Por The New York Times | Nicholas Nehamas, Maggie Haberman, Jonathan Swan and Shane Goldmacher
El gobernador de Florida, Ron DeSantis, suspendió su campaña presidencial el domingo y respaldó al expresidente Donald Trump, lo que marcó una espectacular implosión para un candidato que alguna vez fue visto como el que tenía la mayor probabilidad de destronar a Trump como el nominado del Partido Republicano en 2024.
Su salida de la contienda tan solo dos días antes de las elecciones primarias de Nuevo Hampshire deja a Nikki Haley, la exgobernadora de Carolina del Sur, como la última rival de Trump que queda.
La derrota devastadora de DeSantis por 30 puntos porcentuales frente a Trump en el caucus de Iowa del lunes pasado lo dejó ante una pregunta desalentadora: ¿por qué seguir adelante? El domingo, dio su respuesta y reconoció que no había sentido en continuar sin un “camino claro a la victoria”.
“Hoy suspendo mi campaña”, dijo DeSantis en un video publicado después de que The New York Times informara que se esperaba que abandonara la contienda, y añadió: “Trump es superior al actual presidente, Joe Biden. Eso es claro. Firmé un compromiso de apoyar al nominado republicano y cumpliré ese compromiso. Tiene mi respaldo porque no podemos volver a la vieja guardia republicana de antaño”.
DeSantis había volado de vuelta a Tallahassee el sábado por la noche después de hacer campaña en Carolina del Sur. Se esperaba que apareciera en un evento de campaña en Nuevo Hampshire el domingo por la tarde, pero fue cancelado.
Incluso antes de que DeSantis hiciera su anuncio, Trump ya había comenzado a hablar de su candidatura en tiempo pasado. “Que descanse en paz”, dijo Trump sobre DeSantis en un mitin el sábado por la noche en Manchester.
La semana pasada, DeSantis había comenzado a insinuar que podría estar buscando salir de la contienda, poniendo sus ojos en la elección de 2028 y admitiendo que Trump había logrado una victoria abrumadora en Iowa.
El caos marcó los últimos días de su campaña, justo como había ocurrido al principio, cuando inició su campaña con un evento de transmisión en vivo ampliamente ridiculizado y con fallas técnicas en Twitter. Durante el fin de semana, el itinerario de DeSantis estuvo en constante cambio, ya que volaba entre Nuevo Hampshire y Carolina del Sur con poco aviso, posponiendo eventos y finalmente cancelando sus apariciones en los programas políticos matutinos del domingo.
El respaldo de DeSantis a Trump fue rápido y somero. El gobernador de Florida no ofreció ninguna justificación para apoyar a Trump más allá de que el expresidente contaba con el respaldo de la mayoría de los republicanos en las encuestas, y que no era Haley. DeSantis tampoco pudo resistirse a dar un último golpe al candidato líder de su partido y volvió a plantear críticas sobre el manejo de la pandemia de Trump.
Al darle su respaldo a Trump, DeSantis parecía estar tratando de unir al ala conservadora del partido detrás del expresidente mientras dejaba pasar el hecho de que estaba cediendo ante un hombre que lo había ridiculizado como si fuera un deporte sangriento.
Después de anunciar su candidatura para la presidencia, con grandes expectativas, en mayo, DeSantis y su campaña resultaron ser un fracaso costoso: en conjunto con grupos externos bien financiados, gastaron decenas de millones de dólares con poco efecto evidente.
La constante ridiculización de Trump —sobre cualquier cosa, desde las expresiones faciales de DeSantis hasta su elección de calzado— degradó su imagen como un guerrero conservador confiable. A lo largo de su campaña, los números de DeSantis cayeron aproximadamente a la mitad en las encuestas nacionales, lo que parece ser una sentencia tanto de sus habilidades como candidato como de su estrategia de intentar posicionarse a la derecha de Trump. Un apoyo cacareado y un sistema de sondeo pagado por su súper PAC (sigla en inglés que designa al comité de acción política), Never Back Down, apenas parecieron hacer una diferencia en la contienda.
Por momentos, parecía como si DeSantis estuviera yendo de un episodio embarazoso a otro, mientras su campaña lidiaba con contratiempos como despidos masivos y las consecuencias de producir un video en redes sociales que presentaba un símbolo nazi.
En Iowa, su osada promesa de ganar resultó ser vacía. En cambio, apenas venció a Haley, cuya imagen más moderada parecía ser inadecuada para los republicanos socialmente conservadores del estado. Invertir recursos en Iowa dejó sin fondos los esfuerzos de DeSantis en Nuevo Hampshire y Carolina del Sur, dos de los otros estados de nominación temprana, donde sus números en las encuestas se desplomaron. La pérdida de apoyo tanto de votantes como de donantes significó que no había mucho sentido en continuar hacia más derrotas inevitables.
Aunque había comenzado su contienda en una posición relativamente fuerte, las encuestas ahora mostraban a DeSantis en un lejano tercer lugar en Nuevo Hampshire, con alrededor del 6 por ciento de los votos.
Tanto DeSantis como sus aliados parecían estar quedándose peligrosamente con pocos fondos. Ningún anuncio a favor de DeSantis se había transmitido en la televisión de Nuevo Hampshire desde antes del Día de Acción de Gracias.
En la noche de su derrota en Iowa, DeSantis había intentado convertir su resultado en algo positivo, diciendo que como el finalista del segundo lugar había “impulsado su candidatura” fuera del estado.
Resultó que ese impulso fue válido por menos de una semana.
El plan
Al retirarse antes de Nuevo Hampshire, DeSantis se salvó de una derrota catastrófica el martes, deteniendo una larga y lenta hemorragia política.
No había forma de evitar cuán malo resultaría. DeSantis había hecho un poco de campaña aquí, y en los días posteriores a Iowa sugirió que se concentraría, más bien, en Carolina del Sur, que no celebraría sus primarias hasta un mes después. Never Back Down comenzó a despedir a miembros del personal.
Pero la caída de DeSantis había comenzado en Iowa, donde había apostado toda su campaña.
Aunque los resultados no lo reflejaban, DeSantis siguió la misma estrategia allí que los candidatos republicanos usaron para ganar los últimos tres caucus disputados.
DeSantis visitó todos los 99 condados de Iowa, respondió un sinfín de preguntas de los votantes y obtuvo el respaldo de dos figuras clave, la gobernadora Kim Reynolds y el líder evangélico Bob Vander Plaats.
“Nadie trabajó más duro, y lo dimos todo en el campo”, dijo DeSantis el domingo en su video de salida de su candidatura.
Su estrategia se basaba en la suposición de que los votantes republicanos podrían dividirse en tres grupos, basados en sus sentimientos hacia el expresidente: aquellos que siempre apoyarían a Trump, quienes nunca apoyarían a Trump y los electores a los que les gustaba Trump y sus políticas pero estaban listos para un nuevo portador de estandarte para el partido, quizás alguien más joven y con menos equipaje. Era ese tercer grupo de votantes el que DeSantis se propuso ganar. Una vez que lo hiciera, según la teoría, los que nunca apoyarían a Trump le seguirían.
Pero a DeSantis le costó explicar por qué esos votantes de Trump poco comprometidos deberían elegirlo a él en lugar de al expresidente. Durante gran parte de la campaña apenas intentó crear un contraste y, en cambio, se centró en su historial en Florida. Los votantes lo cuestionaron repetidamente sobre cuándo desafiaría con firmeza al candidato favorito, incluso hasta los últimos días de la campaña.
Con el tiempo, DeSantis se conformó con un argumento de que Trump había fallado en implementar gran parte de su agenda conservadora, y que solo DeSantis podría dar a los republicanos las victorias que anhelaban. Pero eso sonó hueco para muchos votantes del Partido Republicano, quienes creían que Trump había sido un presidente eficaz injustamente obstaculizado por los liberales y “el Estado profundo”.
“Trump defendió a la gente”, dijo Brett Potthoff, de 30 años, un ingeniero de Sac City, Iowa, quien consideró apoyar a DeSantis en los caucus pero que al final afirmó que respaldaría a Trump. “Todo el mundo estaba tratando de hundirlo por cosas falsas”.
El fracaso de DeSantis con los votantes evangélicos blancos fue especialmente notable, dado lo mucho que se esforzó por ganárselos. El año pasado firmó una prohibición de aborto de seis semanas en Florida que ilegalizaba el procedimiento en un momento en el que muchas mujeres no saben que están embarazadas. Trump criticó la ley por ser demasiado dura, y DeSantis intentó usar el aborto como un tema divisivo para persuadir a los cristianos conservadores de apartarse del expresidente.
No funcionó. Muchos líderes y votantes antiaborto adoraban a Trump por nombrar a los jueces de la Corte Suprema que ayudaron a anular Roe contra Wade, un objetivo de su movimiento durante décadas. No podían ser apartados de su lado.
Mientras que DeSantis ganó poco con los evangélicos, perdió mucho entre los votantes del centro político, así como entre los donantes republicanos ricos con puntos de vista sociales más moderados. Su decisión de ceder el centro ayudó a crear un camino en la contienda para Haley, quien usó un tono más mesurado sobre el aborto. También le dificultó recrear la amplia coalición que le dio una reelección de 19 puntos de ventaja en Florida, que había creado con apoyo de mujeres e independientes, así como de votantes hispanos.
Aun así, algunas cosas parecían estar fuera del control de DeSantis. Enfrentarse a Trump, quien en buena medida tiene los beneficios de alguien que estuvo en la presidencia, no era tarea fácil. Y en otra época, las imputaciones de Trump en cuatro casos criminales habrían parecido beneficiar a DeSantis. Pero lejos de disminuir la posición del expresidente entre los republicanos, los cargos en realidad unieron al partido en torno a él.
Trump no fue el único candidato en atacar a DeSantis con mensajes negativos. Haley, quien había estado muy por detrás de DeSantis durante la mayor parte de la contienda, también lo criticó sin cesar.
Al final, ningún candidato enfrentó más gastos negativos que DeSantis.
Eso no impidió que, hasta la noche del caucus, DeSantis y su equipo prometieran un rendimiento dominante en Iowa. Sus asistentes señalaron que aproximadamente 40.000 habitantes de Iowa habían firmado cartas de compromiso para apoyarlo.
Pero en una noche extremadamente fría, solo poco más de la mitad de esa cantidad de personas se presentaron para respaldarlo.
Tropezar en la línea de salida
DeSantis y su equipo cometieron una serie de errores propios, incluso antes de que entrara en la contienda.
Tras una reelección dominante en 2022, con unos números de encuestas no muy lejos de los de Trump, DeSantis se quedó al margen. En lugar de comenzar de inmediato su candidatura para la presidencia, decidió esperar hasta después de la sesión legislativa de Florida, donde los legisladores aprobaron una serie de leyes conservadoras pensadas para darle más crédito con la derecha. Ese retraso permitió que Trump estableciera la narrativa de que DeSantis era débil y un traidor al movimiento MAGA.
Luego, en lugar de anunciar que se postularía en un mitin tradicional, rodeado de su familia y seguidores animados, DeSantis eligió declarar el inicio de su candidatura durante una conversación transmitida en vivo con el empresario tecnológico Elon Musk en X, que se interrumpía con tanta frecuencia que fue un objeto de burlas. Ese inicio del 31 de mayo fue visto de manera generalizada como un desastre que marcó el tono para las siguientes semanas.
Pronto comenzó a escasear el dinero. Los grandes donantes habían sido desanimados por los errores de DeSantis, su conservadurismo social estridente y una serie de videos extraños en las redes sociales, uno de los cuales incluía el símbolo nazi. Su campaña, construida para dar una batalla a nivel nacional, fue rápidamente considerada inflada e insostenible. A finales de julio, DeSantis despidió a más de un tercio de su personal de campaña. Iowa se convirtió en el único objetivo. A muchos de los miembros del personal que quedaban se les ordenó trasladarse a Des Moines.
Al mismo tiempo, Never Back Down, que había sido promocionado como su arma secreta, cayó en la confusión. Los funcionarios de la campaña y del súper PAC debatieron la estrategia en una serie de memorandos conflictivos que se hicieron públicos porque la ley de financiamiento de campañas prohibía a las dos organizaciones coordinar la estrategia a puerta cerrada. Casi estalla una pelea a golpes entre el presidente de la junta del grupo, un amigo de la universidad de DeSantis llamado Scott Wagner, y su estratega principal, Jeff Roe. Poco después, cinco altos funcionarios de Never Back Down renunciaron o fueron despedidos, seguidos por Roe. Wagner, un abogado con poca experiencia política, asumió el control.
El caos en la campaña y en el súper PAC socavó el mensaje de DeSantis de que era un líder competente y sin dramas. Y expuso lo poco que confiaba en alguien fuera de un pequeño círculo de asesores y amigos, y cuán limitada era la experiencia que muchos de esos ayudantes tenían a nivel presidencial.
DeSantis también tuvo dificultades en la campaña. A pesar de tener una historia personal convincente, apenas habló de su biografía. Evitó a los medios de comunicación. Le resultó difícil conectar con los votantes y sus momentos incómodos se volvieron virales. Su respuesta más común al aprender el nombre de un votante era un entusiasta “¡OK!”. Tendía a hablar en acrónimos difíciles de seguir, refiriéndose a temas desconocidos que eran principalmente de interés para los ideólogos republicanos, como “ESG” (siglas en inglés de gobernanza ambiental, social y corporativa) y “DEI” (las siglas de diversidad, equidad e inclusión). Las encuestas mostraron que la mayoría de los votantes se preocupaban más por la economía y la inmigración.
En su primer gran evento en Iowa después del Año Nuevo, un momento en el que por lo general los votantes comienzan a prestar más atención a la contienda, DeSantis abrió su discurso con una larga crítica del proceso de acreditación para las universidades.
La conferencia no pareció tener impacto. En una sesión de preguntas y respuestas posteriormente, una votante confundida preguntó de qué estaba hablando el gobernador.
“Creo que estaba diciendo la palabra ‘depredadores’”, le dijo a De Santis Patrica Janes, de 64 años, de Johnston, Iowa.
“Acreditación”, explicó DeSantis. “Acreditador”.
Un reajuste
DeSantis sí hizo ajustes durante el transcurso de la campaña.
Después de los despidos del personal, comenzó a hacer una contienda al estilo de quien va en desventaja, viajando de arriba abajo por Iowa para hacer paradas en pequeños pueblos y escuchar preguntas de los votantes. Habló con reporteros todos los días y dio entrevistas a las principales cadenas de televisión.
“Parecía como que se estaba censurando durante mucho tiempo”, dijo Cody Ritner, de 26 años, un partidario de DeSantis de Decorah, Iowa, después de escuchar a DeSantis al final de la campaña. “Mejoró mucho cuando comenzó a soltarse”.
La atmósfera en sus eventos también mejoró.
Sin embargo, algunas de las tendencias obstinadas de DeSantis permanecieron. Continuó utilizando el dinero de sus donantes para pagar aviones privados en lugar de usar vuelos comerciales. Su campaña prohibió a los reporteros de The New York Times asistir a eventos durante más de un día en respuesta a un artículo crítico. Su oficina no invitó a legisladores estatales de Florida que habían respaldado a Trump a una fiesta de Navidad anual en la mansión del gobernador, aunque todos habían recibido invitaciones el año anterior.
Casi nunca, como candidato, DeSantis parecía poder conducir la agenda del día. Algo que había hecho de manera tan efectiva como gobernador, por ejemplo, cuando cautivó a los medios nacionales e indignó a la izquierda al hacer que su gobierno trasladara migrantes a Martha’s Vineyard.
Pero en la contienda presidencial, la fuerza de la personalidad de Trump borró todo lo demás.
Vida después de la derrota
DeSantis, quien había sido visto como una figura todopoderosa en el Capitolio del Estado, ahora enfrenta un regreso a Florida con su estatura reducida.
Aún así, le quedan casi tres años como gobernador del tercer estado más grande del país, así como un historial comprobado de asegurar la aprobación de su agenda legislativa. Y sus calificaciones de preferencia generalmente siguen siendo altos entre los republicanos a nivel nacional.
Mientras asimilaba su pérdida en Iowa, DeSantis argumentó que había dejado una “impresión” contundente. Dijo que había escuchado a varios votantes que habían declarado su lealtad a Trump esta vez, pero dijeron que lo apoyarían en 2028.
Había algunas evidencias que respaldaban eso. A pesar de la dura contienda, muchos partidarios de Trump tenían cosas buenas que decir sobre DeSantis.
Karen Kontos, de 65 años, salió el mes pasado de un evento de DeSantis en Ames, Iowa, impresionada por el candidato y sosteniendo una pancarta con su nombre. Sin embargo, no tenía intención votar por DeSantis, a quien comparó con una versión más joven de Trump.
“Piensan igual”, dijo. “Me gusta DeSantis. Tiene buenas ideas”.
Pero, agregó Kontos, “no es Trump”.
El domingo, incluso Trump le tendió una rama de olivo a su rival derrotado.
Hablando con los partidarios en su sede de campaña de Nuevo Hampshire, Trump dijo que ya no se referiría DeSantis como “DeSanctimonious”, un apodo despectivo que había usado durante meses.
“Ese nombre está oficialmente retirado”, dijo Trump.
Catie Edmondson colaboró con reportería desde Grimes, Iowa, y Michael C. Bender, desde Manchester, Nuevo Hampshire.
es un reportero de política que cubre la candidatura presidencial del gobernador de Florida, Ron DeSantis. Más de Nicolás Nehamas
es corresponsal de política sénior que cubre la campaña presidencial de 2024, desde las contiendas electorales en todo el país hasta las investigaciones sobre el expresidente Donald Trump. Más de Maggie Haberman
es periodista de política que cubre las elecciones presidenciales de 2024 y la campaña de Donald Trump. Más de Jonathan Swan
es un periodista especializado en política nacional y cubre la campaña de 2024 y los principales desarrollos, tendencias y fuerzas que dan forma a la política estadounidense. Lo puedes contactar en [email protected]. Más de Shane Goldmacher.
Catie Edmondson colaboró con reportería desde Grimes, Iowa, y Michael C. Bender, desde Manchester, Nuevo Hampshire.
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