Por Federica Pérez
Para muchos, la calle es un medio para llegar a algún lugar, pero para otros es su lugar de pertenencia, su casa y su zona “segura”. En las veredas de Montevideo, y también del interior del país, desde hace muchos años se puede ver a personas de todas las edades que por diferentes motivos viven en la calle. En realidad sobreviven y a la vez pierden, y mucho. Algunos llegan a un punto en el que olvidan su edad y hasta su propio nombre, y eso, según los especialistas, es el resultado de una acumulación de violencias y ausencias que se sostiene hasta el olvido continuo. Y es un fenómeno que sigue en expansión: cada vez son más.
La población que vive en la calle es un fenómeno con muchas preguntas y muy pocas respuestas. ¿Quiénes habitan la calle? ¿Cómo terminan allí? ¿Cuál es el rol del Estado?
Habitar la calle
La intemperie es una “elección” para un número importante de personas que no consideran los dispositivos del Ministerio de Desarrollo Social (Mides) como una opción y ante la oferta prefieren subsistir con ayuda de los vecinos o sin ella, con algún familiar o con un par que esté en la misma situación.
Durante el día es difícil poder conversar con quienes viven en la calle porque muchos duermen y aprovechan la luz para descansar lo que la noche no les permite: deben estar alerta para no perder sus pertenencias o resultar lastimados por algún transeúnte, están en “tierra de nadie”.
De todas maneras, la avenida 18 de Julio es uno de los trayectos de Montevideo que los mantiene despiertos para “hacer la moneda”, como dicen. Es una de las principales avenidas de la ciudad con gran cantidad de comercios, iglesias y plazas que, por el flujo diario de quienes transitan, son una fuente de ingreso para sobrellevar el día.
“Perdí la cuenta de cuántos años tengo, solo sé que me llamo Marisol y que tengo otro nombre”, dice una mujer acostada sobre una manta roja y bastante fina, con la cabeza sobre una bolsa de residuos que al parecer tiene ropa. Está en una esquina, al lado de la puerta de un bazar. “De acá no me muevo, si llueve busco reparo, pero si no estoy siempre acá”, comenta.
Marisol seguro tiene más de 50 años. Muy tímida y con la desconfianza que cualquiera muestra ante un desconocido dice que no va a ningún refugio porque prefiere “estar sola antes que estar ahí”. “En el barrio no me roban más porque me conocen, solo voy al médico, pero sí estoy muy mal y mi casa la perdí”, acota cuando se siente escuchada.
Unas cuadras más abajo, en la puerta de una iglesia y rodeada de varias bolsas, termo y mate, botellas de agua y una lata con estampitas, está Stella. Sí recuerda su edad, pero no logra calcular cuántos años hace que está en la calle, pasó casi toda su vida así.
Ante la pregunta de si nunca pidió o le ofrecieron ayuda, se ríe y dice: “del Mides nunca, durante muchos años pedí una tarjeta y me decían que a mí no me corresponde”.
De noche no duerme en la puerta de la iglesia y prefiere no hacerlo para cuidar lo poco que tiene. Durante el día vende cosas que teje y estampitas y pide alguna moneda, con eso paga una pensión que le cuesta $600 por noche. “Si no los tenés, no entrás, pero acá la gente me ayuda y, por ahora, lo hago”, se alegra. Su hija, que a veces la visita, vive en un hogar del Mides con sus cuatro nietos.
Consultada sobre su vida, cuenta: “Al médico no voy, lo que necesito es agua para el mate y me lo da la peluquera que está a la vuelta”. Al parecer no le gusta atender otra cosa que no sean sus pertenencias, que no deja de mirar mientras habla, y darle un saludo atento a cada persona que pasa. Stella habrá perdido muchas cosas y seguramente nunca accedió a otras, pero conserva una gran sonrisa.
Al finalizar la avenida, en un banco de las últimas plazas, está René. “Nací hace mucho tiempo”, dice, y asegura que no va al Mides porque hay reglas que no quiere cumplir. René no tiene ni una manta ni muchas cosas, tiene una bolsa casi vacía, dos cartones y lo puesto. No quiere dar mayores detalles, pero sí remarca que “el ser humano, si no le queda otra, se adapta”. Cuenta que tuvo piojos, sarna y pulgas y que se baña cuando puede, pero que se arregla.
“Estoy acá, tranquilo”, dice. Cuando puede, come mortadela. Sale a caminar, busca algún compañero en situación de calle y lo invita a comprar pan y fiambre juntos. Duerme cuando puede, los vecinos no lo ayudan, pero tampoco le hacen problema. “Refugios no, tengo lo que tengo”, agrega.
La preocupación por la seguridad es generalizada. “Está bravo, pero a mí no me roban porque no tengo nada. Los pobres gurisitos que andan en la droga es lo peor”, lamenta.
Ni Todo Está Perdido (Nitep) es un colectivo integrado por “gente de la calle con el interés de hacer cosas por la gente de la calle”, según sus propios integrantes. Hace aproximadamente cinco años que hacen lo que está a su alcance para ser escuchados y reproducir lo mismo que Marisol, Stella y René, pero en grupo.
“Este año hay más personas en situación de calle, pasear por la ciudad alcanza para observar que hay más campamentos, es una percepción compartida”, dijo a Montevideo Portal Gustavo de Pena, uno de los integrantes. Agregó que “a veces, son las 23:00 y las personas están esperando un cupo para entrar a un refugio porque no son suficientes”.
“Mucha gente se resiste a ser maltratada cuando va a solicitar un cupo y por eso no vuelve, porque el destrato de los equipos es rutina y cuando el solicitante se sale del margen y se pone agresivo ya no lo dejan entrar, pero no ven la violencia que preexiste desde los propios equipos”, denunció. Incluso los días de lluvia hay gente que le dice que no a los refugios.
Según De Pena, el Mides “pide proyectos para buscar soluciones”, pero Nitep envió proyectos y, dice, “no los leen”. Ellos proponen generar alojamientos más estables “para no tener que perder tiempo viendo a dónde se ubica la gente cada noche”, viviendas comunitarias con habitantes a elección “por vínculo”.
Para Nitep, el incremento de la gente en la calle tiene responsabilidades “múltiples”: “El gobierno actual y la pandemia son responsables, pero las cosas no comenzaron ahora”.
Desde la organización lograron conseguir 30 puestos de trabajo para personas en situación de calle. Según De Pena, son oportunidades que se consiguieron mediante trabajos conjuntos con la Universidad de la República y diversas organizaciones no gubernamentales, pero aún así esas oportunidades “no garantizan el retorno a la vida civil”.
Uno de los últimos proyectos que crearon fue PaNitep, pero desde la Intendencia de Montevideo no les permitieron habilitar un lugar para elaborar panificados que no cumplía los estándares bromatológicos. La oferta fue otro lugar alejado, al que Nitep no podía llegar porque no podían pagar los boletos.
“Está todo diseñado para que sigamos aferrados sin poder salir del sistema de refugios”, agregó De Pena, y ejemplificó con que el Mides le propuso a Nitep instalar un centro diurno para que gestionara el colectivo, pero no aceptaron porque les parecía seguir en la misma situación y sin salida. “Nitep no debería existir, pero no hay voluntad política de atender el tema de fondo”, concluyó.
Una de las principales razones por las cuales De Pena considera que el problema se sigue expandiendo es porque las autoridades “siguen buscando la culpa en el victimario”.
¿Qué dicen los registros?
Según el último informe del Mides, los datos recogidos entre 2020 y 2021 estiman que, en una noche —porque lo que queda es el registro de las personas que se logra contar ese día puntual debido a que es un tipo de población en constante movimiento—, en 2020 hubo 3917 personas en situación de calle, de las cuales 1087 estaban en intemperie y 2830 asistían a los refugios del Mides. Montevideo es el departamento con mayor concentración de personas en esta situación.
En 2021, de forma excepcional y por decisión del Ministerio, ya que no existe una frecuencia estipulada para contabilizar el fenómeno y a partir del primero que fue en 2006 se hicieron con diferentes frecuencias, se volvió a relevar, pero solo en Montevideo. En una noche de julio del año pasado se contaron 3907 personas en situación de calle, 920 a la intemperie y 2987 en dispositivos.
Si se comparan los datos nacionales del relevamiento de 2020 con el conteo de 2011, uno de los primeros y el único antecedente a nivel nacional, el número de personas en esta situación pasó de 1274 en 2011 a 3917 en 2020 y ascendió un 16% en 2021.
Por otra parte, en cuanto a los dos últimos años, si bien el aumento entre 2020 y 2021 es notorio, en su último informe el Mides destacó que es el menor aumento registrado a la fecha y que además la proporción de personas en situación de calle que se encontraban en algún dispositivo en la noche del relevamiento es “la más alta registrada hasta el momento”.
El ministerio gestiona la población en calle a través de la Dirección Nacional de Protección Social para la Atención a la Población en Situación de calle y es un trabajo articulado de la División de Coordinación de Programas de Atención a Personas en Situación de Calle y la División de Captación y Derivación. Las modalidades del ministerio comprenden centros nocturnos, centros 24 horas para personas con dependencias que requieran cuidados, pensiones, centros para mujeres con niños, niñas y adolescentes, hogares del programa Viviendas con Apoyo y Paradores Nocturnos que gestiona en conjunto con organizaciones de la sociedad civil.
La alimentación para quienes hacen uso de cualquiera de los dispositivos detallados el Mides la gestiona a través del Instituto Nacional de Alimentación.
En 2021 se implementaron varias de las modalidades mencionadas, y en algunos centros se comenzó a permitir el ingreso de personas en situación de calle con sus mascotas.
En 2022, en conjunto con la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), el ministerio comenzó a trabajar en el abordaje del consumo problemático de sustancias e inauguró centros diurnos para personas en este tipo de situaciones. Según el Mides, se pretende inaugurar más dispositivos, entre ellos, casas de medio camino y refugios nocturnos específicos para personas con problemas de salud mental y consumos.
Tal y como lo expresa el último informe de datos, los números de todos los años de relevamiento son una “foto” y brindan una información que según el propio Mides es “insuficiente para comprender el alcance de la problemática”, porque la situación de calle es un fenómeno dinámico que a lo largo del tiempo afecta “a muchas más personas de las que se encuentran en esa situación al momento del conteo”. Este conteo, además, suele ser en invierno, cuando muchos de quienes durante otras épocas más cálidas se resisten a asistir a un dispositivo acceden finalmente, presionados por el frío.
Un dato que da cuenta de la complejidad que sobrepasa una noche es que entre 2014 y 2020, 15.456 personas accedieron al menos una noche a centros de la división de calle. Otro dato sobre el mismo período es que más de la mitad de las personas que acceden a un refugio lo hace por tiempos relativamente cortos, de seis meses o menos.
En cuanto a las características de las personas, poco más del 80% son varones, según datos del 2020. A la intemperie la cifra crece y es mayor a 92%. La edad promedio de ingreso por primera vez a situación de calle es de 28 años para quienes pernoctan en intemperie y de 38 años para quienes lo hacen en refugios. Un cuarto de quienes viven a la intemperie tuvo su primera experiencia en calle a los 18 años o antes, y los motivos son múltiples.
Específicamente en cuanto a uno de los dispositivos, el refugio, en 2020 se ofreció una encuesta para que las personas pudieran valorar diferentes aspectos del servicio.
Según el informe, en la encuesta se formuló “una pregunta abierta” para que los usuarios hicieran sugerencias. Las respuestas a la pregunta indicaron que, si bien “en promedio hay una valoración positiva de los refugios”, existe un “amplio margen de mejora” en el ofrecimiento, vinculado a la alimentación, los horarios e infraestructura de los centros.
Gabriel Cunha, el director de la división de coordinación de programas para personas en situación de calle del Mides, dialogó con Montevideo Portal sobre varios aspectos vinculados a la evolución del fenómeno.
En principio, adelantó que el próximo censo será en 2023, pero que a pesar de no contar con una revisión en 2022 “hay otros indicadores que alertan sobre la situación”, entre ellos, los reportes de la ciudadanía o las cédulas únicas atendidas de las personas que hacen uso por primera vez de alguna dependencia del ministerio.
En cuanto a la actualidad, dijo que no se observan “flujos extraños respecto al natural de la población en situación de calle”. Destacó que este año se logró que no haya personas que solicitaran el ingreso a un refugio y no se les diera atención. “Pudimos responder a todos los pedidos y nunca se necesitó habilitar el número máximo de plazas que estaban previstas para el Plan Invierno”, agregó. Según el director, de las 4.215 plazas anunciadas, la ocupación “pasó las 3.900 pero no alcanzó las 4.000”.
Respecto al aumento de personas en situación de calle entre 2020 y 2021, dijo que efectivamente el número creció, pero “desde siempre” ocurre así, y que a su entender hay que revisar la clasificación por la cual se considera que alguien está en situación de calle. “Por un lado podemos hablar de la situación en general”, pero en el último tiempo surgieron proyectos de mediana y larga estadía, entonces “habría que dar una discusión de si una persona que está en vivienda con apoyo sigue estando o no en situación de calle”.
En cuanto a personas en intemperie, Cunha valoró que en ninguno de los dos últimos años se supera la cantidad de personas que estaban en esa situación en 2019, cuando el Mides contabilizó 1.080, y según el Ministerio la cifra en 2021 bajó a 920. “Es un dato no menor y creemos que el éxito de la diversificación de las respuestas fue de la mano en un aumento de la adhesión de los usuarios”, agregó.
En cuanto al 2022, dijo que “seguramente continúe la tendencia de crecimiento”, pero destacó que en lo que va del año el Mides generó más de 500 respuestas de mediana y larga estadía para personas en situación de calle.
¿Un refugio?
Sobre bulevar Artigas, en una casa de dos pisos y un amplio patio funciona uno de los refugios del Mides. El lugar tiene una sala de estar con algunos lockers, un futbolito, mesas, sillas y sillones, cuartos con cuchetas numeradas y un baño. En el patio hay un espacio de tierra que oficia de huerta y una cuerda con algunas prendas de ropa colgada. También hay cocina y aparatos para lavar y secar la ropa; eso se hace los fines de semana. Todo se observa mantenido, en buenas condiciones y con cierto orden, aunque la humedad de las paredes es imposible de ignorar. Las camas están hechas y las pertenencias que quienes llegan a las 18:00 dejaron están ordenadas. Según la organización que gestiona el lugar, el mantenimiento es en gran parte responsabilidad de los usuarios.
Por este refugio ya pasaron tres gestiones y la actual supervisa el lugar desde abril de 2022. El equipo se conforma por tres directivos y un educador, y lo supervisa José Pedro Arocena, adjunto a la dirección nacional de protección social del Mides y Jefe del Programa Calles.
La capacidad de ese centro es de 20 cupos permanentes y hasta cuatro más para situaciones puntuales. Entran a las 18:00 y se tienen que retirar a las 9:00. La comida llega todos los días menos el domingo; ese día los usuarios hacen una colecta y cocinan en grupo.
Uno de los educadores contó a Montevideo Portal que durante el día hay talleres específicos para que los usuarios puedan “achicar el tiempo en calle y apropiarse del centro”.
Tanto los directores como los educadores y Arocena valoran que la población del refugio es fija, que la situación cambió luego de la pandemia y que hay un espacio de diálogo que facilita la convivencia. Agregaron que en el último tiempo se logró captar usuarios crónicos que nunca habían ingresado a un refugio y que eso se notó sobre todo en la modalidad de paradores nocturnos que se implementó en 2021. “Sabemos que un 68% de quienes asistieron a un parador nunca se habían registrado”, graficó Arocena.
¿No encuentran la forma?
Nitep trabaja desde hace varios años en conjunto con un equipo de profesionales de la Universidad de la República. Uno de los puntos de conexión fue un proyecto sobre trayectorias integrales, pero más allá de ese trabajo el vínculo se expandió y ambos grupos se reúnen semanalmente para debatir sobre la actualidad, necesidades, objetivos y propuestas de las personas en situación de calle.
El antropólogo e investigador Marcelo Rossal y la socióloga y docente de la Facultad de Ciencias Sociales Fiorella Ciapessoni dialogaron con Montevideo Portal sobre su trayecto trabajando a la par con esta población y sobre sus trabajos respecto al tema.
Rossal definió las políticas criminales como uno de los fenómenos estrechamente relacionados al crecimiento constante de esta población. “Las personas prisioneras en Uruguay son uno de los sectores con más dificultades, junto a los varones de clase trabajadora sin empleo y usuarios de drogas con dificultades de la vida”. Hay relación: la población carcelaria crece, pero así como entra, sale: quedan desconectados. “Salen de la cárcel con menos herramientas de las que entraron”, explica.
Faltan políticas para varones jóvenes y de edad mediana, que para la sociedad “son el sujeto peligroso, el tipo que da miedo en la calle”, y está claro que quieren sacarlos de la situación en la que están, pero no encuentran la forma, porque hasta ahora el modo de hacerlo redunda en el refugio y el castigo: “El refugio para cuando ya cayó a la más extrema de las precariedades y el castigo para cuando hay algún delito”.
Para Rossal es clave crear políticas de empleo. Hoy las opciones son precarias, pero aun así “la gente agradece estar tres meses pudiendo hacer cosas”. Incluso aquellas de pésima calidad. A la pobreza creciente, el especialista le suma el deber ser del hombre proveedor: “Los hombres cuando no pueden proveer su casa se autoexcluyen porque les es devastador”.
Por su parte, Ciapessoni mencionó que sin dudas las cifras crecen y que en términos generales en 2006 el primer censo contabilizó 700 personas, un número que con los años aumentó sostenidamente. En cuanto a las trayectorias de las personas en situación de calle, un foco en el que la socióloga ha trabajado mucho, explicó que dependen de muchas cosas y que en los países que estudian eso hace 25 años, se sabe que hay muchas dimensiones que influyen, entre ellas, el género, la edad y las necesidades.
Según la socióloga, las primeras experiencias en situación de calle suelen ser entre los 13 y 14 años, y, cuanto más tempranas sean, mayor es la probabilidad de que se desarrolle un escenario complejo.
En cuanto a la situación actual, mencionó que el aumento es sostenido sobre todo en la zona céntrica de Montevideo y es algo que “nadie puede negar”. Consideró que hay que atender “otras problemáticas que hacen al fenómeno”, porque no es un tema que pueda reducirse a una sola cosa como la falta de vivienda, el trabajo, a un problema de salud mental o de abusos de sustancias porque “si bien son cuestiones que grafican los números y problemas que las personas en situación de calle declaran”, lo que hace esa misma situación es generar “una interconexión de diversas dimensiones”.
La complejidad debe ser abordada por dispositivos interinstitucionales: “Cuando se brinda un modelo que está basado en el alojamiento y la ducha se plantea una política de lo mínimo y no es algo integral, por la búsqueda de una salida sostenida. Si bien ataja el problema, no lo trabaja desde una perspectiva preventiva”.