Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
La fama le llegó de veterano a Fernando Lobo Núñez. Le llegó justo la madrugada en que estaba festejando su cumpleaños 60, y una jugada del destino lo asoció con el frontman de los Rolling Stones por el resto de sus días. La historia es conocida: el Lobo festejaba su cumpleaños, y su amigo Rubén Rada cayó a saludarlo, compró unos paquetes de papas chips y bebidas, y se pusieron a cantar. Al rato llegó Bernard Fowler, corista de los Stones (que estaban en Montevideo para el histórico recital en el Centenario), y lo hizo acompañado de Mick Jagger, quien quería conocer el candombe uruguayo. La anécdota curiosa es que cuando le preguntaron a Jagger qué quería tomar, dijo “water” y el Lobo le sirvió el agua que él tomó toda su vida: directa desde la canilla (algo que, quizás, no hubiera sucedido hace unos meses).
Esa anécdota divertida se multiplicó en medios y redes hasta el hartazgo. Pero, además, tuvo algunas derivaciones impensadas. Una, el Lobo entró a una disquería en Buenos Aires intentando comprar el DVD del documental Olé Olé, una crónica de la gira latinoamericana 2016 de los Rolling, y el vendedor lo reconoció (“¿Es usted?”, le dijo. “¿Soy yo quién?”, contestó él). Compró el DVD y se llevó otro de obsequio.
Otra: en el aeropuerto, el Lobo pidió en un kiosco la revista Lugares, y el vendedor se dio cuenta que el cliente estaba en la foto de tapa de la publicación: su cara en la tapa, a todo candombe. Una más: el Lobo debía viajar a Inglaterra con Natalia Oreiro y un montón de músicos para amenizar una fastuosa fiesta para un magnate ucraniano. Se la hicieron difícil en Migraciones del aeropuerto, la funcionaria revisó con meticulosidad el pasaporte, hasta que le preguntó si tenía algún amigo en Inglaterra. Núñez se avivó: fue a la galería de fotos de su celular, le mostró una foto con Mick (Miguel para él), y le preguntó: “¿Este amigo sirve?”. La señora se deshizo en disculpas.
A punto de cumplir 68, Núñez tiene bastante más que contar, mucho más que el encuentro en su casa y en su taller con Jagger: cómo comenzó su oficio de luthier o fabricante de tambores (“rescatador de sonidos”, dice él), por qué ya no sale en las Llamadas y su molestia con el reglamento y la logística, y lo inconcebible que le resulta que la ANEP [Administración Nacional de Educación Pública] todavía no haya incluido al candombe en sus planes curriculares.
“Se dice que aquí no hay discriminación y racismo. Yo sé que hay. Y sé que no hay lugar donde no haya. Cuando me preguntan si hay racismo en Uruguay, yo contesto con otra pregunta: ¿Y dónde no hay? Y en esta época lo estamos viendo.”
Tocás el tamboril desde los 5 años. Qué precoz…
La cosa es así: la casa en la que yo nací, en Isla de Flores 1017 —después pasó a ser Carlos Gardel—, nací en la casa donde todavía vivo. Esa casa pertenece a mi familia, mis hermanos y yo, mis primos, ahí nacimos todos desde 1837, mis abuelos y bisabuelos nacieron ahí. Y yo sigo viviendo ahí. Yo supongo que cuando mi madre estaba esperando que yo naciera, en el vientre de ella yo ya estaba de parranda escuchando los tambores. Porque se escuchan los tambores desde la panza de la mama. Y a los 5 capaz que tuve la primera experiencia de tocar en las Llamadas. Desde que podés mantener el equilibrio, estás en puntitas de pie y le pegás. Este es un barrio de mucha tradición, con mucha historia. Y como el tambor es en la calle, todos tenemos la oportunidad de verlo desde muy temprana edad.
Fernando, ¿desde cuándo sos Lobo?
Lo de Lobo nace por mi padre. Mi padre vivía acá cerca de la costa, por lo tanto, era pescador. Tenía casas de pesca, una en el balneario La Tuna, en el departamento de Canelones, y en esa época, precisamente frente al balneario, hay una isla. Y ahí él rescató un lobito de mar, chiquito, huérfano, y lo crió. Tanto que el lobo, cuando mi padre volvía para Montevideo con el resto de los muchachos, el lobo se volvía a la mar, y a la temporada siguiente volvía. Y así durante cinco años o más. Entonces, todo el mundo lo conocía a mi viejo como el Lobo, y le quedó. Y yo lo heredé.
Sos descendiente de una familia de músicos, en la que la pertenencia a la raza negra, unido a la música afrouruguaya, era (y sigue siendo) una razón de ser. ¿Quién fue tu abuelo, Víctor Modesto Ocampo (1881-1959)?
Yo soy gran admirador de su obra. Mi abuelo fue un pionero en el reclamo de los derechos de los negros, y un impulsor de la unión de la sociedad. En mi casa funcionó una de las tantas Casas de Naciones, él después fundó algunas agrupaciones de afrodescendientes. Era pintor, poeta, músico, tocaba el violín, la guitarra, era dibujante y fotógrafo. Tenía muchas facetas dentro de lo que es el arte. Y era muy culto.
Él fue discriminado a través de las actitudes de la administración de la época. Por ejemplo, él preciaba hacer una exposición para mostrar sus obras y se las negaban por su orientación política, o por otras cosas que sufrían antes.
Estás hablando de racismo…
Se dice que aquí no hay discriminación y racismo. Yo sé que hay. Y sé que no hay lugar donde no haya. Cuando me preguntan si hay racismo en Uruguay, yo contesto con otra pregunta: ¿Y dónde no hay? Y en esta época lo estamos viendo, con todas las guerras que hay. Vemos lo que pasa en Rusia, lo que pasa en Medio Oriente.
Volviendo a mis ancestros: mi abuelo Ocampo fue fundador de Negros de Angunga. Yo toqué en comparsas del barrio como Morenada, y después en Esclavos de Nyanza, fue una refundación que la hicieron unos parientes de mi madre, Ernesto Gares y su hermano, junto con Hugo Arturaola. Y ahí sí salí, formando parte de la cuerda que era de Palermo. El líder era Gustavo Oviedo y su hermano, que eran de Ansina. Yo soy de aquí del Barrio Sur. Generé una gran amistad con ellos. Algunos ya no están, siguen en nuestro corazón. Fueron grandes maestros, yo entiendo que con ellos aprendí.
Vos desde chico integraste las comparsas Morenada y Esclavos de Nyanza. ¿Cómo recordás el candombe uruguayo, montevideano, en los años 60, cuando eras apenas un gurí?
Lo recuerdo totalmente localista, de los barrios Sur y Palermo. Y era resistido. Estaba mal visto que las mujeres bailaran, el candombe, en un principio, era solo cosa de hombres y de adultos. No estaba permitido que participaran las mujeres y los menores. Las comparsas eran reducidas en número, no como ahora, que una comparsa puede llegar a 100 personas. En una comparsa había 15 o 20 tambores, y en un cuerpo de baile, en las primeras épocas, eran solo varones. Y anteriormente, en la época colonial, cuando se bailaba en la sala, el candombe tenía dos danzas: la calenda y la bámbula, que se bailaba en parejas, como se baila el pericón.
Sos luthier o constructor de tambores desde 1974, cuando comenzaste con Juan Piamonte.
Artesano, diría yo. Ahí trabajaba en la carpintería de la familia Piamonte. Trabajaba con Juan, su hijo, y el sobrino Cabeza Montrassi, que era uno de los directores de la comparsa Esclavos de Nyanza. Le habían propuesto a Juan Velorio hacer un número bastante importante de tambores para salir con la comparsa. Partían de cero, no tenían vestuario, no tenían tambores. El problema es que, los tambores que hacía Juan, lo hacía reconstruyendo barricas. En ese momento las barricas escaseaban.
Entonces, recurrieron a Juan Piamonte y su carpintería con un molde de las duelas, y él, a través de los tablones de pino Brasil proporcionó duelas, y se volvió a reconstruir el tambor. Y hasta se perfeccionó la construcción. Ya se hizo más industrial, con máquinas que, anteriormente, los artesanos reconstruyendo las barricas, no las usaban nunca. Con una escofina, un cepillo de mano y algo pa’ rebajar, hacían los tambores. Había que transformar una tabla recta, rígida, en algo curvo y redondo.
Luego abrirías tu taller propio. ¿Qué te llevó a fabricar tambores? Porque una cosa es el músico, el artista, otra es el tipo que se dedica a fabricar instrumentos musicales… Hay una inquietud especial ahí. ¿Qué motivó ese oficio?
La curiosidad, la necesidad. La necesidad de tener el instrumento que a mí me gustaba y al que era difícil tener acceso, porque no había tanta demanda. Entonces, nadie vivía de hacer tambores. Yo tuve que imponer el producto en el mercado, la cuerda de tambores (chico, repique y piano), pero con mucha perseverancia… Y no tenía un taller adecuado para transformar un tablón en algo redondo. Fue un proceso de aprendizaje: adquirir máquinas, aprender a manejarlas, y aprender un oficio que viene de cientos de años, del oficio del tonelero. No te olvides que Montevideo tiene una gran parte rural, y en esa parte hay muchas bodegas. Y ahí uno entra a entreverarse con el oficio: desarmando un barril y volviendo a armarlo. Ahí pudimos empezar a darle forma a las barricas, que venían de otra época, y darle la forma de los tambores, para que el tambor tuviera la voz que necesitaba tener la cuerda de tambores. Cada tambor tiene su frase y su voz. Y ahí nosotros con eso hacíamos el ritmo del candombe, con los tres tambores.
En 1984 abriste tu propio taller, El Power. ¿Para qué? ¿Qué buscabas, más allá de una salida laboral?
Yo llevaba 10 años de trabajo. Hubo un impasse en el oficio, Piamonte se dedicó a otra cosa, había quedado el taller medio en desuso y yo, sin trabajo y medio rebelde con lo social de pasar tarjeta y cumplir un horario… Mirá, yo trabajé en Antel, y mi trabajo ahí me impedía muchas veces salir a tener shows. Tenía que tocar en el interior y, entonces, tenía que pedir permiso y a veces no me lo daban. Entonces, dejé de trabajar en Antel y tenía que vivir de algo. Ahí me armé el taller en mi casa, y empecé a vender de a poquito. Hasta el día de hoy, no es mucho lo que vendo.
Narrame técnicamente cómo se fabrica un tambor…
Yo trabajo mucho reciclando madera. Hoy el pino Brasil es escaso y es la madera más noble para este tipo de tambores. Y al ser escaso, lo poco que hay es caro. Apelamos a ir a los remates, a usar madera que ha quedado en desuso (muebles, roperos, de donde venga, mientras dé con la medida de la duela). Yo lo que hago es plantillar la duela, que viene a ser cada tabla que conforma el tambor, y después que la tengo plantillada, paso a curvar. Después que lo curvo, con un proceso de agua, cuando la madera queda seca, recién ahí paso a armar el tambor. El tambor lo armamos con cola vinílica, queda totalmente encolado. Después se pule, para que quede bien trabajadita la madera, bien pulido. Luego de eso, se le hacen los aros, para sostener más el tambor y que se mantenga apretada. El paso final es ponerle la lonja; es lonja de vaca, que se tiene que poner en agua. Se estira y se pone. Hay dos sistemas: puede ser clavado con tachuela, o el otro sistema, para una afinación más práctica, hoy día es con tensores que son con ganchos, a través de tuercas, arandelas. Antiguamente, en África los tensores eran todos con tientos, y está casi de forma artesanal, con estacas de madera con cuerdas, o como ves allá arriba [señala un tambor colgado], eso viene de miles de años, todo a través del tensado con cuero.
“¿Qué me llevó a este oficio? La curiosidad y la necesidad de tener el instrumento que me gustaba y al que era difícil tener acceso, porque no había tanta demanda. Entonces, nadie vivía de hacer tambores. Tuve que imponer el producto en el mercado.”
¿Es verdad que, en una reunión de la Unesco en Cusco, Perú, pediste la palabra para reivindicar al candombe como uruguayo cuando fue declarado como Patrimonio Cultural, porque los argentinos se lo querían apropiar?
Eso fue hace unos quince años. Me tocó ir en una delegación donde iban un musicólogo y un antropólogo, muy jóvenes ellos, que a pesar de su preparación académica no tenían el roce y la picardía para estar en un debate de ese tipo, donde había que dar argumentos contundentes. La delegación argentina habló primero ante todos los países de Latinoamérica (estaban todos, incluso los de América del Norte), y se propondrían actividades culturales, propuestas como Patrimonio Cultural. Primero habló la delegación argentina y propuso al tango como Patrimonio Cultural de Argentina, y al candombe lo querían proponer como Patrimonio Cultural Rioplatense.
Cuando me tocó hablar a mí, apunté a la delegación argentina. Dije que el candombe era absolutamente uruguayo, y el tango era compartido, rioplatense. Hoy día, el candombe que escuchamos del lado argentino fue llevado por exiliados que en la época más difícil (durante la dictadura) emigraron a la Argentina, y hacia ahí se fueron, sobre todo a San Telmo y La Boca. Y nostálgicos, allá empezaron a tocar el tambor, y así lograron agrupar a muchos uruguayos, al punto de formar comparsas. Ahí los argentinos, queriendo recordar la época colonial, empezaron a imitarlos. Lo primero que imitaron fue el instrumento, que es patrimonio autóctono del Uruguay. Nosotros hicimos los tambores por varias razones: ahí expliqué lo de las bodegas, lo de las barricas. Y también dije que en Uruguay hay comparsas de niños, y en Argentina no. Y eso es porque nosotros, en vez de pedir un revólver o cualquier otro juguete, pedimos un tambor. Lo venimos escuchando desde nuestros ancestros y tiene una historia desde la época colonial. Todos los ritmos que están conformados fuera de África, aquí en Latinoamérica, están formados por familias de tambores (la samba, la rumba, el merengue). Bueno, el candombe es de aquí de Uruguay.
Ese duelo, esa pulseada, la ganaste.
Ese duelo lo gané. Y también gané el del tango. Porque, les dije, que el tango por excelencia es “La Cumparsita”. “¿Estamos de acuerdo?”, le pregunté a la delegación argentina, y con la cabeza me dijeron que sí. “Bueno, el autor es [Gerardo] Matos Rodríguez, un pardo uruguayo”. Agregué que el cantante de tangos más importante de los últimos 60 años era Julio Sosa, oriundo de Las Piedras. Y el mejor amigo de Carlos Gardel, de Tacuarembó, era [Irineo] Leguisamo, y cantaba con José Razzano, uruguayo. La palabra tango deriva del africano: de tangó. Y los dos primeros intérpretes eran negros, que cruzaron de Montevideo a Buenos Aires. Uno tocaba la guitarra y el otro proseaba. El tango era cosa de hombres, y de la zona portuaria; el tango se genera en los alrededores del puerto de Montevideo. “Con esos argumentos puedo asegurar que el tango es compartido, y el candombe es absolutamente del Uruguay”, dije. Al año dieron una resolución en Dubái: candombe Patrimonio Intangible de Uruguay, y el tango de Uruguay y Argentina.
Pero cuando Uruguay celebró ese hecho, en la calle Carlos Gardel y Cuareim, el que hizo la proclama oficial fue el entonces ministro [de Educación y Cultura, Ricardo] Ehrlich, estaban citadas todas las entidades afro, todas las instituciones del tango, estaba todo el MEC, y el único que no estaba era yo. Se acordó Clara Netto y dijo: “Acá falta alguien fundamental y fue el que hizo la proclama”, y ahí me vinieron a buscar de apuro. Diez años después, cuando se cumplieron los 10 años de ese hecho, hicieron un evento en el Museo del Carnaval, y me enteré al mes.
Explicale a un rumano que acaba de llegar al país: qué es el candombe, y en qué se distinguen el chico, el repique y el piano, entre sí.
El candombe es la herencia cultural de nuestros ancestros africanos, a través de una cuerda de tambores que tiene cada uno su nombre (es el chico, el repique y el piano). Cada uno tiene su voz, su frase al ser tocado, y los tres conforman el ritmo. Cada uno de ellos cumple su función. Si hablamos del piano, es el tambor más grave, y su trabajo es hacer la base; y por su sonido grave, viene a ser como un contrabajo. El chico es más monótono, al ser tocado, en su frase, que cobra ritmo cuando se toca junto al piano y con el repique. Y el repique es el tambor más libre, el que tiene más síncopa, y el que va improvisando todo el tiempo, con la base que hacen el chico y el piano. Los tres forman el candombe. La cuerda de tambores se multiplica y pueden llegar a ser 30 tambores, 40, 50 o 60, depende del director de esa cuerda de tambores.
“Nosotros, en vez de pedir un revólver o cualquier otro juguete, pedimos un tambor. Lo venimos escuchando desde nuestros ancestros y tiene una historia desde la época colonial. El candombe es de Uruguay, dije en la Unesco.”
¿Está vigente el candombe en nuestro país, más allá de los barrios Sur y Palermo, y más allá de febrero?
Hoy el candombe es la manifestación que, masivamente, en representación de tradición popular, es la que más se interpreta. El candombe es ejemplo de convivencia, porque no necesitó de ningún decreto, de ninguna ley, para admitir a la masa de intérpretes que se ha incorporado. Si bien viene de los africanos, si bien nace aquí en Sur y Palermo, y después Cordón, hoy día no hay un lugar en el país donde no se toquen los tambores. Hay Llamadas todo el año. El candombe está incluido en la publicidad, en el deporte, vamos al estadio y hay tambores, vamos al básquetbol y hay tambores, vamos a una manifestación de cualquier índole y hay tambores. Y hoy, a pesar de que en sus inicios estaban prohibidas, tenemos comparsas de niños y comparsas solo de mujeres.
¿Y por qué decís que no hay leyes ni decretos?
Porque a nosotros nadie nos dijo que había que respetar a las personas gays, a las personas trans, que podía tocar un judío, un tano, un gallego, un alemán, un francés. Puede bailarlo cualquiera, puede tocarlo el que quiera. Nadie nos dijo que no podían bailarlo los homosexuales. Bailaban, tocaban y se los trataba como un igual. Y se ve a diario en todas las comparsas que nosotros nunca tuvimos problema. Cuando yo era chico tocaba con judíos, gallegos y tanos, les enseñábamos a tocar y ellos nos enseñaban a hablar. Yo sabía decir “culo” en hebreo, en inglés y en alemán. Era el intercambio cultural que hacíamos con otros niños.
¿Por qué dejaste de salir en las Llamadas?
Porque me pareció que el sistema era un poco abusivo. Me pongo en el lugar del naranjo: todos toman naranja, menos el naranjo. Todo el mundo gana, todo el mundo… Y no es un tema económico, sino que haya un justo reparto y un justo reconocimiento a la hora de tener un espacio, a la hora de tener un incentivo, y un reconocimiento que todavía no existe. A nivel oficial, vos vas a las escuelas y el candombe no existe. Ni siquiera hay tambores en las escuelas. El elemento más autóctono, en las escuelas de Primaria, no existe. Vos podés aprender a cantar una canción de Roberto Carlos o Julio Iglesias, pero una canción de [Rubén] Rada cuesta.
En las escuelas del barrio yo tuve la deferencia, y junto con el Mides [Ministerio de Desarrollo Social] hicimos un programa y donamos una cuerda de tambores a la escuela Haití, a la escuela Chile, a la escuela Argentina. Y me gustaría seguir con eso: hacer tambores que lleguen sin costo a las escuelas. Hoy día yo doy talleres para los reclusos de la cárcel de Canelones, y los tambores que fabricamos ahí en la cárcel tienen el destino de ir a las escuelas rurales, sin costo.
“El candombe es ejemplo de convivencia, porque no necesitó de ningún decreto, de ninguna ley, para admitir a la masa de intérpretes que se ha incorporado. Hoy día no hay un lugar en el país donde no se toquen los tambores. Hay Llamadas todo el año.”
Vos entendés, entonces, que el candombe debería estar en la currícula de ANEP. Por ejemplo, ahora a propósito de la transformación educativa sería una buena oportunidad…
Sí, claro. Debería estar en los programas oficiales. Cuando yo era chico, en las fiestas de fin de año, hacía de pregonero o aguatero y las niñas que eran negras tenían que vender empanadas. ¿Por qué no salíamos tocando el tambor y cantando un tema de Rada? Hay canciones que son para los niños, que sus letras refieren a los niños. Después dicen que no hay discriminación… Sí, la hay. Si yo de chico bailaba el pericón y la chacarera, ¿por qué no se bailaba candombe?
¿Por qué has dicho que los militares que tiraron abajo el conventillo Medio Mundo “se dieron un tiro en el pie”?
Porque al sacar del barrio, de aquí, la cultura, se desparramó por todo el país. Y ahora vas a Argentina, a Estados Unidos, y en todos lados hay cuerda de tambores. Si lo que querían era sacarnos, lograron todo lo contrario. Empezamos a tocar por todos lados, y a los hechos me remito: las Llamadas en los años 60 tenía ocho comparsas, hoy son 50, ya son tres días de desfile, y hay desfile por todos los barrios.
“Tocó con todos, tocó con Toto, los Lobos, los Door, los Moscos”, dice León Gieco en “Los Orozco”. Vos tocaste con Mateo, los Fattoruso, Rada, Jorge Drexler (que hace unos días paso por tu casa a saludarte), Fito Páez y mil artistas más… ¿Qué buscás cuando sumás tu arte a la música de otros artistas?
Y también toqué con León Gieco, je… y con Charly [García]. ¿Qué busco? Primero la fusión, y comprobar que el candombe es la suma de todos los ritmos. Yo puedo tocar un tema de los temas de los Rolling en tiempos de candombe, un tango, la Quinta Sinfonía de Beethoven, que ya fue grabada en modo candombe, un bolero. Todo lo que yo quiera transportar a ritmo de candombe, lo puedo hacer. Hemos tocado canciones de los Beatles, versiones de Peter Frampton, Maceo Parker. Yo pongo cualquier canción en la radio, agarro el tambor y toco arriba.
Es curioso que digas eso, porque te he escuchado renegar de algunas canciones mezcladas con candombe, porque bastardeaban la tradición. Entendí que eras un purista del candombe.
No, lo que no me gusta es cuando hacen cortes y arreglos… Por ejemplo, en las Llamadas, y vos escuchás que en una cuerda de tambores empiezan [el Lobo ejemplifica con el tambor que tiene enfrente: hace una mezcla de sonidos que pasan de cierta sistematización a una improvisación total. Lo que toca se parece más a ritmos africanos modernos que a lo que conocemos como candombe]. ¿Qué es eso? En el candombe ya está todo inventado.
Acá se trata de tocar el chico, repique y piano, le vamos a mostrar al mundo el folclore más importante que tiene el país, el día más importante para el candombe, ¿y nos ponemos a hacer arreglos con redoblantes de baterías, arreglos de reggaeton, de esto y de lo otro? Al que está mirando y no lo conoce, si está en Moscú y lo mira por internet, va a pensar que el candombe es eso. Y yo lo que quiero es esto [el Lobo toca… candombe] y que pasen las comparsas y que la gente lo vea. Es el día que nosotros tenemos para mostrarle el candombe al mundo. Ya que hay desfiles todo el año, me gustaría que algún desfile sea con los tambores más tradicionales, sin tensor, manteniendo la tradición de afinar a fuego y que todo aquello que vinimos manteniendo durante años no se pierda. No lo digo por mí, lo digo por el Teíto, mi nieto, que tiene 2 años.
“Debería estar en los programas oficiales [de Primaria]. Cuando yo era chico en las fiestas de fin de año, hacía de pregonero o aguatero y las niñas que eran negras tenían que vender empanadas. ¿Por qué no salíamos tocando el tambor y cantando un tema de Rada?”
Martes 16 de febrero de 2016. Ese día cumpliste 60 años, y tuviste un invitado especial: Mick Jagger. No fuiste muy cortés que digamos: le convidaste agua de la canilla…
Fui lo más cortés que se pueda hacer, porque él me pidió agua. Yo le di agua de la canilla, que es el agua que tomo. Es el agua que tomó mi mamá durante toda su vida y vivió 84 años en su casa, donde yo nací y donde vivo hoy. El bidón ese que te vende la empresa y te dice que es agua que viene de un manantial de no sé dónde… eso no lo creo. Y yo siempre tomé agua de la canilla.
Mirá, cuando yo fui a Londres, invitado por Natalia Oreiro, a un castillo de un magnate ruso, fui al baño, y en la pileta cuando abrí la canilla, arriba tenía un cartel que decía “No drink”, decía que no era potable. Resulta que me jodían a mí porque le di agua de la canilla, y en una ciudad europea de miles de años como Londres, la capital de Inglaterra, ¡no se puede tomar agua! En Uruguay tomamos agua de la canilla, menos unos meses del año pasado. Yo, hoy por hoy, tomo agua de la canilla nuevamente.
Me contó Rada, para una entrevista en el libro (Casi) todos felices, que cuando lo fuiste a saludar a Jagger, le dijiste: “Gracias por venir a mi cumple, Miguelito”.
Le dije: “Gracias por venir, Miguel”, en joda. Pero lo del cumpleaños es anecdótico. El invitado era Bernard Fowler [corista de los Rolling Stones], que era amigo de Dinamita Pereda y de Francisquito [Fattoruso], que los conocía de tocar con ellos en Estados Unidos, en iglesias de gospel y otros lugares. Cuando Bernard se entera de que uno de los países a visitar en la gira era Uruguay, se comunica con ellos y les dice: “¡Yo quiero ver candombe en Montevideo!”. En la cena con los Rolling comenta que él iba a salir a un lugar, a ver candombe, y ahí Mick Jagger dijo: “Ah, yo voy también”. O sea que no lo invité, se invitó solo.
Quedamos muy sorprendidos. Después fue conmigo al taller, y con un traductor, me contó que él quedó fascinado con el lugar, ¡con el relajo que yo tenía en el taller! “Oh, my god”, decía. Vio los tambores a medio pulir, yo le mostré las duelas, y ahí como que se soltó y volvió conmigo para casa. Ahí se empezó a soltar y a bailar, y Rada me empezó a cantar el “Feliz cumpleaños”, con ritmo de tambores. Y él me cantó “Satisfaction”. Lo lindo que saco en conclusión fue que un músico fue a ver a otro. No cayó el rockstar, fue un tipo muy educado, sencillo, humilde, y se sentó en ese sillón que está ahí, que es el espolón de un camión. Y cuando nos filmaban cantando y tocando, estaba mi nieto con 8 años tocando, y él quedó sorprendido, porque mi nieto repica. Y mi nieto le sacó la lengua [a Jagger], por malhumor. Y él dijo: “¡Yeah, is a Rolling Stone!”. Si te fijás, hay una película documental, Olé Olé [N. de R.: se llama The Rolling Stones. Olé Olé: un viaje a través de América Latina, de 2016), y del recital de Montevideo ponen un cachito así, el resto es acá en mi casa. ¡Un honor!
Te han contratado millonarios de distintas partes del mundo. ¿Cuál fue la fiesta más excéntrica y fastuosa en la que te tocó participar? ¿Esa en Londres?
Creo que sí. Me sorprendió todo… Para empezar, lo que costó la fiesta: 30 millones de euros. El tipo festejaba los 60 años, era un magnate y filántropo ruso: Leonard Blavatnik [N. de R.: en rigor, es un empresario y filántropo británico-estadounidense nacido en Ucrania, que hoy tiene 66 años]. Cada tanto venía a ver cómo estaban decorando el castillo, caía en helicóptero y bajaba él de remerita y bermuda, nos daba la mano y miraba todo. Fuimos acompañando a Natalia Oreiro.
Se vienen las Llamadas, este viernes 9 y sábado 10. Son en tu barrio, por tu calle. Me imagino que ya tenés tu butaca o tu azotea, y no lo vas a ver por tele…
Este año no sé si voy a ir. Sacaron la cuadrita más linda de las Llamadas, en Ibicuy y Cuareim. De Barrio Sur casi que no queda, eran de barrio Sur y Palermo, y ahora de Sur son solo dos cuadras, porque empieza en Quijano (o Yí) y en Ejido ya empieza Palermo. De Barrio Sur solo dos cuadras, es una falta de respeto.
Yo dejé de salir en las Llamadas porque no estoy de acuerdo en algunas cosas. Pero no quiero hacerlas públicas. (Llegado este momento, el Lobo pide que se mantengan en reserva un puñado de fuertes discrepancias que él mantiene con el reglamento y algunas decisiones del jurado de las Llamadas. También respecto a la organización del espectáculo y su logística). Yo no quiero pelear más, porque ya no participo, eso se lo dejo a los directores. Lo podría decir, hacerlo público, pero me gustaría que lo dijeran los responsables, los que siguen participando. Yo ya no participo. Que lo digan los que tienen que decirlo, o que reclamen, que protesten.
Podés poner que yo ya no salgo porque ya cumplí mi ciclo, ya cumplí mi etapa de desfilar, de componente de las comparsas. Me gusta la crítica, y para ser crítico hay que ver, hay que estar. Ahora puedo verlo. Me gusta caminar, si tengo un lugar donde poder moverme. No me gusta molestar tampoco, siempre me pongo en la puerta de un lugar de algún amigo, de alguien a quien yo conozco, y ahí la paso bomba. Este año hay un par de casas de conocidos que están en el trayecto del recorrido del desfile y voy a tratar de estar ahí, comer algo, tomar algo y estar ahí, como un espectador. Me gusta ver cómo se desarrollan las comparsas, que siempre están innovando. Ver qué se agrega, qué está faltando, todo eso me permite opinar y saber más.
¿Te interesa dejar un legado?
Claro. Ya lo tengo: están mis hijos, están mis nietos, están mis amigos, está el barrio. El legado que dejo son mis tambores. Mis tambores están por todos lados, los hay por todo el mundo… Dejé un oficio, a través de mi sabiduría, otros aprendieron y yo aprendí a través de otros. Es así cómo se aprende. Esto no se aprende oficialmente en ningún instituto. Y también, como rescatador de sonidos, me reivindico, porque todo esto que ves acá son cosas que encontré en la calle, que reciclo y que las transformo en un instrumento de percusión, en algo sonoro, y que los niños pueden mantener el ejemplo. Mi oficio es el legado. Y esto que hago: comunicar, trabajar con las escuelas, con el periodismo, con los extranjeros turistas, con todo lo que me deja esta carrera y este pasaje por la vida. Me deja muy orgulloso y tranquilo, en paz.
¿Sos feliz?
En alguna medida, sí. Pero la felicidad está en poder ser libre, y lo que yo hago es totalmente libre. Vivir por la cuenta, ser autodidacta, es una manifestación de libertad. Me puedo ir cuando quiero al lugar que quiero.