Tributo a Escanlar
Los Siete Sentidos 31

LA COLUMNA DE GUSTAVO ESCANLAR

Jura, deja, alquilé, leo, tengo, sigo, padezco, decretan. La columna de Gustavo Escanlar en el portal.
09.11.2006
2006-11-09T00:00:00
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Jura Emilio, lector fiel y consecuente a quien no tengo por qué no creerle, que le pasó en un aeropuerto, en Londres: "Cuando volvía y mientras esperaba en el aeropuerto cacé una computadora que por media libra se accede a unos cinco o seis minutos de Internet, tiempo que usé para chequear el correo y meterme en la página de Montevideo COMM a ver tu columna. Grande sería mi sorpresa cuando veo que la máquina no me deja ingresar. Me dice que es un 'sitio con acceso prohibido'. Caramba, pienso, hasta aquí ha llegado la mala fama de Escanlar o el poder de los que no lo quieren. Más abajo un link me explica que no puedo acceder porque la página contiene material ofensivo. Caramba, sigo pensando, con quién se la agarró esta vez. Después caí en la cuenta. La edición de Los Siete Sentidos es la número 30, pero está escrita con números romanos: XXX. La máquina tenía un filtro para pornografía que hace que rebote todo lo que tenga tres X".

Por sugerencia de Emilio, abandono momentáneamente los números romanos y me paso a los arábigos, por lo menos mientras dure esta decena degenerada y soez. ¿Te das cuenta? Te cuidan hasta de la tercera decena. Las restricciones a la pornografía en los espacios públicos forman parte del estado de virtud en que se pretende que nos movamos no solamente acá, sino en todos los lugares de la aldea global. Hasta en tu computadora. En tu oficina no podés fumar. En tu moto tenés que usar casco, aun cuando estés convencido de que asumís los riesgos de no usarlo. En el asiento de delante de los autos te obligan a ponerte el cinturón y hasta te multan cuando no lo llevás. Si vos no querés ponértelo, si te bancás lo que te pase en un hipotético accidente, los virtuosos no te lo permiten. Te obligan a cuidarte. A que consumas light. No te permiten asumir los riesgos que vos elegís, aun cuando en definitiva se trate de tu vida y de un daño individual. Es que el humano vive más tranquilo y más seguro si no tiene libertad, si le marcan las normas, si solo tiene que obedecer, si no tiene que tomar decisiones. Felices como ovejas. Sanos como ganado. Aburridos de ver a toda hora las mismas caras de felicidad pastosa. De salud impuesta por obligación.

(Sin embargo, un par de jueces y más de cuatro legisladores desafían los decretos y fuman en sus despachos)

Deja el auto en el lugar errado, donde no está permitido estacionar. Es hasta comprensible: el tipo es un anciano distraído. Otro síntoma de arteriosclerosis. El prólogo de la demencia senil. Está llegando un poco tarde al acto del Paraninfo de la Universidad, un homenaje a Cuba y a su gobierno dictatorial al que no tienen problema en concurrir y avalar algunos ministros uruguayos. Cuando el anciano vuelve después de haber aplaudido a Fidel Castro, el auto no está donde lo había dejado. Piensa que alguien se lo robó. Y comienza a hablar en una especie de raro soliloquio. "Qué cosa rara. Si esto de la inseguridad no es tan real como la quieren hacer ver los periodistas, que exageran para hacer una campaña en nuestra contra. Si es nada más que una sensación térmica que le quieren hacer sentir a la gente". A José Díaz, el ministro, le enceparon el auto. Él va a seguir diciendo que el que se lo afanó no es el violento, sino que la violencia está en la sociedad injusta y en el sistema capitalista que genera la desigualdad social. Que el que sale a robar lo hace por desesperación, porque no tiene más remedio. El ministro Díaz, en sus ratos de mortecina lucidez, privilegia los derechos humanos del que afana que los del dueño de ese auto, que si se lo compró es porque cagó a alguien. Así que el dueño de ese auto que robaron es en definitiva, él también, un ladrón. No se trata de un robo. Es una expropiación. Una voz, quizá la de Faroppa, le recuerda al oído: "Pero José, era tu auto". Díaz pide que lo lleven a la casa. El acto en el Paraninfo le dio un poco de sueño.

(El relato es ficticio. Pero absolutamente verosímil)

Alquilé Flores rotas en DVD. Está buena, es Jim Jarmusch con sus tiempos, con sus silencios, con sus gestos, con su mirada a un mundo al mismo tiempo divertido y patético. Es Jim Jarmusch con un elenco de primera dándose el lujo de tener a tipas como Sharon Stone y Jessica Lange solamente tres o cuatro minutos en pantalla. Es una película que te hace pensar en la manera en que el tiempo te transforma, en cómo te termina transformando en otro, en cómo tus elecciones, aun las más banales, terminan jugando un papel determinante para el resto de tu vida. El Don Juan solterón y mujeriego que decide hacer un viaje para volver a ver a sus ex novias se da cuenta que ni él ni ellas son los mismos, que el tiempo y la vida nos alejan de lo que fuimos algún día, de que no hay segundas ni terceras oportunidades. De que sólo quedan las fotos y las nostalgias, y de repente algún recuerdo que vaya uno a saber si no se lo inventó, si nunca fue real. Más allá de estos divagues que no tienen demasiado que ver con la cuestión cinematográfica, la película tiene un problema no menor: el personaje interpretado por Bill Murray no tiene ni una sola reacción apasionada o por lo menos inteligente. No se entiende cómo ese personaje, abúlico y cansado, casi calcado del Murray de Perdidos en Tokio, se haya podido levantar a tanta mina. De todos modos, vale la pena verla. Es un Jarmusch auténtico. Es cine.

(Ya salió en DVD)

Leo La guerrita, un librito de Santiago Varela donde, con ánimo humorístico y casi surrealista, recrea los quilombos que se generaron por las papeleras y los piqueteros. Claro que Varela no llegó a imaginarse el grado de delirio al que se terminó llegando, con estúpidos levantando un muro para impedir el tránsito y con el Rey de España (que antes era malo y ahora es del bando de los buenos) mediando o facilitando. Además, en la novela Botnia y Ence siguen construyendo sus plantas mientras argentinos y uruguayos se rompen los cuernos, cosa que, en el mundo real, no ocurrió. Ence se hartó del Tercer Mundo y abandonó la obra, por lo menos en Fray Bentos. La novela es divertida -a veces muy divertida- pero hay algo que, a mí por lo menos, me rompe las pelotas.

Resulta que Varela es periodista, humorista, guionista radial y televisivo. Ese entrenamiento profesional es una de las virtudes de la novela: escribe claro, conciso, corto, va al grano, hasta tiene subtítulos. O sea, se lee fácil, de un tirón. Paradójicamente, eso también molesta porque Varela usa muchas veces mecanismos del humor televisivo que no siempre encajan en el formato literario. Los gags, los chistes rápidos, los chascarrillos de una línea, funcionan perfectamente en una sitcom, pero en un libro que debe seguir un argumento sin perder la tensión a veces rompen el clima y quedan fuera de lugar. Aún así, La guerrita hace reír con las situaciones delirantes, dignas de una comedia de enredos italiana (un comando de soldados uruguayos que, luego de una búsqueda infructuosa del quilombo del pueblo, terminan compartiendo los calores de una oveja). Es feroz en su crítica a los gobernantes y a los comportamientos en rebaño de las masas populares. Es ácida en su visión de los encargados de conducir los destinos populares. No perdona ni a Vázquez ni a Kirchner ni a Rosencof (una serie de declaraciones reales que realizó el dirigente municipal, colocadas en el contexto presentado por Varela, resultan poco menos que delirantes hasta el patetismo). Tampoco perdona a Lula, a Bush, a Busti, a Chávez, a los sindicalistas, a López Mena ni a los piqueteros. Se ríe de los nacionalismos tontos que despertó este conflicto y que estaban ahí, llenos de una latente bronca mutua acumulada, aunque los dos pueblos se empeñaran en llamarse de "hermanos". Se ríe, también, de las empresas que instalarán las plantas. Y de Evo Morales. Y de los militares. Y de los organismos de crédito internacionales. Y de Luciana Salazar. Vale la pena a pesar de ese humor televisivo que se mete cada tanto, y también a pesar de dos o tres errores históricos (Lula no intenta ser reelecto en el año 2007) y de desconocimiento de Uruguay (no existe el Cerro Plano sino el Cerro Chato, el personaje llamado Taropa se llama en realidad Faroppa, Pando no es un departamento, la prisión Libertad es el Penal de Libertad, etcétera)

(Está en las librerías)

Tengo sed. Quiero una Coca Cola bien helada. Pero las heladeras de los supermercados siguen vacías. La imagen de la depresión. Voy a terminar haciéndole un piquete unipersonal a Richard Reed, sindicalista astuto, que justamente por su condición de sindicalista es incapaz de comprender la fisura de los consumidores.

(Vo, Richar, amistá, dejate de joder y largá una de 600)

Leo
La llanura de Dotán, una novela de Juan Martín Castellonese que recrea la búsqueda del famoso, legendario, mítico e inexistente tesoro de las Masilotti. Me gusta, sobre todo porque la historia de estas dos mujeres empeñadas en la existencia de un tesoro en el Cementerio Central conmovió a generaciones de montevideanos y es una más de las historias dignas de ser contadas en este sitio donde parece que nunca pasa nada aunque pasa de todo. La llanura de Dotán está buena porque es una "novela histórica" que no tiene pretensiones históricas. Me explico: es ficción, pero tiene un trabajo de investigación y documentación grandísimo. No se detiene en detalles de época, sino que aparecen naturalmente, cuando el autor los necesita para que la narración siga su curso. Los datos históricos no detienen el relato defecto de la gran mayoría de las novelas históricas -, en las que siempre hay un momento en que el autor se pone a dar clase, como diciendo "pará que antes de seguir voy a explicarte qué pasaba en aquel tiempo". Y además, porque se trata de una historia apasionante y nunca resuelta. Los mitos y las leyendas que los montevideanos construyeron en torno al tesoro de aquellas dos mujeres porfiadas y delirantes aun son contadas hoy, de una generación a otra. Que alguien se anime a novelar esta leyenda urbana es todo un mérito. Mucho más si la edita él, sin participación de ningún sello editorial. Y muchísimo más si, al final, le sale bien.

(También está en todas las librerías, pero en los mostradores más al fondo)

Padezco la tortura de escuchar la "canción" Dime uruguayo, del showman-meteorólogo Diego Vázquez Melo. Me sorprende que nadie le diga la verdad, que lo que él llama "canción" es una soberbia porquería, una suma arbitraria de clichés y lugares comunes, una payada sin gracia y sin sentido. Si es en serio, uno tendería a dudar de la salud mental del meteorólogo. Si es en joda, no se llega a entender dónde mierda está el chiste. Pero Vázquez Melo, que no sé si está loco pero sí que es obsesivo, insiste y a los pocos días envía por mail la "explicación" de los "mensajes ocultos" de la canción. A uno ya le dan ganas de decirle que no pierda el tiempo en esas pelotudeces y que se dedique a estudiar el clima con más dedicación, que con frecuencia tiene un porcentaje de errores bastante mayor que sus colegas. La "explicación" de Vázquez Melo ya rompe las pelotas: un producto artístico -como parece que el autor de la canción está convencido que se trata efectivamente de eso- no se explica. Y mucho menos si esa explicación, estrofa por estrofa, no hace más que reafirmar que el que la escribió es un pelotudo. Un Pelotudo Uruguayo, con mayúsculas. Capaz que además está rayado, pero aunque al final se compruebe con diagnóstico médico, además de rayado el tipo es un tarado. Y eso no es todo. Vázquez Melo, ya convertido en un tipo del que más vale huir y tirarle los mails directamente a la blacklist, envía un tercer correo electrónico. Resulta que le mandó la letra de la canción a José Morgade, director y letrista de La Reina de la Teja en su mejor momento. Y Morgade lo despacha en tres líneas, le dice "buena, pibe". Y Vázquez Melo, convencido de su genialidad sin par, en el tercer correo manda las palabras de Morgade y agrega algo así como "¿vieron? Yo les dije que mi canción iba rumbo a convertirse en manifiesto, en un Himno Nacional contemporáneo".

(La cantó en La culpa es nuestra y el boludo del Piñe bailaba y se la festejaba... Gente grande, che...)

Decretan el tres de diciembre como el Día del Candombe. El proyecto de ley fue presentado y defendido por el diputado Edgardo Ortuño, el único negro de los legisladores. Podría ponerme a discutir sobre la pertinencia de la propuesta, pero lo que realmente me llamó la atención fue la crónica de la discusión parlamentaria que Antonio Pippo, uno de los empleados del mes, realizó para La República. "Al aprobarse el proyecto de Ortuño", cuenta Pippo, "desde las barras, donde había gran cantidad de representantes de la comunidad afrouruguaya, brotó un cántico de alegría y un batir de palmas que sorprendió a todos". Recíprocamente, "al culminar la improvisada celebración, todos los legisladores aplaudieron a rabiar a los negros -y no tanto- que se abrazaban allá arriba". La crónica de Pippo se detiene en detalles como los colores de corbata de algunos legisladores, así como en que "en las barras resplandecían la sonrisa y la mirada de Tina Ferreira". En su exposición, Ortuño sostuvo que el proyecto "pretende contribuir a superar su situación de marginalidad o desconocimiento, promoviendo que se reconozca, valore y difunda el aporte afrouruguayo a la construcción de nuestro país y su cultura". Otros diputados aprovecharon sus intervenciones para sacar patente de candomberos y dejar claro que no son de los que discriminan. Washington Abdala, por ejemplo, contó, según la crónica de Pippo, "que aprendió a bailar candombe con Martha Guiarte en el Club Tabaré". Carlos Gamou, mientras tanto, dio la nota lúcida, señalando que "la estupidez humana es inmortal".

(¿Necesitan un día más, además del carnaval, de las llamadas, de los domingos y de los feriados candomberos?)

Sigo debiendo el comentario de los discos que mencioné en la columna anterior. Es que tanto Cabrera como Taddei me caen muy bien. Uno de los discos me gustó mucho. El otro logró que mientras lo escuchaba me agarrara la cabeza y gritara "por qué, por qué". Y como no quiero ser injusto, postergo el momento de hacer pelota el producto artístico de un tipo bárbaro y generoso.

(También voy a hablar de Cursi y de los Buenos Muchachos. Es mi modo de enganchar a los curiosos)