Por The New York Times | Amanda Taub
Basta leer las noticias recientes para preguntarse si los golpes de Estado podrían ser contagiosos.
Líderes militares tomaron el poder en Gabón el 30 de agosto, lo cual añadió al territorio a una lista de al menos siete países africanos —incluido Níger apenas unas semanas antes— que han experimentado tomas militares en los últimos tres años.
Este reciente aumento es sorprendente en particular porque los golpes de Estado, sobre todo los exitosos, habían sido relativamente inusuales en las décadas posteriores al fin de la Guerra Fría.
“Si me hubieran dicho hace una década que eso sucedería hoy, no habría pensado que era una expectativa razonable”, afirmó Erica De Bruin, politóloga del Hamilton College que escribió un libro en 2020 sobre la prevención de los golpes de Estado.
Los golpes de Estado no son en realidad “contagiosos”, en el sentido de que uno causa directamente otro, afirman los expertos.
“Estamos viendo más golpes de Estado no debido a un contagio, sino a un entorno más permisivo”, explicó Naunihal Singh, politólogo del Naval War College de Estados Unidos. “Así que los países que ya son propensos a sufrir golpes de Estado están menos restringidos”.
Los cambios en las respuestas de la comunidad internacional han hecho que los golpes de Estado sean marginalmente menos riesgosos para los posibles conspiradores. Además, los líderes militares también podrían estar aprendiendo de las experiencias de otros, extrayendo lecciones sobre cómo evadir las sanciones y la condena internacional y mantenerse en el poder.
La condena internacional solía hacer que los golpes de Estado fueran más riesgosos. Hoy en día, no tanto.
Para entender por qué los golpes de Estado están aumentando, es útil observar por qué su número disminuyó después del fin de la Guerra Fría. Por supuesto que hubo muchas razones para ello, pero los expertos afirman que la nueva voluntad de la comunidad internacional para imponer sanciones a regímenes que habían tomado el poder por la fuerza tuvo un efecto significativo.
“Los golpes de Estado se producirán cuando los miembros de las fuerzas militares tengan algún tipo de agravio contra un régimen que no creen que pueda resolverse, pero también cuando tengan la oportunidad de hacer que esos agravios se resuelvan mediante el golpe mismo", afirmó De Bruin.
Las sanciones internacionales no alteraron los agravios subyacentes. Pero sí cambiaron el cálculo de la probabilidad de que un golpe de Estado los resolviera con éxito: las sanciones, en particular las impuestas por organizaciones regionales como la Unión Africana y la Organización de los Estados Americanos, dificultaron que los líderes militares se aferraran al poder, pues redujeron las posibilidades de que permanecieran en el cargo el tiempo suficiente como para resolver los agravios que los inspiraron en un principio.
Pero entonces, desde hace unos años, esas poderosas normas antigolpistas comenzaron a erosionarse.
Una razón es que la aplicación de la ley se ha vuelto más irregular, escribió Singh en un artículo reciente publicado en el Journal of Democracy. Estados Unidos, por ejemplo, ha creado repetidas excepciones a las leyes que exigen que se elimine la ayuda exterior después de golpes de Estado, particularmente en países donde los intereses de seguridad nacional hacen que Estados Unidos se muestre reacio a poner en peligro su relación con los líderes militares.
“A Estados Unidos le importa más la seguridad y competir con China y Rusia que defender la democracia”, dijo Singh en una entrevista.
Incluso cuando se imponen sanciones, el ascenso de China como potencia global ha amortiguado su impacto. En las décadas posteriores al fin de la Guerra Fría, la mayoría de los países en desarrollo dependieron de la ayuda de Estados Unidos y otras democracias occidentales ricas, lo que convirtió las sanciones de esos gobiernos en una amenaza en particular potente. “Pero hoy, la junta militar en Birmania, por ejemplo, puede compensar las sanciones de Estados Unidos, la Unión Europea, el Reino Unido y Canadá con el apoyo financiero y diplomático de China”, escribió Singh.
El auge de mercenarios privados como el grupo Wagner, afiliado a Rusia, ha permitido un tipo similar de sustitución. Por ejemplo, después de que Francia anunciara que iba a retirar sus tropas de Malí tras los golpes de Estado ocurridos allí en 2020 y 2021, el gobierno recurrió a Wagner en busca de asistencia en materia de seguridad.
Cómo lavar el poder
Sin embargo, según De Bruin, también está sucediendo otra cosa: los líderes golpistas están aprendiendo de los ejemplos de otros, pues están descubriendo cómo utilizar las elecciones para transformar sus gobiernos golpistas en algo más digerible para la comunidad internacional.
Considerémoslo un “lavado de golpe”: así como los delincuentes pueden lavar dinero sucio a través de transacciones legítimas, los líderes golpistas pueden lavar el poder político a través de elecciones.
Esto se debe a que existe una especie de laguna jurídica en la condena internacional de los regímenes golpistas: ya no se les considera golpistas si, tras tomar el poder por la fuerza, ganan unas elecciones.
Eso ha generado un nuevo manual de estrategias, según De Bruin: tomar el poder, conservarlo el tiempo suficiente para celebrar elecciones, utilizar la manipulación electoral y otros recursos del liderazgo para ganarlas, y luego ver cómo le flexibilizan las sanciones a tu régimen que ya no es golpista.
“Lo que creo que estamos viendo es un cierto elemento de aprendizaje”, dijo De Bruin. “Y por eso ahora tenemos líderes golpistas que han podido ganar elecciones y luego simplemente permanecer en el poder. Las sanciones y las suspensiones desaparecen”.
Eso no significa que sea muy probable que los golpes de Estado vuelvan a los altos niveles observados durante la Guerra Fría, cuando muchos de ellos eran extensiones de la lucha entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero los golpes de Estado pueden tener un efecto agravante: a medida que más líderes se aferren al poder después de tomarlo por la fuerza, más influencia tendrán dentro de las organizaciones internacionales. Con el tiempo, eso puede hacer que el interés por vigilar los golpes de Estado disminuya aún más.