Por The New York Times | Nicholas Bogel-Burroughs
En los primeros días después de que un infierno arrasó con la ciudad hawaiana de Lahaina, la orden para los turistas fue enfática: manténganse alejados. Y aunque hubo excepciones, los turistas obedecieron.
Resulta que quizás obedecieron demasiado.
Casi un mes después del incendio, Maui, una isla que depende del turismo y que tiene una habitación de hotel por cada siete hogares y medio, recibe menos visitantes que en cualquier otro momento desde la pandemia de coronavirus. Sus playas vírgenes están vacías, incluso aquellas que están lejos de Lahaina por varios kilómetros. Cientos de autos de alquiler sin usar permanecen estacionados en campos cerca del principal aeropuerto de la isla en Kahului, donde los aviones llegan con la mitad de su capacidad. Las camas están hechas, y las almohadas mullidas, en habitaciones de hotel donde nadie ha descansado durante semanas.
Todo esto significa que los trabajadores que son el pilar del acogedor espíritu “aloha” de Hawái ahora enfrentan dificultades. En algunos de los complejos turísticos más elegantes de Maui, los empleados son enviados a casa sin trabajo ni remuneración.
“Ahora mismo, es difícil pensar en el futuro y si podremos pagar el alquiler del próximo mes”, dijo Owen Wegner, cocinero en el complejo turístico Grand Wailea en el sur de Maui, casi 48 kilómetros afuera de la zona quemada. En las últimas dos semanas, sólo lo han llamado para trabajar dos turnos.
Wegner, de 20 años, nació y creció en Lahaina y solía tocar el tambor durante los desfiles que pasaban por Front Street, la otrora idílica avenida comercial de la ciudad que se extendía a lo largo del océano. El incendio del 8 de agosto transformó esa vía pública en un cementerio de autos carbonizados y edificios quemados, y se convirtió en el incendio forestal más mortífero del país en un siglo, cobrando la vida de al menos 115 personas, entre las que se encontraba su abuela, Lynn Manibog, que había ayudado a criarlo.
Wegner casi no ha tenido tiempo para llorar. En cambio, ha estado tratando de encontrar formas de mantener a su pareja, Sabrina Kaitlyn Cuadro, a su hijo de 1 año y a su hija, que nacerá el 5 de septiembre, que también es el último día en que pueden pagar el alquiler mensual antes de que entren en vigor los cargos por pagos atrasados.
“Ella y yo estamos bajo mucho estrés”, dijo Wegner.
La implosión de la economía de Maui, en la que el turismo representa casi el 40 por ciento, ha sido rápida y drástica. Los funcionarios estatales del área económica estiman que cada día la isla recibe alrededor de 4250 visitantes menos de lo habitual, lo que representa una pérdida de 9 millones de dólares por día. En el sur de Maui, 7 de cada 10 habitaciones de hotel están desocupadas, en comparación con aproximadamente 2 de cada 10 en épocas normales.
La caída drástica de las cifras se debe a peticiones contradictorias de parte de los políticos y residentes de Hawái. El gobernador y el vicegobernador emitieron proclamas de emergencia en los primeros días después del incendio, para decir que “se desaconsejan completamente” todos los viajes no esenciales a Maui
Días después, el gobernador Josh Green informó que la proclama se había modificado para limitar su alcance a la región del incendio, el oeste de Maui, que constituye sólo una pequeña porción de la isla. Pero los funcionarios de turismo temen que los posibles visitantes no estén familiarizados con la geografía de la isla. Ahora muchos políticos, trabajadores y líderes industriales están haciendo un nuevo llamado a los turistas: regresen.
“Hacemos hincapié en que el oeste de Maui no es ahora mismo un lugar para que la gente vaya, pero el resto de Maui está abierto”, declaró esta semana Richard Bissen, alcalde del condado de Maui. Los residentes de Maui se han mantenido firmes en lo que respecta a la prohibición de las visitas de turistas al oeste de Maui, que sigue siendo un centro para familias desplazadas. Los hoteles albergan a más de 5000 personas que no son turistas, incluidas familias que perdieron sus hogares, funcionarios de ayuda del gobierno, organizaciones de ayuda y equipos de limpieza. Los lugareños también han advertido a la gente que no obstruya la carretera al intentar ver la ciudad destruida de Lahaina, y recuerdan a los turistas en otras partes de la isla que sean sensibles al hecho de que las personas con las que tengan contacto quizá perdieron sus propios hogares o tienen vínculos con personas que fallecieron.
Desde hace mucho tiempo existe tensión entre los habitantes de Hawái y los turistas, y algunos residentes han explicado que la fuerte caída de los ingresos que ahora enfrenta Maui es una señal de que el estado debería priorizar a los residentes sobre los turistas y basarse en industrias más sostenibles.
Chris West, presidente de la célula local del Sindicato Internacional de Estibadores y Almacenes, que también representa a los trabajadores de las industrias del turismo y de la piña, dijo que él y otros nativos hawaianos tienen sentimientos complejos respecto a los turistas, pero que su regreso era necesario para sostener la economía.
“Así que visiten, pero sean respetuosos y podremos coexistir”, expresó West.
En la costa norte se encuentra Paia, una colorida ciudad que está repleta de restaurantes y tiendas que suelen tener bastante actividad, incluso durante las tardes entre semana. Por lo general, hay una larga fila para ordenar en el Paia Fish Market, un flujo de personas mira por la ventana de Mele Ukulele y turistas encuentran sombra en el patio delantero de Tobi's Poke & Shave Ice.
Pero muchas de las tiendas estaban inquietantemente vacías en un día laborable reciente, y en una pizzería local había tantas mesas vacías que el gerente general se sentó en una de ellas para trabajar. Dos hombres estaban sentados solos en la barra.
Annie Mullen, que ha trabajado en el restaurante de manera intermitente durante los últimos 12 años, dijo que el negocio casi se había detenido “por completo” desde el incendio en Lahaina, que está a unos 45 minutos en auto. Mullen admitió que se sentía culpable por preocuparse por los sueldos de sus empleados y el suyo propio cuando tanta gente había muerto. Pero agregó que temía que las cosas empeoraran si los visitantes seguían alejados.
“En realidad es difícil lidiar con el dolor y la conmoción por el horrible suceso que acaba de ocurrir, pero al mismo tiempo tener que sentirse egoísta al preocuparse por las finanzas”, concluyó. Annie Mullen trabaja en Flatbread Company, una pizzería en Paia, en la isla hawaiana de Maui, a finales de agosto de 2023. (Bailey Rebecca Roberts/The New York Times). Becky Dosh, cofundadora de la boutique Wings, que vende joyas, ropa, pegatinas y otros recuerdos playeros, en Paia, en la isla hawaiana de Maui, a finales de agosto de 2023. (Bailey Rebecca Roberts/The New York Times).