Por The New York Times | Rory Smith
La tercera vez que se lesionó la rodilla, lo que quizás pudo ser el fin de su carrera, la reacción de Megan Rapinoe no fue más que un gesto de incomodidad y resignación. Se había roto el ligamento cruzado anterior (LCA). Podía recitar de memoria el calendario de recuperación. Podía ver con una claridad cristalina el periodo de nueve a doce meses que tenía por delante.
La cirugía, la meticulosa rehabilitación, las agotadoras semanas en el gimnasio, los ansiosos primeros pasos sobre el césped, el lento camino de regreso a lo que fue alguna vez. Cuando lo consideró en 2015, sintió algo más cercano a la exasperación que a la desesperación. “Pensé: ‘No tengo tiempo para esto’”, recordó.
La primera vez había sido distinta. Se había roto el LCA de la rodilla izquierda a los 21 años, cuando era una estrella revelación en su segundo año en la Universidad de Portland. En aquel entonces, sintió lo que ella describió como “el miedo”: la preocupación de que todo pudiera acabar antes de empezar.
Un año después, le había vuelto a pasar: el mismo ligamento, la misma rodilla, el mismo arduo camino de regreso. Sin embargo, eso no le impidió hacer todo lo que había soñado. Se hizo profesional. Formó parte de un equipo de estrellas. Representó a su país. Ganó una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Se mudó a Francia. Jugó dos Mundiales. Ganó uno de ellos.
Y, luego, durante una sesión de entrenamiento en Hawái en diciembre de 2015, meses después de su cumpleaños 30, volvió a ocurrir. Esta vez fue la rodilla derecha y su reacción fue distinta. “Cambió para mí cuando envejecí”, admitió. “Aquella fue como un gesto de exasperación. Es una molestia. Sé lo que me va a costar regresar’. Pero, en general, creo que existe ese miedo. ¿Va a ser esto el final? ¿Voy a poder regresar después de esto? ¿Me va a doler para siempre?".
Durante más o menos el último año, ese temor —y las dudas examinadoras que produce— ha recorrido el fútbol femenil. A veces, ha dado la impresión de que el deporte está bajo el yugo de una epidemia de lesiones del LCA, una tan generalizada que en un momento marginó a una cuarta parte de las candidatas al Balón de Oro del año pasado.
Alexia Putellas, la mediocampista española ganadora de ese premio y elegida por consenso como la mejor jugadora de su generación, se ha recuperado a tiempo para engalanar la Copa del Mundo, la principal justa del deporte. Sin embargo, muchas otras estrellas no irán. En cambio, pasarán el verano en casa, curándose de sus lesiones, maldiciendo su suerte.
La lista es larga. Catarina Macario, la delantera estadounidense, se rompió el LCA de la rodilla izquierda el año pasado y no pudo recuperar su buena condición física a tiempo. No estará presente en Australia y Nueva Zelanda. Tampoco estarán dos de las estrellas de la selección inglesa que espera destronar a Estados Unidos: la capitana del equipo, Leah Williamson, y su goleadora más productiva, Beth Mead, fueron víctimas de lesiones del LCA esta temporada.
La campeona olímpica, Canadá, perdió a Janine Beckie. Francia no ha podido recurrir a Marie-Antoinette Katoto ni a Delphine Cascarino. Los Países Bajos, selección finalista en 2019, no cuenta con la delantera Vivianne Miedema. La propia Miedema señaló que, tan solo esta temporada, casi 60 jugadoras de las cinco grandes ligas europeas se habían roto el LCA. “Es ridículo”, afirmó a inicios de este año. “Se debe hacer algo”.
No obstante, determinar con precisión qué se debe hacer es más complicado de lo que uno quisiera.
Desconocimiento
Por supuesto que las jugadoras que están soportando esas largas semanas de recuperación tienen miedo, pero no es el único tipo de miedo. En particular en Europa, en los últimos 12 meses, la escala dramática del problema —la cantidad de futbolistas que han quedado fulminadas a causa de roturas del LCA— ha detonado un contagio psicológico.
Varias asociaciones nacionales, así como las oficinas locales de FIFPro, el sindicato mundial de futbolistas, informaron de consultas hechas por jugadoras en activo —quienes habían visto a compañeras de equipo, oponentes o amigas condenadas a pasar meses en la banca— en busca de consuelo, solaz o incluso información básica.
“Las jugadoras piden que se investigue”, afirmó Alex Culvin, directora de estrategia e investigación en el fútbol femenil de FIFPro. “Hemos recibido muchos comentarios de jugadoras que afirman no sentirse seguras. Ya lo vimos la temporada pasada: a veces, las futbolistas no se barrían como siempre porque les preocupaba lesionarse”.
Según Culvin, el problema es que no hay suficiente investigación para darles respuestas claras a las jugadoras. La UEFA, el órgano rector del fútbol europeo, ha realizado un estudio de vigilancia de lesiones en el fútbol varonil durante más de dos décadas. El equivalente femenil empezó a operar desde hace cinco años. “Esa falta de conocimiento genera miedo”, aseguró Culvin.
Es un hecho demostrado que las mujeres corren más riesgo de sufrir una lesión del LCA que los hombres. Sin embargo, no está claro cuánto más. Martin Hagglund, profesor de Fisioterapia de la Universidad de Linkoping en Suecia, determina que el riesgo es “dos o tres veces mayor, con base en una revisión sistemática de estudios”. Culvin tiene una cifra un poco más alta: según algunos estudios, señaló que el riesgo para las mujeres podría ser “seis o siete” veces mayor que para los hombres. “Hay un rango real”, comentó.
La cuestión de por qué puede ser así es todavía más controvertida. Tradicionalmente, la mayor parte de la investigación se ha enfocado en la biología. “Hay diferencias anatómicas evidentes” entre las rodillas de los hombres y las mujeres, afirmó Hagglund. De hecho, no solo en las rodillas… sino en toda la pierna. Algunos estudios han sugerido que el LCA de las mujeres es más pequeño. Hay diferencias en las caderas, la pelvis, la ingeniería del pie. No obstante, como señaló un artículo publicado en British Journal of Sports Medicine en septiembre de 2021, el instinto de enfocarse en exclusiva en explicaciones fisiológicas está arraigado y sirve para reforzar el estereotipo misógino de que “la participación de las mujeres en el deporte es peligrosa debido principalmente a la biología femenina”.
En opinión de Hagglund, también se corre el riesgo de hacerse de la vista gorda ante un sinfín de otros problemas que pueden haber contribuido a privar al Mundial de tantas de sus luces más brillantes este mes. “El foco en las diferencias anatómicas significa que hemos dejado de lado las otras partes, los factores extrínsecos”, mencionó. Resulta que aquellos son los que podrían abordarse, de modo factible. La medida adecuada
Laura Youngson siempre se sorprende, incluso ahora, de la cantidad de jugadoras con las que se encuentra que se han convencido a sí mismas de que los tachones de fútbol están diseñados para ser incómodos. “Esa es la percepción”, señaló. “Se supone que sientan así y que las mujeres, en particular, tan solo deben aguantarse. En realidad, no están diseñados para ser así”. Durante mucho tiempo, como todo el mundo, Youngson se limitó a aceptar que sus zapatos de fútbol nunca parecían quedarle del todo bien. Entonces, después de organizar un partido de beneficencia en el monte Kilimanjaro en 2017, se dio cuenta de que no era la única. Incluso las jugadoras profesionales en el viaje tenían la misma queja. Vio una oportunidad —tanto comercial como moral— de corregirlo.
Desde entonces, la empresa que fundó, Ida Sports, ha realizado una investigación exhaustiva para fabricar los primeros tachones de fútbol personalizados para mujeres. Descubrieron que las mujeres tendían a tener los talones más estrechos, las zonas de los dedos más anchas y los arcos más altos. (También es más probable que sus pies cambien en comparación con los hombres, sobre todo durante y después del embarazo). Esto significa que “interactúan de manera distinta con el suelo”, algo que Ida Sports ha intentado remediar rediseñando la suela de los zapatos que fabrica.
También hay evidencias suficientes que sugieren que la forma y la estructura de los pies de las mujeres pueden hacerlas más susceptibles a las lesiones, tanto crónicas como agudas, incluidas las roturas del LCA. Youngson no afirma tener una solución milagrosa para la epidemia de las lesiones de rodilla ni cree que unos zapatos que les queden mejor vaya a acabar con el problema por sí solo.
“Pero sin duda hay una oportunidad de seguir investigando”, aseguró. “Se está haciendo un gran trabajo en el estudio de las hormonas, el comportamiento y otras cosas. Conocemos los tachones y las superficies. En definitiva, podríamos dar recomendaciones. La pregunta sería: ¿cómo mantener a más jugadoras sobre el terreno de juego? Aunque sea una ganancia del uno por ciento, vale la pena”. Vivianne Miedema. La Copa Mundial Femenina se está quedando sin algunas de las principales estrellas del deporte debido a una epidemia de lesiones de rodilla. Nadie sabe a ciencia cierta por qué está ocurriendo ni cómo solucionarlo. (Madison Ketcham/The New York Times) Leah Williamson. La Copa Mundial Femenina se está quedando sin algunas de las principales estrellas del deporte debido a una epidemia de lesiones de rodilla. Nadie sabe a ciencia cierta por qué está ocurriendo ni cómo solucionarlo. (Madison Ketcham/The New York Times)
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