el disco, que empezamos y lo terminamos.

Ese es un disco que en CD no me gusta escucharlo. No escucho mis discos, rarísima vez, creo que le pasa a la mayoría de mis colegas. Lo escuchaste tanto en un momento que después ya está.

Pero hace poquito la gente de Discomoda me lo consiguió en casette y se los canjee por otro que yo tenía. Lo escuché en casette y me gustó más así. Es como que pasa algo con la cinta, capaz que gira un poquito más lento.

Es un disco que más allá de los infinitos trastabilleos, tiene algo que no lo quiero perder, que lo quiero tener siempre. En los otros discos que he hecho he puesto el énfasis en distintas cosas. En alguno fue hacerlo más Hi Fi, como el “Plácido Domingo”, en alguno más de desplegar y tomar el control total como el “Evangelio”, en otros exagerar como en el “Temporada”. En otros fue hacerlo más mancomunado y cancionero como el de Kiko. El de “Somos libres”, lo hice sin pensar, no sabía que estaba haciendo un disco. El de Antolín es como una cosa más de misión, más allá de que alguien lo fuera a escuchar o no.

Este último es más minimalista, para que sea redondo. No siempre querés hacer un disco que tenga esa condición de perla, yo por lo menos. Si fueran todos así sería un desgaste.

Pero el primer disco no tenía ninguna idea, ningún concepto. No está producido por nadie. Por Dios, como dice Charly. Hay algo en esa ebullición que no quiero perder. Sigue siendo un referente para mí ese disco, que es el más bardo y el que menos puedo escuchar de todos los que he hecho.

Después compusiste para teatro y para Carnaval, ¿cómo es esa experiencia de componer algo para que encaje en otra pieza?

Está buenísimo. Para teatro lo he hecho ahora en los últimos años también. He laburado mucho con Anthony Fletcher, un director inglés que vive mitad de año acá. Está buenísimo ponerse al servicio de otra cosa, salirte de vos.

Ponerte al servicio de otro es aceptar la exigencia de la libertad que tiene la música. Y que es más grande que vos y que cualquier músico. Lo mejor que podés hacer es volverte lo más vasto posible para ella. No es como salir a buscar inspiración para una cosa nueva. Hacer música para teatro, sino volverte hacia donde tienda a ir. Es infinito.

Lo que puedo aprender ahora es hermoso. Para eso tuve que acceder a otro lugar y ahora son cosas mucho más sutiles y más difíciles de poner en palabras, o hasta de poner en acordes. Estoy muy agradecido a la música y también a la gente con la que me conecté que me permite seguir haciendo cosas y no quedármela solo para mí.

¿Y con respecto a la experiencia de componer para otro?

Poniéndote al servicio siempre salen cosas, es inagotable. Es divina la sensación. Es distinto ponerte al servicio de algo porque cuando componés, por ejemplo, para niños, es más evidente el rol que tenés porque es más delicado. Para cumplirlo bien tenés que estar relajado y no oprimido por darte cuenta que es un rol, justamente, delicado.

¿Eso es lo que te paso en Cantacuentos?

Claro. En un momento me di cuenta que lo que quería hacer en mis discos como adulto era componer lo que exponía cuando hacía temas para niños. Hay algo ahí que no lo tenía totalmente. Me enseñaron mucho y me enseñaron a componer.

Me di cuenta que había una forma que con ellos fluía de una manera y si lograba eso en mis canciones iba a estar satisfecho, feliz. Era un lugar nuevo. Me ayudaron. Calculo que hay mil maneras de ayudarte a eso porque depende de cada persona y de cada músico.

Es fascinante cuando hacés música para teatro. Cuando te ponés al servicio de alguien que no es músico tenés que seguirle la cabeza a alguien. Ahí ves cómo todo tiene ritmo, armonía y melodía. Hasta una charla lo tiene. Si te falla alguna de esas cosas no es tan interesante, tan entretenida. Esto es lo mismo que con una canción.

Hay cosas que cumplen un rol fundamental y que no las podés poner en palabras. Entonces, por eso podés componer bajo las riendas de alguien que no es músico, porque si tiene ritmo, armonía y melodía tiene todo. Si tiene ese triángulo virtuoso ya está. Te ponés al servicio de él y aprendés. También tocar con alguien, que ya no lo hago tanto, pero es estar en otro rol. Le seguís la cabeza y aportás cuando tenés que aportar.

Producir tiene otro viaje también, es más de inmolarse. Te entregás a una causa, siempre. Después, en estos años toqué mucho a dúo con otra gente y de todos aprendí cosas. Vi herramientas y todas me las traje. Ninguno de ellos está invitado, ponele, a mi último disco. No tendría sentido porque lo que me dieron que me hacía falta ya lo interioricé. En ese sentido estudio permanentemente hasta el día de hoy.

Compartiste escenario con grandes de la música, pero también tocaste en cruceros, ¿qué te aportó haber tocado en lugares tan diferentes?

Te da bagaje, te da peso en el escenario. Primero que tocar en vivo te vuelve mejor músico, eso es una realidad. Hay una pata fundamental y un aprendizaje que solo se da ahí en el escenario. Se da también en una variedad de escenarios, como en la variedad de géneros y de instrumentos. Suma tocar en un teatro divino lleno con el sonido mágico y suma tocar en un boliche al que fueron tres personas y que tenés que hacerlo igual. Probablemente aprendas algo ahí.

Yo en el crucero tocaba todas las noches, seis pases por noche con un horario súper estricto, música para bailar merengue, salsa. Primero que nada aprendí que la música para bailar se entiende si la bailás. Si no te comportás acorde a ella obvio que no vas a conectar con ella.

Ahí tocábamos y toda la gente estaba bailando, pero era súper estricto. Se acababa el horario y parabas. Aunque la gente te pidiera que siguieras porque estabas en el medio de Suavemente, había que cortar. Al mismo tiempo, también tenés que tocar aunque no haya nadie. Ahí te fijás en cómo tocas, en tus dedos, tu postura, en cómo toca el otro, en cómo te mirás.

Javier Noceti

En el 2000 vino tu disco Plácido Domingo y la Rolling Stone lo clasificó muy bien, ¿qué te aporta como músico las críticas de los grandes revistas o medios?

Cualquier muestra de cariño es bienvenida. El valor que tienen es relativo porque, a veces, es alguien desconocido que viene y te cuenta algo muy increible y nada más. No sabés el nombre ni lo viste nunca más. Y eso te da una manija, una emoción y un agradecimiento enorme.

Cuando viene de algo más institucionalizado no hay que tomarlo no con una agravía excesiva, pero tampoco con un desdén. Es erróneo creer que uno de los dos extremos es correcto.

Yo soy el mayor crítico de mí mismo. Yo sé, capaz que a un grado que no puedo ni contar, en qué disco y en qué tema llegué cerca de a donde iba. Cuándo llegué a otro lugar y era mejor. O cuándo llegué a otro lugar que no era el que quería ir.

Todo pasó por mi filtro que te aseguro que es súper estricto. Entonces, si eso después tiene un aval de más gente, si más gente piensa que está buenísimo, bárbaro. Pero si mucha gente piensa que está buenísimo algo que yo pensé que no estaba como quería, va a seguir no estando como yo quería.

Y si nadie se da cuenta de algo que yo pienso que es una gema, voy a seguir pensando que eso es una gema. Entonces, está bueno recibir el cariño.

Después, obviamente el arte no es una competencia. Por eso, son aborrecibles todos esos programas tipo La Voz, America´s Got Talent. No quiero hablar de eso porque me dan ganas de vomitar.

Al mismo tiempo, no hay un desdén en el cariño, creo que está buenísimo. Confío en las cosas que están buenas y después pasan a otro lugar, eso para mí vale y se basta a sí mismo. Vence todo. Por eso, a veces no estoy tan de acuerdo cuando se quejan de lo incomprendido que fue tal genio y que la gente no se supo dar cuenta. Las cosas siguen su camino. Depende de un montón de cosas y la que tiene que aflorar, aflora. A veces, es al instante porque se dan factores coyunturales que hacen que todos nos demos cuenta, como los Beatles.

Confío en lo que tiene que llegar. Tengo un tema que no quedó en el último disco, creo que la voy a grabar en el próximo, que tiene un verso en arameo que dice algo como “nene, si sos feo probablemente es tu culpa”. Por ahí viene, está en vos en realidad.

¿Y a artistas como Mateo o El Príncipe que en su momento no eran tan populares, les dirías eso?

Son diferentes, bien distintos. Se tiende a asociarlos, pero son bien distintos los dos. También increíbles los dos. Los músicos son los que los veneraban. Todos los de su generación intentan cantar como Mateo. Su música, si la escuchás ahora, es verdad que estaba adelantado. Escuchás La mosca ahora y parece un disco de ahora. Lo podría sacar, no sé, Drake.

En el caso de El Príncipe es al revés, para mí. Sus temas eran temas de toda la vida, la magia que tienen es que parece que existen de toda la vida. Los de Mateo no, parece que existen de otro planeta, no sabés de dónde salieron. Es distinto el pegue.

Creo que ahora hay una sensibilidad más propicia a entender esa “simpleza” que tiene El Príncipe, que usa los acordes de toda la vida. Son los de toda la vida, de los jazzeros, y las palabras también. Ahora es un momento más propicio. En el momento en que el loco tocaba estaba Opa, Mateo, todos haciendo cosas más carajeadas. Entonces, es difícil percibir esa belleza increíble que tiene su música. La de él no era adelantada, estaba atrasada. Estaban en momentos diferentes.

Después pasaste a grabar algunos discos con Lovemonk en España, ¿cómo llegaste ahí?

Ese fue otro momento emocionante en mi vida musical. El último disco lo hice con ellos, a medias con Montevideo Musica, igual que con Los Años Luz. Fuera de esos fueron dos.

Con Ir y volver me fui para españa, años después de mochilero con Martín Morón, a tocar en la calle. En un toque estaban los de Lovemonk y alucinaron y reeditaron el disco allá, cuatro años más tarde. Fue el disco del verano para diversos medios de allá. Para mí fue divino decir, “ta, teníamos razón”. Era un disco de hacía cuatro años para gente de otro país, que saca discos como gente de Inglaterra. Creo que sin duda eso me empoderó para hacer El evangelio.

¿Por qué te fuiste desde Uruguay a España y no a otro lugar?

Fue una conexión. Estábamos tocando con Martín Morón un día de los enamorados en el Cabo Polonio, en un lugar muy chiquitito. Terminó el concierto y vienen dos espaloles emocionados, habrá sido en el 2000. Nos dijeron que cuando quisiéramos ir a España nos quedábamos en su casa. Los vimos esa noche a las tres de la mañana, quince minutos. Y nos fuimos para allá. Caímos y no nos acordábamos ni de cómo eran las caras. Ahora son de mis mejores amigos los dos.

Que me haya ido a España es muy azarozo, pero también me fui porque me dediqué a lo que hago.

Sos de hablar bastante en los shows que hacés.

En los toques cuando toco solo hablo bastante. Cuando toco con la banda no, hablan los instrumentos. Es muy común que la gente se confunda, y es la magia que tienen las artes en vivo como el teatro, que te cae bien un actor. ¿Cómo te va a caer bien si está actuando? No sabés nada de él. Funciona la fantasía.

Entonces, a veces me bajo y me dicen para seguir charlando de todo eso que estaba hablando y yo quiero hablar de fútbol, o de nada, o de tomar un vinito.

En 2009 aparece el DVD en vivo con los Bochamakers, ¿verdad?

Está bueno porque capturó algo que no siempre se captura, que es una banda en el epítome de la combinación de sus elementos. Se grabó la banda en vivo que éramos Mateo Moreno, Martin Ibarbourou, Nico Ibarbourou y yo, los Bochamakers originales.

El DVD captura eso, los Bocha tocando en ese momento. En esos tiempos estábamos claritos, estábamos enamorados mutuamente. En su momento me negué a sacar eso en vivo porque los discos en vivo no me copaban. De hecho, saqué uno después, pero porque no me di cuenta lo que estaba haciendo. Pude concentrarme en el hecho que era dar un concierto y cumplir una función.

En términos generales, ¿qué busca tu obra? ¿Hacia dónde va o qué quiere comunicar?

En principio, no es que busque algo puntual. En ese sentido es como tocar, me parece. Para componer no es que agarrás y decís “voy a hacer un tema”.

No se si me propongo a dónde va, pero sí hay ciertos elementos que si le falta… Son un poco abstractos de explicar. Tiene que tener misterio, lo veo como un hermano de la inteligencia. Hay un triángulo entre misterio, inteligencia y cariño que tiene que tener. Ninguno de esos tres vértices van en detrimento del otro. No por haber una sapiencia en el armado igual tiene que incluir el misterio, lo elijo a veces, si es que él se presenta. Después, hay temas que es más obvio que ese cariño está. Hay otras canciones que son más ásperas, que me parece que también lo tienen que tener, sino es como que estás solo en tu mundo.

A veces, me parece que hay como una vergüenza, no sé si se llamará empatía eso, al abrirte, a la sonrisa, al quedarte flojito. Tener vergüenza es un poco como no tenerte fe o creerte demasiado. Cualquiera de los dos extremos es anti musical. También hay una cosa que dice Urbano Moraes que es que si tocás para la música, es una falta de respeto tocar para la gente. Entiendo su punto también.

Se forma otro triángulo, para llegar ahí no es línea recta el camino. Eso es un error común, el quiero conectar contigo y te digo “acá estoy, mirá”. Si te basás en la música, es como un satélite, va a conectar con el que tenga que conectar. Podría seguir, pero estas verdades que te dije están bien.

Después toco y compongo, y busco entusiasmarme. A veces me dicen que siempre estoy buscando salir de mi zona de confort. Y ni ahí, al revés, quiero estar lo más confortable posible, solo que mi zona de confort muchas veces incluye estar en un lugar nuevo para mí. Eso me mantiene entusiasmado, me hace aprender, me hace dilucidar un enigma musical. Esa es mi zona de confort, no es que lo haga adrede.

Javier Noceti

¿Cómo te lleva aquello de estar tocando con aforo limitado, pase verde, tapabocas?

He ido a conciertos en teatro y he visto a shows preciosos. Lo anti musical era el tapabocas ahí. Después, se suma el absurdo que te hace calentar, pero hay que usarlo a tu favor.

Por eso, ahora toco en lugares donde hay barra porque ahí se puede tomar una cerveza y eso, mágicamente, genera un cono de protección virósica alucinante. Lo prefiero porque, por lo menos, pueden cantar un poquito o les puedo ver las caras.

Mi postura y mi pensamiento respecto a toda esta movida de el pase verde es que tenés que ser un malabarista retórico para defenderlo y decir que está bien cuando es ante algo que no es obligatorio. Por ese lado, me parece que está mal.

Al mismo tiempo, toda la postura de decir, “yo así no toco” es antimusical. No tocar es antimusical. A menos que hagas un silencio en medio de una canción, va en contra de la música, que es a lo que yo me dedico y a lo que muchos otros también. Entonces, esa postura solo la podés mantener si sos Clapton y ya no solo podés vivir sin tocar, sino que ya tocaate lo suficiente. O si estás en un estrato más under, entonces laburás de otra cosa y tocás, pero lo vas a seguir haciendo medio clandestino, pero no te va a cambiar tanto en nada.

Siempre cito a Carson MCcullers, que es una escritora que decía, “escribo para ganarme la vida y para ganarme el alma”.  Es lo mismo, necesito tocar para vivir, pero también para vivir.

Pero también para ser mejor músico, porque sos mejor músico si tocás. Si decís “no toco”, perdés vos, te autocancelás.

Hace poco salieron los nominados de los Graffiti y encabezaste varias de las categorías, ¿qué te indica eso con respecto a tu último disco?

Sobre el disco, tuve una devolución potente que recibí casi que al toque. Al disco lo editó Lovemonk en España, acá Montevideo Music y Los Años Luz en Argentina, pero hay reseñas de Estados Unidos, de Cuba, de Alemania. Todas son muy originales. Todas tienen como un vuelo poético.

Como músico, una cosa linda que veo es el paso del tiempo. Yo en estos años he laburando con Kiko Veneno, con Cabrera, gente más grande que yo y de otras generaciones. Se bastan a sí mismos, pero les hace bien juntarse con otro que puedo ser yo, eventualmente, y a mí me hace bien juntarme con ellos.

Ahora que veo el tiempo transcurrido, me pasa lo mismo con las generaciones más jóvenes. He hecho toques, juntadas, charlas. Capaz que me hacen un comentario nada más, pero me conectan y me nutren, aprendo yo también de ellos y miro un poco cómo lo miran ellos. Eso es divino y te lo da el tiempo.

Con los premios, en particular, me parece que la música no es una competencia, lo sé de verdad. Que es mentira que todo es subjetivo también lo sé, hay parámetros y cosas para valorar. También sé que es un placer humano hacer listas de cosas y la lista que hacés, a la semana la estás cambiando y cambiaron los puestos. No hay que olvidarse de eso.

Por eso, también es un error caer en decir que no me importa nada porque es lindo tener un premio, te pega bien. Pero no puede ser una distracción a tu cometido. En estos premios es divino porque el disco resuena en otros. Si me dan alguno, brindo esa noche. Si no veo ninguno, probablemente brinde también esa noche y al día siguiente voy a seguir laburando.

Ahora estás con un tipo de show diferente en PYG, ¿cómo surgió ese show que tiene que ver con ser DJ e incluso con la poesía?

Esto lo empecé en España con una radio online española. La dirige una mujer que es la mayor coleccionista de vinilos de música latina en el mundo. Es una española que vive en el Escorial, fuma unos habanos, una casa que es una mansión de esas que corres las bibliotecas y hay más vinilos, todo a su temperatura con cámara hiperbárica.

En un momento, armó su radio online con músicos o periodistas de diferentes países y de diferentes palos. Pasaban música colombiana, flamenco, otro pasaba música africana. Lo mío era más “vale todo”. Eso lo hice unos años y paré para grabar. Volví a hacerlo ahora en Lovemonk que tiene una radio y se sumó PYG a la propuesta de hacerlo en vivo.

Tiene ritmo, tiene armonía y melodía, es un poco como un concierto solo que no toco temas míos. Eso está buenísimo porque elijo una cantidad infinita de música increíble. El único filtro es mi entusiasmo. Después, es compartirlo, entusiasmo a otro. Paso divino haciéndolo y tengo un ida y vuelta divino. Es algo donde se hace más evidente el factor de propensidad al pensamiento y a filosofar. Es una palabra que, a veces, queda media pomposa, pero es lo que es. Pensar y llegar a lugares a los que no ibas habitualmente. Entonces, es eso, pongo música, hablo al respecto de ella o a partir de ella, me sumo a ella, aprendo con ella. Estudio también para que el grado de porcentaje de inexactitudes o bolazos sean mínimos. Un poquito está bien que haya, pero tiene que ser un poquito.

¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?

Es un clásico. Los hijos, tengo dos hijos. Después, sí, tengo muchos momentos de epifanías por suerte. Epifanías en el sentido de que en ese momento por diez segundos encontrás la respuesta a una pregunta que quizá ni sabías que te estabas preguntando. Y te das cuenta que es muy simple esa respuesta. Te la olvidás al minuto, pero te queda el sabor.

Sabés que eso pasó por vos y pasás la vida buscándola, y la manera de buscarla es hacerse el distraído. Pero es los hijos, sin duda. Es muy recomendable. Que cada uno haga lo que quiera y lo que pueda, pero recomiendo mucho.

¿Cuál fue el día más triste de tu vida?

El primero y el más lógico que se me vuene sería cuando murió mi padre, aunque no lo tengo nada asociado como un día horrendo ni nada así. Obviamente que fue triste, pero fue medio epifánico también.

Uno no puede pedir intensidad y después quejarse. Yo estaba pidiendo algo potente, algo que me cambiara y fue así. Entonces, no lo asocio únicamente con la tristeza, sino con algo superior por la relación de padre e hijo, por la relación familiar, por ver el núcleo de amigos en tu vida rodeando eso y estando en esas situaciones. Podría estar hablando de esto un buen rato porque es súper emocionante.

Algo que la vida te haya hecho aprender a los golpes.

No sé, pero sin duda ese ímpetu que tenía en la adolescencia se fue resquebrajando, golpeando y vuelto a levantar. Me parece que inevitablemente ahí confiás menos en esa omnipotencia, un poquito menos nada más. Después, creo que cualquiera es capaz de hacer cualquier cosa. Eso lo sigo creyendo.

Ahí lo que te das cuenta es que cualquiera puede hacer cualquier cosa, pero nadie puede ser lo que no es. Al final es eso, esa sutil diferencia es la que va.

¿En qué momento de tu vida sentiste mayor libertad?

Se me ocurren dos. Primero, uno de esos viajes medio iniciáticos que también son clásicos. El otro es la música y a partir de cierto momento. En cierto modo, coincide con un viaje de ida a España y con la muerte de mi viejo, cuando se me acumula lo bueno y lo poderoso de otro. Lo percibí claramente que se sumó a mi música también. Noté clarísimo, al toque. La música es un territorio para eso.

¿Qué es lo más valioso que tenés?

Los vínculos, me parece. Eso es lo que más atesoro. Los familiares, los románticos, los filiales, los amistosos Y con gente que no conozco tengo una conexión a través del vehículo que conduzco que es la música. Es muy emocionante y aprendo de todos.

Están los más obvios, que es aprender de tu hijo, pero los otros también cumplen esa función. Idealmente, se retroalimenta todo, es recíproco.

Si tuvieras que juzgar tu propia vida, ¿irías al cielo o al infierno?

Estoy del lado del bien y son consciente de eso. Eso incluye ciertos errores, cientos de macanas. Es mentira eso que te dicen que si pudieras volver atrás y hay como una respuesta estándar que dice que no porque todo lo que son los hizo.

Yo cambiaría de todo, sería una posibilidad mágica. Aunque sí estoy de acuerdo que eso incluye el aprendizaje, dar en la diana y fallar.