Montevideo Portal | Pablo Méndez
@pablomendezmvd
La primera vez que salió del juzgado, acusó una intriga política en su contra; al no ser tomado en cuenta por la prensa, cortó por lo sano para su segunda declaración:
- Farías, diga algo
- Algo.
Con 21 años, recientemente cumplidos en la cárcel de Rincón del Indio, en Colonia, Farías empieza a mirar para atrás. Evalúa costos y beneficios, busca espacio entre arrepentimientos y reivindicaciones, se pone a pensar en el futuro y trata, aunque no sea sencillo, de ir más allá de la gracia. A veces lo logra y a veces no. Será porque en algún rincón de la boca lleva guardada esa sonrisa que todos alguna vez lucimos en secundaria.
Lo que sigue es un resumen del testimonio que Farías brindó desde la cárcel a Montevideo Portal.
"Mi contacto con la medicina empieza en el Hospital de Rosario, con una médica amiga a la que le hacía consultas para Biología del liceo. Casi todas las guardias que ella realizaba en el Hospital, yo me quedaba y allí veíamos cosas de medicina juntos. Tenía 13 o 14 años, buscaba información en libros, hablaba con médicos conocidos... siempre me interesó más la medicina que otra cosa.
Conocí al magíster Mario González Overa cuando ingresé como promotor de Salud del Ministerio, a través de la Secretaria de Juventud de la Intendencia de Colonia. Allí recorríamos liceos y clubes barriales dando charlas informativas. Me acuerdo de una de ellas: 'Maternidad y Paternidad Elegida'.
La idea de hacerme pasar por médico surgió por algo muy circunstancial. Una de las tantas mañanas en el Ministerio de Salud Pública necesitaba hacer una llamada al Interior. Como en la oficina de Promoción no había salida a cero, me dijeron que tenía que ir a planta baja y pedir la llamada en la central. Al llegar a la cabina, conocí a Mary Monteiro en aquel entonces: la telefonista.
En una charla que tuvimos, ella me dejó sus datos para que fuera a buscar material informativo sobre salud, porque además de funcionaria del Ministerio, era auxiliar de autopsia. Tenía unos 40 años y estaba muy vinculada laboralmente; me pareció un buen contacto y decidí llamarla.
Nos encontramos una noche, en la parada de ómnibus de Colonia y Eduardo Acevedo y fuimos hasta su casa... eso fue a finales de 2005. Allí nació la posibilidad de hacerme pasar por medico ante el Hospital de Bella Unión, donde ella era oriunda.
Mary vivía con su hija que era enfermera del Pereira Rossell y con su hijo, un cabo, creo que del Batallón de Comunicaciones. Tomamos unos mates en la cocina; ella me hablaba de lo que había hecho en Bella Unión y yo de lo que había hecho en Colonia. Teníamos muchas cosas en común, sobre todo en cuanto a proyectos de información en salud y labor comunitaria.
En una de las visitas, me contó que conocía a un médico venezolano que había estudiado en Cuba, el Dr. Gabriel Ihlenfeld y me invitó a participar de un proyecto social en Bella Unión, bajo el nombre de ese medico. (N.deR.: Gabriel Farías ya había señalado a Mary Monteiro como su cómplice en anteriores declaraciones a la prensa. Monteiro lo niega)
Estuve dos meses conversando sobre el tema y ella me decía que no habría problemas. Se trataba de un proyecto para conseguir una ambulancia para el Hospital de Bella Unión. El fin justificaba el detalle de que yo me tuviera que presentar como médico. Yo le preguntaba por qué no otras personas, por qué no presentarnos como "los nadie" que éramos y llevar igual el proyecto, ya que además el fin no era obtener ningún beneficio económico.
Ella me mostró papeles de las gestiones que estaba realizando para conseguir esa ambulancia. Mary había tenido contactos con la Embajada de Venezuela y con la Asociación de Médicos Sin Fronteras para ver si a través de una donación de Naciones Unidas se la podía conseguir. A mí me interesaba mucho lograr una donación de tal tamaño. Los gobiernos anteriores no habían hecho nada. Primero destinaron una ambulancia para el Hospital de Bella Unión, después la sacaron para otro hospital porque no era necesaria, y la mortalidad infantil crecía. Si había un lugar para llevar una ambulancia era Bella Unión. Entonces el nombre de Ihlenfeld se planteó como una mentira piadosa; si se hubiera realmente logrado la ambulancia en ningún momento me arrepentiría de hacerme pasar por médico. Si el objetivo real era conseguir la ambulancia a expensas de imponerse un título que uno no tenía, era justificable hacerlo.
Nunca tuve ningún papel que dijera que era Ihlenfeld, solamente unas cartas de recomendación que Mary me había hecho. Jamás se me solicitó ninguna documentación.
El primer viaje
En enero de 2006, con 19 años, viajé en ómnibus a Bella Unión como el médico Gabriel Ihlenfeld para hacer un relevamiento de cuáles eran las necesidades de la localidad. El viaje se hizo largo, estaba solo y muy nervioso, pero cuando llegué vi que las autoridades de Bella Unión me recibían como si me conocieran desde siempre, venía presentado por Mary y me sentí tan cómodo que dejé de estar nervioso durante los dos días que estuve allí. Para mí era yo, Gabriel Farías, haciendo trabajo de voluntariado como siempre... como nadie me llamaba por el nombre del médico, por momentos me olvidaba que era 'el médico'.
Al llegar, conocí a la Dra. María Elena Curbelo y al Dr. Gerardo Aires, director del Hospital de Bella Unión, que además de la cena y el almuerzo dispuso un lugar especial en el cuarto médico para que durmiera esa noche.
No estuve mucho tiempo en el hospital porque el objetivo era hacer un relevamiento y ayudar a descentralizar los lugares de atención en Bella Unión. No tenía miedo de tener que atender a un paciente, porque me hubiera negado a hacerlo.
La Dra. Curbelo tiene un carisma impresionante, logramos una muy buena relación. En ese tiempo, en el que trabajamos 16 horas cada día recorriendo varios lugares de la zona se generó un cariño mutuo. Curbelo tiene una obra impresionante que mucha gente no conoce o no apoya. Después de las recorridas con Curbelo, salí a dar unas vueltas con los familiares de Monteiro, que sabían que yo no era médico, pero no me decían nada, eran muy buena gente y no me plantearon ningún inconveniente.
Yo no conocía Bella Unión y me fui con la sensación de que tiene buena cobertura de salud, pero una carencia de atención social integrada a la salud, mucha gente que desconocía la prevención. Entonces se empezó a cranear una campaña de información. Curbelo llegó a Bella Unión con el índice más alto de mortalidad infantil. Había que elegir entre salvar o educar, entonces la parte de educación quedó en el debe.
Al subir al ómnibus para volver me sentí muy bien, sentía que ese era el proyecto más grande, y pensé que iba a ser posible que dentro de poco tiempo la gente contara con información y con una ambulancia. Yo conocía la realidad por la tele o por las noticias, pero no la había vivido tan de cerca. La gente de Bella Unión es muy buena, te abre las puertas de su casa de corazón y lo poco que tienen te lo ofrecen. No existe ninguna atracción turística pero es una ciudad que todo el mundo debería visitar.
El tema del Dr. Ihlenfeld me seguía generando desconfianza, porque nunca entendí por qué había que hacerse pasar por médico para hacer el proyecto. Durante el viaje de vuelta, yo decía, 'ta, esta vez zafé'. Nadie me preguntó nada porque habían hablado con Mary de que yo era 'fulanito de tal'. Si en algún momento alguien me pedía el título yo les iba a contar cómo eran las cosas, con la esperanza que me entendieran... yo no era más que un instrumento para lograr un proyecto bueno y la persona que me había presentado entendía que era el mejor método para lograr el objetivo.
Llegué a Montevideo a las cinco de mañana, me bajé en Plaza Cuba y me fui a mi casa en la calle Castro, cerca del liceo militar. Dormí toda la mañana y a la tarde me reencontré con Mary que ya sabía cómo me había ido porque desde Bella Unión la habían llamado para comentarle lo bien que les había caído.
Mary me preguntó por sus familiares de allá: un hermano vive en el pueblo de Cainsa y el otro en Bella Unión, que fue el que me sacó a pasear.
El sueño de volar
Un mes después, Mary sacó la licencia del Ministerio de Salud Pública y viajamos juntos a Bella Unión en auto, pero de paseo. Nos quedamos unos tres o cuatros días en su casa de Cainsa, porque yo había pedido unos días libres en mi trabajo como administrativo en Montevideo. Fuimos con su familia a pescar, a bañarnos a los arroyos por ahí cerca, haciendo vida de turista. Después yo me volví en ómnibus con su hija porque ella también tenía que reintegrarse de su licencia y Mary se quedó para ir hasta Santana do Livramento, porque debía ir a pagar unos tributos de unas propiedades que tenía en Brasil.
En la mañana del viernes 24 de febrero, Mary viajó con su yerno en su auto personal, un Daewoo Tico con chapa de lisiado porque ella tenía problemas en las manos y en un ojo. Ella venía manejando por la ruta que va de Artigas a Bella Unión y frente a Tomás Gomensoro, por una imperfección en el pavimento que no estaba señalizada, se revienta una cubierta del tren delantero y el auto da ocho vueltas sobre su eje, con Mary y su yerno adentro.
Fue un accidente gravísimo. A ella la internan en grave estado en el Hospital de Salto, con un cuadro de hemoneumotórax con volet costal izquierda con riesgo inminente de vida. Yo me entero a la tarde, porque me llama la hija de Mary desesperada, diciéndome que se estaba yendo en un Chadre a Salto porque la madre se estaba muriendo. Me pidió que por favor hiciera las coordinaciones en Montevideo porque ellos iban a estar más tranquilos si estuviera internada en Montevideo.
Yo llamé a la coordinadora de CTI del Hospital Filtro, que es la que coordina todos los CTI del país para ver si la podían trasladar y me dijeron que se iba a disponer una ambulancia con médico y chofer para buscar a Mary. Llamé como el Dr. Ihlenfeld... pensé que si no me presentaba como médico nadie me iba a dar pelota y esa mujer se iba a morir allá y me iba a quedar el cargo de conciencia por no haber hecho nada. Como ella era muy conocida iba a ser secundario el nombre del médico que se presentara, más teniendo en cuenta la gravedad del accidente. Me fui a las cuatro de la mañana al Hospital Filtro para partir en ambulancia a Salto. Cuando hablo con el médico que estaba a cargo en Salto, el Dr. Campos, que era el jefe del CTI, me dice que él no recomienda el traslado en ambulancia por el tiempo y las condiciones respiratorias de Mary. Ahí es que yo pienso en hacer un traslado aéreo: se lo planteo al doctor, me dice que podría ser factible y comienzo a hacer las llamadas a Fuerza Aérea para ver si ellos estaban dispuestos a colaborar en el traslado.
Llamé a Fuerza Aérea y hablé con el Teniente Falco que me dijo que en principio no habría ningún tipo de problemas y me derivó al médico encargado de traslados aéreos, que estaba en su domicilio. Cuando ese médico me llama, lo pongo en contacto con el Dr. Campos de Salto para que entre ellos se pusieran de acuerdo con las condiciones del traslado. Al rato me comunican que a las 13.00 hs. desde la Base Aérea Nº 1 iba a partir el avión en la misión sanitaria. Me dijeron que me tenía que presentar con el equipamiento, y ellos disponían de un médico y un enfermero.
En el Filtro conseguí un respirador portátil, un cardiodesfibrilador, monitor cardíaco, tres tubos de oxígeno y medicación de sedación: eso quedó todo inventariado, casi todo el Hospital del Filtro estaba en conocimiento y habían autorizado que se proporcionaran todos los medios que fueran necesarios para que Mary Monteiro fue trasladada en buenas condiciones a Montevideo.
Yo estaba al frente del operativo y no tuve ninguna discusión con nadie. Era domingo y las autoridades del hospital no estaban, el contacto para la autorización había sido telefónico y telefónicamente los directores habían dicho: "proporciónenle a este doctor todo lo que sea necesarios y si hay que conseguir en otros hospitales está la vía libre para hacerlo, porque el traslado de esta persona tiene que ser exitoso". Por eso había un montón de gente atrás siguiendo mis pasos para que yo en el menor tiempo posible consiguiera lo necesario.
Trasladamos el equipamiento en una ambulancia hasta el aeropuerto de Carrasco. Yo me transformé en pasajero del avión porque las personas de Fuerza Aérea me decían que sería muy conveniente que viajara en el traslado y no me opuse en ningún momento porque consideré que no me iba a comprometer. En el avión iría un médico como compañía para Mary y para hacerme cargo del material que yo había pedido.
La entrada en el aeropuerto fue insólita, la guardia de la base militar paró la ambulancia y solicitó el documento del chofer, del acompañante del chofer que era un funcionario del Hospital y a mí me dicen: "¿Usted es el doctor que viene para la misión sanitaria?"
"Sí", les contesto.
Milagrosamente no me piden documentos. Entramos con la ambulancia, escoltados por un soldado que nos llevó hasta el lado del hangar, donde estaba el avión dispuesto a despegar. Sólo por el hecho de haber sido el médico no se me pidió documentación alguna, para ingresar a una base militar que supuestamente tiene ciertos dispositivos de seguridad.
Al llegar junto al avión, vi a la tripulación formada al rayo del sol, los capitanes me saludaban y uno me dijo que hacía rato que me estaban esperando. El médico me saludó, ingresé al avión y armamos todo el material. Fue una experiencia realmente nueva. No sé qué tantos médicos titulados alguna vez hicieron un traslado aéreo en su vida. Imagínense lo que sería para mí, que no era médico. En cuestión de dos horas ya había coordinado todo el traslado aéreo. Una coordinación así debería hacerse en cualquier momento, para cualquier paciente. El Ministerio de Salud Pública debería pedir ese tipo de traslados para que mucha más gente tenga oportunidad de salvar su vida.
El avión tenía unos asientos de tela en los costados y un cinturón de seguridad. Casi no tenía nada, excepto la camilla y el instrumental que habíamos dispuesto para ello. El viaje duró una hora, íbamos mirando las nubes y sacando fotos con el otro doctor desde nuestros celulares. Cuando pasamos por encima del Río Negro, veo que se levanta el mecánico del avión, del asiento que está entre piloto y copiloto y me llama para que vaya a ese asiento. Voy hasta la cabina del avión, me pongo un aparato para hablar con ellos, me explican cómo hacer para usarlo y empezamos a charlar de todo un poco. Estar al lado de los comandantes de una nave importante como ésa y poder ver cómo funcionaban los radares fue una experiencia inolvidable. Me acuerdo que íbamos por encima de las nubes, debajo de Young y lo estaba mostrando el GPS".
Esta es la primera entrega del testimonio de Farías. La segunda parte se publicará la próxima semana.
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