Por Gerardo Carrasco
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Desde setiembre de 2014 y hasta el próximo domingo, el mundo ha venido conmemorando los centenarios de diversos episodios de la Primera Guerra Mundial, un conflicto terrible que marcaría a fuego el rumbo de la humanidad en el siglo XX.
En Montevideo Portal hemos compartido informes sobre algunos episodios y personajes curiosos u olvidados de ese conflicto. Como la asombrosa toma del Fuerte Douamont, el rol del deportista Roland Garros en la guerra aérea, o la desesperada resistencia del Batallón Perdido.
En esta ocasión se repasará brevemente el uso de un arma que no suele ser mencionada por la literatura bélica ni por los documentales acerca de la Gran Guerra: las flechettes
Primeros pasos de la guerra en el aire
Los primeros ataques aire - tierra que registra la historia ocurrieron en 1848, cuando el imperio austríaco lanzó sobre Venecia globos aerostáticos dotados de bombas de relojería. Curiosamente, estos dispositivos fracasaron y triunfaron al mismo tiempo: las bombas no causaban una destrucción significativa, pero los globos se incendiaban sobre los tejados cuando los defensores los derribaban, provocando más daños que las explosiones. Sin embargo, el estado mayor imperial discontinuó su uso, una medida achacada en parte a los celos y envidias de los generales del cuerpo de artillería, quienes veían el ataque con globos como algo poco serio o "competencia desleal".
En 1903 aparece en escena el aeroplano, y en 1911 se produce el primer bombardeo desde un avión. El registro da cuenta de que un aviador italiano arrojó a mano unas cuatro bombas pequeñas sobre un campamento en Libia, en el marco de la Guerra Ítalo Turca. El piloto no pudo quedarse a comprobar los efectos de su ataque, pero no fueron gran cosa: no hubo muertos, sólo un par de heridos leves.
Alas sobre Europa
La Primera Guerra Mundial significaría una revolución para la tecnología aeronáutica. Si bien los altos mandos militares miraban con recelo y desdén a los primitivos aviones, estos demostraron rápidamente el crucial papel que estaban llamados a jugar.
En 1914, durante la Batalla del Marne, la información recabada desde un aeroplano impidió que el ejército alemán flanqueara a las tropas británicas e hizo que estas cambiaran de estrategia. Como resultado, los germanos debieron suspender sus pretensiones de marchar sobre París y obtener una victoria rápida. Se retiraron al norte y se atrincheraron, dando así inicio a un sangriento empate que duraría cuatro años más.
Los mismos alemanes tuvieron por esas mismas fechas oportunidad de beneficiarse de los "ojos en el cielo". Sus aeroplanos de observación tuvieron decisiva incidencia en la batalla de Tannenberg, donde se frenó la ofensiva rusa en la Prusia Oriental.
Pronto los aviones dejarían de ser meros observadores, incorporando armas que les permitirían derribar a los aparatos enemigos y también atacar tierra. Nadie ignora los mortales efectos de las ametralladoras y las bombas, pero pocos recuerdan a las flechettes.
Los dardos celestiales
Tenían el tamaño de un lápiz y una capacidad de penetración diez veces mayor a la de una flecha lanzada con arco. Estas flechas o flechettes, como los llamaron sus inventores franceses, llegaron a ser muy temidas por sus enemigos. Su imprecisión era grande y sólo surtían efecto porque se arrojaban en masa, pero tenían la capacidad de transformar en cuestión de segundos a un hombre en un sanguinolento alfiletero. Un espectáculo poco agradable para sus compañeros.
Según informa The Vintage News, estas saetas comenzaron a emplearse en 1915, cuando los aeroplanos no habían incorporado todavía armamento de forma sistemática. Hace falta recordar que la instalación de ametralladoras en las aeronaves no fue cosa sencilla, tal como lo detalláramos en este artículo.
A primera vista, las flechettes no se diferencian gran cosa de un dardo común, con aletas en la parte posterior y un extremo punzante. Sin embargo, su diseño aerodinámico aseguraba una gran aceleración en el aire y una caída siempre de punta hacia abajo. Eran capaces de perforar un casco y el cráneo de la persona que lo usaba, así como de atravesar techos livianos y carrocerías de automóviles.
Estas armas se empacaban en cajas de capacidad variable. Las más pequeñas cargaban 20 y las más grandes 500. El recipiente se colocaba sobre un agujero practicado previamente en el suelo del avión, y cuando el piloto tiraba de un cordel atado a la tapa, una mortal lluvia de acero se descargaba sobre quienes estaban abajo.
Dependiendo de la velocidad del avión, las flechas podían caer de forma concentrada o dispersa, y era el piloto quien manejaba estas variables, en función de la cantidad y posición de los enemigos que tenía bajo su aeroplano. Existen versiones acerca de un piloto francés que habría arrojado 18.000 dardos sobre sus enemigos en una sola incursión, pero se trata de un hecho no documentado.
Con estas armas ocurrió algo que fue una constante durante la guerra: copiarle al otro. Pronto los británicos y alemanes adoptaron el mismo sistema, estos últimos con un siniestro humor: las flechettes germanas llevaban grabada la siguiente inscripción: "invento francés, fabricación alemana". El texto estaba en el idioma de sus enemigos, para que les quedara bien claro que se les estaba dando de su propia medicina.
Si bien se usaron de forma bastante extendida en las primeras fases de la guerra, las flechettes fueron luego dejadas de lado por sistemas más efectivos, como las bombas o las ráfagas de ametralladora.
Las flechettes cayeron rápidamente en el olvido y hoy son pieza de museo, pese a que fueron empleadas minoritariamente por la fuerza aérea de EEUU en las guerras de Corea y Vietnam.
Por Gerardo Carrasco
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