Fotos: Javier Noceti | @javier.noceti

Nació el mismo año en que salió The Dark Side of the Moon de Pink Floyd, nació en un hospital que ya no existe y nació en la noche. Fue hijo de una madre que, durante su embarazo, tenía antojo de naranjas. Salía a caminar por el barrio y, con la panza de embarazada, pedía naranjas de los árboles de los vecinos. Y le daban, siempre, para que el niño no naciera con ese antojo.

Su casa, en la que viviría hasta los 23 años, era de Av. Italia para el norte, cerca del Parque Rivera. Tenía frente, fondo y árboles frutales. Ese sería el mundo total para él, para su él niño. Fue el hermano mayor de tres y, con su hermano y su hermana, jugaban a pasar música. Había un combinado, una radio con un toca discos, y, con los discos de sus padres, se pedían canciones y las iban cambiando.

Mientras su hermana pedía los cuentos, que duraban quince minutos, él y su hermano pedían una canción atrás de otra, saltando en el cambio. Paseaban por los Iracundos, Zitarrosa, Creedence, Silvia Mayer.

La infancia de Leo Silveira fue mucho de eso: música y jugar en el fondo. Pero no eran, en realidad, de tener juguetes, sino de ponerse creativos con piedras y maderas. Y, más de grande, empezó a tallar el tema de la vereda. Aparecieron las barras de amigos del barrio, las bicicletas y la chata hecha de madera y rulemanes.

Y las charlas en los muritos como si fueran guionadas para 25 Watts. Hablaban de nada: música, libros, chicas, fútbol.

Leo fue a escuela y liceo privados y fue ahí donde se le generó una dicotomía entre los chicos del colegio y los pibes del barrio. Él pivoteaba y trataba de unir todas las partes, hacer un balance.

Su familia fue un tanto matriarcal. Si bien estaban su madre y su padre, las decisiones pesadas eran de su abuela, que vivía con ellos. Eso fue otra gran parte de su crecimiento, el cariño de su abuela, sus abrazos y sus charlas.

Recién en liceo, empezó a perfilarse profesionalmente. Pero quería ser arquitecto, diseñador, pintor, cualquier cosa que implicara dibujar y diseñar. Incluso, hizo un curso de dibujo publicitario que duró dos años.

Y fue músico frustrado, apasionado de escucharla pero incapaz de tocarla. Cuando era niño, fue a una profesora a aprender a tocar la guitarra y ella le enseñaba solfeo. A esa edad, con poca paciencia y con ganas de tocar muy bien en muy poco tiempo, se frustró rápido.

Pero creció escuchando Creedence, Queen, The Doors y todo lo que había entre los discos de su padre. Con el tiempo, iría encontrando su camino en el rock uruguayo con Los Estómagos y Los Traidores. Incluso, hizo un curso de sonidista para escenarios y, de a poco, empezó a pasar música en fiestas. Recuerda que a los 16 años, le empezaron a gustar los Pet Shop Boys y lo molestaban por escuchar música rara, construida con sintetizadores y teclados. Los supo escuchar con culpa o solo para él, con auriculares.

Tuvo una etapa en la que pasaba música en un pub inglés, donde pasaba rock británico.

Seguía dibujando, un poco, e incluso pintó un Morrison en la pared de su cuarto. Lectura, poca, porque en su casa no había tanta cultura de libros. Eran regalos de cumpleaños o prestados. Sus caminos marcaban un lugar totalmente diferente al que se desviaría años después.

Una vez terminado el liceo, Leo y sus amigos empezaron a pasar los veranos en La Paloma. Para ir, como es lógico, había que trabajar un tiempo para juntar dinero. Fue ahí donde llegó su acercamiento a los libros, a través de un trabajo con el padre de un compañero.

Era una editorial que vendían libros a domicilio y él fue a seleccionar el material para que llevaran los vendedores. Eran quince o veinte libros, de entre pilas de muchísimos otros, que seleccionaban. Ahí fue cuando empezó a aprender. A veces, le tocaba salir a él y el contacto con las personas le dio muchísima más experiencia.

Trabajaba, estudiaba arquitectura cuando terminó el liceo y pasaba música en el pub. Cuando vio que no podía con todo, lo que quedó por el camino fue la facultad. Fue por esos años cuando, en Buenos Aires, descubrió a Babasónicos y a The Verve, y los llevaba al pub. Ahí podía pasar la música y la que él quisiera.

Leo creció así, siendo música y siendo libros, un tanto menos, y, años después, lo traduciría a su propia librería. Esa es Pocitos Libros, la librería que hace eventos culturales sin costo, la que tiene discos en su vidriera, la que tiene un sótano lleno de rock y la que todavía tiene un librero de oficio.

El camino empezó con ese primer trabajo de verano y, después, ¿cómo te seguiste desarrollando en el mundo de las librerías?

Empiezo a trabajar en una librería grande, con un amigo, que sigue hasta hoy. Es Papacito que, a mediados de los ´90, era la red de librerías más grande. Había quebrado Barreiros y Ramos que había sido la otra gran librería y no había shoppings. Era toda una cadena de libros que estaba en el Centro y algún local en Punta del Este.

Arranqué con lo poco que había agarrado de experiencia en el otro laburo de los libros, me había gustado leer y tenía curiosidad. Empezamos ahí, ordenando anaqueles. Los veteranos estos, que eran viejos libreros del Palacio del Libro y de Barreiro y Ramos, nos hacían ordenar anaqueles sin computadora. Con los catálogos lo mismo. Cuando yo empecé a trabajar en esto no existía una computadora en una librería, era con catálogos de papel con los títulos y los códigos.

Nos mandaban a ordenar y nos decían que no nos fijáramos en los números de colección, o los colores, que se ordenaba por título, autor y temática. Así, vas aprendiendo y con estos tipos que eran como computadoras humanas.

Después que pasas al salón de ventas a atender a las personas y si te preguntaban por algo, ibas corriendo y preguntabas y hacía ibas aprendiendo. Si ponés ganas, si te gusta, vas aprendiendo. Creo que es la mejor manera porque, si bien la herramienta de la computadora en una librería es fundamental, todos corren a la computadora. No está la lógica esa de pensar o de tener una referencia de preguntarle a un librero sabio, como había antes. Ahora van derecho al buscador y, muchas veces, ni siquiera saben cómo se escribe. Incluso, saber lo básico, permite que al entrar a un lugar y preguntar por tal autor, esa persona conecte contigo. La gente se siente de otra manera, comprendida como cliente y como lector.

Estuve diez años ahí y empecé en 1995. Arranqué desde abajo, desde cero, ordenando anaqueles, recibiendo la mercadería, controlando cantidades y demás. Siempre con pila de ganas de aprender. Incluso, de noche trabajaba en un boliche, me acostaba tarde y a las nueve entraba a trabajar en la librería. Uno cuando es joven hace esas cosas.

Llegué a estar encargado de montones de cosas, las consignaciones de las editoriales, ponía a punto cada sucursal, las liquidaciones. Hacía trabajo de encargado de una librería y eso me fue dando herramientas.

Pero había algo que te tenía inquieto...

Yo siempre tenía ideas de hacer cosas en la librería del Centro. En aquellos años, a veces venía algún escritor a la librería, como se hizo siempre. Muchas de las veces que salía un libro, traías al autor a firmar copias. A mí eso me parecía que estaba bueno, pero quería hacerlo más, tener un área que se encargara de eso, de gestionar actividades.

En esa época vos levantabas la reja y te quedabas esperando que la gente viniera. Hoy hay mucho de trabajar por otros lados. Tenían cabezas muy emprendedoras y loables, pero se habían quedado en esperar que la gente fuera. Yo tenía idea de hacer cosas diferentes, de hacer esas actividades, traer autores o hacer charlas temáticas. Al ser muchos dueños, era todo un permiso, con un sello, un papelito, una reunión, todo se dilataba pila. Esas cosas me fueron haciendo decir, "cuando yo tenga mi librería la voy a hacer".

Con los años sentís que no tenés mucho más que aprender, aunque siempre estás aprendiendo porque con los libros siempre aprendés cosas nuevas. Pero de gestión, de la tarea y demás me sentía fuerte. Empezó la crisis del 2002 y ya había problemas con la librería. Se empezó a desgastar la relación y en el 2005 me fui, no dio para más, pero no sabía qué iba a hacer.

Tenía la idea de una librería, podía ser, pero no es que me fui y ya tenía la librería. Tuve ese año en el que estuve tratando de pensar qué hacer. En el medio, trabajaba con la música en vivo, en la preparación de escenarios, en esa época estaban las fiestas de La X y, en el 2006 empezamos a enfocarnos con toda, a buscar un lugar. El tema de armar la librería para mí era relativamente fácil porque yo ya conocía a todas las editoriales, trabajaba con ellos hacía años. Más que nada, era encontrar el lugar y que el lugar me encontrara a mí también.

En perspectiva, ¿qué aprendiste de esos diez años trabajando en Papacito?

Primero que nada, un oficio. Es el que hago hoy y que considero que es un oficio que está medio en extinción porque no se están generando nuevos libreros. Eso, como base, el aprender un oficio en el que nunca parás de aprender y que te conecta, más allá del libro, con las personas.

Después, compañeros. Me enseñaron el valor humano porque, en los momentos en que se había puesto complicado, había un equipo humano fuerte que llevaba adelante la empresa. Eso lo valoro mucho, el tema del trabajo en equipo. A mí, que a veces estoy haciendo prácticamente todo solo, siento ese peso de no tener con quién sacarte la duda de saber si estás haciendo algo correctamente o no. Eso entra en un equipo y te aliviana el trabajo, de alguna forma.

¿Qué viste en el local en el que hoy está la librería?

Cuando yo vi este local, iba a otro que estaba en Pereira. Pasé por acá y vi el local vacío con un cartel de que habían cerrado. No decía se alquila, ni nada. Al lado, antes había una vinería, pregunto y me dicen que había una sucursal de una inmobiliaria, pero que no sabían nada.

Así que me fui a ver el local de Pereira, era un local enorme y nos habían citado a varios. Cuando arranqué, arranqué con un socio, y lo llamé para contarle que estaba bueno. Mientras hablaba por teléfono, se acercó alguien y lo señó, así que me fui para casa y me quedé pensando en ese local.

Yo conocía a la inmobiliaria porque ellos me habían alquilado el apartamento donde yo vivía. Como no hay peor gestión que la que no se hace, los llamé. Lo hice y pregunté por ese local y, a los dos días me llamaron y me pasaron el teléfono de la dueña, que era una veterana.

Yo lo quería porque tiene un sótano abajo que es, para mí, la cueva del rock. Es mágico y yo sabía que en ese sótano iba a hacer de todo. Así que la llamo a la señora y todo mal, no quería alquilar porque el inquilino anterior no le pagaba. Le dejé mi teléfono, pasó una semana y yo no encontraba nada. La llamé de vuelta y la encontré con otra tesitura, más mansa. Tampoco fue un sí, pero fue un no sé, capaz.

Pasaron como quince días y un sábado de noche sonó el teléfono de mi casa. Era la doña, que estaba hablando con su hermano y que capaz podíamos hacer un negocio, pero con una inmobiliaria en el medio. A los cinco días cerramos todo y firmamos contrato.

Además, cuando llegué ya me había gustado porque tiene una vereda ancha que la usamos muchas veces, el sótano de pique, donde quería hacer actividades y donde hemos hecho en estos quince años montones de actividades. Ya sea talleres literarios, charlas de autores, de libros, músicos, pintores, fotografía, gastronomía, chocolate, lo que se te ocurra.

Es como que el alma, o el corazoncito, de la librería está en ese sótano.

¿Y por qué le ponés Pocitos Libros?

Pensás nombres todo el tiempo, estás imaginando por varios días. Hasta que llega el día en que te llama el contador y te dice que tenés que ir a firmar los papales de la DGI. Cuando llegás y hacés todo, te preguntan cómo se llama. Y yo no había decidido así que dije, ¿qué vendemos? Libros. ¿Dónde queda? Pocitos. Sabía que, después, lo podía cambiar así que quedó Pocitos Libros. Te pasa como No te va gustar, después que le ponés el nombre a la banda no lo cambiás más, y quedó.

Has hablado, en otras entrevistas, del rol de la librería en el barrio. ¿Qué relación tienen?

Creo que la librería cumple un rol social importante, se demostró ahora en tiempos de pandemia. Las librerías de barrio no son las que entrás, comprás y te vas rápido. La gente viene a visitar el lugar y, a su vez, el tema de hacer actividades que son actividades para el barrio. Por ejemplo, en la Noche de las Librerías, nosotros festejamos en la vereda. En realidad, es el barrio que te acepta como librería. Si el barrio no la quiere tener, no viene más nadie acá y se acabó.

Yo puedo tener los libros más lindos del mundo y ser el más simpático, pero si el barrio no quiere una librería, no funciona. Con respecto a lo de la función social, con el tema de la pandemia y la soledad, la gente que viene quiere conversar contigo. Hay gente que viene a conversar de sus autores favoritos y de lo lindo que es leer a tal, a contarte de su vida y que vos cuentes de la tuya. Se genera una empatía y hay una cosa de psicólogo de barrio, también.

Vos ves a los gurises crecer. Acá vienen gurises que están trabajando, ya tienen veintipico de años, pero vienen desde que eran chiquitos a buscar sus libritos con su mamá. Ahora vienen solitos y eligen los libros y los viste crecer. No te digo que sos parte de la familia, pero sos el librero de la familia. Eso es un valor que a mí me encanta, es el tesoro más lindo.

No es la locura del shopping de que no lo tenés y te vas corriendo, que es como impersonal. Acá lo esperás, vos sabés quién es y qué le gusta leer. De repente venís y te cuento que vino algo de tal autor. Eso es librería de barrio, es lo que vos también le das al barrio. Traes determinados autores, determinados músicos y lo proponés para que la gente venga. Muchas de las actividades son gratuitas, además, y eso me parece de lo más importante de la función de la librería.

Si bien es un negocio y se tiene que sustentar con las ventas, creo que lo más valioso de las librerías es la conexión con el barrio, generar esas redes de contención humana que será a través de la herramienta de la lectura y del libro, pero que pasa por la parte emocional.

Y en Pocitos Libros también hay una sección de discos y de libros de música, ¿a qué se debe?

Como músico frustrado, desde el inicio se colgó un exhibidor de discos. Fue lo primero que se puso, antes de que viniera el carpintero a poner las estanterías de madera. En esos años solo había CDs porque parecía que el vinilo de iba a extinguir. Por eso, empezamos trabajando solo con CD.

La idea no era tener todos los CDs del mundo musical, mi idea siempre fue apoyar. Puse ese exhibidor pensando en músicos amigos, conocidos o que tengan proyección y talento, para darles un lugar en la vidriera, donde exhibir su disco. Yo soy porfiado y romántico y sigo colgando los discos, ahora también vinilos, con una curaduría de música uruguaya, música argentina independiente y, si puedo conseguir, brasilera independiente.

Es más difícil porque hay esa barrera invisible del idioma que en la literatura es brutal y, en la música, también. Llega muy poco de Brasil y hay cosas maravillosas. La música es cultura y el disco es cultura, al igual que el libro. Van de la mano, así que no tienen por qué no estar.

¿Cuál fue el primer evento en el sótano?

En el mismo año que abrimos hubo un ciclo de músicos que se llamó El sonido y la furia, como el libro de Faulkner. Mi idea de esos ciclos era ponerles títulos de libros. Era un jueves cada artista y leíamos algún fragmento y, a veces, sorteábamos algún libro. Estuvieron Diego Presa, Fernando Henry, Diego Rebella y no me quiero olvidar de los demás, creo también Franny Glass.

En el sótano, en la pared, están los afiches pegados de las actividades y han venido músicos de afuera. Con mucho orgullo se va dando eso, por cariño a la música, a las librerías y por amor al arte. Fernando Samalea tocó acá, que es un groso, e incluso atendió la librería

En Uruguay no podés poner una librería exclusivamente de tal género de libros, pero podés marcar un perfil y es cierto que el mío es muy musical. Hay una gran sección de libros de música, siempre me ocupo de tener libros que en Uruguay no hay, de editoriales independientes argentinas que sacan de música. Se genera un ida y vuelta que, además, sostiene la venta de libros.

Si pudieras elegir un evento de estos últimos quince años para repetir, ¿cuál sería?

Hay varios. Tal vez el show de Fernando Samalea, el de Mandrake Wolf, el de Gustavo Ripa. También hubo una presentación de un libro, que estuvo buena, que fue el libro de Horacio Quiroga con los dibujos de Pedro Dalton.

De las charlas, una que fue memorable fue la que vino Claudio Kleiman, un periodista musical argentino, y charló con Gabriel Peluffo. La idea era charlar de lo que estaba haciendo Gabriel, recorrer un poco su obra e iba a ser media hora. Estuvieron casi dos, hablando. Fue alucinante.

Este año se cumplen 15 años de la librería. Si tuvieras que pasar raya, ¿qué pasó en este tiempo en la librería?

Me encontré a mí mismo del todo, en un rol que me gusta hacer. Hago lo que me gusta, que en el mundo vale muchísimo. Además del valor humano, conocer gente que te hace bien y que, a su vez, vos indirectamente también le haces bien.

El camino que hemos transitado creo que es el correcto, el indicado, y estamos bien, queremos seguir haciendo cosas. Si bien es cierto que cada vez es más difícil ser creativo siempre está bueno cambiar la piel, renovarse, seguir haciendo lo que nos gusta y generando contenidos de buena calidad, no prenderse en la moda, buscar tomarse con calma las cosas y pensar realmente.

¿Qué rol cumplen las redes sociales en tu vida?

Como rol importante personal, no me prendo, no me afecta. No lo considero tan importante, incluso puede generar problemas si estás muy colgado de tu red social. Lo veo como una herramienta de difusión cultural de la librería y demás. Me parece que sí, que es muy útil, porque te permite llegar a mucha gente

En cuanto a la opinión personal en tu red social, prefiero debatir en el boliche, en el bar, en el mostrador. Prefiero tertuliar ahí que tertuliar en Twitter, no vas a llegar a nada bueno. Sí que vinieron para quedarse y es cuestión de ir aprendiendo y adaptarse. A mí, personalmente, me cuesta todo lo que es tecnología, me cuesta enganchar y entrar en sincro. 

¿En qué momento de tu vida sentiste mayor libertad?

Realmente es este, haciendo lo que hago, siendo librero. No tenés frontera, podés viajar a cualquier lado, conocer a cualquier persona. Sos realmente libre, no creo que haya límite. 

¿Cuál fue el día más triste de tu vida?

Hay dos, el día que falleció mi abuela y el día que falleció mi mamá. Es la tristeza natural, nunca estás preparado y son los dos días más tristes de mi vida, hasta ahora.

¿Y el más feliz?

El nacimiento de mis hijos y la boda con mi esposa, fue una noche feliz porque la hicimos entre los dos. Creo que esos tres puntos son los más felices. 

¿Algo que la vida te haya hecho aprender a los golpes?

A confiar en las personas. A veces, uno cree que conoce a alguien y te llevas una decepción. Tenés que darte la pera contra el piso y levantarte de vuelta, y saber que esa persona quizá no cambie, pero vos sí, y seguir para adelante.

¿Algo de lo que te arrepientas?

Creo que todo lo vivido no lo cambiaría y no me arrepiento. Te hago un paréntesis y me arrepiento de la mañana en que falleció mi abuela, que ya estaba muy jodida hace mucho. Yo iba todos los sábados y la llamé para ver cómo estaba y siempre estaba igual. Ese sábado no fui. Puede ser que me arrepienta de eso. Después, de lo demás no. Todo lo vivido ha sido bien vivido y no hay que cambiarlo.

¿Un sueño por cumplir?

Ser feliz es algo utópico porque la felicidad constante no existe. No me pongo metas de sueños a cumplir, dejo fluir bastante, como ya haber llegado hasta acá con mis hijos y mi familia, es todo un logro. Capaz que mi sueño sería poder seguir acompañándolos en el crecimiento a mis hijos y seguir haciendo lo que me gusta, seguir siendo el librero del barrio. No soy de ponerme esa zanahoria adelante, dejo fluir bastante.

Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?

No creo mucho en el infierno y el cielo, a pesar de que creo que cada persona tiene adentro suyo el diablo en una oreja y el angelito en el otro. Creo haber sido una buena persona y no sé si eso es de cielo o infierno. También creo que uno se reencarna y vuelve a vivir en otra vida, así que me gustaría reencarnar en otro librero. En un escritor no porque no me cuelga escribir, pero me gustaría tener un buen karma y reencarnar en algo que valga la pena, seguir subiendo la escalerita.