Por The New York Times | Corina Knoll
LOS ÁNGELES — Era un proyecto multimillonario que pretendía transformar un vecindario.
Un trío de rascacielos relucientes albergaría departamentos de lujo, un hotel cinco estrellas y una galería al aire libre con negocios minoristas y restaurantes. Las instalaciones incluirían salas de proyección privadas, un parque de casi una hectárea, servicios de aseo para mascotas y una piscina en la azotea. Un entrenador de acondicionamiento físico de las estrellas ayudaría a crear un estilo de vida de bienestar para los residentes.
La visión llevaba por nombre Oceanwide Plaza, y su director ejecutivo declaró que iba a “redefinir el paisaje urbano de Los Ángeles”. Un ejecutivo de la firma de diseño afirmó que crearía “un vibrante paisaje callejero”. El sitio web aseguraba que sería un lugar de “momentos inesperados y extraordinarios”.
Hay quienes dirían que todas estas afirmaciones resultaron ser ciertas. Solo no de la manera en que se imaginó originalmente.
El financiamiento para el proyecto se evaporó al poco tiempo. Las torres se erigieron, pero no se terminaron y se dejaron vacías. Plagada de problemas financieros y legales, la plaza se quedó en un limbo silencioso durante cinco años.
Hasta que, hace poco, una comunidad clandestina la volvió un centro de atención inesperado.
Ahora, esos rascacielos se han convertido en un símbolo de reputación callejera, “bombardeados” con las obras de decenas de escritores y artistas del grafiti. Sus alias cubren ventanas que se elevan más de 40 pisos y se ven desde las autopistas cercanas.
“Claro, todo el mundo habla de eso”, comentó Ceet Fouad, un artista de grafiti francés que radica en Hong Kong, conocido por los murales que ha hecho por encargo protagonizados por pollos de caricatura. “A nosotros nos parece grandioso lo que pasó… soñamos con tener un lugar así. ¿En medio de Los Ángeles? Es la mejor promoción que se puede tener”.
Es evidente que este sentimiento no es universal. Muchos angelinos consideran que el grafiti es un tipo de vandalismo inadmisible, que motiva olas de delincuencia. Quienes viven cerca del complejo dicen que este ha trastocado su sensación de seguridad. Los líderes de la ciudad lo ven como un peligro inmediato para el vecindario, así como para los intrusos, por no decir una vergüenza a nivel mundial.
Otros admiran las obras. Algunos han viajado para ver las torres decoradas con sus propios ojos y reflexionar sobre lo que representan. Tal vez es la ironía de una ciudad desesperada por opciones de vivienda. O quizá es un comentario sobre la avaricia y la opulencia desperdiciada. Tal vez es una figura emblemática de cómo Los Ángeles se está sumergiendo en el caos.
La mayoría de las personas estarían de acuerdo en afirmar que la apropiación fue astuta y audaz.
Según las autoridades de la ciudad, el vandalismo e invasión de la propiedad ya había ocurrido en los últimos años. Pero la situación se intensificó rápidamente a finales de enero. Aparecieron nuevos grafitis y una subcultura se dio cuenta de que nadie se estaba tomando la molestia de limpiar la pintura fresca.
“Es bastante inusual pintar en un rascacielos, así que pensamos: ‘Vaya, tenemos que aprovechar esto y hacerlo mientras podamos’”, relató Misteralek, uno de los cinco artistas grafiteros que le describieron el ambiente dentro de las torres a The New York Times. Hablaron con la condición de que solo se usaran sus nombres artísticos dado el carácter ilegal de sus actividades.
Misteralek formó parte del primer grupo que logró entrar al lugar. Tardó unos 40 minutos en dejar su alias en color rojo y plateado.
“Estábamos tan felices de estar ahí porque creíamos que iban a bloquear todas las entradas al día siguiente. Pero luego la gente siguió haciéndolo”.
Las publicaciones en redes sociales aumentaron el revuelo. Pocos conocían la historia de las torres, pero entrar al lugar parecía extrañamente sencillo.
Se reunían grupos con mochilas llenas de latas de pintura en aerosol. Algunos arrastraban galones de pintura y rodillos. Era fácil eludir a los guardias de seguridad que vigilaban.
Al interior, veían cables sueltos colgando de los techos y varillas expuestas. En los suelos de cemento había escaleras y baldes desperdigados. Había bañeras llenas de agua de lluvia.
“Al principio, nos perdimos un poco; es como entrar a una ciudad miniatura”, narró un artista de grafiti cuyo seudónimo es Aker y que logró pintar su alias dos veces. Aunque se corría la voz (traigan agua, la subida es agotadora), él comentó que los artistas no se coordinaban, la ambición era individual.
“O entras o te quedas fuera”, dijo Aker, “y no quieres perder tu oportunidad”.
Proliferaban los nombres y los grupos de artistas, el sol de la mañana revelaba nuevas adiciones todos los días.
Para cuando los practicantes de salto BASE lograron saltar de las torres a mediados de febrero, las autoridades de la ciudad ya se movilizaban para determinar cuál era su injerencia en una propiedad privada que cayó en manos equivocadas. Afirmaron que tenían la responsabilidad de mantener a la gente a salvo e imponer un ultimátum: le ordenaron al propietario de la plaza, Oceanwide Holdings, un conglomerado con sede en Pekín, que asegurara la propiedad en cuestión de días.
Los mensajes enviados a Oceanwide no obtuvieron respuesta, y la fecha límite pasó sin que se tomara ninguna medida. Más o menos en esa época, cinco empresas que declararon que se les debían, en conjunto, 4,3 millones de dólares presentaron una solicitud para abocar a Oceanwide a la quiebra. La empresa tiene antecedentes de desarrollos problemáticos, entre ellos uno en la ciudad de Nueva York y otro en San Francisco. Ha sido nombrada en múltiples demandas, incluida una que involucra a una empresa constructora de California que afirmó que se le debían casi 6 millones de dólares. Oceanwide no respondió a nuestra petición de comentarios.
“El hecho de que hayan abandonado por completo estas propiedades dice más sobre su falta de responsabilidad, que la acción de los artistas grafiteros”, declaró Kevin de León, el concejal que representa el área.
La ciudad destinó 1,1 millones de dólares para empezar a asegurar la propiedad, lo cual incluyó cercado. De León también mencionó que los líderes de la ciudad estaban valorando eliminar los grafitis e imponer un gravamen sobre la propiedad.
“Se va a rembolsar a los contribuyentes”, insistió De León, pues sostuvo que su oficina ha buscado a inversionistas sin cesar y ha calculado que se necesitan unos 500 millones de dólares para comprar la plaza, además de liquidar otras deudas, y otros 1000 millones de dólares para terminarla.
Algunos residentes se han preguntado en voz alta si sería mejor usar los fondos para ofrecer vivienda a las personas sin techo, o si se frenará por completo la invasión de la propiedad. En la mañana del miércoles, días después de que la ciudad empezó a trabajar en el lugar, las autoridades anunciaron que habían detenido a dos personas más.
Pase lo que pase, los artistas de grafiti como Aker aseguran que su apropiación magnificó y transformó la imprudencia de una empresa que estaba oculta a plena vista.
“Fallaron, no solo en sus objetivos, sino a la ciudad”, afirmó Aker. “Y esto es lo que pasa cuando las cosas solo se dejan abandonadas… los grafiteros somos como arañas. Llegamos y lanzamos nuestras telarañas”.