El 28 de octubre de 2019, a las 4:00 de la mañana, después de no haberse votado a sí mismo y haberse ido a dormir temprano, Eduardo Lust se enteró de que había sido electo diputado de Montevideo por Cabildo Abierto. La noticia le llegó por un coronel que lo llamó por teléfono. Esa posibilidad, la de estar por fin en la Casa de las Leyes, parecía nula, o al menos no estaba en sus planes.

Se levantó, fue con su familia a la sede del partido liderado por Guido Manini Ríos ubicada en el Centro de Montevideo y comenzó a preparar su diputación. Sin embargo, con el tiempo, el profesor de derecho constitucional, que se “lució” durante la promulgación de la Ley de Urgente Consideración, comenzó a discrepar “filosóficamente” con el nuevo partido que lo había llamado a pesar de haber sido militante blanco gran parte de su vida.

Entonces, cuando lo que él creía no se vio reflejado en sus proyectos de ley, se fue. Siguió sus ideas, sus creencias. Dejó el partido, pero no la banca. 

Después de reunirse con Manini Ríos y Guillermo Domenech el 8 de febrero de 2022, Lust comenzó a forjar un nuevo camino, que se materializó en el Partido Constitucional Ambientalista, del que es candidato a la Presidencia. Este abogado, el único varón entre cuatro hijos, padre de tres y casado, se afirmó en su convicción. Quizá por su forma de ver el mundo movida por la poesía, por la filosofía, por las letras. Quizá por su perspectiva constitucional de las cosas. 

Se fue porque, según dice, era lo mejor para todos. Se fue, porque desde antes de unirse a un partido que fue clave para que el Frente Amplio dejara el poder después de 15 años, ya sabía que era distinto. Eran ellos, los cabildantes, y Lust, un hombre que, de algún modo, habla un idioma distinto. 

Infancia en el norte

Dice Lust que no podría haber tenido una mejor infancia. Que su familia, en Paysandú, tuvo una “muy buena posición económica” hasta el rompimiento de La Tablita, en el 82. En ese momento, recuerda, se fue todo, pero antes tuvo acceso “a una cantidad de cosas”.

De niño hizo todo lo que después dejó de hacer cuando se instaló en Montevideo. Practicaba mucho deporte —básquetbol, natación, fútbol, remo, paleta— y, después de comenzar a cursar en un colegio salesiano, se convirtió en niño scout. Iba a campamentos y dormía en carpas rudimentarias, cortaba leña, hacía “supervivencias”.

Y también tenía mucho contacto con el aire libre, con el afuera, con los animales. Por eso tuvo mascotas de todo tipo y color: mulitas, tortugas, zorrinos, perros, gatos, hurón. En su casa, aparecían animales que sus padres acercaban, como los sapos cururú, un anfibio del norte del país que vive entre el área protegida Montes del Queguay y el río Dayman.

Sed de letras

Cuando Lust cumplió 15 años sus padres le regalaron un viaje a Córdoba. Para él, ahora, en 2024, sería el equivalente a viajar a Miami, en Estados Unidos. A su regreso, se enfermó: contrajo un malestar que el médico de la familia reconocería como hepatitis.

El tratamiento para esa enfermedad era uno solo: quietud absoluta. Es que la hepatitis no tiene cura, se va sola. Entonces, el adolescente Lust quedó aislado en un cuarto donde durmió solo durante 40 días.

Tenía un televisor, cree que el primero de Paysandú, era marca Filco y, obviamente, transmitía en blanco y negro. Pero para cambiar los canales —que eran escasos— había que pararse. Y desistió. Se propuso otra cosa, quizá más adecuada a esos tiempos: leer un libro por día. Esa decisión adolescente marcaría su personalidad, su forma de ver el mundo, la de encontrar la poesía y aplicarla, la del amor por las letras, por la filosofía.

Durante esos días no hizo más que leer. A Mario Vargas Llosa, a Augusto Roa Bastos, a Italo Calvino, a César Vallejo, a Victoria Ocampo, Alfonsina Storni, a Jorge Luis Borges. Leyó “esa literatura que después desapareció”. A los mexicanos, Lo que el viento se llevó, Cien años de soledad.

Leyó del Tíbet, de oriente, de los terceros ojos y de religiones. Leyó lo que había en su casa, lo que sus amigos le llevaron. Leyó para entender más el mundo, para buscar explicaciones, para saber cómo vivían los autores. Leyó.

“Por eso, cuando yo como parlamentario, a veces, tengo que discutir, veo que no hay sustento en muchas de las discusiones, no hay contenido”, afirma el diputado lector.

Blanco y del interior

Lust llegó al derecho por su interés en las letras, y así a Montevideo. Primero, vivió en una pensión en la calle Batoví 2324, con unos 30 jóvenes. De Salto, de Colonia, de Rosario. Todos eran estudiantes. Después, se mudó varias veces, hasta que se ennovió con quien sería la madre de sus hijos y se casó.

A la facultad, en el Cordón, llegaba en ómnibus de la línea 87, el mismo número de la lista que lo lleva este 27 de octubre como candidato a la Presidencia por el Partido Constitucional Ambientalista.

Fue estudiante bajo la última dictadura cívico militar, en una época en la que “había mucha solidaridad”, así como también “actividad política”. A sus 20 años, Lust caminaba por los pasillos de la Facultad de Derecho con una calcomanía de Aparicio Saravia pegada sobre su Código Civil de Barreiro y Ramos.

“Cuando empecé a entrar con ese código me identificaron y empezamos a tener reuniones con mucha gente que está hoy en el gobierno”, cuenta. Conoció a Pablo Iturralde, el expresidente del directorio del Partido Nacional; a Francisco Gallinal, actual presidente del Tribunal de Cuentas; a Juan José Amorín, exdiputado; a Beatriz Argimón, vicepresidenta de la República; a Jorge Gandini, senador. Conoció y militó con los blancos, pero nunca fue dirigente.

Se reunía y discutía. Primero, en Montevideo. Hablaba de si había que pagar o no la deuda externa, de temas coyunturales. Después, llevaba los mismos intercambios interminables a las esquinas de su Paysandú natal, ahí donde se juntaba la gente del interior porque era el “único lugar del pueblo donde había luz”. Entonces, cita a El Sabalero y a su “barra, corazón de esquina”, a la que el músico le escribió desde Holanda.

Lust estuvo cuando Wilson Ferreira Aldunate volvió a Uruguay, fue a las marchas, al acto del Cine Cordón del Partido Nacional. Se reunía en lo de Iturralde, sobre la calle Ponce. Pero en aquel tiempo no fue en la política más que un seguidor. Forjó su camino para otro lado, por el derecho.

Eduardo Lust. Foto: archivo

Eduardo Lust. Foto: archivo

El profesor

En el 86, después de que se recibiera de abogado, el decano de la Facultad de Derecho le advirtió a Lust, que sentía “debilidad” por el derecho constitucional: “Usted va a ser un abogado pobre, no un pobre abogado”. Pobre de recursos, pero no de principios. Él tenía vocación y quería entender la Constitución, porque ahí “está todo”, porque “te da una visión del mundo”.

Bajo esa premisa, siguió su camino y comenzó a forjarse como constitucionalista. Un día, en el 90, se encontró con un catedrático de Derecho Constitucional y le preguntó cómo podía iniciarse como docente. Como no tenía nada para hacer, se sumó a la clase de Aníbal Cagnoni, y así comenzó.

Tres años después, aceptaría un trabajo que aún conserva y que “nadie” quería: ser docente en Salto.

“Prácticamente no pagaban sueldo, dormías en una pensión, ibas en ómnibus, no había terminal y tenías que caminar de madrugada”, recuerda. Sin embargo, nunca dejó de ir, lo hace desde hace 31 años. También es un referente de Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República.

Y así, por la academia, llegó una propuesta política, pero de un partido para el que nunca militó.

Ser o no ser, esa es la cuestión

Lust terminaba de dar una charla en el ámbito académico cuando unas ocho personas que no conocía lo abordaron. Lo estaban esperando. Le pidieron que se uniera a su partido, Cabildo Abierto, que en las elecciones internas había sido votado por unas 600 personas. Le dijeron que querían llevarlo como diputado por Montevideo. Les dijo que gracias, que iba a pensarlo. Lo charló con su familia y amigos, y le dijeron lo evidente: que militaba hace, más o menos, 40 años, y que esa era la oportunidad de hacer algo más.

Entonces les dijo que sí, pero puso condiciones. Si ellos aceptaban, tendrían a un constitucionalista en un partido emergente. Si no, lo perderían. Dijeron que sí.

Lust fue claro: no iba a invertir su dinero en la política, pero sí les daría las recaudaciones; nadie de Cabildo Abierto iba a trabajar en su despacho en el caso de ser electo diputado; recordó que tenía “una concepción jurídica del Estado” que ellos no iban a entenderla; y le dijo a Manini Ríos que desde el 89 enseñaba en la Facultad de Derecho que la Ley de Caducidad era inconstitucional, y que no iba a cambiar su discurso.

Para un partido que integra una coalición cuyo as bajo la manga fue, de alguna forma, la Ley de Urgente Consideración, tener un abogado constitucionalista significaba que sería su vocero.

“Me convertí en un diputado valioso dentro de Cabildo, porque la primera ley fue la Ley de Urgente Consideración, que era de 457 artículos, esencialmente jurídica: de defensa personal, adopciones, desalojos, alquileres. Era todo derecho. No había quién hablara”, dice el diputado.

Eduardo Lust en el Parlamento. Foco: Dante Fernández / FocoUy

Eduardo Lust en el Parlamento. Foco: Dante Fernández / FocoUy

Entonces, ganó protagonismo. Su nombre, que ya había sonado por ser un fervor opositor a las plantas de UPM en el país —razón por la cual conoció a Manini Ríos, porque le pidió que le explicara de qué iba el contrato que había firmado Uruguay con la empresa finlandesa—, se instaló en la agenda mediática.

Y al tiempo aparecieron las “diferencias filosóficas”. La mayoría, explica Lust, fueron en proyectos de ley, porque es donde se refleja lo que una persona piensa.

“Uno habla lo que piensa, vos no podés hablar lo que no pensás. Uno piensa según la formación que tiene, y eso es lo que uno ha recibido y lo que uno se ha creado por autodidacta. Todo eso se termina en lo que uno dice y escribe”, señala.

Las ideas del constitucionalista chocaron con la concepción de los cabildantes. Dice que era “incompatible con su formación”. “No es que yo fuera mejor, era distinto”, aclara. 

Para irse de Cabildo Abierto, Lust eligió el día de forma estratégica. Quería que fuese el 8 de febrero porque al día siguiente el Parlamento reúne todos los años a los legisladores por el aniversario del pre golpe de Estado.

“Quería reunirme el 8 para renunciar ese día y ver cuál era el comportamiento corporal de los legisladores. Quería ver cómo reaccionaba con la denuncia. Cómo era la recepción. Fue muy buena”, cuenta.

Y, de alguna forma, su ida fue un alivio; aunque el hecho de que no dejara su banca —a la que asegura que antes había renunciado pero no se lo permitieron desde el partido— causó polémica.

“Manini Ríos ese mismo día dijo que era lo mejor para las dos partes. Para mí, quizá pensó que era mejor que yo no estuviera, que iba a molestar en algún momento. Iba a chocar”, reflexiona.

Al líder cabildante nunca le dijo Guido, su nombre de pila. Siempre lo trató de usted o de general, cuenta. Le tiene afecto y respeto, pero sus ideas no coinciden. Y se fue así como llegó: solo.

El candidato poeta

De la lectura llegó a sus propios textos. Lust dice que escribe mucho, y que cada dos días recibe una poesía en su celular mediante una aplicación. A veces son de puertorriqueños, otras de hondureños, o de húngaros. De “gente casi desconocida”. De gente que sin saberlo lo inspira a la hora de hacer política y llega al Parlamento.

“Si vos aplicás la poesía a la política te da un panorama”, dice. Y explica que la situación de un país podría encontrarse en las páginas de un libro, quizá en Don Quijote de la Macha, o en poemas filosóficos. Que la poesía tiene analogías con la política, que está en la vida cotidiana. Que está.

“Eso a mí me sirve mucho, porque yo leo y aplico. El libro del Señor de los anillos es un tratado de derecho constitucional, porque habla del poder. Es un estudio sobre el poder, escrito como un libro de cuentos. A Harry Potter la podés ver como un entretenimiento, como la historia de un niño mago, o podés buscarle una cantidad de mensajes”.

Y él los busca todo el tiempo, le “sale” hacerlo.

Eduardo Lust. Foto: archivo / Montevideo Portal

Eduardo Lust. Foto: archivo / Montevideo Portal

El partido de la Constitución y del ambiente

La concepción jurídica de Lust y sus seguidores dice que no encajarían en ningún partido. “El Frente Amplio y la Coalición Republicana, en muchos aspectos, son parecidos; y en las cosas que son diferentes, lo son, pero en los temas más importantes, coinciden: los contratos secretos, el desprecio por lo ambiental, no les interesa el ambiente”, asegura.

Entonces, con un partido nuevo y desconocido sostiene que enfrenta la protección del ambiente, una causa que las grandes fuerzas políticas abrazan y nombran como un bastión.

Los grandes partidos se embanderan y tienen la publicidad que la gente se lo cree. Pero ellos no hacen nada por el ambiente. Son enemigos del ambiente: no aprueban leyes ambientales, no aprueban áreas protegidas, no aprobaron el proyecto del monte indígena, dan permisos ambientales. Están en contra de la extensión de la Quebrada de los Cuervos. El Uruguay tiene 0,7% de su territorio en áreas protegidas”, insiste. Y recuerda que la Amazonia se prende fuego, que hay seca en Paraguay, en Bolivia, en Brasil, en Ecuador, que la “naturaleza es todo” y que “cuando se rebela vienen las catástrofes climáticas”.

Para Lust, el ambientalismo “es la convivencia amigable entre la naturaleza y el ser humano”. Entonces, no es ecologista, porque “ellos no permiten nada”, sino que busca reivindicar el artículo de la Constitución que habla de la gravedad de dañar el ambiente, que contaminar es un delito.

Con esa premisa, el abogado busca renovar su banca en el Parlamento. Su perspectiva es que los “partidos chicos puedan entrar al Parlamento y evitar que los dos bloques tengan mayoría, y que dependan de los chicos”. De todos modos, Lust dijo que ante un eventual balotaje apoyaría la candidatura de Álvoaro Delgado.

Pero fue tajante: no iría por ningún cargo del Poder Ejecutivo. Lo suyo es el apoyo del Poder Legislativo, en la Casa de las Leyes.