Hace ocho años Manuel Diana sufrió un accidente traumático: saltó a recuperar un balón, cayó mal y se golpeó la cabeza contra el césped. Quedó inconsciente un buen rato y allí se le rompieron los ligamentos de las vértebras C6 y C7. Guillermo Pujadas también tuvo una lesión importante: fue jugando al fútbol en un cumpleaños, cuando tenía 12 años. Se fracturó el fémur y ya no pudo volver a ser el arquero que hacía goles de tiro libre en el Unión Vecinal. Un par de años después, se pasó al rugby, el mismo deporte en el que Manuel se accidentó las cervicales. Hoy, ambos —sanos—comparten el plantel de 33 jugadores de Uruguay de cara al Mundial de rugby que se disputará en Francia desde el 8 de setiembre. 

Baltazar Amaya y Andrés Vilaseca, en cambio, no tienen tantas cosas en común. El primero es argentino, dice “colectivo” en vez de ómnibus, le llama “zapatillas” a los championes y “facturas” a los bizcochos, y trabaja en una empresa de logística y distribución postal. El segundo sí es uruguayo, pero vive en Vannes, Francia, y cada tanto sufre de dolores de espalda, repercusiones de tener un niño chico con el que jugar en la alfombra de casa. En realidad, tienen en común dos cosas: ambos estudian Administración de Empresas, y también defienden la celeste de Los Teros. Baltazar es rápido, juega de wing fullback, y como tal, es el responsable de hacer los tries (serían goles, para una traducción futbolística). Andrés es primer centro, juega en la mitad de la cancha, y hace que el juego fluya, distribuyendo la ovalada.

Los cuatro integran el plantel de la selección uruguaya de rugby que disputará el inminente Mundial de la disciplina en suelo europeo, y conversaron largo y tendido con Montevideo Portal sobre sus historias de vida y cómo llegan a disputar la competición más importante que sus carreras deportivas les puede poner delante.

Baltazar Amaya tiene 24 años. Aunque es fanático de Boca, de niño siempre jugó al rugby por tradición familiar. Su padre y los hermanos de éste jugaron siempre al rugby en Buenos Aires. Y un tío materno también, coincidieron todos en el Club Hindú porteño. Hoy Balta, como le dicen, tiene además dos primos en la primera del Hindú y otro en M19 (sub 19). 

Baltazar Amaya. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Baltazar Amaya. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Él se vino en 2008 a Uruguay, siendo un niño, por el trabajo de su padre, broker financiero. El niño fue al colegio St. Patrick’s acá, hizo amigos y empezó a jugar en el Lions, el equipo de rugby del colegio privado. Después continuó sus estudios en el British, jugó dos años en M17 hasta que pasó a jugar en Old Boys (M19).

Jugó un Mundial de Seven, y uno en M20 de Los Teritos. En 2020 pasó a jugar en Peñarol y desde entonces en la mayor de Los Teros. Tras el parate del Covid, se volvió a poner la aurinegra y en noviembre de 2021 debutó con Los Teros. Recién el año pasado, Amaya se nacionalizó uruguayo. Antes, para jugar en juveniles, no era necesario ese trámite. 

Se sigue sintiendo argentino —hincha por Boca todos los findes, y en un clásico rioplatense de fútbol, va por los de Messi—, aunque dice que cuando se pone la Celeste, se siente uno más. Sus amigos son uruguayos, su novia es uruguaya y él vive desde los 9 años acá. Si Los Teros se enfrentaran a Los Pumas, iría por nosotros (obvio, él juega con nosotros).

Él tuvo que adaptarse no sólo a otro país, sino también a otro deporte, al pasar del rugby amateur y en formato 7, al rugby profesional de 15. “Hay sistemas de juego más pulidos que en el rugby amateur, y al principio me costó la forma de encontrar mi juego y de encontrarme yo, de divertirme, con este sistema. Con el correr de los años fui encontrando la forma de pasarla bien, de disfrutarlo, además de competir”, dijo repantigado en el hotel Hyatt de la rambla, frente al cartel de Montevideo.

Ahí destaca una característica propia que lo enorgullece: la perseverancia. Cuando las cosas no le salen o parecen caer, no se permite la frustración. Le busca la vuelta, hasta que sale bien. “Soy así en la vida, no sólo en el rugby”, asegura.

A la persistencia la ayuda con cábalas, de todos modos. A Daniel Viglione, para el libro Levantando vuelo. Teros al Mundial, le contó algunas: en algún momento elegía atarse los cordones sólo cuando el entrenador hablaba, en otros ponía siempre las mismas canciones en Spotify antes de salir a la cancha: “El fantasma” de Árbol o la versión cumbia de “Salgo pa’ la calle”. Tiene alguna cábala nueva para el Mundial, pero prefiere no revelarla.

Una historia de resiliencia

Si hablamos de anteponerse a las dificultades, quizás sea más oportuno citar el caso de Manuel Diana (27). Él es tercera línea y juega con el 8 en la espalda. “Un tercera línea forma parte de los forwards, de los más grandotes. Pero de los que tienen más actividad, para jugar ahí tenés que ser grande pero ágil a la vez. Voy al choque, pero más intermedio, soy un mix”, explica a un ignorante de este deporte.

Manuel Diana. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Manuel Diana. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Manuel jugó en 2015 el Mundial sub 20 en Portugal y en 2019 jugó el Mundial de mayores con Los Teros. Le tocó debutar contra Islas Fiji, en el histórico partido que la Celeste le ganó a la potencia de Oceanía. Pero no fueron todas rosas, más bien, todo lo contrario. 

Este chico con un aire a Ethan Hawke en el papel de Fernando Parrado en Viven (Frank Marshall, 1993), jugaba en Los Teritos, vivía su auge deportivo y estaba en franco crecimiento, cuando el 24 de octubre de 2015 vivió sus horas más aciagas. Era una semifinal de M19 con su club, el Old Christians, contra Old Boys. Saltó a pelear una pelota en las alturas y cayó de forma poco ortodoxa. Todo su cuerpo hizo presión contra el cuello. Quedó inconsciente. Hubo que llevarlo de urgencia a una mutualista. Se operó los cervicales tres días después y el proceso de recuperación le demandó nueve meses. “La lesión me sacó de mi empoderamiento, del lugar donde me sentía fuerte”, le dijo a Viglione para el libro mencionado con perfiles de Los Teros.

Se perdió un Mundial juvenil de rugby y no pudo seguir compitiendo. Según él, salió de su zona de confort y eso lo descolocó. Como si revelara los secretos que lo llevaron a un terapeuta, el rugbista fornido confiesa: “Afectó mi autoestima, mi seguridad, mi humor y mis actividades del día a día”. 

Volvió a jugar en agosto de 2016, y al principio, le costó. “Fue un proceso largo hasta reconstruir la confianza en mí mismo, y volver a jugar como yo jugaba antes. Mi lesioné en una zona delicada del cuerpo, y estaba muy expuesto en la zona del campo de juego donde yo me movía”, dijo. Por fortuna, Manuel no ha vuelto a tener secuelas desde la cirugía.

“Me enfoqué en mí y en volver a encontrarme conmigo, en estar bien conmigo, en recuperar la confianza en mi juego, para después volver a competir”, agregó. Se lesionó a fines de 2015 y recién en 2018 volvió a sentirse conforme con su rendimiento. “Fue un proceso largo, pero de muchos aprendizajes”.

En medio de ese proceso de reconstrucción, llegaron los partidos eliminatorios para el Mundial de 2019, y por estar volviendo de una lesión, Manuel Diana no la tuvo fácil. Debía pelear un puesto con el subcapitán Alejandro Nieto. En el duelo contra Canadá, viajó con el plantel, pero no jugó. “Era joven, tenía 21, y creía en mí… que me iba a tocar el día de mañana, y así fue. Obvio que en ese momento era todo calentura, rabia, frustración, porque estás muy cerquita de la cancha, pero lo ves de afuera. Hoy, viéndolo en perspectiva, entiendo al técnico: yo venía de una lesión grave, y el que jugaba en mi puesto era el subcapitán, que tenía un rol importante en el grupo. Yo decidí llenarme de energía positiva para lo que vendría después”, evocó.

Y pensar así le dio resultado. Manuel Diana estuvo entre los titulares en el partido histórico en el que Los Teros le ganaron a Fiji en el Mundial de Japón 2019. 

Lo de despojarse de pensamientos negativos y sólo abrigar los que nutren ya tenía antecedentes en Diana. Previo al Mundial juvenil de Portugal en 2015, contrajo pancreatitis, a sólo tres meses del certamen. Desde entonces, se abrazó a la fe que le transmitió su madre, y casi sin querer adquirió una cábala con un carácter religioso. De la canción de misa “Nada te turbe”, del grupo Jésed, tomó una frase que hizo suya: “La paciencia todo lo alcanza”. La canción dice: “Nada te turbe/Nada te espante/Todo se pasa/Dios no se muda/La paciencia/todo lo alcanza/Quien a Dios tiene/Nada le falta”. Manuel se quedó con “La paciencia todo lo alcanza”, y desde entonces, cuando se está poniendo los botines para salir a la cancha, escucha “Nada te turbe” en los auriculares. “Ahí me entrego a que todo va a estar bien”.

Al igual que Baltazar y Andrés, Manuel también estudia Administración de Empresas. Y además trabaja como profesor de rugby de menores de 13 en el colegio Stella Maris, donde él mismo estudió. Trabaja allí desde 2016 y les reconoce la paciencia —el atributo que todo lo alcanza— que han tenido con él, a quien le toleran las inasistencias a la institución por la competencia deportiva. 

“Fueron muy comprensivos conmigo. Yo le traslado a los chicos las experiencias que vivo acá en Los Teros —si estás acá es porque hacés las cosas bien— y busco que eso se vea reflejado en mí para los chicos, y que ellos vean en mí a un referente en el que proyectarse. Yo estudié ahí y tuve profes de rugby que me marcaron. Hoy me toca a mí enseñar. Estoy menos tiempo que antes con los gurises, pero ni el colegio me dejó ir ni yo quise dejarlo, porque lo disfruto”, contó.

Su padre, fanático de este deporte, jugó en el Montevideo Cricket y sus tíos jugaron en el All Christians, donde hoy juega Manuel. “Siempre estuve rodeado de rugby”.

El futbolista y carnicero que no fue

Si Baltazar y Manuel tenían un sino marcado (jugar al rugby), el destino le tenía otra cosa preparada a Guillermo Pujadas (26). 

De niño, Guillermo jugaba al baby-fútbol como miles de niños en todo el país. “Si bien no iba a llegar lejos, yo estaba convencido que sí, que era bueno”, dice hoy. Hasta los años jugaba de 9, hacía goles, hasta que en una práctica faltó un arquero, y vio una oportunidad. Había varios nenes que querían jugar arriba, por lo que aceptó ir al arco, con una condición: él seguiría pateando los penales y los tiros libres. Y más de un año continuó siendo goleador del Unión Vecinal, gracias a su remate potente (por algo lo apodaron “Bomba”).

Pero cuando tenía 12 años, jugando un picado en un cumpleaños, se fracturó el fémur. Él lo cuenta así: “Quise hacer un movimiento que no era para mi cuerpo, y cuando caí se me rompió la pierna. Fue duro, estuve un año y medio para volver a hacer deporte. Y encima fue complicada la cirugía”, contó.

Guillermo Pujadas. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Guillermo Pujadas. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Cuando estuvo recuperado, su cuerpo había cambiado. Había pegado el estirón y ya no era el niño de 12. El adolescente de 14 había perdido velocidad, se sentía “pesado” para jugar al fútbol. Estaba desahuciado, hasta que un amigo del liceo lo invitó a jugar un partido de rugby en el Club Champagnat. Y fue. Le gustó y a la semana siguiente volvió a acompañarlo en el entrenamiento. “A partir de ahí, no dejé más el rugby”. 

“Lo complicado fue decirle a mi madre que quería probar en el rugby, después de la lesión jodida que había tenido jugando al fútbol”, cuenta. Su madre lo fue a ver una vez en un M17, con la mala suerte de que ese día recibió un golpe duro y tuvieron que darle puntos en la cabeza. La madre le dijo: “Jugá, pero yo no voy más”. Le mintió, en el torneo Sudamericano juvenil estuvo en la tribuna, y desde entonces, va siempre a verlo. “Hace todo por acompañarme”.

Guillermo también estudió Administración de Empresas, o mejor dicho, probó, pero no le gustó. Apenas estuvo dos semanas en la Udelar, y abandonó. Probó Gestión Agropecuaria y, al menos, “aguantó” un poco más: estuvo tres años, pero también desertó. Como necesitaba ganar sus propios pesos, metía cuatro horas por día en el mercado de carnes de su padre. “Venía llevando los estudios, el rugby (M20 de Uruguay) y el trabajo, hasta que me di cuenta que la carrera no iba para ningún lado porque no me estaba gustando, y tomé la decisión de dedicarme 100% al rugby y a trabajar en la carnicería”, recordó.

Al principio, su padre sólo manipulaba carne de pollo, pero empezó a irle tan bien que incorporó la carne vacuna. Pujadas padre dejó de trabajar sólo al por mayor, amplió su local y empezó a venderle al público carne de vaca y de pollo. “Trabajaba ocho o nueve horas por día y jugaba al rugby”, dijo. Pero el rugby empezó a demandarle más tiempo, los entrenamientos pasaron a ser más largos y más frecuentes, el deporte empezó a profesionalizarse en Uruguay y antes del Mundial de 2019, dejó el comercio de su padre.

-¿Qué cosas te enseñó la carnicería?

-Un montón de cosas… Principalmente, a cortar carne y pollo. Dice Guillermo Pujadas, para la carcajada de sus compañeros. 

Luego, el muchacho de rostro pícaro —como esos niños sabandijas de la escuela— se pone serio y dice que, en la carnicería, como en el rugby, aprendió valores. En la carnicería convivió con gente de todo tipo de nivel socioeconómico, socializó con los demás empleados e interactuó con el público. Recuerda que, al atardecer, esperaba a sus amigos para tomar unos mates entre los ganchos de nalga y cuadril.

Para 2019 tenía claro sus pretensiones: dedicarle todo su tiempo no recreativo al rugby. Pero como no lo ponían, un día tuvo una discusión fuerte con un entrenador de su club, Peñarol, y dio un paso al costado. La decisión la tomó un viernes, y el martes llamó al DT. Lo había pensado bien, había hablado con su pareja y su familia, y sentía que su lugar estaba en el grupo, porque le hacía bien integrarlo. “Seguí adelante, y gracias a Dios fue la decisión correcta”.

El contrato se venció con la pandemia, pero Peñarol ya había comunicado que “sí o sí” seguiría compitiendo cuando pasara el tiempo de “la libertad responsable”. Cinco meses después del parate, Peñarol volvió a jugar, y Guille Pujadas estuvo ahí.

Pujadas es hooker: “el hooker está entre los forwards, pero somos los pesados, los que no somos tan habilidosos. Somos los pesados que estamos ahí adelante”, explica. Futbolizando, sería un Lugano, un back derecho recio. “De los roles más importantes que tiene el hooker es el line out (sería como el outball), donde para obtener la pelota se levantan a los jugadores. Yo soy el que tira la pelota, Manu (Diana) es el que salta y agarra la pelota”, explica.

El capitán experimentado

A Andrés Vilaseca le dicen “Fatiga”, porque de niño era perezoso y algo holgazán. El capitán tiene 32 años, en Montevideo se formó en Old Boys y desde hace un año juega en Francia, el país sede del Mundial que se avecina. 

Es primer centro y juega con la 12. ¿Qué rol juega el primer centro en este deporte colectivo? “No soy de los más rápidos como Balta (Amaya), no soy de los pesados como Guille (Pujadas), más bien soy un híbrido. Estoy en el centro: los gordos están cagándose a palos, otros están descansando en las puntas, y yo estoy en el medio, con mucho contacto con el balón”, explica.

Para contestar “qué significa” ser capitán de Los Teros pide permiso para ponerse el cassette y caer en lugares comunes. “Tremendo orgullo. Implica bastante más de lo que se cree, porque no es sólo dentro de la cancha, si no estar en muchos aspectos que involucran al plantel. Es ser el nexo entre el presidente de la URU (Uruguayan Rugby Union) y los dirigentes con el plantel, estar involucrando no sólo dentro de la cancha sino también afuera. Implica tiempo, responsabilidad, y ponerle pienso a algunas cosas. Sobre todo, considerando que el rugby no es tan grande como el fútbol acá”, dice.

Y acá se detiene. Tiene atragantado un reproche: “Ahora nos están entrevistando porque se viene el Mundial, pero se olvida enseguida y pasamos a hablar de si Suárez se opera la rodilla o no. Abrís un diario y sólo se habla de futbol. Me da mucha lástima, pero no porque yo juegue al rugby. Lo digo por todos los otros atletas de otros deportes, hay deportistas a los que les va muy bien, a puro huevo y sacrificio, y no se sabe nada de ellos”. 

Andrés Vilaseca. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Andrés Vilaseca. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

En declaraciones como esas, se ve el liderazgo. Pero él se anima a estimar por qué cree que los dirigentes lo eligieron como el capitán del grupo. Y ahí habla de la “madurez”. “Cuando yo tenía 18 años falleció mi viejo, y a esa edad, tus amigos están en otra sintonía, en la noche y las mujeres. Yo a esa edad tuve que agarrar otro rumbo. Ese golpe te hace crecer”, apunta. 

“Yo trato de ser ejemplo de lo que es ser un profesional, ser responsable, comprometido, porque no es sólo jugar lindo, jugar bien, también abarca otras cosas, para llevarlas a cabo para el resto de los compañeros. Yo crecí escuchando hablar a los de más experiencia. Hay una especie de legado, que se va manteniendo y pasando. Ahora me toca a mí asumirlo”, señala, con voz firme y semblante pétreo.

El de Francia será su tercer Mundial, luego de disputar Inglaterra 2015 y Japón 2019. Le pido a Andrés Vilaseca que le explique a Baltazar Amaya (quien nunca jugó un Mundial) qué se siente. “Es lo máximo a lo que un deportista puede aspirar. Está todo el mundo mirándote. Es el final de un proceso deportivo de cuatro años, termina siendo un cierre a todo un proceso y durante la competición uno tiene la responsabilidad de representar al país”, contesta. 

Y sigue: “Y después viene lo individual. No deja de ser una vitrina muy importante. Muchos de nosotros dimos un salto, crecimos en la carrera, después de jugar un Mundial. Y en particular, este Mundial en Francia —un país donde el rugby es muy fuerte y se vive casi a la par del fútbol— será tremenda experiencia”.

En el libro Levantando vuelo. Teros al Mundial de Daniel Viglione compartió una anécdota previa al histórico triunfo ante Islas Fiji hace cuatro años. Se apersonó ante el psicólogo del equipo, Juan José Grande, hoy fallecido, y le pidió para hablar. “Él era como un padre para todos nosotros. Muchos encontrábamos contención en él. Se venía el debut en el Mundial, y nos habíamos preparado mucho para ese partido. Creíamos que teníamos una oportunidad, y no la queríamos dejar pasar. Mi viejo había fallecido en 2009, y yo sentí su falta ese día, porque intuía que estábamos por lograr algo tremendo, y deseaba que mi viejo estuviese para verlo. Lo de hablar con el psicólogo fue un desahogo en ese momento, lo precisé porque no tenía a mi viejo cerca y lo necesitaba”, revela el capitán.

Uruguay le ganó 30-27 al favorito Fiji (“imaginate en fútbol que fuera una Alemania de hace algunos años”) y esa victoria hasta hoy es un hito en el deporte. “Ellos capaz que se tomaron cuatro días para preparar el partido contra nosotros; nosotros lo preparamos durante más de un mes”, agrega.

Javier Noceti / Montevideo Portal

Javier Noceti / Montevideo Portal

Qué esperar de Los Teros

El “Bomba” Pujadas es claro: el objetivo del grupo es ganar dos de los cuatro partidos que disputarán en su grupo. ¿Cómo? ¿Y qué pasó con aquello de decir públicamente que van a intentar ganarle a todos y salir primeros? “Es distinto al fútbol”, acota Amaya. ¿Es descabellado pensar en ganarle a Francia y Nueva Zelanda? “Sí, es descabellado, las chances son mínimas”, se sincera el capitán Vilaseca. 

Pujadas completa: “El objetivo es ganar dos partidos, que serán partidos muy duros, contra Italia y contra Namibia. Ese es el objetivo grupal. Si vos ganás dos partidos, clasificás directo al próximo Mundial”, informa. “No vamos a ir a probarnos contra Francia y Nueva Zelanda, vamos a ir a jugar contra ellos y en función de cómo se den esos partidos veremos en dónde estamos, en qué estamos bien, qué tenemos que corregir y en qué tenemos que seguir trabajando para ganarle a Italia y Namibia”.

Cuando el 14 de setiembre, Los Teros debuten contra el locatario Francia en el Stade Pierre-Mauroy de Lille, Baltazar Amaya aplicará algunos aprendizajes del coach argentino Matías Alizagaray: ingresará unos minutos antes, observará cada detalle arquitectónico del estadio, buscará con su mirada a sus padres y a su novia. “En ese trote hacia la cancha, previo a cantar el himno, buscaré estar tranquilo y disfrutar el momento, no pensar en lo que está por venir, en la concentración que deberé tener durante el juego”, cuenta.

Y pensará que no es problema dilatar un poco más la graduación en la carrera de Administración de Empresas, que vale la pena el rezago por priorizar su carrera deportiva. 

Manuel Diana se pondrá los auriculares para escuchar el mantra de “Nada te turbe” y recordará, una vez más, que “la paciencia todo lo alcanza”, cuando esté poniéndose los botines en el vestuario.

Guillermo Pujadas se comerá dos pinitos de dulce de leche, de la caja que una tía le trajo de Buenos Aires. El “Bomba” era muy dado a todo lo dulce, hasta que a principios de año prometió dejar el dulce de leche (su perdición) hasta que llegara el Mundial. Pero tres partidos de flojo rendimiento con la camiseta de Peñarol lo llevaron a retomar el viejo hábito. Manuel le dijo: “La prueba mental ya la pasaste, regalate algo antes de los partidos”, le aconsejó. Le hizo caso y empezó a mejorar en la cancha. Se lleva ocho pinitos de dulce de leche para comer antes de entrar a la cancha.

Y Andrés Vilaseca se mandará una arenga de esas que retuercen las tripas. Hablará de las familias de cada uno, de todo el esfuerzo hecho durante el año y durante los últimos cuatro años, de qué justo ahora los periodistas deportivos se olvidaron de la rodilla de Suárez y los están mirando con lupa, de que ellos no son menos que los europeos, los africanos o los de Oceanía, porque en la cancha son 15 contra 15 y no se termina hasta el minuto 80. 

“En este grupo hay compromiso, hay esfuerzo, hay mucha dedicación y hubo muchas renuncias para llegar a donde llegamos. Tenemos que demostrar que estamos muy bien, que estamos creciendo, que seguiremos creciendo y que queremos que cada vez más personas hablen de este deporte”, concluyó.