Por The New York Times | Neil MacFarquhar
“Vesti Nedeli”, el principal resumen semanal de noticias en la televisión controlada por el Kremlin, transmitió hace poco una larga crónica sobre las potencias occidentales depredadoras que se vinieron abajo cuando invadieron Rusia: Suecia en el siglo XVIII, Francia en el XIX, Alemania en el XX.
Los enemigos ahora buscan revertir esas pérdidas, comentó Dmitry Kiselyov, el presentador del programa, culpando a Occidente de la guerra que Rusia instigó en Ucrania. El objetivo de acabar con Rusia es “centenario e inmutable”, señaló. “Aquí estamos a la defensiva”.
En los seis meses transcurridos desde la invasión rusa, el énfasis de los medios de comunicación del Estado a la hora de informar sobre la guerra ha cambiado de manera gradual. Atrás quedaron las predicciones de una ofensiva relámpago que arrasaría con Ucrania. Se habla menos de ser acogidos como liberadores que deben “desnazificar” y desmilitarizar a Ucrania, aunque la etiqueta de “fascista” se sigue pronunciando con desenfreno.
En cambio, en la versión del Kremlin —la única que ven la mayoría de los rusos, ya que todas las demás están proscritas— los campos de batalla de Ucrania son una faceta de una guerra civilizatoria más amplia que se libra contra Rusia.
La información no trata tanto de Ucrania, sino más bien de “oponerse a los planes de Occidente para controlar a la Madre Rusia”, aseguró Stanislav Kucher, un presentador veterano de la televisión rusa que ahora da asesoría en un proyecto que busca dar a los rusos un mejor acceso a los medios de comunicación prohibidos. Estados Unidos es el principal antagonista, y Europa y la OTAN son sus lacayos.
Vladimir Solovyov, presentador de un programa de entrevistas y principal animador del gobierno del presidente ruso Vladimir Putin, afirmó este mes que “invitaron a Rusia a una cena con la sociedad occidental, no como comensal, sino como platillo”. En los medios de comunicación del Estado, Rusia es un pilar de los valores tradicionales, destinado a prevalecer sobre el pantano moral de Occidente. Hay una obsesión diaria con los asuntos LGBTQ. Ver la televisión rusa es tener la impresión de que la comunidad gay dirige el decadente mundo occidental. A pesar de la conmoción y el horror que profesan, los medios de comunicación rusos emiten con avidez imágenes con representaciones escabrosas de la vida gay. El alcance de las asombrosas bajas rusas en Ucrania sigue siendo velado en los medios de comunicación rusos; solo el Ejército ucraniano sufre grandes pérdidas. El sufrimiento de los civiles ucranianos es casi invisible. Hay historias emotivas sobre muertes individuales, aunque la reacción no siempre es la que el Kremlin podría haber esperado.
Un reportaje reciente sobre Aleksei Malov, un sargento sénior de 32 años y comandante de tanque ruso que murió en los combates, no mencionaba cómo había muerto. En su lugar, se concentraba en cómo sus padres habían gastado lo que los rusos llaman “dinero del ataúd”, una indemnización por fallecimiento pagada por el gobierno.
“Compramos un auto nuevo en memoria de nuestro hijo”, relató el padre, añadiendo que su primer viaje en su Lada Granta blanco fue al cementerio del pueblo.
La noticia, emitida en “Vesti Nedeli”, causó un gran revuelo. Los críticos de la guerra la tacharon de propaganda despiadada y torpe, mientras que sus partidarios alabaron el reportaje por ilustrar cómo los rusos de a pie apoyan el conflicto a pesar de las consecuencias.
La televisión del Estado ha restado importancia a los crecientes ataques ucranianos en la península de Crimea, un territorio estratégica y simbólicamente importante, pero las imágenes en redes sociales de los disparos antiaéreos sobre Crimea comenzaron a ejercer presión política interna sobre el Kremlin para que actuara. La realidad visceral de la guerra, sobre todo el hecho de que el territorio ya reclamado por Rusia no era inmune, se puso de manifiesto tanto por los ataques a Crimea como por lo que los investigadores calificaron de asesinato premeditado en Moscú.
Daria Dugina, de 29 años, hija de un famoso nacionalista, y también alguien que defendió la guerra y las políticas bélicas de Rusia, fue asesinada por un auto bomba a última hora del sábado, acto que los medios de comunicación oficiales adjudicaron a Ucrania y a sus partidarios occidentales.
RT, una cadena de televisión del Estado, citó a Zakhar Prilepin, un novelista conservador y veterano de la guerra de Ucrania, al decir que Occidente había “acostumbrado” a Ucrania a ese tipo de acciones. Varios comentaristas habituales de los programas de debate político de la semana recurrieron a las redes sociales para exigir al Kremlin más dureza contra Ucrania.
Sin embargo, los atisbos del costo de la guerra siguen siendo la excepción, pues los telediarios y los programas de entrevistas se han desviado hacia un sinfín de temas económicos y sociales para tratar de hacer hincapié en la idea de que Rusia está inmersa en un amplio conflicto con Occidente, así lo señaló Francis Scarr, de BBC Monitoring, que pasa varias horas diarias viendo la televisión rusa.
Los medios de comunicación oficiales culpan a las armas occidentales enviadas a Ucrania de prolongar los combates, al tiempo que insisten en que esas armas no son muy eficaces.
Los informes rara vez mencionan el dolor infligido a Rusia derivado de las sanciones occidentales, que son universalmente desestimadas como impotentes. En cambio, cuentan cómo las sanciones perjudican mucho más a los occidentales. Los asuntos internos pasan a segundo plano frente a los externos, algo que ya ocurría antes de la invasión. El 9 de agosto, explosiones sacudieron una base aérea rusa en Crimea, el ataque más osado en la península ocupada desde que comenzó la guerra, pues causó una destrucción significativa, incluyendo no menos de ocho aviones de guerra, y el fallecimiento de al menos una persona.
Sin embargo, los programas rusos de máxima audiencia dedicaron mucho más tiempo a discutir la redada del FBI en la casa del expresidente Donald Trump.
Lev Gudkov, director de investigación del Centro Levada, una organización independiente de encuestas, señaló que al comienzo de la guerra, la televisión fue durante mucho tiempo una fuente de información confiable y principal para el 75 por ciento de los rusos. Desde entonces, la confianza ha disminuido, indicó, después de que quedara claro que lo que el Kremlin llama su “operación militar especial” en Ucrania no sería un juego de niños.
Sin embargo, la audiencia televisiva de mayor edad es especialmente susceptible a la retórica anti-OTAN y antiestadounidense, dijo, porque fue inculcada a los rusos cuando estos estaban en edad escolar, y la idea de reconstruir el poder y la magnitud del imperio soviético atrae a muchos.
Los analistas señalan que, a largo plazo, el manual de propaganda rusa ofrece pocas novedades, aunque los detalles cambian con el tiempo. A lo largo de la era soviética, las alarmas de que las potencias occidentales estaban empeñadas en socavar a Rusia —a menudo ciertas— eran el pan de todos los días, al igual que las afirmaciones de que esas potencias se estaban desmoronando.
El gobierno explica la hostilidad europea y estadounidense al decir, según Gudkov, que “Rusia se está fortaleciendo y por eso Occidente trata de interponerse en el camino de Rusia”, parte de una línea retórica general que describió como “mentiras descaradas y demagogia”. Forzosamente, los informes del este de Ucrania describen la vida bajo el control ruso como algo que mejora de manera constante. Cuando los presentadores de noticias pasan a un reportaje en vivo desde el frente, la pregunta más habitual es esta: “¿Qué éxitos tiene que informar hoy?”, señaló Scarr.
“Hay un enfoque automático en ello”, aseguró. “Siempre hablan de los éxitos de Rusia y de los fracasos de Ucrania”. El estudio de Eco de Moscú, justo antes de que el medio de comunicación fuera cerrado y su frecuencia de radio fuera tomada por Radio Sputnik, que emite propaganda del Kremlin, en Moscú, el 3 de marzo de 2022. (Nanna Heitmann/The New York Times). Una familia de los territorios controlados por los separatistas en el este de Ucrania ve al presidente ruso Vladimir Putin en la televisión desde una habitación de hotel en Taganrog, Rusia, el 21 de febrero de 2022. (Sergey Ponomarev/The New York Times).