Contenido creado por Cecilia Franco
Personas

personas

Marco Giorgi: “Mucha gente compara al surf con el golf porque es un deporte muy técnico”

Año de nacimiento: 1988. Lugar: Montevideo. Profesión: surfista profesional. Curiosidad: su primera casa se llamó Hanalei, en honor a una playa a la que fueron sus padres en Hawaii

21.04.2021 12:01

Lectura: 15'

2021-04-21T12:01:00-03:00
Compartir en

Por Federica Bordaberry

Toda su infancia transcurrió a tres cuadras de La Balconada, una de las playas de La Paloma. Creció con un hermano cinco años mayor y con una hermana dos años menor. Él, el del medio, no se portaba ni mal ni bien, pero siempre andaba trepado a un árbol o a un techo.

Sus padres eran, en realidad, de Montevideo. Les gustó la vida lejos de la capital y se fueron a La Paloma, donde Máximo tenía unas cabañas que alquilaba en verano y Patricia era profesora de inglés.

Marco Giorgi recuerda que su madre era un poco desastroza en la cocina, porque dejaba quemar algunas cosas, pero que su padre preparaba unas ensaladas muy ricas de las que él participaba. En su casa en La Paloma había dos pastores alemanes. Uno, cuidaba a los niños y el otro acompañaba a su padre para todos lados. Pero cuando se iban a surfear, se subían los dos a la caja de la camioneta roja y se iban también.

El padre de Marco era surfista y su hermano, desde chico, ya había agrrado las ganas y el amor por el mar. Si uno tenía una técnica más old school, el otro tenía una un poco más radical.

Por esos días, a Marco le gustaba el frío, pero le tenía miedo al viento. Cuando venían las tormentas grandes, se asustaba. Pero eso era lo único, al resto de las cosas no le hacía asco. Durante dos años se negó a aprender a andar en bicicleta porque le gustaba correr y corría hasta la escuela. La túnica y la moña las odiaba, siempre la llevaba un poco rota y, cuando se la lavaban, la odiaba aún más. Estaba blanca, casi nueva, pero a Marco no le gustaba y la prefería más usada, más vivida.

Fue ese mismo niño el que logró juntar el amor que tenía su padre por el surf y la evolución de su hermano en el mismo deporte. Pero no lo empujaron nunca, él empezó solo y se paró en el agua, por primera vez, en un morey.

Su primera tabla fue la misma en la que su hermano aprendió, una tabla 6´3´´, medio vieja y medio grande, de color amarillo. Esa no duró mucho, porque enseguida pasó a otras, pero fue la primera.

A medida que empezó a crecer, iba seguido a Los Botes, Zanja Honda, la Laguna de Rocha y a La Pedrera. En el mar se sentía cómodo.

Pero a los once años cambió todo.

El verano de 1999 no fue bueno para las cabañas de su padre. Teniendo dependencia al turismo argentino, y por el contexto de crisis económica y política de ese momento, el invierno para los Giorgi significaría poco dinero.

Por eso, se mudaron a Garopaba, en Brasil. Se mudaron de una ciudad chica a otra, aunque esta no les era ajena, la conocieron durante varias vacaciones de Julio, cuando le escapaban al invierno uruguayo.

Marco dejó atrás a sus amigos, a su ciudad y a una infancia que lo había hecho muy feliz. Y se enfrentó al portugués. El primer día de clase con una profesora que solo hablaba portugués no fue fácil. Estando ahí, se mudaron a una casita cerca de la playa que tenía árboles bien grandes en el patio. Después de eso, fueron picando. Cada tres meses, más o menos, se mudaban y así estuvieron hasta que Marco tuvo dieciseis años. Vivieron en todo Garopaba.

Los primeros años le costó terminar de adaptarse porque volvían los veranos a La Paloma al negocio de su padre. El invierno allá y el verano acá. Cada vez cruzaba la frontera, revivía el extrañar de vuelta.

Pero Marco ya surfeaba bien y, siendo el surf una herramienta para aproximarse, se fue acomodando. Pasó de las olas inconstantes en Uruguay a poder surfear casi todos los días en la ciudad donde vivía.

Si en los campeonatos uruguayos de juniors le ganaban solo uno o dos, y a veces, en Brasil le ganaban casi todos. A partir de los 14 años entendió lo que se necesitaba para ser surfista profesional y allá fue. Empezó con campeonatos más locales, en Río Grande do Sul, donde vivía a sandwiches que se hacía en su casa, porque los pesos eran contados, y volvía con premios. Eran tablas, que usaba o vendía para hacer un poco de plata.

Lo profesional y los contratos vinieron después. De a poco, con perseverancia y con mucha voluntad, Marco se fue volviendo surfista profesional y llegó a los campeonatos donde concursan los mejores del mundo. Siempre representó a Uruguay y estando entre los diez mejores surfistas de América del Sur, hoy puede vivir del surf.

Te codeaste con los mejores del mundo en varias oportunidades, ¿eso es algo que uno se propone o se va dando?

Las dos. Se va dando con bastante trabajo y bastante búsqueda de lo que es ser surfista profesional. También va en la forma en que lo veas cuando llegas ahí y estás a ese nivel.

Cuando llegué el primer año al WQS empecé a viajar con los grandes nombres y tenía baterías con mis ídolos. También te das cuenta que te imaginas una cosa de esos ídolos y te encontrás con un humano de carne y hueso, con cara de culo, súper competitivo y preocupado con sus cosas. Para mí eso fue medio shock, pero aprendí rápido que esto también es trabajo, son gente profesional que viene para alcanzar algo.

¿Cómo funciona el surf como industria? ¿Qué hace el surfista que no tiene plata o sponsors?

Para empezar tenés que tener el nivel, saber que sos capaz de ganarle a esos fulanos. Para llegar tenés que construir un montón de cosas que son viajes, equipamiento, sponsors. Es despacito. Hay gente que tiene plata de familia y puede hacer eso, transformarse en un buen surfista con plata de papá y mamá. En mi caso no fue así y hay varios tipos de caminos. Yo llevé un camino en el que me enfoqué en olas grandes para mi edad.

Fui a Hawaii por primera vez, me fue bien y una marca de Garopaba me vio y me empezó a patrocinar. Me empezaron a pagar y, con esa plata, compraba tablas de mejor nivel. Me preocupé por mi estilo, por mi técnica. También me preocupaba por las revistas y para salir tenías que conocer gente, estar en tal presentación de tal película de surfing. Ahí tenías que conocer a tales surfistas y, en esa época, ese era el camino, de puro mérito.

Hoy capaz que hay formas de tener un atajo con las redes sociales, pero en aquella época era puro salir en la tapa de una revista, era un logro gigantesco, podías ir a un patrocinador y pedir un aumento de la plata que ganabas.

Cuando salí de Uruguay no existía todavía la posibilidad de hacer plata, pero llegué acá a Brasil y había mucho campeonato de base, muchos campeonatos profesionales. Los brasileros ya eran de los mejores del mundo, ya ganaban plata y yo fui por ese camino. Vi que por el camino de Brasil, siempre representando a Uruguay, estaba la posibilidad de transformarme en surfista profesional de verdad, uno que gana plata, que tiene sus méritos, que viaja por su cuenta y que paga sus cuentas.

¿Cómo entrena un surfista profesional?

Primero, para ser surfista existe una edad y cierta facilidad. A veces, podés ver un niño de diez años que surfea y que entiende el deporte y la técnica. Así que, primero, por ahí.

Después de eso, tenés que tener alguien que tenga una visión, que te ayude con las tablas, con el equipamiento. No podés estar surfeando con una tabla que no es para ese momento. Después, cuando empezás a crecer en esa parte de saber con qué tipo de tabla tenés que surfear y en qué tipo de olas que tenés que mejorar, tenés que salir.

Cuando empezás a viajar y ves olas de verdad, ves a la gente de tu edad y cómo surfean, ves qué necesitas hacer para llegar a ese nivel. Al surfing mucha gente lo compara con el golf porque es un deporte muy técnico que necesita mucha práctica y repetición.

En el golf, obviamente, tenés variables como el viento y el tiempo. Pero el surfing tiene todavía muchas más variables que son las del mar. A parte del viento, tenés la condición del mar que es diferente todos los días, tenés cierto tipo de maniobras que en algunos mares no podés practicar. Más que nada, es mucha práctica. Pero es mucha práctica con el equipamiento correcto, con la crítica cierta, con alguien filmando, eso ayuda un montón. Vas creciendo, mejorando y te vas puliendo.

Cuando llegás a un nivel más alto de surfing y de técnica, ahí empieza a entrar en la ecuación tu condicionamiento físico. El deporte empieza a ser cada vez más profesional y hay menos diferencias entre atletas. En los campeonatos a los que voy podés perder en primera ronda o podés ganar el campeonato. Ahí empieza a jugar el lado de si estás bien físicamente y mentalmente, tu confianza, el equipamiento, si estás durmiendo bien, si comés bien, si tomás alcohol, si fumás. Son un montón de cosas que empiezan a filtrar cuanto más nivel tenés.

¿Qué rol tienen los coaches para los surfistas?

Son importantes. Vas a tener a una persona que, normalmente, tiene más edad y más madurez. Es importante tenerlos al lado, que alguien te filme. También está el lado negativo que es lo que está pasando en la era post Gabriel Medina, que su padre era su coach. Hay mucha gente coacheando a sus hijos y piensan que sus hijos van a ser el próximo Kelly Slater y que valen cinco mil dólares por mes.

Les ponen mucha presión a una edad muy de iniciante, están a los catorce años con unas presiones gigantescas. En mi época no era tan así y creo que puede ser un error, transforman a un niño para el lado contrario. Yo tengo gente que me ayuda y tengo un círculo profesional, pero hasta cierta edad no tenía y no me hizo falta. Un coach debería ser más un amigo, una mano derecha, una persona que te ayude psicológicamente, que te ayude con pasajes, inscripciones. Creo que la parte más importante está en el apoyo.

En 2016 competiste en un Volcom Pipe Masters donde te enfrentaste a surfistas como Andy Irons y Kelly Slater, ¿cómo llegaste a eso?

Mucha gente pensó que qué increíble que Marco se estuviera enfrentando a esos terribles nombres, no sabían que surfeara ese tipo de olas y que estuviera de igual a igual con ellos. Pero la historia detrás de eso son quince temporadas en Hawaii, meses viviendo ahí, durmiendo en cualquier lado, surfeando a las cinco de la mañana todos los días. Hay un esfuerzo por detrás de eso mucho más grande de lo que algunos piensan.

La trayectoria muchas veces la gente la ve solo en forma de resultado de un campeonato, pero hay todo un trabajo de mucho tiempo. Pero sí, fue un campeonato que me marcó y que marcó a mucha gente por eso de no saber que yo tenía ese potencial. Personalmente, yo ya sabía que lo tenía, lo entrené durante quince años porque no nací con eso, lo tuve que pelear. Se dio que no gané el campeonato, pero fue un lindo episodio de mostrar mi surfing a nivel internacional, donde mucha gente pasó a respetarme.

Como en cualquier deporte, el surfing debe tener varios egos. ¿Cómo te mantenés humilde y competitivo al mismo tiempo?

Hay una línea bastante fina entre confianza y ego. Para ser competitivo a ese nivel tenés que tener confianza. Capaz que no va de la mano con el ego, pero pasan muy cerca. Lo que intento hacer es poder hacer ese click de ir y volver. Cuando tengo que competir estas enfocado, competitivo y conmigo.

Cuando se termina la batería, hacer ese click y volver a ser yo mismo. Hay un camino en el medio que todo el mundo está buscando y que no es fácil de encontrar. Es esa línea entre tener confianza, saber que le podés ganar al otro y ser competitivo, pero al mismo tiempo saber separar. Hay reglas del juego contra el otro que si te calentás, y te lo llevás para tu casa, estás equivocado, estás dejando de ser humilde. Hay un lugarsito ahí que es lo ideal.

¿Cómo es Uruguay como destino surfístico?

Depende de muchas cosas. Las olas en Uruguay no son olas grandes, pero sí hay días de mucha calidad. Creo que el problema para la evolución de un surfista uruguayo, y por eso digo que es muy importante viajar, es la falta de constancia de olas en Uruguay. Es clave la práctica repetitiva y, a veces, las olas de Uruguay te cortan un poco esa evolución por no tener oportunidad de surfear casi todos los días, como en otros lugares del mundo. Las olas son buenas, pero falta constancia para ser un atleta completo a nivel internacional.

¿Te acordás de alguna ola que haya sido un sueño?

Tengo memorias de buenos mares y tengo en Uruguay. Me encanta toda la costa de Rocha y me encanta surfear por la Laguna de Rocha. Todo el surfing tiene ese lado místico y, por eso, no es como el golf. El campo de golf siempre está ahí. Por eso, los surfistas amamos tanto esto, es un estilo de vida, un momento de vivir porque tenés que estar conectado con el viento, viendo qué hace el mar, la marea, la lluvia, las condiciones. Siempre está ese lado romántico del surfing que, cuando te tocan esos días increíbles te los guardás en la memoria. Yo tengo varios en Rocha.

¿Tuviste miedo de morir surfeando?

Sí, algunas veces sí. Nunca estuve al borde, pero tengo memorias de pegarme en la cabeza. Una vez que estaba surfeando en Indonesia y estaba buscando olas que eran medio secretas, olas que normalmente no se surfean y que tienen una condición especial.

Estaba buscando una ola, la encontré y el mar estaba muy bueno. Estaba solo en el agua y me metí adentro de un tubo del que no salí. La tabla me pegó en la cabeza y me desmayé por medio segundo. Si me hubiese desmayado me hubiese ahogado así de fácil. Me dormí un segundito y me vino una inyección de adrenalina con la que me desperté. Tenía tres cortes en la cara y estaba medio mareado.

¿Sentís algún tipo de presión si no ganás, por los sponsors?

No. Por suerte, cree una red de sponsors que son mis amigos, también. Tengo buena relación con ellos y las presiones, en general, son más personales que otra cosa.

¿Cómo se mantiene un surfista una vez que se retira? Porque se retiran bastante jóvenes como en casi todos los deportes.

El surfing abre bastantes puertas, creo que hay varias maneras. La más tradicional es trabajar en una empresa de surfing. Después, hay otro lado que es el coaching, surf camps. También nosotros viajamos bastante, vemos mucha cosa y podés volver con ideas de hacer algo que viste en otra parte. También tengo un montón de amigos y tengo la posibilidad de trabajar con ellos, en Australia, Europa o Estados Unidos.

El surf te da un montón de cartas para tener en la mano. Para mí nunca va a ser un trabajo de ocho horas en un escritorio con vida segura en la ciudad, yo me distancié de eso y nunca lo quise. No es la vida que elegí. Volver a estudiar para mí tampoco es una opción porque creo que la vida enseña bastante. Hay un montón de oportunidades que uno tiene, la cosa es agarrarlas.

¿En qué está ahora tu carrera?

En el presente estoy preparándome para estar lo más entero cuando den la luz verde, que medio que ya está pasando. Ahora en mayo vamos con el equipo de Uruguay a El Salvador a representar y a intentar el cupo a Tokio. Existe una posibilidad de ir todavía con este campeonato que vamos a competir en El Salvador.

En paralelo, está el circuito mundial que es donde yo compito hace años, vamos a tenerlo el segundo semestre. Ya confirmaron cuatro eventos grandes que son los que te clasifican al top 32, que es como si fuese la A en surfing, y para estar en esos campeonatos hay que estar en un top 10 sudamericano, en el que estoy, que tampoco es fácil. Tenemos todo eso por delante.

Este año que pasó fue todo de preparación para esta mitad de año próxima y para lo que sigue.

¿Cuál considerás que fue el pico más alto de tu carrera?

El Volcom Pipe Masters de 2016 y ganar el último campeonato de 2019, eso estuvo increíble.

¿Y el punto más bajo?

Tener una tarjeta de crédito de cuatro mil dólares, estar sin un mango en la cuenta y con un dolor de espalda que necesitaba ayuda hasta para ir al baño.

¿El día más feliz de tu vida?

El día que nació mi hija.

¿Y el más triste?

El día que perdí a un amigo en un accidente.

¿Tenés un sueño que quieras cumplir?

Tener una familia grande, linda y saludable.

¿Algo que la vida te haya hecho aprender a los golpes?

Tantas cosas, pero a bajar la cabeza e intentar de nuevo. Y si te caes, de nuevo y de nuevo.

Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?

No creo en que vayamos al cielo o al infierno, creo en la reencarnación. 

Por Federica Bordaberry