Por The New York Times | Jack Nicas and Flávia Milhorance
Lenta pero inexorablemente, una extensión de bosque protegido del tamaño de la ciudad de Nueva York se estaba secando. Las hojas caían de los árboles y, a medida que el sol se filtraba a través de las copas, brotaban praderas de hierba.
Todo fue intencional.
Cuando el año pasado las autoridades brasileñas respondieron a denuncias anónimas sobre la destrucción, encontraron montones de envases vacíos de herbicida. El ganado deambulaba por algunos de los pastos recién cultivados.
Los terrenos eran propiedad de Claudecy Oliveira Lemes, un ganadero que ha abastecido a algunas de las mayores empacadoras de carne del mundo, entre ellas JBS, un gigante brasileño de la carne de res que exporta a Estados Unidos.
Lemes es ahora también un acusado, imputado este mes de cometer uno de los mayores actos de deforestación ilegal en Brasil. Las autoridades reclaman una indemnización de casi 1000 millones de dólares. Lemes ha negado haber cometido delito alguno.
Lo que diferencia a Lemes de los otros miles de madereros y ganaderos que han arrasado extensiones de la Amazonia y otros bosques de Brasil es que empleó lo que, según las autoridades, es una nueva y peligrosa técnica: la deforestación química.
En otras palabras, utilizó productos químicos, en lugar de motosierras, para talar el bosque.
Mientras los gobiernos intentan avanzar en su lucha contra la deforestación, los delincuentes encuentran nuevas formas de derribar árboles con fines lucrativos. En Sudamérica, la deforestación química es uno de los nuevos frentes de batalla.
“Es más difícil de detectar, parece un incendio y se pueden deforestar miles de hectáreas en poco tiempo”, afirmó Ana Luiza Peterlini, la fiscal que supervisa el caso contra Lemes. Los delincuentes, dijo, “siempre van por delante de nosotros”.
Peterlini y otros funcionarios creen que los ganaderos recurren a los productos químicos para evitar ser detectados por los sistemas de vigilancia por satélite, una de las principales defensas contra la deforestación.
Estos sistemas suelen buscar la desaparición abrupta del bosque, que típicamente es una prueba de tala o quema. Los herbicidas hacen que los árboles pierdan lentamente sus hojas, se sequen y mueran, lo que hace difícil diferenciar el proceso de la muerte natural de un árbol.
Por eso las autoridades creen que se utilizan productos químicos con más frecuencia de la que ellos conocen. En algunos casos, según las autoridades, los ganaderos utilizan productos químicos para secar el bosque y facilitar su combustión. El fuego resultante destruye las pruebas de que se han utilizado productos químicos.
“No nos cabe duda de que es una práctica muy habitual”, afirma Rodrigo Agostinho, responsable de Ibama, la agencia brasileña de control medioambiental. “Por otro lado, tenemos enormes dificultades para demostrarlo”.
En Brasil, ningún organismo lleva un recuento nacional de incidentes relacionados con la deforestación química. Aparte del área del caso de Lemes, al menos otros 460 kilómetros cuadrados han sido deforestados con pesticidas en Brasil desde 2010, según estudios de Repórter Brasil, un medio de periodismo de investigación, y otras organizaciones medioambientales.
La deforestación química plantea una amenaza más insidiosa que los medios tradicionales de tala, porque puede dejar tras de sí daños más duraderos para el medio ambiente y la fauna.
Los productos químicos contaminan el suelo, matan microorganismos e insectos y pueden llegar a las aguas subterráneas. La lluvia también puede arrastrar las sustancias químicas a los ríos, matando algas y fitoplancton y alterando las cadenas alimentarias acuáticas.
Las fumigaciones aéreas también han perjudicado a la población. En 2021, casi 400 personas del territorio indígena wawi tuvieron que trasladar su aldea porque se estaban fumigando con productos químicos zonas de la selva amazónica donde cultivaban y recolectaban miel.
En junio, alumnos y profesores de Belterra, una localidad rural de la Amazonia, fueron trasladados a un centro de salud con síntomas de intoxicación después de que los terrenos de su escuela fueran rociados con productos químicos en al menos tres ocasiones.
Y en los últimos años, algunos municipios han prohibido las fumigaciones aéreas tras múltiples incidentes de contaminación. Por ejemplo, este año, en la pequeña ciudad de Timbiras, en el noreste de Brasil, un avión fumigó con productos agroquímicos 168 kilómetros cuadrados de bosques de babasú, una especie arbórea protegida.
Pero no ha habido ningún caso como el de Lemes.
Los fiscales brasileños acusan a Lemes de contratar un avión para rociar con productos químicos 776 kilómetros cuadrados de bosque con el fin de criar ganado allí. Los productos químicos mataron muchos árboles, volviéndolos grises y sin hojas, pero dejando sus cadáveres en pie.
Meses después, las imágenes de un dron mostraban vastas zonas de árboles grises y muertos mezclados entre la vegetación aún viva.
La propiedad pertenecía a Lemes. Como estaba situada en el Pantanal —el mayor humedal del mundo, rico en fauna y flora raras—, había restricciones para su uso. Podía criar ganado y desbrozar algunas tierras con permiso.
El abogado de Lemes, Valber Melo, rebatió las acusaciones, afirmando que los incendios forestales, y no los pesticidas, habían causado la pérdida de árboles en la propiedad de su cliente. “No hay pruebas científicas del uso ilegal de pesticidas” en el terreno, afirmó.
Peterlini dijo que las pruebas habían revelado residuos químicos en el suelo y en las hojas, y que las imágenes por satélite habían mostrado una disminución constante de la vegetación a pesar de la ausencia de grandes incendios en ese momento.
Los investigadores, añadió Peterlini, también han encontrado registros que demuestran que Lemes gastó 3 millones de dólares en defoliantes tóxicos, así como planes de vuelo centrados en la pulverización de productos químicos sobre la tierra. Lemes también ha sido multado por deforestación de la zona en el pasado.
La mayoría de los árboles del Pantanal no son muy valiosos para la venta comercial, y matarlos para criar ganado es más rentable. En otras regiones de Brasil, incluida la Amazonia, los delincuentes suelen preferir talar los árboles y arrastrarlos para venderlos.
En el Pantanal, una denuncia anónima alertó a las autoridades de la deforestación. Mauren Lazzaretti, secretaria de Medio Ambiente del estado brasileño donde se produjo el caso, declaró que su departamento estaba trabajando con una universidad local para ajustar sus sistemas de vigilancia a fin de detectar este tipo de deforestación química.
El caso también pone de relieve la relación entre la deforestación y la carne que se vende en los supermercados, y una práctica conocida como “blanqueo de ganado”, en la que las vacas criadas en tierras deforestadas pasan por granjas legales antes de dirigirse al matadero.
En primer lugar, Lemes crio ganado en tierras suyas que habían sido rociadas con productos químicos, según los fiscales. A continuación, el ganado de esas tierras se trasladó a otra granja propiedad de Lemes, según los registros privados de traslados obtenidos por Repórter Brasil para un proyecto encargado por una organización de defensa del medio ambiente, Mighty Earth.
A continuación, el ganado de esa segunda granja se trasladó a dos mataderos gestionados por JBS, el gigante de la industria cárnica, según los registros.
En efecto, los registros mostraban que el ganado criado en las tierras deforestadas químicamente había pasado por otra granja antes de acabar en un matadero comercial, según Mighty Earth.
Mighty Earth descubrió entonces que los dos mataderos de JBS habían abastecido a tiendas de comestibles de todo Brasil, incluida Carrefour, una cadena multinacional de alimentos.
“Estos supermercados están comprando ganado procedente de las granjas donde se produjo la deforestación”, dijo Mariana Gameiro, asesora principal de Mighty Earth. “No podemos decir que la vaca que estaba en esta granja esté ahora en el supermercado, pero sí que hay vínculos comerciales”.
JBS afirmó en un comunicado que las granjas propiedad del Lemes anteriormente abastecían a sus mataderos, pero que ahora han sido bloqueadas como proveedores. JBS añadió que era difícil controlar la cadena de suministro de ganado antes de que las vacas acabaran en sus mataderos.
Carrefour Brasil declaró que no compraba carne de las granjas de Lemes. Mighty Earth dijo que la carne disponible en las tiendas de la empresa procedía de mataderos suministrados por Lemes.
Lis Moriconi colaboró con reportería.
es el jefe de la corresponsalía en Brasil, con sede en Río de Janeiro, desde donde lidera la cobertura de gran parte de América del Sur. Más de Jack Nicas
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