Por Federica Pérez | @federicaperez00
Mirza Folco es bailarina del Sodre. En este momento, se desempeña haciendo roles de caracterización porque, a sus 47 años, su cuerpo no le permite rendir como siempre. Lo dice ella misma.
Jorge Ferreira baila en el mismo lugar y, aunque tiene 32 años, su contrato es anual y depende de criterios artísticos para poder continuar bailando año tras año.
Any Cardozo no baila en el Sodre, pero sí se dedicó al movimiento durante toda su vida. Intentó varias veces formalizar su trabajo y pensar en el después, en el momento en el que el cuerpo pasa la factura de haber trabajado toda la vida. Lamentablemente, en más de una ocasión, esa voluntad la endeudó.
Los tres tienen algo aspectos en común: piensan y les preocupa el futuro. No quieren llegar a su retiro en la miseria de no poder sostener económicamente una vida digna, pero saben que las condiciones actuales no muestran un panorama muy alentador.
Dedicarse a bailar es una profesión muy sacrificada. Quienes lo hacen ponen su cuerpo a disposición del movimiento durante muchos años de su vida. De hecho, algunos lo hacen desde la niñez.
Además, los estudios son costosos. Ingresar a una compañía de renombre cuesta mucho sacrificio y el paso de los años son una incertidumbre para quienes logran establecerse en algún cuerpo de baile. Aquellos que eligen bailar de forma independiente no logran mucho más que recibir los pagos en efectivo, sin aportes profesionales para el futuro y, si intentan ingresar al sistema y estar en regla, es probable que se endeuden.
Todo cambia
“El Sodre como institución de baile a nivel nacional no tiene jubilaciones especiales, los bailarines nos jubilamos a los 60 años de edad como cualquier persona”, contó Folco a Montevideo Portal. Ella ingresó en el Sodre en 1994, como bailarina de refuerzo. Es egresada de la Escuela Nacional de Danza y oriunda de Melo.
A partir de 1998, logró establecerse como trabajadora presupuestada del Sodre. Tiene una lesión en la cadera, “se desgastan los tobillos, las rodillas y la cadera, las lesiones se acumulan”, explicó. Ahora también da clases en una academia de baile, como la mayoría de los colegas de su edad. Por esta y otras razones, considera que “sería bueno que finalmente se aprobara un proyecto de ley jubilatorio”.
La bailarina entiende que, para quien baila, jubilarse como todo el mundo “es imposible”. La jubilación especial para bailarines existió pero se derogó hace muchísimos años en el período cívico-militar. Lo que planteaba esa jubilación era que los bailarines para jubilarse tenían que contar con 40 años de edad y 20 años de aportes. “En la actualidad, lugares como Argentina, en Bahía Blanca y en Córdoba, continúan con este régimen. En el teatro Colón se tenían los mismos criterios pero, al igual que en Uruguay, se derogó”, detalló Folco.
Más adelante, muchos años después del período cívico-militar, en el año 2006, los bailarines del Sodre presentaron un nuevo proyecto de ley jubilatoria en el Parlamento. El documento proponía que los integrantes del cuerpo de baile pudieran “con una actividad en el organismo no menor a 25 años, continua o alternada, derecho a jubilarse, percibiendo como asignación de pasividad el promedio mensual de sus remuneraciones en concepto de sueldo compensaciones recibidas en el último año de labor”.
Además, el proyecto enumeraba las razones de la petición de una jubilación diferenciada: “una carrera que se comienza aproximadamente a los 8 años, práctica de la técnica que exige un trabajo músculo-postural anatómicamente contrario a lo normal y desempeño que exige un alto grado de esfuerzo neuromotor”, son algunas de las fundamentaciones que se presentaron.
En el medio, entre la derogación del período militar y la petición de la nueva ley jubilatoria, en el año 2000 se concedió una pensión graciable equivalente a ocho salarios mínimos a seis bailarines que en aquel año habían llegado al final de su carrera. Este año, los bailarines del Sodre volverán a intentar tener una ley jubilatoria y, para eso, ya están teniendo las primeras reuniones con Martín Inthamoussú, el actual presidente del Consejo Directivo del Sodre.
“Los bailarines tenemos un gran desgaste físico, lesiones grandes, en el cuerpo de baile hay personas con trasplantes de prótesis de cadera, lesiones indefinidas y de todo tipo, por ejemplo, una compañera con esguince grado tres no se pudo recuperar más”, contó Folco.
Reflexionó que “pasan 25 años de la vida bailando y cuando no pueden bailar más quedan como excedentes, esperando una jubilación o en cargos administrativos”, que además, “no es de la forma que se llega, porque para ingresar a la compañía, además de prepararte te exponés a un jurado internacional que te evalúa”, explicó la bailarina.
Folco acentúa que ser bailarín es “tan exigente que no te dan los tiempos para hacer una carrera paralela y adelantarte a la edad del desgaste físico”, porque en el caso del Sodre, la rutina de ensayos suele ser a la mañana de lunes a viernes hasta las 16:30, en período de funciones son doble horario, por lo que “es imposible anotarse a estudiar otra cosa, además es mucha la disciplina” opinó. “Lo mismo pasa con los bailarines freelance”, acotó.
Cuando pasan los 40 años, “la mayoría da clases para poder tener un ingreso medianamente estable” y para subsistir. “Muchos, sobre todo extranjeros, alquilan en grupo o lugares pequeños como monoambientes”, comentó.
En el caso del Sodre, según Folco, la plantilla presupuestal registra 32 bailarines presupuestados, de los cuales seis aún participan de las funciones, pero los demás están redistribuidos como administrativos. “Son personas con 30 o más años de teatro, pasan a ser administrativos porque además de la necesidad de tener un sustento por ley, al ser presupuestados, cuando una persona no puede seguir sirviendo en su rol tiene que cambiar de lugar”, agregó.
Por último, adelantó que el proyecto en el que los bailarines están comenzando a trabajar, en el caso de ser aprobado, aplicaría para todos los bailarines a nivel nacional y sin importar el género al que se dediquen. “Sería bueno que logremos esto en el Sodre como ente público que es”, consideró. “Después de bailar más de 30 años, reciclarte y empezar de cero no es fácil, empezamos a bailar desde muy chicos y le dedicás tu vida a la compañía”, concluyó.
Sostenerse
Cardozo recuerda a “una gran maestra de baile que terminó en la miseria”. Según ella, una gran profesora de clásico envejeció pudiendo sostenerse con la ayuda de algunos bailarines y directores que la contrataron en diferentes espacios para que se pudiera mantener, pero la mujer enfermó de cáncer y todo empeoró. “En un momento llegó a no tener casi ni dónde comer y vivir, después de haber dedicado toda su vida a la danza, tenía sociedad médica porque se la pagaba su hija, fue muy triste y no me olvidé más”, recordó.
La cobertura médica de Cardozo la paga su mamá y es por eso que ahora, está pensando en registrarse como monotributista o ver la posibilidad más conveniente de poder aportar por los trabajos que realiza. “Para poder sobrevivir todos los bailarines tenemos que ir buscándole la vuelta, la mayoría con dos trabajos, pero eso también se complica, a mi en este último tiempo no me llamaron de ningún lado y hasta de cajera me anoté”, contó.
Any Cardozo no dedicó su vida al Sodre, pero sí al baile, la expresión y el movimiento. Sin embargo, comparte muchas de las incertidumbres de Folco.
Egresó de la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD) en el 2002, se considera una “enamorada del movimiento, que siempre siguió bailando y buscando nuevas formas de moverse”, según contó a Montevideo Portal.
Luego de egresar de la EMAD buscó lugares para aprender danzas que en aquel momento no eran tan conocidas o tradicionales como en la actualidad. Después se fue a España cuatro años (desde 2005 hasta 2008) para trabajar como actriz, pero era bastante complejo y se dedicó a estudiar baile moderno y contemporáneo.
Luego continuó viajando hacia otros destinos y, cuando volvió a Uruguay, encontró espacios en el baile que “no existían en el teatro”, además de que para volver a incursionar en la actuación había que “pagar derecho de piso de nuevo y no había ningún proyecto que considerara efervescente como para unirse”, agregó.
En ese momento, volcó gran parte de su tiempo a bailar y empezó a tomar clases de hip hop, estilos urbanos, reggaeton y se enganchó mucho. Le gustó tanto el urbano y lo distendido que era practicarlo (en comparación con la danza clásica) que se asoció con el director de un lugar de los que ofrecía estos espacios para adolescentes que iban a bailar, entrenar y aprender, algo que en su momento era más técnico y no tan disfrutable.
Allí comenzaba su primera experiencia como emprendedora en relación a la danza. Con su socio y ayuda de alguien cercano, en el 2012, abrió Estudio Yam, un espacio que ofrecía estilos urbanos. “Durante dos años aprendí de todo, emprendí, pude conformar una sociedad de hecho con mi socio y contratar profesores”, recordó.
Pero en el 2014 tuvo que cerrar el espacio. “Los costos eran muy caros, se trabajaba bien de mayo a septiembre, porque después es verano, los chiquilines tienen exámenes y dejan de ir unos meses, se complica”, recordó Cardozo. También agregó que, al cerrar, para pagarle los derechos sociales a alrededor de 10 personas, se tuvo que endeudar. “Debe saberse que aunque es un espacio cultural, nos registramos como una empresa de productos y tenemos que trabajar bajo esos criterios”, explicó. Para Cardozo, mantener un espacio en regla, con trabajadores registrados que puedan hacer aportes y facturar, “es casi imposible de lograr sin una ayuda extra”.
Aunque gran parte de su vida, luego de cerrar el espacio y hasta ahora, la dedica a dar clases particulares, no sólo de baile, también de movimiento y expresión, opinó que es difícil mantener un grupo de alumnos estable. “Las personas entienden lo difícil que es moverse, hacer todo lo que hay que hacer para progresar y además todo está pensado para aliviarse tomando una pastilla y no en movimiento, entonces se vuelve complejo”, reflexionó la bailarina.
Cardozo, a pesar de la mala experiencia con espacio Yam no se rindió y en 2016 abrió Atelier de Movimiento, en un local alquilado en el barrio Pocitos. Si bien comenzó dando clases ella sola, luego compartió el espacio con otras personas y en un momento llegó a brindar varias disciplinas en el espacio. Pero llegó la pandemia y como tantos otros artistas, tuvo que cerrar porque las deudas se hicieron más grandes que las ganancias.
Hace poco, una de las profesoras que continuó con ese espacio para dar clases de ballet, le ofreció a Cardozo volver a compartirlo. “Me saqué la mochila de llevar adelante un local, ahora que la situación sanitaria mejoró voy a volver, alquilo por horas y doy mis clases, la situación es otra”, evaluó.
Actualmente tiene 48 años, si bien no piensa en la jubilación como un trámite de retiro porque para ella “cuando deje de estar en movimiento se acabará todo”, por lo cual quiere envejecer dando clases, igual opina que la situación de los bailarines es sumamente complicada y que la ley jubilatoria es fundamental. “Mis años de aporte son por trabajos como secretaria, en ventas y trabajos que tuve fuera de lo artístico, luego aporté unos años por baile, pero muy pocos y con el paso del tiempo es algo en lo que inevitablemente tenemos que pensar”, reflexionó.
Bajo la incertidumbre
“Cuando entramos a la compañía somos muy jóvenes, pensamos sólo en bailar y no tenemos mucha conciencia de la situación, luego te das cuenta de que es lo que elegiste y que poder hacerlo es un privilegio, pero a al vez es un trabajo y con eso tenés que sustentar tu vida”, “entonces sería bueno que tanto la jubilación como las condiciones laborales mejoren”, agregó.
También coincidió en que “los mejores años se vuelcan a la compañía pero que a pesar de eso si en un momento alguien te dice que no quiere contar contigo para el próximo año te quedas en la nada”, lamentó.
Jorge Ferreira tiene 32 años y también baila en el Sodre. A diferencia de Folco, su contrato es a término, es decir que, año a año, se puede renovar o no. Es oriundo de Rivera y a los 18 años se vino a Montevideo para estudiar y dedicar su vida a la danza. “Mi situación se basa en la incertidumbre porque que mi contrato continúe es una decisión artística del director de turno”, contó a Montevideo Portal.
Por esto, está afín a la ley jubilatoria para bailarines que sea “similar a la que hace años hubo, o al menos con los mismos fundamentos” y de hecho también es parte del proceso. “El problema de la ley siempre estuvo vigente, lo que sucede es que no todos lo escuchan”, opinó.
Por último, Ferreira también fundamentó que “es una carrera muy corta y además sacrificada, una lesión te puede dejar afuera de un mundo para el cual también nos preparamos mucho y que termina a los 40 años”.