Por The New York Times | Elisabetta Povoledo
ROMA — El domingo por la tarde, Mariarosa Cavañas encendió una vela frente a una pequeña capilla de la iglesia de Santa María Addolorata —la iglesia nacional de Argentina en Roma— donde había una foto del papa Francisco colocada en un estrado junto a una oración por su salud. En la pared del fondo de la capilla había una pequeña estatua de Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina, Paraguay y Uruguay, y una oración para encomendar a Francisco a su cuidado.
“Espero que mejore”, compartió Cavañas, argentina que trabaja como auxiliar de enfermería en Roma. Era una de las decenas de fieles que acudieron a la iglesia para asistir a la misa que congrega a la comunidad argentina de Roma el primer domingo de cada mes. Este domingo, su compatriota Francisco y la enfermedad que lo aqueja estaban muy presentes en la mente y en las oraciones de todos.
Francisco lleva ingresado en un hospital de Roma, con neumonía y otras infecciones, desde el 14 de febrero. El martes por la noche, el Vaticano informó que el estado de Francisco era estable tras sufrir dos episodios de insuficiencia respiratoria aguda el día anterior.
“Estoy muy triste y he estado rezando por él”, dijo Marcela Pérez, que trabaja para un instituto que alberga a seis monjas en Roma. “Toda Argentina está rezando por el papa”.
Millones de personas de todo el mundo han rezado por Francisco desde que ingresó en el hospital. Pero los miembros de la comunidad argentina que se reúne en la iglesia de Santa María Addolorata, construida hace un siglo por obispos argentinos, afirmaron que se sentían especialmente cercanos a él.
Unos 1200 argentinos viven en Roma, según el centro de estudios e investigación IDOS, con sede en Roma, que le da seguimiento a la inmigración en Italia. La iglesia está situada en un lugar muy pertinente, la Piazza Buenos Aires, que colinda con algunos de los barrios más acomodados de Roma.
Un libro de visitas colocado en la capilla contiene decenas de deseos de recuperación, casi todos en español. Fernando Laguna, rector de la iglesia, comentó que se le entregará a Francisco en el Policlínico Agostino Gemelli, donde está siendo tratado.
Mary Cuartas, dentista jubilada, recuerda que antes de convertirse en Francisco, el cardenal Jorge Bergoglio oficiaba misa de vez en cuando en la iglesia.
“Siempre rezamos por el papa”, señaló Laguna, pero las oraciones se han “intensificado” desde que Francisco ingresó en el hospital. Delante del altar mayor, junto a una estatua de Nuestra Señora de Lujàn, había otra foto de Francisco con la súplica: “Por la salud del Santo Padre”.
Francisco sigue muy unido a su país natal. Es hincha del San Lorenzo, un equipo de fútbol de Buenos Aires, aunque hace décadas que no ve un partido televisado, ya que juró no volver a ver la televisión después de sentirse “profundamente ofendido” por una “escena sórdida” que vio en pantalla en 1990, según relata en su autobiografía, “Esperanza”.
Pero añadió que se mantiene informado sobre el equipo gracias a un “guardia suizo que deja los resultados y las tablas de clasificación sobre mi mesa”. En “Esperanza”, publicada en enero, Francisco cuenta que se ha mantenido en contacto con varios de sus amigos de la infancia, que a menudo le visitan si pasan por Roma.
“Siempre hay muchos argentinos cerca”, indicó el arzobispo Paul Gallagher, ministro de Asuntos Exteriores del Vaticano. “A veces asume una responsabilidad personal”, pues se mantiene en contacto con clérigos y monjas argentinos que se encuentran en lugares lejanos.
En un agotador viaje de 11 días a la región de Asia-Pacífico en septiembre, Francisco voló 965 kilómetros hasta Vanimo, un remoto puesto avanzado de Papúa Nueva Guinea, para pasar una tarde con un grupo de misioneros de Argentina y católicos locales. Los sacerdotes le sirvieron mate, una bebida tradicional a base de hierbas que es habitual en Sudamérica.
Desde el comienzo de la guerra en la Franja de Gaza, Francisco ha estado en contacto casi todas las noches con una parroquia dirigida por un sacerdote argentino en el enclave, aunque las llamadas se hicieron menos frecuentes tras su ingreso en el hospital.
Francisco tampoco ha perdido su gusto por la comida argentina.
Ángel Moavro, uno de los propietarios de Baires, un restaurante argentino del centro de Roma, relató que los compatriotas de Francisco van a menudo a comprar postres caseros para llevárselos al papa, entre ellos alfajores (una popular galleta de sándwich), churros (“que son españoles, pero los comemos mucho en Argentina”, aclaró Moavro) y budín de pan.
Desde que comenzó su hospitalización, prácticamente ha dejado de escucharse la voz normalmente franca de Francisco, salvo por breves mensajes a través de las oraciones del Ángelus los domingos, y se echa mucho de menos, aseveró Moavro. “Lo necesitamos de verdad estos días” para ayudar a mediar, dijo, en referencia al explosivo enfrentamiento en la Casa Blanca entre el presidente Donald Trump y el presidente ucraniano Volodímir Zelenski.
“Sin duda, una vez que esté de vuelta, tendrá que cuidarse más”, reconoció.
Después de la misa del domingo, como cada mes, las decenas de expatriados argentinos se reunieron en el salón de la iglesia para comer empanadas hechas por voluntarios.
Federico Gatti, que trabaja en evaluación de riesgos para una empresa estadounidense de importación y exportación, explicó que la comunidad argentina de Roma ve a Francisco como a uno de los suyos. “Para nosotros, es como si nuestro abuelo estuviera enfermo, queremos que se mejore”, compartió. “Así que uno reza, espera que se mejore, con la esperanza de que recupere sus fuerzas y el apoyo de toda la Iglesia en este camino”.
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