Por Elisa Juambeltz@elijuambeltz

Son las 17:00 horas del viernes. Personas que terminan largas jornadas de trabajo, estudiantes que cierran sus semanas. Todos están deseosos de disfrutar de varios días de descanso. El tránsito sufre las consecuencias de la “hora pico” en uno de los días más convulsionados del año, el viernes previo al comienzo de Semana de Turismo. 

Sin embargo, en el Club de Pesca, sobre la Playa Ramírez de Montevideo, el ritmo es otro. A partir de las 17:15, entre 20 y 30 nadadores empiezan a acercarse al lugar. Distintas edades, profesiones e historias, pero un interés en común entre todos ellos: nadar en aguas abiertas. Allí los espera Alejandra Miloc para hacer el precalentamiento y, sobre las 17:30, entrar al agua.

Alejandra tiene 60 años, es entrenadora de natación artística, pero ahora se encuentra en trámites jubilatorios. Desde el comienzo de la pandemia está en seguro de paro y su día a día transcurre en contacto con el agua, a través de NAF (Nadadores de Aguas Frías). Para este equipo, que se consolidó en 2020 y no para de crecer, su presencia es fundamental. Ella acompaña a varios grupos a nadar en Punta Carretas y Malvín, prácticamente todos los días.

Con facilidad y con presencia dirige el grupo heterogéneo, va indicando ejercicios de precalentamiento y, mientras tanto, todos hacen chistes y se pasan tips sobre lugares para comprar trajes de neopreno o patas de rana. Antes de emprender el camino hacia el agua, Alejandra se asegura de que cada uno esté correctamente equipado: con trajes -quienes usan-, gorras de baño, patas de rana -solo uno de ellos- y, especialmente, con boya de seguridad. 

Los casi 30 nadadores caminan uno detrás del otro hasta el muelle del Club de Pesca Noa Noa que, desde hace poco, tiene una baranda que facilita el ingreso al mar y previene resbalones y caídas. En “fila india” cada uno de los nadadores va entrando al agua. Se escuchan comentarios como “está linda el agua hoy” o “no está fría”. Es que ha sido un día caluroso y eso, evidentemente, repercute en la temperatura de la Playa Ramírez de Montevideo. 

“Los que están sin traje recuerden ir aflojando el cuerpo para sacarse el frío”, se le escucha decir a Alejandra. Después de unos minutos, los nadadores comienzan a alejarse de la orilla y se convierten en pequeños puntos anaranjados y amarillos: sus boyas de seguridad. Ya no se los escucha y el silencio es casi total, a tan solo unos metros del caos que inunda la capital en el tránsito de una tarde de viernes.

Conocer las aguas abiertas

Sebastián Miró tiene 44 años, tres hijos y es ingeniero en alimentos. Hoy, tiene dos trabajos. Sin embargo, nadar es una de sus prioridades e intenta “cumplir” con la actividad tres veces por semana. A veces más, a veces menos. Cuando el tiempo es generoso, aprovecha también para salir a andar en bicicleta. 

Su vínculo con la natación comenzó cuando era un niño. Entró por primera vez a un club deportivo a los dos años y, desde entonces, no salió más. Al cumplir siete comenzó a entrenar en el plantel de natación del Club AEBU y fue a los once o doce años cuando hizo su primera travesía en aguas abiertas, en la Playa Pocitos. La experiencia le resultó muy divertida: “recuerdo la satisfacción de lograr un desafío que no había imaginado que podía hacer”, cuenta.

Años después, Sebastián comenzó a practicar triatlón e hizo el curso de guardavidas. Fue entonces que su vínculo con las aguas abiertas se estrechó. “Durante mucho tiempo, en el verano nadaba en la playa con mis compañeros de natación o de triatlón y en invierno en piscinas cerradas”. Sin embargo, su preferencia por las aguas abiertas y, especialmente por las aguas frías -que son las aguas con temperaturas más bajas, generalmente durante el invierno- estuvo siempre. “Ingresar al agua fría significa romper barreras y lograr metas”, asegura.

Desde el año 2020 él es uno de los líderes de NAF Uruguay (Nadadores de Aguas Abiertas y Frías Uruguay), al igual que Alejandra. NAF, según cuenta Miró, surge por necesidad en el primer año de la pandemia. Tras el cierre de las piscinas, quienes practican natación se vieron obligados a continuar nadando en la playa. Lo hicieron sin pensar que la situación sanitaria se extendería hasta el invierno. Sin embargo, el tiempo transcurrió y las limitaciones fueron quedando atrás. “Nos fuimos equipando con trajes de neopreno, medias, guantes y capuchas y pasamos el invierno en el agua”, explica. 

Fue así que ese grupo de entre 40 y 50 personas, que semana a semana nadaban en aguas abiertas, conoció NAF Argentina y NAF Chile. “Nos contactamos con ellos, nos asesoraron, creamos NAF Uruguay y pasamos de sobrevivir al agua fría a incorporar la experiencia y disfrutarla”, dice. Sebastián reconoce que desde que crearon NAF Uruguay empezaron a practicar la actividad con otra actitud. Nadar en aguas abiertas pasó de ser una solución provisoria al cierre de los clubes a convertirse en una opción que ellos, hasta el día de hoy, eligen.

Alejandra Miloc también nada desde pequeña. Sin embargo, su primera experiencia en aguas abiertas, a los doce años, no fue buena. Pasaron 32 años hasta aquel día de 2005, cuando una amiga la convenció de volver a nadar en aguas abiertas en San Pablo (Brasil), donde estaban por una competencia en piscina. “Esa experiencia me encantó y empecé a tomarle el gustito”, dice. 

A partir de entonces, junto a algunos compañeros del Club Banco República -donde Alejandra daba clases- empezaron a cruzar a la Playa Pocitos a nadar en verano. Sin embargo, hasta entonces no conocía las aguas frías. Fue al tiempo, en una travesía en Punta del Este, cuando tuvo la oportunidad: “El agua estaba por debajo de los 18 grados y la mitad de los nadadores abandonó, pero yo me sentí muy bien y descubrí que tenía resistencia al frío”, dice.

Pasó poco tiempo hasta que la entrenadora de natación artística se anotó en una travesía de diez kilómetros por la Playa Ramírez. Según recuerda, en esa competencia sucedió que volvió a indicarle que ese era su lugar. “Faltando 2500 metros cambió totalmente el clima, se enfriaron las aguas y la mitad de los nadadores abandonaron la competencia. Yo terminé y me sentí bárbaro. Ahí me convencí de que era para mí”, cuenta. 

En 2017, Alejandra se animó a hacer una travesía en Bariloche, una experiencia que disfrutó, pero que reconoce como muy sacrificada. Con el agua por debajo de los 15 grados, la nadadora empezó a verse las manos de color violeta y creyó que se le estaban congelando. “Yo no tenía conocimientos sobre lo que es una hipotermia”, dice. Sin embargo, se autoconvenció de no mirarse más las manos y logró culminar la travesía.

Todo siguió de la misma forma hasta que en 2020 llegó la pandemia, que lo cambió todo. Cerró el club en el que Alejandra daba clases y la única opción fue la playa. “Nadar en aguas frías acá en Montevideo se fue dando porque empezamos a nadar en aguas abiertas cuando aún había días lindos, pero empezó a llegar el frío y los clubes seguían cerrados. Sin embargo, cada vez éramos más personas nadando en aguas abiertas y frías”, recuerda. Así fue que Alejandra fue testigo del crecimiento del grupo desde el principio.

Elisa Delgado tiene 34 años y es psicóloga. Desde hace varios meses vive en Montevideo, pero cuando conoció NAF todavía estaba en Florida, ciudad en la que nació y creció. En su vida, el deporte tiene un rol central; practica triatlón y, además de disfrutar de la disciplina a nivel deportivo, reconoce el impacto positivo que genera esta actividad en su salud mental.

La llegada de la pandemia, en 2020, fue un mojón en su recorrido deportivo. Para marzo de ese año, Elisa estaba participando en el el Campeonato de Triatlón 2020 y había tenido sus primeras experiencias en aguas frías. Sin embargo, de un día para el otro, esta competencia y muchas otras actividades del tipo se vieron frenadas por la llegada del covid-19 a Uruguay.

Fue así que una amiga de Elisa, que también hace triatlón y con quien dice haber compartido muchas locuras deportivas, la invitó a acercarse a NAF:

-Si yo te consigo un traje de neopreno, ¿venís? -le preguntó su amiga-.

-Si me lo conseguís, voy -aseguró Elisa-.

“La verdad es que le dije que sí pensando que no iba  a conseguir un traje de neopreno prestado porque es algo caro, que no se presta fácilmente”, cuenta. Pero a las pocas semanas, el traje estaba listo y Elisa no tuvo otra opción que cumplir con su promesa y acercarse a la Playa Ramírez en Montevideo para probar la experiencia de nadar en aguas abiertas y frías.

El último fin de semana de julio de 2020, en uno de los días más fríos del año, Elisa llegó a Montevideo para conocer a los nadadores de los que tanto le habían hablado. “Mi papá me llevó desde Florida con el traje. Hacía frío, había viento y olas: todas las condiciones adversas para nadar”, recuerda. Sin embargo, con un pequeño grupo que la estaba esperando de brazos abiertos, Elisa se tiró al agua. 

“Un montón de sensaciones distintas y mucha adrenalina”, así resume su primera experiencia en aguas frías y abiertas de la mano de NAF. Si bien hacía mucho frío, la calidez y la amabilidad con la que el grupo de nadadores recibió a Elisa lograron conquistarla: “El cuidado y el acompañamiento que recibí ese día me hicieron volver el fin de semana siguiente, y el otro, y el otro…”, admite. 

Cuando quiso acordar, Elisa se encontraba yendo casi todos los fines de semana desde Florida a Montevideo para nadar en aguas abiertas y frías en grupo. Tal es así que cuando decidió mudarse a Montevideo, una de las condiciones para buscar su nuevo hogar fue que estuviera cerca de la playa.

“En la pandemia, NAF fue mi gran salvavidas”, asegura. Para ella, encontrarlos a través de su amiga fue un regalo que le permitió conocer gente que comparte una pasión e integrar un grupo que tiene como principal objetivo disfrutar, cuidarse unos a otros y, en el mejor de los casos, progresar en la natación en aguas abiertas y frías. 

NAF, un espacio seguro

Si bien para cada uno de los entrevistados nadar en aguas abiertas y frías es una actividad que disfrutan y que recomiendan, todos coinciden en que merece respeto. “Antes de ingresar al agua, uno tiene que conocer o referenciarse con alguien que conozca del tema, observar las corrientes, elegir adecuadamente el circuito y nadar acompañado”, explica Sebastián. Para los NAF, la compañía es un factor clave: lo más importante es que todos los que entran al agua, regresen bien.

La seguridad es otro pilar fundamental. En NAF han logrado que casi el total de los integrantes del grupo naden con boyas de seguridad: “Esto permite que si alguien se cansa, se acalambra o no se siente bien para continuar, pueda mantenerse a flote sin inconvenientes hasta recuperarse o hasta recibir ayuda. Además, nos da visibilidad entre los compañeros y nos hace visibles para cualquier embarcación que esté en la zona”, dice Miró.

El autoconocimiento es otro factor fundamental para los nadadores: conocer al cuerpo, escucharlo y respetar su proceso son algunos de los aspectos clave para quienes comienzan su camino en aguas abiertas y frías. Por otra parte, en NAF son cautelosos con los recorridos. Cuando llegan las aguas frías, en invierno, los circuitos disminuyen sus distancias y la prioridad es no alejarse demasiado de la orilla. 

¿Cualquier persona puede ingresar a NAF? Si bien ellos entienden que nadar en aguas abiertas y frías es una actividad que muchas personas pueden practicar, actualmente, la mayoría de los grupos tiene una prueba de suficiencia. Quien no pasa esa prueba, puede tomar clases para volver a darla. 

Hoy tienen una estructura que se está formalizando. “Quienes nos denominamos ‘organizadores’ estamos gestionando la personería jurídica”, cuenta Sebastián Miró. Este pequeño grupo de once personas determina los horarios de encuentro, hace contactos con las autoridades y se relaciona con organismos internacionales, entre otras tareas que cada uno cumple de forma honoraria. 

Si bien la mayoría de los nadadores en aguas abiertas y frías integrantes de NAF están radicados en Montevideo, el crecimiento en el interior no frena. Hay grupos en Maldonado, Ciudad de la Costa y Salto, entre otros. La red ha crecido con distintos núcleos y referentes y cuenta con entre diez y doce grupos fijos que tienen nadadores todo el año. Esto da un total de entre 300 y 400 nadadores permanentes y otros tantos que se suman de forma esporádica. 

¿Qué es nadar en aguas abiertas y frías para vos?

El silencio y un brillo en los ojos aparece cuando se les pregunta a estas personas qué significado tiene esta actividad en sus vidas. La explicación, o el intento de explicación, llega después. Sin embargo, las palabras parecen no alcanzar y la respuesta nunca termina de conformarlos: “No es fácil de transmitir”, reconoce Sebastián. 

Si bien él conoce la natación desde muy chico y disfruta del deporte tanto en piscinas cerradas como en aguas abiertas, esta última modalidad lo terminó de conquistar. “Siempre que puedo, elijo nadar en la playa porque me agrega la satisfacción de lograr un objetivo, de ganarle a mis miedos, superar barreras y salir fortalecido”, dice. Además, nadar en grupo, con un fin colectivo, es otro de los aspectos por los que Sebastián elige las aguas abiertas: “Es casi una adicción”, admite. 

“A los 60 años y con miras de jubilarme pronto, NAF llegó a mi vida para motivarme. A una edad en la que la gente deja de trabajar, yo estoy entusiasmada acompañando grupos”, cuenta Alejandra. Y se la nota feliz. Hoy, NAF es una parte muy importante de su vida y sabe que será su principal motivación y actividad una vez que esté jubilada. 

Para ella, nadar en aguas abiertas y frías es sinónimo de libertad y paz. Desde la Playa Ramírez, donde nada habitualmente, ve la ciudad desde otra perspectiva y encuentra un espacio para conectarse consigo misma y con la naturaleza, a pocos metros del caos montevideano. Además, ser testigo del avance de los nadadores que se acercan con miedo y poco a poco van enamorándose de esta disciplina, es algo que Alejandra disfruta especialmente. 

“Nadar en aguas abiertas (y frías en invierno) es salir de la zona de confort y sentirse súper poderoso”, dice la profesora de natación artística. Para ella, estas son las sensaciones que hacen que las personas vuelvan una y otra vez, a pesar de que las primeras experiencias no sean del todo placenteras. La convivencia en grupo y el sentimiento de estar todos juntos “en la misma” son otros factores esenciales de NAF. Para Alejandra, todo esto es simplemente increíble. 

Foto: Elisa Juambeltz

Foto: Elisa Juambeltz

Del “estás loco” a la admiración total

Todos coinciden en que, al principio, sus círculos íntimos los trataban de locos. Sin embargo, las pasiones también mueven montañas y, poco a poco, fueron siendo comprendidos, o al menos aceptados y acompañados. 

Elisa cuenta que entre sus familiares y amigos ya es costumbre que ella elija este tipo de actividades. Ellos saben que disfruta de los desafíos que la llevan al límite. Sin embargo, las advertencias sobre el frío y los peligros estuvieron presentes, pero poco a poco se fueron disipando. 

En el caso de Sebastián, la postura de su núcleo cercano ha ido cambiando. Cuando empezó a nadar en aguas abiertas era “el equivocado” y todos le decían que se iba a enfermar por hacerlo. Con el tiempo, él se fue informando e informando a los demás sobre la actividad y muchos han pasado de catalogarlo de “loco” a admirarlo. De hecho, desde hace un tiempo, los hijos de Sebastián se suman a algunas de las actividades.

Alejandra recibió los mismos comentarios cuando comenzó con esta disciplina, pero al poco tiempo, en su casa notaron que era algo que le hacía bien, así que empezaron a motivarla, aunque hasta hoy no logren entender la satisfacción de nadar en aguas abiertas. Ante las preguntas de sus amigos, que muchas veces no pueden creer lo que hace, ella responde clara y sencillamente: “Sigo viva, sana y me siento fuerte. Eso es lo que importa”.