La fascinación de la humanidad por los grandes desastres tiene en el hundimiento del Titanic su máximo ejemplo, convertido en una de las grandes historias de la época moderna gracias a su mezcla de valor, cobardía, soberbia y supervivencia en el micromundo que se formó a bordo del "buque más grande, seguro y lujoso del mundo".
Este fin de semana se cumplen 100 años de su hundimiento, un siglo que no le ha hecho perder sino agigantar su silueta mítica. Entre las 2257 personas que zarparon de Southampton rumbo a Nueva York habia tres uruguayos: Pedro Artagaveytia, Francisco Carrau y Pedro Carrau.
La increíble historia del primero es recordada con frecuencia. Artagaveytia fue parte de la tragedia del vapor América en el Siglo XIX, cuando debió nadar para salvar su vida en el Río de la Plata. La experiencia le hizo temer por si vida en cada viaje que tuvo que efectuar, hasta que la supuesta seguridad del Titanic logró disipar sus miedos. Cuando el barco también se hundió, Artagaveytia -quizá cansado de eludir al destino- optó por no subirse a los botes de rescate. Las últimas horas de don Pedro concluyen con un enigma. Cuando identificaron su cuerpo, se halló entre sus ropas un reloj de bolsillo, con sus agujas fijas en una hora diferente a la del naufragio (02.25 horas). Hora a la que ya habían llegado los equipos de rescate, que lo pudieron haber salvado.
Carrau y compañía
No es tanto lo que se sabe sobre los otros dos pasajeros compatriotas: Francisco y José Pedro Carrau, que integraban la empresa Carrau y Cia que todavía hoy sigue en el mercado uruguayo con 170 años de historia.
El contador Ernesto Carrau, actual director de la compañía y sobrino bisnieto de Francisco, es quien guarda hoy los recuerdos personales más valiosos de su familia en relación a la tragedia del Titanic. En conversación con Montevideo Portal, Ernesto intentó reconstruir los últimos momentos de sus parientes a bordo del buque más famoso de los últimos siglos y mostró algunos de los objetos de sus antepasados.
"Francisco Carrau era directivo de Carrau en esos tiempos y estaba en viaje de negocios. Viajaba él, de 28 años, con su sobrino José Pedro Carrau de 17 años, que era su asistente o escribiente, como le llamaban", recuerda Ernesto. "Habían estado en Galicia, España, y luego Inglaterra, donde hicieron arreglos comerciales para la importación de productos", agrega.
Según contó el actual director de Carrau, Francisco escribe desde allí una carta manuscrita de seis páginas (que todavía conserva Ernesto), donde relata a su hermano Pedro, quien dirigía en Montevideo la empresa, las reuniones que había tenido en los distintos comercios. "Allí le comenta que dado que había tomado conocimiento de que existía un buque llamado Titanic, que era capaz de hacer el viaje desde Inglaterra a New York en seis días, había decidido cambiarse de barco (estaba en otro). Consiguieron dos pasajes en primera clase en el Titanic para zarpar desde Southampton el 10 de abril", explica.
A bordo del Titanic escribe otra carta (que la empresa conserva y que puede verse en las imágenes adjuntas) con papel membretado del barco, fechada el 11 de abril y enviada desde el puerto de Dublín, "donde simplemente manda saludos, cuenta que está embarcado y que piensa llegar el 16 de abril a Nueva York y explica que quiere recibir algún cable con noticias de la familia". Esa es la última comunicación de Francisco antes de su muerte.
Los últimos minutos
Con respecto a lo ocurrido con Francisco y Pedro a boro del Titanic, hay pocas certezas y sólo algunos testimonios que permiten reconstruir parcialmente su historia, cuenta Ernesto. "Nos han llegado, a través de los años, los testimonios del español Julián Padró Manent, que aparentemente tuvo contacto con los tres uruguayos (Artagaveytia, Francisco y Pedro). El español (que viajaba en segunda clase y se salvó) les había instado a subirse a los botes, pero ellos respondieron que no había necesidad, como si no tuvieran la seguridad de que el barco se fuera a hundir, o quizá por una actitud heroica de ceder los lugares porque los botes no alcanzaban", rememora el contador. Según el español, que falleció en la década del '60, los tres uruguayos estaban relajados, escuchando la ya legendaria orquesta del Titanic, que tocó en el sector de primera clase hasta el momento mismo del hundimiento.
"Es decir, está confirmado que ellos pudieron subir porque viajaban en primera clase. Así consta en los certificados de defunción que poseemos, ya que los cuerpos (a diferencia del de Artagaveytia) jamás fueron encontrados. Posibilidades de salir tenían. La verdad es que por qué lo hicieron no sabemos. Quizá no creyeron que fuera tan grave la situación, quizá cedieron sus lugares, pero lo único que tenemos es el testimonio de Padró", contó Carrau.
El peso de la familia
¿Cómo se vivió en la familia y la empresa la noticia del hundimiento? Ernesto, que ha contado una vez que el único año en que la compañía dio pérdidas fue en 1912 por culpa del Titanic, traza un panorama de acuerdo a las memorias familiares. "Sé por cuentos de mi padre que fue un momento muy tenso para toda la familia porque había dos integrantes que además trabajaban en Carrau y Compañía. La primera versión que llegó sobre los hechos fue que el barco había chocado pero que no había accidentados", recuerda.
"Papá contaba que mediante télex (parte de la supuesta seguridad del Titanic estribaba en el estreno reciente de las comunicaciones inalámbricas) llegó poco después la confirmación de que había sido un accidente grave y había muchos fallecidos: a partir de ahí empezamos a tratar de saber qué pasaba con nuestros dos familiares, pero por dos meses no se supo nada, por lo que los daban por muertos", explicó. Recién en julio de 1912 (tres meses después del accidente) vino la carta oficial desde Sotuhampton, de la compañia White Star Alliance, "aclarando que los cuerpos no habían aparecido y que por lo tanto se daban por fallecidos".
El 10 de julio, ocho días después, la misma compañía manda una carta similar desde Nueva York, cuyo objetivo fue remarcar la imposibilidad de que ambos estuvieran vivos. La familia guarda todos los objetos personales que son testimonio de aquella tragedia: las cartas de la White Star, las del propio Francisco e incluso un reloj de oro que perteneció al infortunado viajero y que pudo salvarse gracias a que fue dejado en Londres para su reparación. Es un reloj que recibió su hermano Pedro poco después y que ha pasado de mano en mano en las generaciones Carrau hasta quedar en poder de Ernesto.
Sello familiar
De niño, Ernesto recuerda -pese a la historia familiar- que el Titanic no tenía la notoriedad de hoy en día. "De mi niñez yo recuerdo al Titanic como una tragedia familiar, algo muy importante porque se trataba de un gran barco, pero no algo tan trascendente como parece ser ahora. No tengo recuerdo de que fuera algo tan imponente, pero hoy mis hijas están impresionadas y me cuentan que la gente les pregunta continuamente si están vinculadas a los Carrau del Titanic", cuenta Ernesto, que recuerda que "no era así para nada cuando era chico, no era tan notorio, aunque claro que la historia tenía peso familiar, por la importancia del Titanic y porque viajaban dos integrantes de la familia".
Se dice que Franciso era un hombre laborioso e inteligente, según lo describía el padre del actual director de la empresa. "Papá estudió bastante la historia de la compañía y se dedicó mucho a armar la historia de los Carrau. Se notaba por las cartas que no era el primer viaje de Francisco (hay cartas desde Europa de él del año 1905, cuando tenía 21 años y ya viajaba por negocios), pero su última comunicación muestra que era un hombre prolijo y descriptivo: era un tipo capaz y trabajador, un hombre soltero y emprendedor", lo describe.
Ernesto Carrau, ante la falta de testimonios, prefiere recordar a su antepasado como un caballero que optó por dar lugar a los más necesitados. "Él viajaba en primera clase. Si hubiera estado desesperado por salvarse hubiera podido hacerlo. Quisiera creer que le dejaron lugar a niños y ancianos, como se debe hacer, pero si eso es verdad o no es imposible saberlo a cien años. ¿Por qué si estaban los tres en primera clase no se salvó ninguno?, es algo nos preguntamos todos, y sin dudas es raro".
Los dos Carrau estaban juntos al momento del accidente, tranquilos y bromeando según el testimonio del pasajero español, aunque otro pasajero (el inglés Elmer Taylor) asegura haberlos visto muy nerviosos y conscientes del peligro. "Nosotros preferimos imaginarlos cediendo sus lugares a los demás", concluye Ernesto Carrau.