Por The New York Times | Jason Horowitz
CIUDAD DEL VATICANO — Mientras miles de católicos se dirigían a la basílica de San Pedro el lunes por la mañana para visitar la capilla ardiente del papa emérito Benedicto XVI y darle el último adiós, los conservadores lloraban la pérdida de un líder dedicado a defender las tradiciones, las doctrinas y la legislación de la Iglesia que tanto valoran.
“Era el sol que nos iluminaba a todos”, comentó el cardenal Angelo Amato, exsecretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, oficina encabezada por Benedicto antes de que se convirtiera en papa, y actual prefecto de la oficina del Vaticano dedicada a estudiar las causas de los santos. Se refirió a Benedicto como “el Santo Padre” y afirmó que era un “santo”; también dijo: “Cuando no hay sol, solo hay bruma”.
Benedicto, que falleció el sábado a los 95 años, fue el principal líder e ideólogo conservador de la Iglesia no solo en sus años de papa, sino en las décadas anteriores y posteriores a su pontificado, concluido en 2013, cuando rompió sorpresivamente con la tradición eclesiástica y se convirtió en el primer papa en renunciar en casi 600 años. El papa Francisco, su sucesor, tiene una visión menos ortodoxa que enfurece a los conservadores, quienes lo acusan de haber causado confusión con medidas que echaron por tierra gran parte del legado de Benedicto, cuando despidió y canceló las facultades de algunos cardenales de alto rango en la época de Benedicto.
Francisco les dio instrucciones a sacerdotes y obispos de abrirles las puertas a los católicos divorciados y vueltos a casar, impuso restricciones a la misa en latín que adoran los tradicionalistas y comentó en referencia a un sacerdote del que se decía que era homosexual: “¿Quién soy yo para juzgar?”. Encima, se ha mostrado abierto a las uniones entre personas del mismo sexo y a la posibilidad de debatir sobre la ordenación de un número limitado de hombres casados como sacerdotes y le restó importancia a un posible cisma o rompimiento de la extrema derecha con Roma.
En todos estos casos, muchos tradicionalistas (y populistas políticos de derecha) invocaron el nombre de Benedicto como la verdadera autoridad moral de la Iglesia e intentaron involucrarlo en una guerra ideológica interna.
Ahora ya no está.
“Existe un vacío en el sector conservador”, explicó Benwen Lopez, de 43 años, seminarista conservador de Bombay, India, que cursa estudios en Roma y fue uno de los primeros dolientes en la fila para ingresar a la iglesia después de iniciadas oficialmente las visitas al cuerpo de Benedicto a las 9 de la mañana. “El Espíritu Santo llenará ese vacío y guiará a quienes se sienten perdidos”.
No son pocos. Los integrantes de la jerarquía católica en Estados Unidos, en su mayoría designados por Benedicto, todavía constituyen una fuerza dominante que no ha ocultado su oposición a Francisco en su antagonismo a líderes políticos católicos como el presidente Joe Biden y la expresidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi. El futuro de la Iglesia parece estar en el hemisferio sur, en especial en África y Asia, donde todavía prevalece el conservadurismo.
“Ya existía un vibrante movimiento conservador en el catolicismo mucho antes de la aparición de Joseph Ratzinger y seguirá existiendo ahora que Ratzinger se ha ido”, aseveró John Allen, experto en el Vaticano y fundador de Crux, un sitio web de noticias para el mundo católico. Allen afirmó que la responsabilidad de evitar que Benedicto se convierta en un punto controversial recaerá en su colaborador más cercano, el arzobispo Georg Gänswein.
El lunes, Gänswein, que les inspira mucha desconfianza a los aliados de Francisco, aceptó las condolencias de religiosas, sacerdotes, bomberos del Vaticano y otros fieles al lado del monumental baldaquino de bronce obra de Bernini.
A solo unos pasos yacía Benedicto, resguardado por miembros de la Guardia Suiza, con la cabeza reposada sobre almohadones carmesí y el rostro ceroso, casi irreconocible. Estaba revestido con una mitra blanca, una casulla roja y zapatos negros sencillos, pero sin el báculo plateado con el crucifijo o el palio, vestimenta que simboliza la autoridad papal.
“Nadie puede remplazarlo, pero su legado permanece”, dijo Paul Badde, de 74 años, católico alemán autor de la obra titulada “Benedict Up Close” que ha trabajado como corresponsal en Roma de EWTN, red de noticias católica conservadora de Estados Unidos.
“Era la representación por excelencia de Occidente”, señaló. “La era de Constantino, la era europea de la Iglesia, llega a su fin con él”. Entre 1981 y 2005, durante el pontificado de su predecesor y mentor, Juan Pablo II, Benedicto (que en ese entonces era el cardenal alemán Joseph Ratzinger) fue el poderoso guardián de la ortodoxia eclesial, que protegió en su cargo de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en el Vaticano. Sus críticos lo apodaron “el Rottweiler de Dios”.
Se dedicó a vigilar el cumplimiento de la doctrina, actuar como brújula conservadora y guerrero de la cultura, comprometido a evitar que la Iglesia cayera en las exageradas interpretaciones liberales de las reformas del Concilio Vaticano II en los años sesenta. Buscó reprimir el activismo social en la Iglesia por sospechar que tenía influencias marxistas. Les puso fin a los desacuerdos con teólogos más liberales y fue tajante en el tema de los homosexuales. Ayudó a promover clérigos hechos con su molde y el de Juan Pablo II.
Tras la muerte de Juan Pablo II en 2005, Benedicto pronunció un discurso emblemático contra la “dictadura del relativismo” ante el cónclave que elegiría al siguiente papa. El Colegio Cardenalicio lo seleccionó para continuar el legado de Juan Pablo II y, en esencia, alentar a la Iglesia a tomar medidas conservadoras de último recurso para resistir las crecientes fuerzas del secularismo.
Pero cuando se convirtió en papa y líder de los 1300 millones de católicos del mundo, el teólogo de voz callada pareció asumir una postura más apacible. Su primera encíclica se tituló “Dios es amor”.
En vez de draconiano, su pontificado fue complejo y por lo regular abrumador, con una crisis tras otra. Cuando Benedicto se retiró en un entorno de más escándalos internos en 2013, argumentando que no tenía la energía necesaria para hacer el trabajo, perdió la facultad de promulgar dogmas. No obstante, en un grupo pequeño pero poderoso de conservadores, muchos de los cuales execraron en secreto a Benedicto por colgar la toalla, mantuvo autoridad para ejercer influencia y validar sus puntos de vista.
Aunque Benedicto en general cumplió su compromiso de mantenerse “oculto del mundo”, los guerreros de la cultura en el Vaticano portaron su nombre como estandarte de batalla en las trincheras ideológicas. Algunas veces sintió frustración porque se usaba su nombre para socavar a su sucesor. En 2017 reprendió a los dirigentes conservadores y les advirtió que esa ira terminaría por mancillar su propio pontificado.
Pero en otras ocasiones, aprovechó su influencia (o algunos asistentes que escribían en su nombre lo hicieron) para intentar que la política de la Iglesia girara hacia la derecha.
Cuando Francisco pareció considerar eliminar las restricciones para designar a sacerdotes casados en zonas remotas, Benedicto defendió con firmeza las enseñanzas de la Iglesia sobre el celibato de los sacerdotes en un libro publicado en 2020. Los conservadores estuvieron encantados cuando Francisco finalmente rechazó la propuesta.
Ahora no hay nadie con esa influencia.
“Su muerte, en cierto sentido, representa una pérdida para el ala conservadora de la Iglesia”, opinó Sandro Magister, observador veterano del Vaticano en la revista L’Espresso. Magister indicó que los conservadores corren peligro especialmente porque no han entendido el matiz de la visión de Benedicto, con su peculiar apertura a la santidad, pero también a la razón y el pensamiento de la Ilustración.
Afirmó que el movimiento conservador es “muy débil” porque no cuenta con “figuras importantes capaces de darle dirección y llevarlo a la unidad”. El arzobispo de Washington, Donald Wuerl, besa el anillo del papa Benedicto XVI durante una misa en Washington, el 17 de abril de 2008. (Doug Mills/The New York Times)
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