Fotos: Javier Noceti | @javier.noceti

Su padre fue a buscar el resultado porque su madre estaba asustada. Después de haber perdido un hijo de dos años, había tenido un embarazo tranquilo pero con preocupaciones. Esperaba sentada en el auto en la Plaza de la Democracia y, cuando salió su marido, venía haciendo un símbolo de "V" con los dedos.

Enseguida pensó que era una "V" de victoria, pero al acercarse entendió que quería decirle dos. Iba a tener mellizos y se enteró doce días antes del parto por un estudio. Se bajó del auto, se abrazó con su marido y otra pareja desconocida se sumó al festejo.

Uno de esos dos fue María Gomensoro. Nació con un mellizo varón que condicionaría el tipo de juegos que le gustarían: el fútbol, el skate, la bolita. Se despertó, casi todos los días hasta los 17 años, junto a su compañero de juegos. Creció con muchos otros niños en Carrasco, cuando los barrios eran barrios y los niños vivían jugando en la calle.

Su casa, que siempre estaba puertas abiertas a los amigos y a la familia, tenía un estar que fue protagonista durante los años en los que creció María. Su padre era cinéfilo y apasionado de la música y hacía sus propias películas de paisajes. Al principio las reproducía en el cine de Shangrilá y, después, en su casa. Todo pasaba en ese estar: las tertulias, las reuniones familiares y, sobre todo, las películas.
Cuando no existía el concepto de home theatre, el padre de María ya había armado el suyo propio. María esperaba que llegara algún tío a cenar para colgarse con sus conversaciones y pasar a una de las películas que su papá tenía guardadas para sus invitados.

Su padre, además, fue una de las dos primeras personas en tener antena parabólica en Montevideo y en poder ver canales de todo el mundo. A la casa de María iba la selección de básquet uruguaya, vestidos de traje, a ver los partidos de la NBA como parte de su formación deportiva.

Las maestras y profesoras que llamaban a su madre le decían que si María pusiera la misma energía en los sociales que en los estudios, sería brillante. Pero tenía esa necesidad de saber qué estaba pasando con sus compañeros de colegio y de liceo. Era esa época cuando todavía no existía el celular.

Aunque inquieta y divertida, María tiene una dualidad que arrastra hasta hoy: es bicho de su entorno. Cuando sus hermanos se casaron, ligó un cuarto para ella sola y ahí grafiteó sus paredes, colgó una hamaca paraguaya y pasó muchas horas ahí dentro.
Ahí se la podía encontrar hasta que algún amigo del barrio le gritaba por la ventana y enseguida aparecía en la esquina de su casa. Siempre le gustó la acción y, quizá, por eso haya pasado 23 años entrevistando personas en los medios uruguayos.

Después de 23 años haciendo entrevistas en medios, ¿te acordás cuál fue la primera?

Una que le hice a mi hermano. Hicimos un piloto del programa Estilo. Le habían hecho la película del Curro Giménez en Uruguay y le habían dejado todo el vestuario de la película para hacer un remate en Gomensoro. Le hice una entrevista por eso. Después, hice millones. Dentro de las memorables está la nieta de Gandhi, que la trajo la Compañía del Oriente, a los Beach Boys... cosas insólitas.

Estilo fue tu primer programa, ¿cómo llegaste a la televisión?

Nunca tuve pensado meterme en televisión. Yo quería estudiar Diseño de Interiores e iba por ese camino. Incluso, capaz, hasta rematadora, aunque había una cláusula en la que no aceptaban mujeres y era una lucha que estábamos dispuestas a dar con mi prima Josefina.

Mamá me mostró videos de en los que yo, de chica, agarraba la grabadora y salía a hacer entrevistas por la estancia a la peonada laburando. Se mataba de risa porque yo era la movilera, pero nunca me lo imagine como una profesión.

Cuando me fui a casar por primera vez, contraté video. Los que hacían el video me dijeron que iban a hacer un programa para Canal 10 que iba a ser de diseño de interiores, de historia y de arquitectura. Y fue Estilo, con Sole Ortega y Andrea Menache. Así entré. Y me empecé a dar cuenta que no me daban los tiempos para hacer una cosa y la otra bien, entonces me enfoqué en la comunicación que me empezó a fascinar. Así empecé a aprender de los que me rodeaban.

¿Después por dónde pasaste?

Estuve 5 años en Estilo y el programa fue mutando. Después me fui a vivir 3 años a Estados Unidos. Cuando volví, me propusieron hacer un programa parecido a Estilo pero con otras herramientas y yo no estaba para volver a eso, había sido una etapa. De la misma forma que se había hecho en ese momento, yo sabía que no se iba a poder volver hacer porque Estilo era un programa que se hacía con mucha gente: con ochenta horas de edición, con dos camarógrafos, tres iluminadores. Era una gran apuesta de producción.

Después de unos años yo no había vuelto a la tele y la llamo a Agustina Chiarino para decirle que estaba para volver. Ella estaba en la producción de Canal 10 y me contactaron con la producción de Consentidas. Me entrevistaron y no daban ni dos pesos, me lo confesaron. Yo estaba muy desprendida del entorno y para estar en los medios tenés que estar conectada, no solamente con la noticia sino con la temperatura de la gente, entender la temperatura social.

Entonces, me metí en Consentidas haciendo radio y tele con Emilia Díaz y Caro García. Duré 13 años ahí. En un momento pasé por el Canal 12, con un programa que se llamaba Vamos con Clarita Berenbau y con Iñaki Abadie.


¿A la radio como llegáste?

Consentidas radio empezó en el 2006, yo me integré en el 2008 y me fui en el 2011. Fue un programa que se hacía de tres horas semanales, con mucho contenido porque no pasábamos música. Ahí empecé a hacer mis herramientas, y la radio me atrapó. Es el medio con el que más me identifico, el que más me gusta y creo que es el que va a perdurar para siempre.

Hoy lo tenemos en modo podcast y en modo on demand, pero la cercanía de la radio y la comodidad de poder llevarla a donde vos quieras es muy poderosa. El otro día escuchaba a los sobrevivientes de los Andes, imaginate si tendrá poder la radio que pudieron rescatar una Spica y era su conexión con el mundo.

Una vez que se bajó consentidas radio pasamos a ser solo un programa de televisión. En un momento, las chicas de Así nos va, que eran Vivi Ruggiero y Pato Madrid, se sumaron a Carve. Eran dos mujeres cuando nosotras, la comunidad de comunicadoras y periodistas, estábamos muy invisibilizadas. De golpe empiezan a pisar fuerte estas dos mujeres y se empezaron a sumar voces. Y me vino como una nostalgia, yo quería estar en esa ola y puse un twit que decía que me daba nostalgia, arriba de la bienvenida que les daba a Vivi y a Pato.

Carina Novarese captó ese mensaje y le escribió a la productora de Consentidas para ver si a Consentidas le interesaría ser parte de la programación de Carve. Nos reunimos con la dirección de Carve y la propuesta había sido de entrar con Consentidas. Sara dijo que no, Emilia no estaba muy convencida, y yo no paré hasta lograr el objetivo de volver a la radio.

No se iba a llamar Consentidas porque el proyecto tenía que ser nuestro y le pusimos Recalculando. Volvimos a un espacio que había sido nuestro, pero ya más grandes, con otra cabeza. Emi me acompaño de agosto hasta diciembre, cuando empiezan a cambiar las realidades económicas de la radio y Emi dijo que no. Yo dije que quería seguir a toda costa.

La radio no confió mucho en mí. Era un programa de dos horas y pensaron que para una comunicadora sola podía ser mucho. Se propuso una estrategia de buenos columnistas y armar muchos contenidos, bien picaditos, para no perder el entretenimiento. Empezamos a marcar una forma de hacer radio divina, y le pusimos una impronta que a mí me gusta llamar como periodismo social. Era magazine con periodismo social.

Muchas de las cosas que quedan en los programas de la mañana que tienen que ir con la coyuntura se pierden de ahondar en el impacto que tienen algunas políticas públicas y nosotros con el magazine de la tarde, en una radio como Carve que llega a todo el país, que tiene oyentes con tantas realidades diferentes, que alimentan, nutren y hacen a esas políticas públicas, nosotras las visibilizamos con nombre y apellido.

Por eso, para mí es fundamental el rol de la radio como yo lo concibo y como era Recalculando. Pudimos seguirlo con mucho entusiasmo hasta que se bajó la cortina con mucha pena un 19 de marzo con la pandemia. Me dolió muchísimo y me sigue doliendo, pero son las reglas del juego.

¿Luchaste con el prejuicio de ser de Carrasco?

Yo no lucho con el prejuicio de ser de Carrasco porque yo también tengo prejuicios. Es lógico que me saques una ficha. Yo también saco fichas. El tema es que yo no me quedo con la ficha. Yo voy más allá. El prejuicio y el resentimiento es dolor, alguien en algún momento te hizo doler y por eso vos te subyugas y encarás a esa persona con el común denominador de alguien que te hizo sufrir por ser distinto o venir de cierto lugar.

Yo quemo la ficha, conmigo siempre tenés una oportunidad. Me parece que ese es el ejercicio que tendríamos que hacer todos para ser mejores, y más cuando estoy delante de un micrófono. Con lo que no transo es con los fundamentalistas, con las personas que leen solamente un libro.



Desde que terminó Recalculando y saliste de Consentidas apareció una María nueva.

Me liberó mucho. La libertad está buena pero te enfrentas a un abismo. Me dio miedo en un momento, pero empecé a entender que dentro de esa oportunidad podía quedarme en el campo porque mis hijos estaban allá, volví al campo y a conectarme con sus tiempos.

Además, me propuse seguir con el blog que lo tenía suspendido. ¿Por qué necesito un medio si yo tengo mis medios? Tengo mi nombre y tengo mis redes. Hice el blog e hice la página y todo lo que yo creía que estaba bueno y que podía visibilizar. Encontré el lugar para ponerlo.

Con la pandemia me sentí como soldado entrenado para desembarcar en Normandía y, en el momento del desembarco, me dejaron en la base. Si no podía estar contando los hechos, podía estar ayudando desde otro lugar. Me enriqueció muchísimo porque conocí realidades que quizá no hubiera conocido. Trabajé con Denise Legrand y la vi trabajar y sudar con Nada crece a la sombra y las personas privadas de libertad.

Son oportunidades de ver y percibir. Eso te enriquece mucho más y, el día de mañana, cuando me toque hablar de algo lo voy a poder hacer con mucha más empatía y propiedad. Nunca es tiempo perdido.

Desde que empezó la pandemia hiciste tu blog, te cortaste el pelo y empezaste a conducir un programa que se llama Poderosas, ¿te sentís poderosa?

Me empoderó la libertad. Soy muy agradecida, tuve muy buenos maestros y aprendí mucho, pero sentía que, y volviendo al prejuicio, quizá la gente se quedaba con una sola cosa de mí. Para mí Consentidas me estaba mostrando desde un solo lugar, aunque eso no quiere decir que hice solo Consentidas durante 13 años.

Participé de blogs con columnas, hice radio rural, soy productora rural. Se lo he propuesto a algún productor de canal 10 en su momento y no me sentí recibida o con ganas de que me quieran conocer un poco más y explotarme un poco más.

Me empecé a repetir y no me era un desafío ya. Me estaba costando y, cuando te cuesta, comprometés el desempeño de un equipo. Eso fue lo que sentía en Consentidas y hace tres años que lo venía sintiendo. En ese sentido, me empoderó la libertad de poder mostrarme y no conformar a nadie. Me animé más cuando no tuve que rendirle cuentas a una radio o a un canal privado que levanta el teléfono y te dice que no digas alguna cosa. Es liberador.

¿Qué te dejó Poderosas?

Me sigue sorprendiendo la cantidad de denominadores comunes que hay entre tantas mujeres que hacen tantas cosas, invisibles y visibles. Poder entrevistar a Ida Vitale desde su casa me hizo entender el concepto de la humildad de los grandes. Aprendí mucho de eso.

A todas las guerreras y poderosas que entrevistamos, no hay puerta que se les cierre que signifique el fin. Las oportunidades las tenemos que generar. Eso fue lo que aprendí y lo que estoy descubriendo en estos meses, que no me deja de sorprender.
Es una forma de hacer televisión que no está permitida en la televisión de los canales privados, porque tienen que cumplir con un cliente o un objetivo, y se pierden de la posibilidad de hacer este tipo de televisión.



¿Un sueño por cumplir?

Millones. Uno que cumplí, que me encantó, me llamaron de ABC de Good Morning America para hacerles un informe de las escuelas rurales. Vi mi producto y mi gestión en un informe de los países que pudieron, con la pandemia, apostar por la educación. Me presentaban los anchor de Good Morning America que para mí son ídolos.

Me encantaría algún día estar sentada ahí tipo Christiane Amanpour, haciendo ese tipo de programa. Ese es mi sueño.

¿Tu recuerdo más triste?

Cuando mi papá me dijo que mi mamá estaba enferma de cáncer. Ese día se acabó todo, la vida como yo la conocía. La María de veinte años totalmente metida adentro de un tupper se disolvió y quedé a la intemperie y sabía que me iba a tener que hacer cargo. Fue como un shock de realidad.

¿Y el más alegre?

Tengo miles. Un gol en hockey o un partido ganado. Recién, bailando con mi marido que pusimos música, hicimos un asado y bailamos la música de los ochenta que nos gusta a los dos. Nos matamos de risa y mis hijos muertos de la vergüenza. A los momentos felices hay que construirlos.

¿Una persona maravillosa que hayas conocido?

No hace poco, ayer. Fui hasta la casa de Evangelina, que trabaja en el proyecto Quimio con pelo. Vive con su mamá en una casa que se acaban de comprar en San José y hacen los cascos para las personas que están pasando por la quimioterapia. Con estos cascos no pierden el pelo. Con lo poco que tenían, estaban dedicando su tiempo para que otros puedan ser felices. Las vi a armando sus cascos, donando su tiempo. El tiempo que tenemos es lo que no tiene precio, no hay valor, una cuenta de Suiza no le puede poner precio a tu tiempo y estas mujeres se lo donan a otros.

¿Un libro de cabecera?

La casa de las siete mujeres. Son novelas históricas que me fascinan. La historia se centra en la historia de Manuela, que se enamora de Guiseppe Garibaldi. Habla de que las revoluciones independentistas de América Latina, de la época colonial, pero también del rol de la mujer que quedaban al mando de esas fazendas haciéndose, cargo de todo. Los hombres estaban en la guerra, pero las mujeres eran las que sostenían, las que cortaban el bacalao. Al final, los que terminan estando arriba de los monumentos son los hombres pero atrás de todo eso también hay mujeres.

Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?

Al cielo. Estoy en paz. Yo creo en cuando uno hace las cosas, en el acierto o en el error, pero con amor. Seguramente yo haga sufrir gente y gente me ha hecho sufrir a mí, pero sé que siempre intenté partir desde la bondad. Me cuesta mucho comprender la maldad del otro y enfrentarme a la maldad de otros, me corro. Quizá la nueva María no se corrió más, pero me voy tranquila desde las buenas intenciones, porque me considero buena gente.