Por Martín Otheguy
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Ese hombre, llamado Elwyn Brooks White, lo plasmó en un cuento llamado ''La supremacía de Uruguay", una obra que logró suficiente notoriedad como para ser incluido en antologías de escritores como Ray Bradbury o Damon Knight. Aunque los años pasaron y el mundo real no quiso obedecer a la ficción, ustedes pueden ejercitar la fantasía leyendo el relato original al final de esta nota.
Escena uno: Veloces y fulgurantes aeroplanos cruzan los cielos. Como un enjambre metálico, los aviones de la Fuerza Áerea Uruguaya, provistos de un secreto militar único y preciado, surcan el aire diseminando su arma secreta. Uno por uno, los pueblos caen indefensos, piezas derribadas de un dominó estratégico.
Escena dos: Establecida de esta forma la supremacía miltar uruguaya, comienza la asimilación cultural. El mundo entero absorbe las pautas de la ideologia dominante. Uruguay dicta el ritmo del status quo reinante. Pueblos de la Polinesia se hacen adictos al dulce de leche, el mate se convierte en el emblema nacional de Lituania, cadenas de chiviterías se abren en los Estados Unidos desplazando a McDonalds y la población de la India bate récords mundiales de consumo de carne vacuna. La victoria es aplastante, pero aparente. A la larga, la auto complacencia conduce al olvido y demuestra que los imperios no duran para siempre.
La licencia poética que nos tomamos en el resumen de los párrafos anteriores no obedece con exactitud a los sueños literarios de Elwyn Brooks White, el hombre que imaginó un mundo a los pies de Uruguay, aunque no difiere mucho en su búsqueda del absurdo. La versión original, por lo pronto, es casi tan intrigante y psicodélica.
Encantado, Sr. White
E. B. White fue un escritor y humorista muy reconocido en su país natal, admirado hasta la idolatría por personajes como Groucho Marx. Como ejemplo baste mencionar uno de sus cuentos infantiles más populares, llevado al cine en dos oportunidades: "Stuart Little".
Si bien "La supremacía de Uruguay" es un ejercicio literario completamente distinto, no resulta por ello menos fantástico: cada uno decidirá si es más coherente creer en un ratón que habla y va a la escuela o en su visión de uruguayos megalómanos conquistando el planeta.
Supo ser repartidor de hielo, reportero del frente de batalla y publicista hasta llegar a colaborar con el diario "The New Yorker", donde se publicó por primera vez el cuento que nos ocupa. En este medio, White desarrolló las preocupaciones que se perciben en el relato que protagoniza nuestra nación: su miedo a la guerra y a los fenómenos irracionales, su afán por las soluciones pacíficas, el internacionalismo, el humor y su ciclotímica alternancia entre la desilusión y la esperanza en el ser humano. Fue un escritor que abogaba por la paz y sufrió la conmoción de dos guerras mundiales.
Uruguayos campeones de América y el mundo
"La Supremacía de Uruguay" fue publicado por primera vez en "The New Yorker" el 25 de noviembre de 1933. El autor lo incluiría en su colección de cuentos titulada "Quo Vadimus?", de 1939 y sería reeditado luego por Ray Bradbury en "Timeless Stories For Today and Tomorrow" (Historias sin Edad del Hoy y el Mañana), en 1952.
Las ediciones en español de la obra de White son prácticamente inexistentes; no se conocen publicaciones en nuestro idioma de los dos libros mencionados ni del cuento en cuestión, cuya versión en castellano ofrecemos aquí.
El relato, a pesar de haber formado parte de más de una antología, está muy por debajo de lo mejor de la producción literaria de White, posible razón de las dificultades para hallar reediciones del mismo.
¿Por qué la supremacía de Uruguay y no la de Estados Unidos, Inglaterra, Francia o cualquier otra potencia? Porque la clave del relato está en sus permanentes guiños humorísticos, el primero de los cuales es la elección del país.
Podría haber sido Tuvalu, Kiribati o las Islas Feroe; lo que pretende White es -mediante el recurso de elegir un país extraño a la cultura norteamericana (e insignificante para ella)-, hacer más efectiva su alegoría aleccionadora sobre la locura humana y su instinto de auto-destrucción.
Lo que impacta es el ejercicio fantástico de ubicar como dominador mundial al último país del que uno espera tal cosa. Debe tenerse en cuenta también la época (1933) en que fue escrito: a White probablemente le gustó la idea de ver a un minúsculo país humillando a las grandes potencias que una vez habían arrastrado al mundo a un conflicto global y que continuaban aumentando su presupuesto bélico.
Más allá de los permanentes guiños de White, imaginar a Uruguay conquistando el planeta con una armada inexistente, con sus tropas reptando por el edificio de la RKO en Nueva York y su flota aérea recorriendo el horizonte conocido es probablemente el chiste más efectivo de todo el relato.
En una época en que los recuerdos de la Gran Guerra estaban frescos y la situación política global había entrado en fase de tensión nuevamente, el cuento demuestra un par de aciertos de anticipación: hay alusiones a la carrera armamentista de los países y a la persecución de los judíos en Alemania. La fecha de reimpresión del relato por parte del escritor no es casual; 1939, cuando los vaticinios de White resultaron acertados, el año en que comenzó la Segunda Guerra Mundial.
Uruguay 1 - Lituania 0
Hay muchos aspectos de la narración que despiertan la curiosidad por ser caricaturescos e inverosímiles. Por ejemplo, ¿a qué viene mencionar a Lituania como el pueblo que Uruguay más detestaba? ¿A qué extraño mecanismo mental de White obedece la inclusión de un país tan extraño para nosotros como Uruguay para los Estados Unidos?
No parece haber motivos en la vida real ni a lo largo de la historia, y tampoco hay pistas en el cuento que justifiquen los instintos asesinos que despierta en los uruguayos la simple visión de un ciudadano lituano. Otro ejemplo es el dispositivo del que hace uso Uruguay para conquistar la Tierra (leer cuento al final de la nota). La ridiculez del mismo no deja de ser otra muestra de humor de White; a él realmente no le importa cuál es la invención ni le interesa dar credibilidad científica a su pequeña historia. Se halla dispuesto a sacrificar la veracidad del relato en favor del argumento que desea transmitir.
A Elwyn seguramente le sedujo el toque absurdo de una humanidad que queda repentinamente idiotizada por las cadencias amplificadas de una canción de amor. Es difícil, aunque resulte pueril, no otorgar una carga simbólica a este suceso: el odio de los pueblos se cura, en cierta forma, a través del amor, por más idiota que éste resulte en la descripción. Pueblos enteros quedan sedados por los efectos narcotizadores de una canción de amor, como si formaran parte de un enorme paraíso hippie, lo que no deja de tener una faceta divertida.
El invento puede ser visto también como un "tour de force" del autor para crear situaciones disparatadas: el humorista que hay en White no puede evitar pensar en las situaciones grotescas ocasionadas por las palabras de la canción en cuestión.
La conjura de los necios
En "La supremacía de Uruguay" hay otra clave importante en el recurso del cinismo por parte del autor. Los pueblos, que a causa de este invento criollo perdieron los sentidos, son "idiotas" y "locos" a partir del momento en el que viven "satisfechos en un paraíso de tontos" y cuando la Tierra comienza a ser "generosa", con "paz y plenitud".
La inversión de conceptos entre lo que es la aparente locura y cordura es utilizado como mecanismo irónico. Cuando muchos años después el hombre recupera sus sentidos plenamente humanos se halla listo entonces para la destrucción y la matanza, para volver a ser lo que ha sido siempre en realidad.
Con este retorno a la cordura el mundo deja de funcionar al revés: el ser humano repite los errores de los que no aprenderá, las potencias vuelven a dominar el panorama mundial y se rearman, Uruguay vuelve a ser un país pequeño e insignificante que es arrasado sin pena ni gloria y con ninguna participación de importancia en el conflicto.
Cuánto conocía en realidad E.B. White de nuestro país es algo que sus biógrafos nunca podrán contarnos. Sea cual sea la respuesta a esta pregunta no cambia la siguiente percepción: resulta de lo más refrescante y edificante tener la oportunidad de ver a Uruguay como potencia mundial, aunque sea a través de la ficción literaria.
Ver a nuestro país comandando los destinos de la Tierra resulta un ejercicio intelectual de lo más arduo, pero no debemos pensar que es solo un fantasioso logro de humorismo literario. Al fin de cuentas, si White hubiera sido un fanático del fútbol no estaría tan equivocado: por aquella época aún éramos los campeones del mundo.
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Por Martín Otheguy
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