Por The New York Times | Julie Bosman, Mitch Smith, Eliza Fawcett and Serge F. Kovaleski
Jason Seaman, profesor de ciencias de séptimo grado en Noblesville, Indiana, estaba ayudando a un alumno con un examen cuando otro alumno volvió del baño, sacó una pistola del bolsillo y empezó a disparar.
Seaman, quien ahora tiene 34 años, le lanzó al alumno una minipelota de basquetbol, luego se lanzó contra él y lo desarmó rápidamente.
“No había elección: era hacer algo o morir”, afirmó en una entrevista el martes, al recordar el tiroteo de mayo de 2018 que lo dejó con heridas de bala en el abdomen, un antebrazo y una mano. “Cuando se presenta una situación real de vida o muerte, estoy segurísimo de que voy a luchar”.
“Corre, escóndete, lucha” se convirtió en la norma federal sobre cómo reaccionar ante un tiroteo activo después de la masacre en la escuela primaria Sandy Hook en 2012, que anima a los estadounidenses a considerar enfrentarse a una persona armada en caso de que no puedan huir para ponerse a salvo o permanecer ocultos. En los años transcurridos desde entonces, se les ha inculcado a los estadounidenses en las escuelas, en los lugares de trabajo y en sesiones de capacitación privadas, un mantra lúgubre para una nación con cientos de millones de armas y donde los tiroteos masivos se han convertido en una plaga cada vez mayor.
Los defensores de una legislación más estricta en materia de armas sostienen que ningún estadounidense debería tener que arriesgar su cuerpo ante un pistolero con armas de tipo militar en un salón de baile, una misa, un centro comercial o una preparatoria.
No obstante, en las masacres más sonadas de los últimos meses, quienes han optado por luchar como último recurso han sido los civiles, que han atacado a los pistoleros y los han detenido antes de que pudieran continuar.
En noviembre, en Colorado Springs, Colorado, dos transeúntes, entre ellos un veterano del Ejército, sometieron a un agresor que entró a un club nocturno y mató a cinco personas en cuestión de segundos. El verano pasado, a las afueras de Indianápolis, un transeúnte armado le disparó mortalmente a un pistolero que ya había matado a tres personas en la zona de comida de un centro comercial y, según las autoridades, el pasado fin de semana, en el condado de Los Ángeles, California, un trabajador de un salón de baile le arrebató una pistola de asalto a un pistolero que ya había matado a 20 personas en otro local y parecía decidido a sembrar el caos.
“Esto podría haber sido mucho peor”, señaló el alguacil Robert Luna, del condado de Los Ángeles.
Los expertos afirman que la intervención de los transeúntes en tiroteos activos pone fin a la amenaza en una minoría significativa de casos, y las fuerzas que impulsan a la gente a intervenir son variadas, pero en muchas situaciones, las personas no pueden huir ni esconderse, pues están atrapados en aulas o iglesias por atacantes armados con armas de alto poder.
Las masacres con armas de fuego ocurridas en la preparatoria Marjory Stoneman Douglas de Parkland, Florida, en la discoteca Pulse de Orlando, Florida, y en la escuela primaria Robb de Uvalde, Texas, son ejemplos de tiroteos en los que se criticó a los agentes de policía o al personal de seguridad de las escuelas por su lentitud a la hora de ayudar a las personas una vez que comenzó el tiroteo. Algunos estadounidenses que se han enfrentado a un asaltante armado en incidentes más recientes lo han entendido al instante: están solos.
“Creo que la gente está empezando a darse cuenta de que el único que te va a proteger eres tú mismo”, comentó Jack Wilson, un comisionado del condado de Hood, Texas, que imparte clases de porte encubierto de armas. “Las personas tienen que estar dispuestas a intervenir para ponerle fin a este tipo de problemas”.
Él fue uno de esas personas: en 2019, Wilson se encontraba en la misa dominical de su iglesia en White Settlement, Texas, cuando un hombre armado abrió fuego y mató a dos personas. Wilson sacó su propia arma, disparó y mató al agresor de un solo tiro.
“La única manera de que las fuerzas del orden te ayuden es que estén justo en tu entrada”, dijo. “No es una crítica contra las fuerzas del orden; no pueden estar en todas partes”.
El hecho de que civiles ejerzan las funciones de las fuerzas del orden como último recurso no ha hecho que disminuya el ritmo de los tiroteos masivos. Ya este año, han muerto al menos 69 personas en al menos 39 tiroteos distintos en los que cuatro o más personas resultaron heridas o asesinadas, según Gun Violence Archive, un grupo estadounidense sin fines de lucro que cataloga y ofrece información acerca de todos los incidentes de violencia armada en ese país.
“Si alguien dice: ‘Estoy oyendo hablar más de tiradores activos que son abordados o detenidos por civiles’, es posible que esté ocurriendo con más frecuencia”, afirmó Adam Lankford, profesor de Criminología en la Universidad de Alabama, “pero podría estar en función de que haya más ataques en total”.
A veces, las intervenciones de los transeúntes han tenido consecuencias trágicas. En 2019, Riley Howell, un estudiante de la Universidad de Carolina del Norte en Charlotte, recibió un disparo cuando intentaba detener a un hombre armado, aunque logró atacar al agresor e inmovilizarlo. Howell, de 21 años y exportero de fútbol de la preparatoria, murió en el ataque.
Los defensores de una legislación más estricta en materia de armas señalaron que la excesiva atención prestada a las intervenciones de los transeúntes en los tiroteos masivos podría distraer la atención del problema más profundo del incesante ciclo de violencia armada en Estados Unidos.
“En lugar de centrarnos en por qué siguen ocurriendo estas tragedias, nos enfocamos en los actos heroicos del transeúnte”, aseveró Shannon Watts, fundadora de la organización de control de armas Moms Demand Action. “Siempre debemos llamar a un héroe como tal y agradecerle por arriesgar su vida desinteresadamente, pero me molesta mucho que nunca nos detengamos a pensar en el hecho de que no deberíamos pedirles a los ciudadanos de a pie que sean héroes. No quiero que mi esposo o mis hijos tengan que ser héroes”.
Watts se opuso a las respuestas a los tiroteos masivos que piden que las personas se armen y señaló que Estados Unidos tiene un índice de homicidios por arma de fuego 26 veces superior al de otros países.
“Hay 400 millones de armas en este país”, dijo. “Si las armas nos dieran más seguridad, seríamos la nación más segura del mundo”.
Durante los ataques, las universidades y los departamentos de policía a veces publican en las redes sociales mensajes que instan a la gente a “correr, esconderse, luchar”, y la frase se ha convertido en un elemento básico de las sesiones de capacitación sobre tiradores activos que se ofrecen en escuelas, empresas y recintos religiosos. La frase, que adoptó el gobierno federal de la ciudad de Houston, se hizo popular.
Katherine Schweit, exfuncionaria del FBI que ayudó a desarrollar las directrices federales, aseveró que la capacitación con esa filosofía les permite a las personas pensar en cómo querrían responder mucho antes de encontrarse con una persona armada.
“Nunca se le debe decir a nadie que debe luchar; no le puedes pedir eso a nadie”, afirmó Schweit, “pero puedes hablarle de cómo ha sobrevivido la gente, y no en pequeñas cantidades. Mucha gente ha sobrevivido gracias a que los transeúntes decidieron intervenir”. Un homenaje en el campus de la Universidad de Carolina del Norte en Charlotte el día después de que un hombre armado abrió fuego contra los estudiantes, el 1 de mayo de 2019. (Travis Dove/The New York Times). Un homenaje improvisado afuera del Estudio de Danza Star Ballroom en Monterey Park, California, el lunes 23 de enero de 2023, donde 11 personas murieron en un tiroteo. (Alisha Jucevic/The New York Times).
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