Leo Bolivia Construcciones, una novela de Bruno Morales, aunque en realidad la escribió el argentino Sergio Di Nucci. Un boliviano joven llega a Buenos Aires y aprende a sobrevivir sin dinero, sin cultura, sin conocimientos y sin documentos -apenas llega se los roban para intentar vendérselos-. El choque de dos civilizaciones, de dos culturas, de dos mundos tan cercanos y al mismo tiempo tan distantes, se muestra como con mucho humor, mucho realismo color bronce, poco drama barato y teleteatral. Cuando un universitario inútil, un nene bien amante del free-jazz, se cruza con dos bolivianitos devotos de la cumbia, queda claro que viven en dos galaxias diferentes. El estudiante porteño les dice: "Yo en verano agito una murga que lucha por los derechos de los inmigrantes y de todos los trabajadores. Justo en un rato me tengo que ir a una reunión en la facultad con mi novia. Qué huevos tienen los bolivianos. Quemar a un alcalde. Así tendríamos que hacer nosotros con los corruptos. Basta de boludos. ¡Justicia popular, carajo! Ahora me voy a tirar un rato antes de la reunión, viejo". Concluye el boliviano constructor: "Cuando nos fuimos, a las siete y media de la tarde, Ernesto seguía durmiendo".
(Bolivia Construcciones ganó el Premio de Novela La Nación-Sudamericana 2006)
Miro Dossier. Nada más y nada menos que una revista cultural uruguaya que pretende -y logra- conjugar profundidad y popularidad, análisis serio con crítica que sea útil para los lectores, escritura ágil y entretenida con enfoques nuevos y miradas diferentes. Una publicación cultural en la que el contenido no esté divorciado de la forma -el diseño de Fernando Alvarez Cozzi es ágil y moderno, la impresión es excelente, las ilustraciones son grandes y abundantes. El director es Fernando Cativelli y el editor general Eduardo Roland. Y el elenco de colaboradores es un lujo: entre otros, escriben Mariano Arana, Alvaro Buela, René Fuentes Gómez, Gustavo Laborde, Angel Kalenberg, Sara Nieto, Emma Sanguinetti, Juan Eduardo Varese, Mercedes Vigil y Rodolfo Fuentes.
(Es bimestral y hay que suscribirse. Por seis meses vale 700 pesos, y por un año 1200. Hay que escribir a [email protected])
Disfruto que haya marchado Javier Rojas en Bailando por un sueño. Confirmo que los uruguayos somos mucho más nacionalistas, chauvinistas, racistas, discriminadores y patoteros que solidarios. Con la guita de los 200.000 SMS que mandaron para que el tipo siguiera en el programa, Un techo para Uruguay podría haber construído cuarenta de esas casas que hace. Pero no: preferimos el jueguito, la jodita, el culo de la Carrozo, Sofovich, Rial, Maradona. Por lo menos ya va siendo momento de asumir que nuestra cultura está a la altura de Tinelli. Va siendo hora de tirar a la mierda el falso sentimiento de que somos mejores y mejor educados que los argentinos.
(Ya vamos a encontrar otro pretexto, mediático, deportivo, celulósico, para volver a joder con eso de que somos mejores que los porteños. La próxima pelea de Claudia Fernández, de repente, ¿no?)
Espero que Omar Gutiérrez se recupere. Aprendí a valorar a Omar después que empecé a trabajar en la televisión. Antes, cuando nadie me conocía y era yo el que podía criticarlos a todos, me creía un crack, un fenómeno, el number one. Pero viéndolos de cerca, entendiéndolos, mirándolos trabajar, me di cuenta que los verdaderos cracks son los Omar, los Humberto, los Echagüe, los Neber, los Traverso, los Giacosa, los Cacho, Cristina Morán. Ellos fueron los primeros. Y saben cómo se hace.
(El otro día me invitaron a La magia de la televisión, el programa de Víctor Hugo. Por suerte, tuve la oportunidad de decirle que gracias a él -o por su culpa- me dediqué a este trabajo. Y que gracias a su libro "El intruso" me nacieron las ganas de escribir)
Vamos un viernes de noche al Parque Rodó. Niños y adultos, queremos ir a todos los juegos. Pero resulta que la mitad de los entretenimientos están cerrados. No andan. Están tapados conuna lona verde, hay que conformarse con lo que hay. O ir el fin de semana. Ahí sí, está abierto. En todo el mundo -y acá también- los viernes son un día bárbaro para salir. Pero resulta que en el Parque Rodó la cosa no es así. Que si no hay sol y familias con sus mates el Gusano Loco no abre. Y así estamos Elegí: El Tren Fantasma o los Autos Chocadores.
(Los boliches sí, esos funcionan)
Escucho El Palacio de las Flores, el regreso del Andrés Calamaro compositor desde El Salmón. Iba a ser un disco a dúo con Lito Nebbia, pero el viento en la camiseta terminó dándole la paternidad de la criatura a Calamaro. Es raro... yo a Calamaro le compro todo lo que me quiera vender, pero este disco todavía no sé... como que cuesta... Empieza con Corazón en venta, un Calamaro auténtico: "Se dice de mí/ que nunca vuelvo/ siempre estoy yendo a ningún lugar/ que tengo que dejar de navegar/ ya me di cuenta/ me lo dijo mi corazón en venta". Hay otras canciones-Calamaro, como El palacio de las flores (parecido en su nostalgia a Estadio Azteca: "Qué florido es el Palacio de las Flores/ que yo lo veía desde afuera/ porque por entonces yo era un pendejo/ que vivía con mi viejo/ Entonces la alegría es una cosa nueva/ Todo tiempo pasado fue peor") o El tilín del corazón ("Nacimos para estar en el camino/ Y el único camino es el porvenir/ Todo está por venir mejor curtir el cuero/ Y supervivir es una buena elección/ Alguna vez todos tuvimos que agarrarnos del sombrero/ Porque la tormenta era cruenta/ Y también hay que convencer/ al tilín del corazón"). Hay auténticas terrajadas, como Mi bandera o Miami ("Hubo un tiempo en que yo no te conocía/ Vivía persiguiendo otras quimeras/ Al amor final no lo esperaba/ Y fue que te encontré viniste a saludar/ Estás muy bien dije y ya"). El tipo aparece enamorado, pleno, calmado, lleno de amor para dar y de arte para compartir. Eso no siempre es bueno para el arte. Honestidad brutal y El salmón, por ejemplo, fueron fruto de un tiempo de privaciones, de desamor, de fisura. El Palacio de las flores es todo lo contrario. Está compuesto desde la felicidad. Pero Calamaro siempre es Calamaro: cada vez que está a punto de ponerse bobo y frutillita, cambia de dirección -siempre será salmón- y evita convertirse en Maná. Por eso, El Palacio de las flores no es el disco de amor que podría haber compuesto Fito Páez. Es un disco de Calamaro. Y el complemento sentimental y vital de aquella honestidad, de aquel salmón. La otra cara de la moneda. Pero esos coros de Lito Nebbia, Andrés, eso, eso sí que no lo compro.
(El Palacio de las Flores, de Andrés Calamaro, está por llegar a las disquerías)
Estamos en una época rara. Toda la música parece para niños, como de Radio Disney. Si uno escucha a Shakira o a Ricky Martin o a No Te Va Gustar o a Fito Páez, hasta si uno escucha a Joaquín Sabina, parece música hecha para niños y adolescentes, tanto si son rebeldes como si son sumisos y adaptados. Es que el pop, en definitiva, es básicamente eso: música para niños. Fácil, pegadiza, bailable, alegre, colorida, con final feliz y hasta con moraleja. Arjona, Talía, Maná, Café Tacuba, Vicentico, y algunas veces hasta los Red Hot. Música con la que se pueden enganchar tanto los niños que -ya se sabe- generan un mercado enorme y lleno de consumidores compulsivos, tipos que compran cualquier porquería que se les ofrezca. Un mercado incapaz de discriminar si algo está bueno o no. Sin demasiada base histórica o científica, creo que los pioneros de todo esto fueron los Beatles, que además eran buenos. Acá, en el Río de la Plata, El Club del Clan fue el fundador de la música-para-niños-que-se-vende-por-televisión . Y la que llevó al paroxismo el pop infantil fue María Elena Walsh, insufrible creadora de odas a la naranja o a ositos imbancables. De aquella Walsh se engendraron estas Shakiras.
(Y pensemos: Walt Disney, dice un chileno fundamentalista, dibujaba personajes sin genitales ni actividad sexual. Entonces, Dorfman, ¿que dejás para los personajes de la Walsh, incapaces de tener sexo por estúpidos? Los de la progresista María Elena son peores que los del viejo congelado Walt: la naranja paseandera ni siquiera tiene sobrinos. Y Manuelita vive encerrada en su caparazón)
Hay quilombo con la futura dirección del Museo Nacional de Artes Visuales. Angel Kalenberg parecía director vitalicio, pero parece que ahora lo van a cambiar. El tema es por quién: ya se sabe que acá los figurones y las figuritas se la pasan alcahueteándose pero son incapaces de decirse las cosas de frente y en la cara. El rumor es que la próxima directora sería Jacqueline Lacasa. Tomando como base ese rumor, Brecha publicó un artículo en el que varios de los figurones -desde el anonimato, eso sí- critican la posibilidad de tal nominación. Santiago Tavella respondió a Brecha con una carta en la que cuestiona esos anonimatos -es que si los llegan a nombrar, no vamos a quedar enemistados desde ahora, no?- y dice que lo mismo se hizo -y se hace- con Kalenberg: "muchos hablaban pestes del actual director pero no lo enfrentaban con acciones concretas". Yo no sé nada de artes plásticas... solo miro y me gusta o no me gusta. Pero parece que en este terreno se repite el debate generacional que se da en otras áreas artísticas: en música o literatura, por ejemplo. Están los que no creen que exista nada de valor después de los años 50 y, por otro lado, los que no conocen nada que no se haya visto por televisión. Y ahora, que el gobierno los puede colocar en algún carguito, la batalla deja de ser teórica para transformarse en una cuestión de poder (y de dinero). Por ahora, la Vieja Guardia va ganando tanto en el ámbito público (por ejemplo, el Departamento de Cultura de la Intendencia montevideana) como en el privado (por ejemplo, la política editorial de Alfaguara). Aún así, existen zonas en las que la creatividad y el riesgo han ganado su espacio (Luis Mardones en el MEC, Manuel Esmoris en la Comisión de Patrimonio, Santiago Tavella en el Centro Municipal de Exposiciones).
(Todavía no hay novedades)
Bajo el disco solista de Jarvis Cocker. Después te cuento.
(El disco se llama Jarvis. Te cuento la semana que viene)
Informan en un mail que uno de los jurados del próximo premio Alfaguara va a ser Mario Vargas Llosa. Me pregunto: aquellos intelectuales y escritores uruguayos que se negaron a que Julio María Sanguinetti participara como jurado de la segunda edición del premio Onetti, ¿harán lo mismo ahora con Vargas Llosa? ¿Le pedirán a la editorial que cambie de jurado porque la ideología del escritor peruano no coincide con el credo progresista latinoamericano? ¿Se negarán a participar de un concurso con un jurado "derechista" y "fascista"... ¿estoy seguro que alguno lo dirá y hasta lo escribirá en algún "foro"? ¿O aceptarán calladitos a Vargas Llosa y participarán sumisos del concurso y le enviarán mails al peruano liberal preguntándole que le pareció el manuscrito de ellos?
(El premio Alfaguara tiene una dotación de 140.000 dólares. Presentate, Domínguez)