Por César Bianchi
@Chechobianchi
Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Alfonso Lessa tiene 63 años y ejerce el periodismo desde hace 43. Trabajó en diarios, semanarios, radio, TV, agencias de noticias y medios extranjeros. A principios de la década del 90, cuando era editor de Política de El Observador, le tocó ser testigo, cronista y hasta protagonista de una serie de hechos que visto desde el 2021 -por suerte- parecen más dignos de una serie foránea de Netflix. Fue de madrugada al estudio jurídico de Julio María Sanguinetti porque alguien le había puesto una bomba, recibía papelitos de militares anónimos en el baño de un restorán, acudió a una entrevista encapuchado (y la mantuvo sin ver a sus interlocutores), presenció en La Habana la catarsis de un joven Hugo Chávez que simpatizaba con la ultraderecha uruguaya, fue perseguido y vigilado de cerca por militares en Uruguay y por desconocidos en la capital cubana, y hasta fue amenazado de muerte por jóvenes militares que se sintieron ofendidos por un comentario suyo en televisión.
Ah, y también cubrió todo el Caso Berríos, que terminó con el hallazgo de su cadáver en una playa de El Pinar. Incluso, para Código País (Teledoce) viajó a Santiago de Chile, donde se entrevistó con uno de los militares uruguayos extraditado y preso allá por secuestro y asociación ilícita, con la viuda del enigmático químico chileno que fabricaba gas sarín y sabía demasiado, y con su mejor amigo. El hombre que podía poner en aprietos a Pinochet solía ponerse locuaz cuando bebía, y un día le avisó a su madre por teléfono: “Me van a hacer zanahoria”. No le erró: fue enterrado de cabeza al piso, como se le paga a los traidores, con dos balazos en la nuca.
Lessa -hoy en el programa Periodistas de canal 5 y en otros proyectos en los medios públicos- acaba de lanzar el libro Conspiración. De bombas, espionaje, amenazas y muerte en democracia (Penguin Random House), donde va entretejiendo episodios que en los albores de los 90 parecían aislados, y con el diario del lunes -y el libro a la venta- se puede advertir que no lo fueron.
"La Guardia de Artigas tenía un discurso muy nacionalista que coincidía con los Tenientes de Artigas. Un grupo fuertemente nacionalista, de corriente antibatllista, antimasónico y anti-izquierda. Los Tenientes fueron fundamentales en el golpe de Estado"
-¿Por qué titulaste tu último libro Conspiración?
-La idea inicial era hacer una novela, basada en hechos reales. Después me convencí que tenía que ser una investigación, porque tenía todo. Tenía el libro escrito en mi cabeza. Había vivido todo eso. Tuve que hacer una nueva ronda de llamadas, con jueces, fiscales, varios ministros de la época y militares, después de romper el miedo del coronavirus. Elegí este nombre porque en el libro busco hilar un montón de acontecimientos de la época que eran muy fuertes y sorprendentes que podían parecer aislados. Logré hilar y me di cuenta que detrás de eso había una gran conspiración que tenía que ver con un grupo de militares que buscaban tomar el poder, es decir, manejar el Ejército y los centros sociales del Ejército.
-Desde el comienzo recordás una bomba puesta en el estudio del Dr. Sanguinetti en la Ciudad Vieja, en la noche del 29 de abril de 1992, atentado que se reivindicó la Guardia de Artigas, un grupo de mandos medios, sobre todo jóvenes. No fue un atentado aislado, fue el primero de varios (explosivos contra el empresario Walter Zeinal, contra el diputado Hugo Cores dos veces, otro contra un fiscal, contra el monumento de la Armada en Plaza Virgilio, contra un puente de ferrocarril en Minas, entre otros). ¿Qué significaban esas expresiones violentas? ¿Qué querían decir esos militares molestos?
-En aquel momento uno pensaba que la Guardia de Artigas era un grupo autónomo. Eran muy críticos con la conducción del Ejército, con los generales, entonces parecía que había una cuestión generacional (que en parte, lo era). Ellos dijeron -en la entrevista que les hice, cuando me llevaron encapuchado- que querían remover la clase política, que no se preocupaba por los problemas centrales del país. Detrás de eso había un discurso fuertemente nacionalista identificado con los “carapintadas” argentinos, y hasta con Hugo Chávez. ¿Qué reivindicaban? Tenían un discurso muy nacionalista, cuestionaban fuertemente la conducción del Ejército…
Algunos se preguntan por qué le pusieron una bomba a Sanguinetti. Porque Sanguinetti le deja a Lacalle unas Fuerzas Armadas (FFAA) con miles de efectivos menos. Sanguinetti decía que a las FFAA se las controlaba recortándole el presupuesto. Les reduce más de 5.000 efectivos. Sumale que había un discurso que venía de Estados Unidos, que decía que los Ejércitos de Latinoamérica tenían que ir desapareciendo, y cambiarlos por guardias nacionales. Ellos rechazaban eso. Ese discurso muy nacionalista coincidía con los Tenientes de Artigas. Un grupo fuertemente nacionalista, de corriente antibatllista, antimasónico y anti-izquierda. Los Tenientes de Artigas fueron fundamentales en el golpe de Estado.
-Estaba la Guardia de Artigas, la logia Tenientes de Artigas y hasta un tercero (quizás inexistente) Comando Lavalleja. Se da la curiosidad de que se llamaran logias, como en la Masonería, considerando su animadversión hacia esa hermandad, ¿no? ¿Eran fracciones distintas? ¿Eran parte de lo mismo?
-Yo empecé a ver que los discursos de la Guardia y los Tenientes de Artigas coincidían. Para esta investigación me sorprendí mucho cuando un teniente de Artigas de los más altos me dijo que la Guardia de Artigas era “una sucursal” de los Tenientes de Artigas. No sé si era tan así, pero la Guardia de Artigas operaba en buena medida para algunos Tenientes de Artigas, tratando de generar ese clima desfavorable a (Juan) Rebollo (que era comandante en jefe del Ejército, blanco de origen), que no era teniente de Artigas y había rechazado serlo… era una forma de cuestionar la conducción del Ejército, y forzar un cambio que al final, se dio.
La Guardia de Artigas no se identificaba como logia. Los Tenientes de Artigas sí. Hasta hace poco tiempo… Justamente, para que no los confundieran más con la Masonería, ahora ya no se identifican más como logia. Lo del Comando Lavalleja fue un invento del momento. Alguien reivindicó en nombre de algo que no existía y la propia Guardia de Artigas se hizo responsable.
-Una noche de 1992 acudiste encapuchado a una entrevista con integrantes de la Guardia de Artigas, una forma poco ortodoxa de asistir a una entrevista. ¿Cómo recordás ese encuentro?
-Nosotros teníamos comunicación telefónica con militares, y podías sospechar que eran de la Guardia, pero nunca sabías. Y había un modo de comunicación, típico de una película, que era que nos dejaban -a dos periodistas de El Observador- papelitos o comunicados debajo de la pileta de lavarse las manos del baño de hombres de La Pasiva de Plaza Matriz. Una vez nos ofrecieron hacer una entrevista escrita, y yo dije que no. Nadie sabía nada quiénes eran. (El ministro del Interior, Juan Andrés) Ramírez decía: “Sospechosos somos todos, de izquierda, derecha y centro”. Uruguay era un lugar de descanso de mucha gente: había “carapintadas” argentinos, había chilenos, hubo un foco puesto en el Chuy (por los palestinos), los etarras… Nosotros queríamos saber quiénes estaban detrás de la Guardia de Artigas, entonces una entrevista escrita no nos servía mucho, porque podía ser un loco o dos locos.
Se transó en una entrevista personal, pero yo no podía saber ni a dónde iba ni con quién me reuniría. Entonces fui en mi auto hasta un lugar en la rambla, al bajarme me encapucharon, me llevaron a otro auto, nunca supe a dónde iba, dieron vueltas para distraer. En ese momento la Policía estaba muy arriba del tema, yo siempre tuve la sospecha de que sabían más de lo que decían, pero querían que los periodistas dijéramos quiénes eran. Me condujeron hasta el sótano de una casa, me revisaron, me sacaron el grabador, me pusieron lápiz y un papel y me dejaron en penumbras. Delante de mí, había una cortina y ellos estaban detrás, con lo cual yo no los vi nunca. Sé que eran tres, escuché ruido a botas, y empezó un diálogo de una hora.
-¿Qué sacaste en limpio de esa entrevista? ¿Qué querían?
-Se empezó a deslizar ese discurso nacionalista, y una justificación de por qué actuaban. Me dijeron que ellos no querían dar un golpe de Estado, que querían remover a la clase política. Hacían cuestionamientos, pero aclaraban que no estaban contra los políticos (pero claramente, lo estaban). Se distanciaban de represores como Gavazzo y otros. Se mostraron como un grupo preocupado por el futuro del país, contrario a las guardias nacionales -reivindicando el papel del Ejército-… Y a partir de los comunicados, empiezan a mostrar un discurso durísimo a la conducción del Ejército, incluso mandan tres cartas a tres comandantes (uno de ellos, Hugo Medina) donde eran muy duros. Esa entrevista fue una presentación en sociedad, intentaron mostrar sus principales ideas, sin mostrarse como un grupo terrorista. Fueron muy profesionales, porque fijate que pusieron muchos explosivos y no hubo ni un herido
"Fui en mi auto hasta un lugar en la rambla, me encapucharon, me llevaron a otro auto, nunca supe a dónde iba, dieron vueltas para distraer. En ese momento la Policía estaba muy arriba del tema, yo siempre sospeché que sabían más de lo que decían"
-La palabra Berríos no está en la tapa del libro, y eso que la historia del científico chileno, ejecutado en Uruguay, tiene una presencia muy fuerte en el libro. Varios capítulos están dedicados a Eugenio Berríos. ¿En qué medida su trágico desenlace se vincula a los militares uruguayos?
-A los militares y al jefe de Policía de Canelones, el coronel (Ramón) Rivas, que era un militar retirado que había trabajado en Inteligencia. ¡Estuvieron como ocho horas en la comisaría de Parque del Plata! Fijate que en la misma casa donde estuvo Berríos en Parque del Plata -según los militares uruguayos, protegido; según Berríos, secuestrado- un tiempo antes, cuando Berríos ya estaba en Uruguay, en esa misma casa se reunió la cúpula de los tupamaros con dos de los militares que fueron extraditados a Chile. Eso es algo que llama la atención…
Yo digo que ahí hay una gran responsabilidad del Estado uruguayo y del jefe de la Policía, porque Berríos fue devuelto a los militares que lo custodiaban. Y los militares uruguayos aseguran que se lo dieron a los chilenos. Pero estaban en una comisaría, a la que llegó el jefe de Policía del departamento, y llegaron las principales autoridades de Inteligencia. Ahí pudieron poner un muro y avisar a la Justicia, pero no: después de ocho horas, se los devolvieron a los militares uruguayos. Ahora, la Justicia chilena y la uruguaya nunca pudieron probar que haya habido presencia de militares uruguayos en la ejecución de Berríos. Los que están procesados por eso son chilenos.
Pero hubo una responsabilidad uruguaya muy grande, porque en lugar de darle protección, se lo terminan entregando a los chilenos. Estuvo el coronel Héctor Lluis (el segundo de Aguerrondo, en la Dirección General de Inteligencia del Ministerio de Defensa), estuvo Gilberto Vázquez... Por supuesto que hay una responsabilidad muy grande de todos los que participaron en no haberle dado protección. Todo indica que la orden de ejecutarlo la dio (el dictador chileno Augusto) Pinochet a militares chilenos, cuando hizo su visita a Uruguay, en febrero del 94. Acá había varios chilenos…
-¿Todo lo acontecido con Berrios se dio a espaldas del gobierno uruguayo de Lacalle Herrera? ¿Ni el ministro del Interior, Juan Andrés Ramírez, ni el de Defensa, Mariano Brito, se enteraron de nada? Vos señalás que "el comandante en jefe sabía de la presencia de oficiales chilenos", y Lacalle dijo al tener que regresar desde Inglaterra (donde estaba en viaje oficial), que era "un tema chileno". ¿Era un tema solo de los chilenos? ¿El gobierno no se enteró de nada?
-A ver… el caso demoró meses en conocerse. Ahí hay una cosa increíble: un caso tan fuerte como éste permaneció en secreto. Y otra cosa, que se pudo ver con el tiempo: la serie más importante de explosivos ocurre dos días después de la fuga. Dos días después de la fuga hay cuatro atentados en la misma noche. En ese momento todos los periodistas nos focalizamos en los atentados, no conocíamos el caso Berríos. Pero después lo podés ver: no parece casualidad.
Ramírez seguro no sabía nada. Yo creo que no sabía ninguno. Eso quedó a nivel del Ejército. Este tipo de operativos, del servicio de Inteligencia, queda a determinados niveles. He hablado con todos esos protagonistas. Ramírez fue notificado por Matilde Rodríguez Larreta y Jaime Trobo. Ramírez caza el teléfono y llama al coronel (Ramón) Rivas, jefe de Policía de Canelones. Le dice: “Coronel, tengo este dato. ¿Es cierto?” Rivas hace silencio y después le dice que sí. “Bueno, pase mañana a firmar su renuncia”. Brito ordenó una investigación urgente. Gente de Jurídica me dijo que Brito quería llegar hasta el hueso, entre otras cosas porque le habían ocultado todo. Jurídica de Defensa estimó que además de interrogatorios, había que pasar todo a la justicia militar, y a la Justicia ordinaria. Y (Rodolfo) González Rissotto, el subsecretario de Defensa, lo avala.
-Volvés al Caso Berríos permanentemente. Te entrevistaste con la viuda en Santiago, con el mejor amigo (Aldo Duque), también con el militar Eduardo Radaelli, preso en Santiago, y con oficiales en Uruguay. ¿Quién era Berríos?
-Era un personaje complicadísimo. Era muy brillante desde el punto de vista científico, y quizás eso explique por qué no lo mataron en Chile. Según lo describe su mejor amigo, era un nazi fanático, pero era un hombre muy contradictorio, porque había militado en la extrema izquierda, después en la extrema derecha. Le gustaba el alcohol y la noche, entonces cuando tomaba se le soltaba la lengua. Claramente acá, alguna cosa comentó por ahí y alguna llamada a la embajada le costó la vida. Él quería volver a su país para declarar en el caso (del ex embajador chileno Orlando) Letelier, lo que hubiera complicado a Pinochet y a Manuel Contreras, el jefe de Inteligencia (la DINA).
Yo cito un fragmento de Nocturno de Chile de (Roberto) Bolaño, donde dice que en un sótano de una casa donde había reuniones culturales y donde vivía Michael Townley (NdeR: ex agente de la CIA que trabajaba para la DINA de Pinochet), y en los sótanos estaba Berríos trabajando con Townley elaborando o perfeccionando el gas sarín para dos objetivos. Uno era una eventual guerra con Argentina, y también para matar opositores. Y además, era centro de torturas ese depósito, donde se fabricaba el gas sarín. Berríos había trabajado mano a mano con Townley, el asesino de Letelier en Washington. Él manejaba una cantidad de información, y como el gobierno de Pinochet quería evitar que fuera a declarar a la Justicia, lo sacan de Chile en un operativo de Inteligencia. Un militar muy importante de la época me dijo que los ejércitos de Uruguay y Chile de la época tenían “relaciones carnales”.
"Berríos era un brillante científico. Era un nazi fanático, pero era un hombre muy contradictorio, había militado en la extrema izquierda, después en la extrema derecha. Cuando tomaba se le soltaba la lengua. Acá alguna cosa comentó por ahí y eso le costó la vida"
-Eduardo Radaelli, Tomás Casella y Wellington Sarli fueron extraditados a Chile por el delito de secuestro y asociación ilícita. En 2015 la Corte Suprema de Chile ratificó la condena por 10 años contra ellos. En noviembre de 2016 Radaelli y Casella volvieron a Uruguay para completar su pena, y un mes después fueron dejados en libertad condicional, mientras que Sarli se quedó viviendo en Chile. Ellos aseguran hasta el día de hoy que Berríos nunca estuvo secuestrado, y Radaelli te dijo que ni siquiera sabían quién era, que sólo estaban haciendo una "gauchada" al vigilarlo de cerca. Tras tu investigación y compromiso con este tema, ¿qué responsabilidad entendés que tuvieron estos militares?
-Ellos dicen lo que dicen (que lo estaban custodiando solamente), pero es difícil creer que no supieran que era una operación de Inteligencia. Quizás alguno de ellos no supiera que era Berríos, porque usan todos seudónimos, capaz que lo conocían por otro nombre. Y viste que las cosas de Inteligencia son muy compartimentadas. Es como Rebollo (jefe de Inteligencia de Defensa), que dice que sabía que había chilenos, pero no cuántos ni quiénes eran. Yo digo al principio del libro que éstos fueron los tres responsabilizados, pero que esto fue mucho más amplio. Tuvo que ver con esas “relaciones carnales” con el Ejército chileno. La responsabilidad que le atribuye la Justicia chilena es esa (secuestro y asociación ilícita). Ahora, cuando ves los expedientes hay contradicciones fuertes.
-Radaelli admitió que él y otros oficiales se reunieron con exguerrilleros como Mujica, Marenales y Fernández Huidobro. Tanto Huidobro como Radaelli cuestionaron la creación de "guardias nacionales" y el ex ministro de Defensa estuvo en contra de la extradición de los militares acusados a Chile. ¿De qué hablaban militares y tupamaros, ya en democracia?
-Tenían en común una mirada nacionalista, un sentimiento anti-Estados Unidos, el común rechazo a las guardias nacionales, como una idea que eso era de dominio de Estados Unidos. Jorge Zabalza dice en el libro Cero a la izquierda de (Federico) Leicht, y luego me dice a mí, que hablaron de todo: de socialismo, nacionalismo, nazismo. Hay que recordar que esto viene de una vieja línea de contacto que tuvieron en los cuarteles, en el año 72. Hubo conversaciones entre la dirigencia del MLN y los militares nacionalistas, a espaldas del gobierno y el Parlamento, buscando un punto de acuerdo que pudieran terminar con las acciones de la guerrilla y todo lo demás. Hubo negociaciones: Raúl Sendic (Antonaccio) entraba a los cuarteles, negociaba y salía. Ahí empezó una línea de comunicación que se cortó en la dictadura y más cuando llevaron a cuarteles a los nueve rehenes.
Cuando volvió la democracia, empezaron a conversar de nuevo. Primero, porque los militares querían saber qué iban a hacer los tupamaros con las armas. Y retomaron un diálogo: los viejos militares, los viejos tupamaros y las nuevas generaciones. Buscaron evitar confrontaciones, y en esas reuniones ya tras la restauración democrática hablaban de nacionalismo, estaban en contra de Estados Unidos…
-A todo esto, en 1993, acá nos enteramos que Mario Aguerrondo, el general al frente de la Inteligencia del Ejército, espiaba a otro general, Fernán Amado. Se daba un conflicto y choque de distintas fracciones del Ejército. ¿Era una movida de la interna militar, o tenía implicancias políticas? ¿Aguerrondo espío a Amado con el aval del gobierno, o a espaldas de éste?
-Yo creo que a espaldas, porque Aguerrondo era una de las cabezas de los Tenientes de Artigas. Esto fue una gran estrategia para ir generando clima como forma de desestabilizar al comandante en jefe, a los mandos medios, etcétera, y asumir ellos. Y fue lo que pasó, a través de Daniel García, que fue un Teniente de Artigas. Primero se armó un escándalo tremendo cuando se conoció lo de Berríos, y cuando se conoció el espionaje mucho más: ¡un general que espiaba a otro general en su despacho con un micrófono! Ahí cae Brito, tras una interpelación de (Walter) Cigliutti del Foro Batllista, una demoledora interpelación. Y enseguida se descubre que, además, estaban intervenidos los teléfonos de Rebollo en el comando del Ejército y en su casa.
Brito trata de defenderse y dice que tenía información de que ahí se reunía la Guardia de Artigas, y era un disparate, porque Amado estaba del otro lado. Uno piensa que todo esto tenía que ver con la interna del Ejército. Si llegó más arriba, no lo sé. Yo entrevisté a Lacalle en su momento, y él niega haber tenido la más mínima idea de lo de Berríos, y sobre lo del espionaje tuve un breve diálogo en Chile, y me dijo que a esto se le daba mucha trascendencia, “y si todo esto es verdad, peor”, me dijo.
-Antes te habían encapuchado para llevarte a una entrevista con alguien de la Guardia de Artigas. Meses después, y con este clima enrarecido en la interna militar, te reuniste con Rebollo, recién cesado al frente del Ejército, llegaste a la redacción del diario y te llamaron. Te habían seguido y te ofrecieron que escuches la otra campana. Te llevaron a hablar con un líder de los Tenientes de Artigas. ¿Cómo fue eso?
-Los seguimientos eran alevosos. A veces eran notorios, para que me diera cuenta. Tuve alguna advertencia en buena onda, tipo: “Ojo, tenés gente pegada atrás tuyo”. Yo me reuní con Rebollo, que ya había sido destituido, y cuando llego al diario me llaman, y me ofrecen tener la otra campana. Me habían seguido. Dije que sí, y el coronel Lluis me llevó con Regino Burgueño, un hombre con mucho poder entre los Tenientes de Artigas. Pude encontrar una servilleta que había anotado en aquella época -hace 27 años- con las cosas que les preocupaban. En síntesis, era un severo cuestionamiento a la conducción de Rebollo. (NdeR: la servilleta, según el libro, tenía entre otros puntos que le preocupaban a Burgueño: la conducción del Ejército nacional, la falta de identidad de sus miembros, la indefinición del enemigo, la ley orgánica militar, descreimiento en la institución militar, entre otros puntos). Pero en ningún momento se hizo cargo de la Guardia de Artigas. En el fondo, era un cuestionamiento a la conducción de Rebollo y su gente.
-Radaelli dice que muchas personas querían a Berríos muerto. ¿Quién mató a Berríos? ¿Lo suponés, al menos?
-Para mí no cabe duda, después de leer los expedientes de Chile y de Uruguay, que fueron los militares chilenos. Los chilenos que estaban acá, algunos tenían a su cargo la supuesta protección de otros que estaban escondidos. Tres o cuatro militares había, uno de ellos en Parque del Plata.
"Se armó un escándalo tremendo cuando se conoció lo de Berríos, y cuando se conoció el espionaje mucho más: ¡un general que espiaba a otro general en su despacho con un micrófono! Ahí cayó el ministro de Defensa, Mariano Brito"
-En diciembre del 94 fuiste a cubrir la primera Cumbre de las Américas en La Habana. Allí, tan lejos de Uruguay, te persiguieron también, y te desinflaron las gomas del auto tres veces. Allí, junto a Fidel, Hugo Chávez reconoció vínculos con la Guardia de Artigas de acá. "Soldados artiguistas" con los que tenía planes a futuro, dijo Chávez. Lo curioso es que se sentía afín a la ultraderecha uruguaya, y que Seregni no lo había querido recibir en Uruguay por golpista. ¡Y la izquierda uruguaya venera a Chávez! Sumale que Fidel, horondo, se jactó de que en Cuba nunca hubo desaparecidos…
-Diplomáticos que estaban en La Habana agregaron: “Claro, porque los fusilaban”.
-Como avezado analista político, ¿cómo se entiende que la izquierda venere a Chávez?
-A mí me resulta impactante. Es un populista, ultranacionalista, que estaba vinculado ideológicamente a los “carapintadas” argentinos. (Mohamed Alí) Seineldín desde la cárcel los reivindica. Uno al principio lo podía explicar por la falta de información, porque en esa época era tremenda la falta de información que tenían los partidos sobre el tema militar tras 12 años de dictadura. Cuando vino Chávez al Uruguay, Seregni no se quiso reunir con él, porque sabía quién era: había intentado dar dos golpes (desde la derecha), y uno de ellos fue sangriento. Cuando fui a Cuba vi que lo veneraban, me llamó la atención.
Me parece insólito, es desconocer la historia de Chávez. A veces me parece que el solo hecho de declararte antimperialista o estar en contra de Estados Unidos justifica cualquier cosa. Después se da una alianza estratégica, porque Chávez y el petróleo venezolano empiezan a ser muy importantes para Cuba. Y empieza toda una trama en la que el propio Chávez empieza a dar un giro aparentemente hacia la izquierda -insisto, aparentemente-, pero nunca dejó de ser un militar nacionalista y populista.
"Me parece insólito que la izquierda venere a Chávez. Me parece que el solo hecho de declararte antimperialista o estar en contra de Estados Unidos justifica cualquier cosa. Chávez nunca dejó de ser un militar nacionalista y populista"
-¿De qué forma los atentados de la Guardia de Artigas propiciaron la caída de los vascos de ETA en Uruguay? ¿La Policía sospechó de una vinculación de unos con otros?
-Ya había un control, lo que hace es acentuarlo totalmente. Sospecharon que había una asociación entre esos vascos y la Guardia de Artigas y empiezan a vigilarlos más.
-¿Cómo ve la izquierda, en perspectiva, la actuación de referentes del FA el 24 de agosto del 94 frente al Hospital Filtro? Porque Vázquez, Seregni y Astori fueron hasta allí y fueron abucheados, mientras que Mujica, Marenales y Huidobro fogoneaban desde la radio Panamericana.
-El Frente como Frente nunca hizo una autocrítica al respecto. Sí hubo sectores del FA que fueron muy duros con todo eso. Incluso hubo pedido de expulsión del MLN. José Díaz, como un dirigente del PS, dijo que la ETA era genocida. Seregni se arrepintió de haber ido. Hubo una presión tan fuerte del MLN para que la gente fuera que todas esas autocríticas fueron posteriores, pero nadie se animó a frenarlo antes. Sí hubo un freno de Seregni, porque hubo propuestas dentro del Frente de sectores -de las bases- de impedir físicamente la llegada de las ambulancias al aeropuerto, lo cual hubiera sido una locura y un enfrentamiento mayor. Cuando vos hablás con gente del MLN te dicen que ese episodio fue un parteaguas, que el Filtro terminó de liquidar la persistencia del sector que todavía pensaba en las armas.
-Vos estuviste ahí. Decís que fue "milagroso" que hubiera un solo muerto, Fernando Morroni. ¿Cómo recordás ese día?
-Ya la noche anterior era una cosa que metía miedo. Yo estuve caminando entre los caballos y los perros y era impresionante. Al otro día estaba con el colega Sergio Berrutti, y el clima era muy complicado. Nosotros estábamos parados frente al Edificio Libertad, y empezaron a sentirse explosiones. Vimos que eran tiros. El operativo policial fue un desastre. Los policías comunes estaban cuerpo a tierra, como en las películas, disparando, sin saber hacia dónde. Había civiles armados. Con Berrutti nos refugiamos atrás de un murito del edificio Libertad (hoy ASSE). Un enfrentamiento como éste, a balazos, con tanta gente, nunca había visto. Que haya habido un muerto solo fue un milagro. El operativo policial fue siniestro.
Por ahí por el monumento a Luis Batlle, frente al Edificio Libertad, estaba la mayor concentración de gente. Hacia el lado de General Flores era zona prácticamente liberada, es donde estaba el mayor despliegue policial. Uno imaginaba que iban a sacar a los vascos por ahí, porque estaba casi libre de manifestantes… pero en un momento vemos venir la caravana de patrulleros y ambulancias ¡por el lado de la multitud! Eso fue un dato fundamental para el desastre que vino después.
-Me quedó retumbando la frase que cierra el libro: "Los miembros de la Guardia de Artigas jamás fueron identificados ni juzgados". La pregunta es: ¿por inoperancia o porque se eligió no identificarlos ni juzgarlos?
-Desde el primer momento, todo el mundo consideraba que habían sido muy profesionales. Un militar muy importante me dijo: “Yo quisiera creer que esto (cuando el atentado a Sanguinetti) es de un grupo radical de izquierda, pero por la forma de actuar, veo que son militares”. Yo creo que nunca lograron reunir las pruebas. Hubo sospechas en algún momento de Casella, incluso estuvo en suspenso su ascenso, porque creían que tuvo que ver con la bomba a Sanguinetti, cosa que no lograron probar. Al gobierno le hubiera servido identificarlos, había una presión fuerte de todos los sectores políticos para eso.
Había miembros del servicio de Inteligencia que estaban actuando. O sea, el gobierno ponía la investigación en manos de quienes, en parte, eran protagonistas. Si ponés a investigar a los mismos que protagonizaron esto… Y después está la Policía: yo tenía la impresión que la Policía sabía mucho más de lo que decía. Pero me da la impresión que no quería un enfrentamiento directo con el Ejército. Insisto: una cosa es tener la sospecha, otra cosa es tener pruebas.
-La interna militar ardía durante los 90 en un enfrentamiento de poder clarísimo que se manifestaba con atentados, comunicados y espionaje. ¿Hoy es feliz el clima en las Fuerzas Armadas?
-Yo creo que siempre los sectores corporativos tienen cierta disconformidad. Hace poco el comandante en jefe del Ejército organizó un seminario con distintos participantes, y hasta periodistas, y permitieron que distintos oficiales hicieran trabajos de investigación sobre el pasado reciente. Es un cambio muy importante. Tuvo mucho apoyo, pero ojo, mirá que también hubo militares retirados a los que no les gustó que se hiciera ese seminario. Feliz no creo que sea, sobre todo porque en los sectores más bajos los salarios son muy bajos, se está discutiendo el tema del futuro de las pasividades, son unas FFAA que están muy por detrás tecnológicamente… Pero no hay atentados, no hay bombas, y es difícil que haya. ¿Espionaje? Hoy es más fácil hacerlo con la tecnología que hay. Ahora, el clima es completamente distinto. Hoy, la repetición de hechos de aquel tipo a principio de los 90 me parece imposible.
Por César Bianchi
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