Por The New York Times | Peter Baker, David E. Sanger, Zolan Kanno-Youngs and Katie Rogers
En las semanas y meses previos, el desempeño políticamente devastador del presidente Joe Biden en el escenario del debate en Atlanta, varios funcionarios y exfuncionarios, así como otras personas que se reunieron con él a puerta cerrada, se percataron de que cada vez parecía más confuso o disperso, o que perdía el hilo de las conversaciones.
Como sucede a muchas personas de su edad, Biden, de 81 años, ha experimentado desde hace algún tiempo situaciones en las que se le escapa una frase, olvida un nombre o confunde algunos datos, aunque la mayor parte del tiempo se le veía perspicaz y atento. Sin embargo, en entrevistas recientes, las personas que se encontraban con él en la sala dijeron que los lapsus parecían ser cada vez más frecuentes, más pronunciados y más preocupantes.
Los episodios incómodos no eran predecibles, pero parecían más probables cuando se encontraba en medio de una gran multitud o cansado después de una agenda en particular agotadora. En los 23 días previos al debate con el expresidente Donald Trump, Biden cruzó el océano Atlántico en dos ocasiones para reunirse con líderes extranjeros y luego voló de Italia a California para asistir a un importante evento de recaudación de fondos, por lo que mantuvo un ritmo extenuante que agotó incluso a asistentes mucho más jóvenes.
Biden estaba tan agotado por los viajes consecutivos a Europa que su equipo disminuyó dos días la preparación del debate para que pudiera descansar en su casa de Rehoboth Beach, Delaware, antes de reunirse con sus asesores en Camp David para ensayar. Los preparativos, que se prolongaron seis días, nunca empezaron antes de las 11 de la mañana y Biden tuvo tiempo para tomar una siesta todos los días, según una persona familiarizada con el proceso.
Andrew Bates, vocero de la Casa Blanca, dijo el martes que “el presidente trabajaba mucho antes” de la hora de inicio de las 11 de la mañana, después de hacer ejercicio. La noche del martes, en un evento de recaudación de fondos, Biden afirmó que el cansancio por los viajes había afectado su desempeño en el debate.
Los episodios recientes de desorientación generaron preocupación entre asesores y aliados por igual. En algunos momentos de la ceremonia para conmemorar el Día D en Francia el 6 de junio, el presidente se veía confundido. Al día siguiente, al reunirse con el presidente de Ucrania, cometió un error sobre la finalidad de una nueva entrega de ayuda militar a ese país.
El 10 de junio, se quedó paralizado en una celebración anticipada de la festividad del Día de la Liberación, también conocido como Juneteenth. El 18 de junio, su tono de voz suave y su breve dificultad para recordar el nombre de su secretario de Seguridad Nacional en un acto sobre inmigración desconcertaron a algunos de sus aliados, que intercambiaron miradas de alarma y, como uno de ellos dijo, se sintieron “conmocionados”. Biden se repuso y logró mencionar el nombre de Alejandro N. Mayorkas.
Por supuesto que esto no sucede todo el tiempo. En los días desde la debacle del debate, sus asistentes y otras personas que se reunieron con él, incluidos funcionarios extranjeros, afirmaron que se veía bien: alerta, coherente y capaz, involucrado en debates importantes y complejos, y gestionando crisis volátiles. No dejaron de dar ejemplos de casos en los que estaban en juego cuestiones críticas de seguridad nacional.
Los asistentes presentes en la Sala de Crisis de la Casa Blanca la noche en que Irán lanzó una ráfaga de misiles y drones contra Israel describieron a un presidente en plena forma, que exhortaba por teléfono al primer ministro Benjamín Netanyahu a evitar una escalada de represalias que habría exacerbado la situación en el Medio Oriente. “Voy a ser muy claro”, dijo Biden. “Si lanzan un ataque a gran escala contra Irán, están solos”.
Netanyahu replicó con fuerza, con el argumento de que era necesario responder con la misma moneda para evitar futuros ataques. “Si hace esto”, dijo Biden enérgicamente, “me retiro”. Al final, Netanyahu moderó su respuesta.
Este recuento se basa en entrevistas con asistentes y exasistentes de la Casa Blanca, asesores políticos, funcionarios gubernamentales, diplomáticos extranjeros, aliados nacionales y donantes de fondos que vieron a Biden en las últimas semanas. En la mayoría de los casos, hablaron bajo condición de anonimato debido a lo delicado del asunto.
Funcionarios de la Casa Blanca afirmaron que el presidente se encuentra en excelente forma y que su desempeño en el debate, si bien decepcionante, fue una anomalía. Kevin C. O’Connor, médico de la Casa Blanca, dijo apenas en Febrero que a pesar de malestares sin importancia como la apnea del sueño y la neuropatía periférica en un pie, el presidente estaba “apto para el servicio”.
“Es inquisitivo. Concentrado. Recuerda. Es perspicaz”, explicó Neera Tanden, asesora de política interior del presidente. La funcionaria comentó que, en reuniones informativas: “el presidente te hace una pregunta difícil y luego dice: ‘¿Cómo afecta esto al ciudadano promedio?’, y, si en ese momento no pudiste pensar en una respuesta, tienes que regresar a decírselo”.
Pero, según muchos testimonios, como demuestran las imágenes de video, la observación y las entrevistas, Biden no es hoy el mismo que era incluso cuando asumió el cargo hace tres años y medio. La Casa Blanca publica con regularidad transcripciones corregidas de sus declaraciones, en las que a menudo confunde lugares, personas o fechas. El gobierno tuvo que hacer esto en los días posteriores al debate, cuando Biden confundió los países de Francia e Italia al hablar de los veteranos de guerra en una recaudación de fondos en East Hampton.
El debate de la semana pasada motivó a algunas personas en su entorno a manifestar su preocupación por que este declive se hubiera acelerado en fechas recientes. Varios asesores, funcionarios y exfuncionarios que se reúnen con Biden de manera frecuente, pero no todos los días o semanas, dijeron que estaban asombrados por su actuación en el debate porque era la peor que habían visto.
“No hay que estar sentado en una reunión del Despacho Oval con Joe Biden para reconocer que ha habido un declive en los últimos dos años. La diferencia es evidente”, comentó Douglas Brinkley, historiador presidencial. “Por una parte, me ha sorprendido”, agregó Brinkley, quien no ha visto al presidente en persona desde hace un año. “El presidente puede ir de un lado a otro del país como lo hace. Pero puede que la Casa Blanca solo esté mostrando al Biden que quieren que veamos”.
Trump, de 78 años, también ha mostrado señales de deterioro a lo largo de los años desde que resultó presidente electo. Con frecuencia, confunde nombres y detalles y hace declaraciones incoherentes. Su agenda pública es mucho más relajada que la de Biden, no hace ejercicio y en varias ocasiones pareció quedarse dormido durante su juicio por el soborno que pagó a una actriz porno a cambio de su silencio. Su campaña solo publicó un resumen de su estado de salud de tres párrafos. Los votantes también han expresado su preocupación por su edad, pero no en la misma medida que Biden.
La imagen que se desprende de las últimas entrevistas sobre Biden es la de un presidente sometido al estrés, nada fuera de lo común, mientras interactuaba con socios internacionales nerviosos, un aliado recalcitrante cuya guerra continua contra Hamás estaba creando otra amenaza para un segundo mandato y una crisis familiar con su propio hijo, declarado culpable de delitos penales que podrían enviarlo a prisión.
Por necesidad, es una imagen incompleta. A medida que Biden ha envejecido, la Casa Blanca ha limitado sus encuentros con los periodistas. Según las estadísticas recopiladas por Martha Kumar, una académica veterana que estudia la comunicación presidencial, hasta el domingo, Biden es el presidente de la era moderna que menos entrevistas y menos conferencias de prensa ha concedido desde Ronald Reagan.
En las ocasiones en las que Biden ha optado por hablar con los reporteros con poco tiempo para prepararse, no siempre le ha ido bien. En febrero, respondió con molestia al informe de un fiscal especial sobre su manejo de documentos clasificados, en el que el fiscal especial, Robert K. Hur, describía al presidente como un “anciano bienintencionado con mala memoria”. El presidente, molesto, salió en su defensa y en defensa de su memoria ante los periodistas, pero en el proceso dijo que el presidente de Egipto Abdel Fatah al Sisi era “presidente de México”.
Sin embargo, es probable que esos 23 días previos al encuentro con Trump en el escenario de televisión de Atlanta sean considerados por los historiadores como las tres semanas más críticas de una presidencia significativa.
Los viajes de Biden a Europa estuvieron marcados por momentos de agudeza en reuniones importantes (incluida una compleja sesión sobre el uso de ingresos procedentes de activos rusos para ayudar a Ucrania) mezclados con una cierta confusión con la mirada perdida, según personas que se reunieron con él. En algunos momentos, parecía estar en absoluto control de la situación; en otros, un poco perdido.
En Normandía, se reunió con soldados retirados que llegaron a Francia gracias a un grupo de veteranos. Un estadounidense que estuvo presente dijo que, por momentos, Biden parecía desorientado.
Al día siguiente, durante una reunión con el presidente de Ucrania Volodímir Zelenski, Biden habló en voz tan baja que era casi imposible escucharlo, y afirmó que una nueva entrega de ayuda estaba destinada a reconstruir la red eléctrica del país, cuando no era así.
Pero cuando tuvo que pronunciar su discurso para conmemorar el Día D, el presidente lo hizo con fuerza y claridad, cobrando impulso y terminando con contundencia. Fue un recordatorio de que, al igual que durante el discurso sobre el estado de la unión a principios de año, suele estar a la altura de las grandes ocasiones y, una vez que logra mantener el ritmo de su discurso, la adrenalina parece hacer acto de presencia.
Tras varios días en Francia, Biden regresó a casa por unos días para enfrentar una crisis familiar por la condena de su hijo. Fue anfitrión de un concierto con motivo de la festividad del Día de la Liberación, donde se le vio de pie, rígido, durante una actuación musical. Una persona que se sentó cerca del presidente dijo que, durante gran parte del acto, se vio al presidente con una expresión “aturdida y confusa”. Esta persona agregó que Biden había mostrado un “marcado declive” desde una reunión celebrada apenas unas semanas antes.
Después de tan solo un par de días en casa, Biden regresó a Europa, esta vez a Italia, para asistir a una cumbre de los líderes del Grupo de los Siete. A lo largo de las reuniones, el patrón fue el mismo, según altos funcionarios que asistieron.
Desde el debate, Biden ha tratado de demostrar que su dificultad para expresarse aquella noche no era un indicador de un problema mayor. Al día siguiente pronunció un enérgico discurso en un mitin de campaña y asistió a una serie de actos de recaudación de fondos en los que esperaba tranquilizar a los nerviosos donantes.
“Su discurso fue enérgico, no titubeó ni habló en voz baja ni se le vio confundido en ningún momento”, comentó Judith Hope, expresidenta del Partido Demócrata del Estado de Nueva York, quien asistió el sábado a una recaudación de fondos en East Hampton. “Fue el tío Joe de siempre”, concluyó.