Por The New York Times | Christina Goldbaum and Najim Rahim
BALKH AAB, Afganistán — Reverberaba por todo el valle al amanecer un rugido de motores que descendían para llevar a grupos de hombres con camuflaje desigual y fusiles Kalashnikov cubiertos de barro a la ciudad en el norte de Afganistán.
Muchos habían conducido varias horas a través de las montañas cubiertas de nieve para llegar al poblado y unirse a las fuerzas de Mawlawi Mahdi Mujahid, un chiita excomandante del Talibán, compuesto en su mayoría por sunitas, que acababa de desconocer al nuevo gobierno talibán y había tomado el control de este distrito.
Durante meses, los talibanes habían tratado de hacerlo regresar a sus filas, temerosos de su creciente influencia entre algunos chiitas afganos deseosos de rebelarse contra el movimiento que los persiguió durante décadas. Ahora, las fuerzas talibanas se concentraban alrededor del distrito controlado por Mahdi, quien junto con sus hombres se preparaba para luchar.
“Si el Talibán no quiere un gobierno incluyente, si no les otorgan derechos a los chiitas y a las mujeres, entonces nunca podremos tener paz en Afganistán”, dijo Sayed Qasim, un combatiente de 70 años. “Mientras siga corriendo sangre por nuestras venas, pelearemos”, sentenció.
Los enfrentamientos de junio en la provincia de Sar-i-Pul han sido los más recientes en un conflicto que se está gestando en el norte de Afganistán, en el que una serie de facciones armadas se han estado levantando contra la severidad del gobierno talibán, lo que constituye un duro recordatorio de que esta nación aún no se ha librado de los ciclos de violencia y derramamiento de sangre que la han caracterizado en los últimos 40 años.
Los funcionarios talibanes han tratado de minimizar los levantamientos a fin de mantener la imagen de apoyo popular y de que han llevado la paz y la seguridad al país. Además, es poco probable que alguno de los cerca de ocho grupos de resistencia que han surgido hasta ahora pueda suponer una amenaza legítima para el gobierno talibán y su control del país. Las milicias están mal equipadas, no cuentan con fondos suficientes y no han logrado atraer el respaldo de ninguna potencia extranjera.
Aun así, la respuesta de los talibanes, decididos a acabar con cualquier vestigio de disidencia, ha sido brutal en todo momento. El nuevo gobierno ha inundado los bastiones de la resistencia con miles de soldados que han llevado a cabo ejecuciones sumarias de combatientes capturados y han torturado a residentes que creen que apoyan a la oposición armada, según Human Rights Watch y Amnistía Internacional.
Una mañana de junio, Mahdi reunió a un puñado de asesores en su casa, ubicada en el centro de Balkh Aab. Dos semanas antes, Mahdi había logrado tomar el control de esta indómita zona del norte de Afganistán, lo que provocó que las fuerzas talibanes se congregaran a lo largo de sus fronteras. Por lo tanto, parecía inminente que los talibanes atacarían. La mayoría de los 40.000 residentes del distrito son jázaros, una minoría étnica compuesta en su mayoría por musulmanes chiitas a los que el Talibán considera herejes y masacró por miles al llegar al poder.
El líder rebelde de 33 años creció en un poblado no lejos de ahí y se unió a los talibanes luego de pasar un tiempo en prisión, donde entabló una amistad muy estrecha con los prisioneros talibanes que denunciaban la corrupción del gobierno anterior. Por ser un miembro de la etnia jázara que se unió al movimiento pastún del sur, algo muy poco común, los talibanes mostraban a Mahdi en videos de propaganda como una prueba de la inclusividad del movimiento, algo que la mayoría consideró poco más que un truco publicitario.
Pero después de que los talibanes tomaron el poder, Mahdi tuvo problemas con los nuevos gobernantes. La mayoría de los lugareños dicen que desertó por una disputa con los talibanes sobre los ingresos de las lucrativas minas de carbón de Balkh Aab. Según sus propias palabras, Mahdi abandonó el movimiento en señal de protesta, desilusionado por el trato que los insurgentes convertidos en gobernantes daban a los jázaros.
“Desde que el Emirato Islámico llegó al poder, los jázaros han sido los que más han sufrido”, aseguró Mahdi en una entrevista en Balkh Aab. Los jázaros “no pueden estar así toda la vida; les guste o no ahora, un día la gente se va a levantar contra el Emirato Islámico”, agregó.
Al parecer, a muchos residentes los motivos de Mahdi no les importaron. Cientos de hombres chiitas deseosos de rebelarse contra el Talibán se unieron a su nueva milicia de resistencia en la primavera. Habían sido policías, soldados o eran veteranos de las fuerzas de la brigada Fatemiyoun, un grupo paramilitar respaldado por Irán que peleó en Irak y Siria. Para ellos, su deserción fue un grito de guerra, una prueba de que ningún jázaro, ni si quiera uno que había peleado por los talibanes, sería aceptado en un país gobernado por ellos.
A pesar de su apasionado discurso sobre los derechos de los chiitas y de estar en un indomable bastión de la resistencia, el rival de Mahdi era un grupo insurgente experimentado que no tardó en aplicar todo el peso de sus décadas de lucha contra una superpotencia mundial al equipo de hombres de Mahdi con resultados espantosos.
Los talibanes lanzaron su ofensiva a finales de junio: enviaron a miles de soldados que cruzaron los picos escarpados con nieve hasta las rodillas para llegar al bastión de Mahdi en la montaña Qom Kotal en el flanco norte del distrito. Mientras abrían fuego contra sus posiciones al otro lado de la ladera, orbitaban sobre ellos helicópteros que habían sido del gobierno apoyado por Occidente repletos de soldados talibanes armados.
Pese a estar en desventaja numérica y de armamento, los rebeldes pensaron que el hecho de conocer tan bien las tierras del distrito les daría la ventaja. La zona es un laberinto de montañas y cañones.
Pero los talibanes encontraron a dos residentes que les ayudaron a recorrer los senderos poco conocidos hasta el centro del distrito y burlaron a las fuerzas de Mahdi, cuyo variopinto grupo de combatientes se concentraba en Qom Kotal, según combatientes rebeldes, residentes y un funcionario talibán.
Al amanecer de la mañana siguiente, los hombres de Mahdi encontraron las granjas y los cauces de los ríos que rodean el centro del distrito repletos de soldados talibanes. Abrieron fuego contra los desprevenidos rebeldes que habían destruido las principales vías de acceso a la ciudad días antes, en un intento inútil por mantener a raya a las fuerzas talibanes.
Durante dos días, el poblado quedó inmerso en tiroteos incesantes entre los talibanes y los hombres de Mahdi. Mientras los combates se intensificaban, los talibanes repararon las carreteras destruidas y enviaron un convoy de vehículos blindados para asegurar el territorio que habían tomado.
En las últimas horas de la batalla por Balkh Aab, los talibanes recurrieron a una de sus armas de probada eficacia (un terrorista suicida) para tratar de purgar los últimos reductos rebeldes de la ciudad.
Los rebeldes se habían apostado en una de las casas de la calle principal.
En un momento de calma entre ráfagas de fuego, el terrorista suicida se acercó a los rebeldes a pie. Pero antes de que pudiera llegar a su posición, los hombres de Mahdi abrieron fuego y él se detonó. La única baja fue la del terrorista y la de un burro que se había adentrado en el frente de batalla.
Los últimos hombres de Mahdi seguían rodeados por los soldados talibanes. No había refuerzos rebeldes en camino. Sus únicas opciones eran rendirse y enfrentar lo que parecía una muerte segura o la retirada. En cualquier caso, el levantamiento había terminado.
Al terminar el combate, Mahdi y decenas de sus hombres huyeron a las montañas. Eludieron a los helicópteros, los Humvees y los soldados talibanes. Veinticinco de sus hombres murieron en los combates, mientras que otros cientos escondieron sus armas y se ocultaron en sus pueblos.
Esta semana, las fuerzas de seguridad talibanas reconocieron a Mahdi, quien se había rasurado el rostro para intentar pasar inadvertido, cuando intentaba cruzar la frontera hacia Irán, según Inayatullah Khwarazmi, vocero del Ministerio de Defensa de los talibanes, y uno de los asesores de Mahdi.
El vocero dijo que los talibanes lo mataron. El asesor dijo que los rebeldes restantes estaban huyendo. La nieve cubre un camino de la montaña Qom Kotal en Afganistán, el 21 de junio de 2022. (Kiana Hayeri/The New York Times) Mawlawi Mahdi Mujahid, un chiita excomandante del Talibán, compuesto en su mayoría por sunitas, que desconoció al nuevo gobierno talibán y tomó el control de un distrito en el norte de Afganistán, en Balkhab, Afganistán, el 21 de junio de 2022. (Kiana Hayeri/The New York Times)
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