Por The New York Times | Peter Baker
WASHINGTON — El otro día, cuando un historiador escribió un ensayo en el que advertía que la elección del expresidente Donald Trump el próximo año podría conducir a una dictadura, uno de los aliados de Trump no tardó en responder con un llamado para que dicho historiador fuera enviado a prisión.
Suena casi como una parodia: la respuesta a las inquietudes sobre una dictadura es encarcelar al autor. Pero Trump y sus aliados no se están tomando la molestia de rechazar con firmeza la acusación de dictadura para tranquilizar a quienes les preocupa lo que podría significar un nuevo mandato. En todo caso, parece que la están alentando.
Si Trump regresara a la presidencia, sus allegados han prometido “perseguir” a los medios informativos, iniciar investigaciones penales sobre asistentes pasados que traicionaron al expresidente y purgar el gobierno de los funcionarios públicos que consideran desleales. Cuando los críticos señalaron que el lenguaje de Trump sobre eliminar a todos los “parásitos” de Washington evocaba al de Adolf Hitler, el portavoz del expresidente dijo sobre los críticos que su “triste y miserable existencia será destruida” bajo el gobierno de Trump.
El propio Trump hizo poco para calmar a los estadounidenses cuando su amigo Sean Hannity intentó ayudarlo en Fox News la semana pasada. Durante una reunión estilo foro abierto, Hannity le lanzó a Trump lo que parecía una pregunta regalada al pedirle que reafirmara que, por supuesto, no tenía la intención de abusar de su poder y usar el gobierno para castigar a sus enemigos. En lugar de tan solo confirmar lo dicho, Trump declaró que solo sería un dictador en el “Día 1” de un nuevo periodo.
“Trump ha dejado bien claro, mediante todas sus acciones y retórica, que admira a los líderes que despliegan clases de poder autoritario, desde Putin hasta Orbán pasando por Xi, y que quiere ejercer ese tipo de poder en casa”, comentó Ruth Ben-Ghiat, autora de “Strongmen: Mussolini to the Present”, en referencia a Vladimir Putin de Rusia, Viktor Orbán de Hungría y Xi Jinping de China. “La historia nos demuestra que los autócratas siempre declaran quiénes son y qué van a hacer”, agregó. “Solo que nosotros no escuchamos hasta que es demasiado tarde”.
En los últimos días, las conversaciones sobre el posible carácter autoritario de una nueva presidencia de Trump han calentado el diálogo político en la capital de la nación. Una serie de informes en The New York Times esbozaron varios planes desarrollados por aliados de Trump para imponer un enorme poder en un nuevo mandato y detallaron cómo el exmandatario tendría menos restricciones constitucionales. The Atlantic publicó una edición especial en la que 24 colaboradores pronosticaron cómo sería un segundo periodo de Trump en la presidencia, y muchos predijeron un régimen autocrático.
Liz Cheney, la exrepresentante republicana de Wyoming en el Congreso que fue vicepresidenta del comité de la Cámara de Representantes encargada de investigar el asalto del 6 de enero de 2021 al Capitolio, publicó un nuevo libro en el que advierte que Trump es un peligro claro y presente para la democracia estadounidense. Y, por supuesto, estuvo el ensayo del historiador, Robert Kagan, en The Washington Post, que instó al senador republicano de Ohio J.D. Vance, aliado de Trump, a presionar al Departamento de Justicia para que lo investigara.
Seamos claros, los presidentes estadounidenses han excedido los límites de su poder y han sido llamados dictadores desde los primeros días de la república. John Adams, Andrew Jackson, Abraham Lincoln, Woodrow Wilson y Franklin Roosevelt, entre otros, fueron acusados de despotismo. Se decía que Richard Nixon consolidó su poder en la “presidencia imperial”. Tanto a George W. Bush como a Barack Obama se les comparó con Hitler.
Pero hay algo distinto en el debate actual, más allá de la retórica subida de tono o los desacuerdos legítimos sobre los límites del poder ejecutivo, algo que sugiere que este es un momento fundamental de decisión en el experimento estadounidense. Tal vez es una manifestación del desencanto popular con las instituciones del país; solo el 10 por ciento de los estadounidenses piensa que la democracia funciona muy bien, según una encuesta realizada en junio por The Associated Press-NORC Center for Public Affairs Research.
Quizá es un reflejo del extremismo y la demagogia que se han vuelto tan comunes en la política de muchos lugares en el mundo. Y tal vez proviene de un expresidente que reclama su antiguo puesto y evidencia una afinidad tan desconcertante hacia los autócratas.
En alguna ocasión, Trump no expresó ni un atisbo de remordimiento al compartir en redes sociales una cita de Benito Mussolini y adoptó el lenguaje de Iósif Stalin al llamar a los periodistas los “enemigos del pueblo”. Le dijo a su jefe de gabinete que “Hitler hizo muchas cosas” y luego expresó que deseaba que los generales estadounidenses fueran como los generales de Hitler.
En diciembre del año pasado, poco después de iniciar su campaña de reaparición, Trump hizo un llamado a “poner fin” a la Constitución para retirar al presidente Joe Biden de inmediato del cargo y reinstaurarlo a él en la Casa Blanca sin tener que esperar a otras elecciones.
Los defensores de Trump desestiman los temores sobre sus instintos autocráticos como lloriqueos de los liberales que no lo apoyan ni a él ni a sus políticas y que intentan asustar a los votantes de maneras engañosas. Argumentan que Biden es el verdadero dictador, ya que su Departamento de Justicia llevará a juicio a su rival más contundente el próximo año por varios presuntos delitos, aunque no hay evidencia de que Biden haya participado personalmente en esas decisiones y a pesar de que algunos exasesores de Trump afirman que las acusaciones son legítimas.
“Los comentarios relacionados con una dictadura que realizan Kagan y sus colegas escritores liberales es un intento de asustar a los estadounidenses no solo para distraerse a sí mismos de los errores y la debilidad del gobierno de Biden, sino porque hay algo que ellos temen aún más: que un segundo gobierno de Trump tenga mucho más éxito a la hora de implementar su agenda y deshacer políticas y programas progresistas que el primero”, escribió el viernes en el sitio web American Greatness Fred Fleitz, quien trabajó brevemente en la Casa Blanca de Trump.
Kagan, un académico muy respetado de la Institución Brookings y autor de numerosos libros de historia, tiene muchos antecedentes de apoyar una política exterior fornida que, en opinión de la izquierda, dista mucho de ser liberal. Pero desde hace años ha sido un crítico firme y declarado de Trump. En mayo de 2016, cuando otros republicanos se hacían a la idea de la primera nominación de Trump a la presidencia, Kagan advirtió que “así es como el fascismo llega a Estados Unidos”.
Su ensayo del 30 de noviembre sonó como una nueva advertencia. Puede que los intentos de Trump para poner en marcha sus ideas más radicales en su primer mandato hayan sido impedidos por asesores republicanos y oficiales militares más moderados, argumentó Kagan, pero no se va a rodear de esas figuras de nuevo y encontrará menos de los controles y contrapesos que lo limitaron la última vez.
Entre otras cosas, Kagan citó el intento de Trump por anular una elección que había perdido, sin tomar en cuenta la voluntad de los votantes. También señaló los francos comentarios de Trump sobre llevar a juicio a sus adversarios y desplegar el Ejército en las calles para reprimir las manifestaciones. “En unos pocos años, hemos pasado de tener una democracia relativamente segura a estar a unos cortos pasos, y a escasos meses, de la posibilidad de vivir una dictadura”, escribió Kagan.
Vance, senador recién llegado que buscó el apoyo de Trump y la semana pasada fue mencionado por Axios como un posible compañero de fórmula a la vicepresidencia el próximo año, se ofendió en nombre del expresidente. Envió una carta al fiscal general Merrick Garland en la que sugería que Kagan debía ser llevado a juicio por incitar una “rebelión abierta”, y basó su argumento en una sección del ensayo de Kagan que señalaba que los estados dirigidos por demócratas podrían desafiar la presidencia de Trump.
Kagan, que publicó otro ensayo el jueves sobre cómo detener la trayectoria hacia la dictadura que él vislumbra, comentó que la intervención del senador validaba sus argumentos. “Es revelador que su primer instinto tras ser atacado por un periodista es sugerir que lo encierren”, señaló Kagan en una entrevista.
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