Escucho Raro, el nuevo del Cuarteto de Nos. Me encanta. Lo produjo Juan Campodónico, con la suficiente habilidad como para que los tipos sigan siendo lo que son, que no pierdan la inconciencia, y al mismo tiempo los mejoró musical y vocalmente como para que las canciones, por fin, aparezcan prolijas, cuidadas, bien grabadas. El disco tiene, además, la virtud de que el peso creativo es casi todo de Roberto Musso, y Santiago Tavella aparece poco pero componiendo dos canciones excelentes, de lo mejor que ha hecho. Raro tiene cuatro o cinco temazos: Así soy yo, Yendo a la casa de Damián e Invierno del 92, de Roberto; Pobre papá y El karaoke de mi noviecita de Tavella. Raro está a la altura de Otra Navidad en las trincheras, aunque sospecho que no va a vender tanto. Es raro, sí, pero es el mejor.
(Y el arte de tapa está bárbaro, mezclando las caras de los cuatro dementes en el Photoshop, obteniendo un monstruo que los define perfectamente. Está en todas las disquerías y sale 320 mangos.
Veo El Código Da Vinci. Me aburro. No es que la película sea demasiado espantosa o aburrida. No. Creo que los críticos, en todo el mundo, le dieron demasiado palo. Como que ya fueron a verla predispuestos, sabiendo de antemano que no les iba a gustar. Igual me aburro viéndola. El problema, me parece, es que se trata de una adaptación al cine de un libro que ya era una película cuando uno lo leía. Mientras leía, era como si uno ya estuviera en el cine, viendo lo que leía. Es un libro demasiado cinematográfico. Con la contra, además, de que lo leyó todo el mundo. Por eso, cuando se ponen a hacer la adaptación, se les complica por todos lados. Es una película "de misterio" sin "misterio", porque todos saben el final. Y es una película que todo el mundo vio, así que no hay margen para la sorpresa.
Después que le viste la cara a los personajes, que sabés quién es quién, no queda nada por descubrir. Son problemas que aparecen muchas veces con los libros escritos así, lineales, casi como guiones. Paradójicamente, al llevarlos al cine pierden la potencia cinematográfica que parecían tener. Como el libro es casi una película, los productores se copan. Pero al ver el modelo terminado todos se decepcionan. Por eso los libros de Stephen King casi nunca tienen adaptaciones cinematográficas que les hagan justicia. Sólo los más introspectivos, como Misery, en los que pasen cosas por dentro de los personajes, que trasciendan la anécdota, desembocan en buenas actuaciones y en películas interesantes. De todos modos, no interesa si El Código está buena o no. Igual van a ir a verla más de 100.000 personas. El efecto final es el mismo del libro: la calidad no importa, lo que importa es leerlo. O comentarlo como si uno lo hubiera leído.
(No me digas que todavía no leíste el libro. Bueno, entonces no lo leas y andá a ver la película. La dan es todos lados. En tantas salas que no queda casi espacio para estrenos. Los distribuidores calculan que en los primeros 20 días de exhibición la van a ver más de 100.000 personas)
Miro el clásico. Terrible primer tiempo, digno del fútbol uruguayo histórico: mediocres pero vibrantes, malos pero con huevos. Ahora, yo me pregunto: ¿por qué se puso de moda de un segundo a otro putear al pobre Pastorino? El pibe estaba ahí, haciendo su laburo, y a mí me importa un pito si batió a los jueces que el penal que habían cobrado no había sido penal. Estaba ahí, viendo el partido, y si de pronto se le ocurre comentar no fue penal o lo que quiera, no es cosa de él si el línea se arrepiente y le dice a Prudente que no cobró lo que cobró. El problema no es de los Pastorinos sino de quienes le hacen caso. ¿Cuántas veces todo el estadio grita off side y el juez no da pelota? Sería justo dejar de molestar a Pastorino y dirigir la bronca al línea Acosta. O a Prudente. Pero que Pastorino haya dicho o no haya dicho algo es un tema menor, un comentario de alcahuetes.
(2 a 2, ya se sabe. Ahora viene un intervalo y después se define al mismo tiempo que el Mundial. Cuidado con Central, eh, que tiene todo para ganar la Tabla Anual y dar otra vez el batacazo, como en el glorioso 1984)
Recibo todos los meses la revista 17. Es una revista deportiva a todo lujo -color, 50 páginas, papel satinado- que no se vende en quioscos pero que la reparten por ahí. Lo mejor de la revista son las entrevistas largas -en el número siete, el de mayo, Mauro Mas entrevista a JR, al gran Carrasco, y hablan de su historia deportiva, y JR es como es, no le pidas otra cosa, pero por lo menos es distinto, zafa de la humilde pilladura de los uruguayos, se anima a decir cosas, se arriesga, va para adelante. Es igual en las entrevistas que en el fútbol. Como ya soy bastante veterano, puedo contar que vi jugar a JR y era un fenómeno, un crack. Era distinto. Jugaba bastante parecido a Maradona, no sabías con qué te iba a salir, te divertía, te alegraba. Y como técnico es igual: ¿o no te entusiasmó ver a la selección jugando diferente, atacando, animándose a salir del esquema de la garra y de la marca y del aguante y del pelotazo para el que espera siempre solo arriba?
JR es otra cosa, cuando habla, cuando jugaba, cuando dirige. Tiene algo que muy pocos uruguayos tenemos: valentía. Por eso, cuenta en la entrevista, casi siempre tiene líos. Pero disfruta peleándose por lo que piensa, por lo que cree. Es de los pocos tipos -si no el único- que no da bola a la falsa modestia uruguayita. Es el anti-Francescoli. Deberíamos darle más bola. Deberíamos aprender más de él. La 17 también trae una entrevista a César Bernal, pentacampeón del mundo de paleta. Otro grande. Otro que sabe lo que vale. Otro que elige no venderle a la gente la imagen de postal del uruguayo trabajador y humilde.
(JR dijo convencido que va a volver a dirigir la selección. Y que si bien no ganó la Libertadores como jugador, sí la va a ganar como técnico. Y que espera dirigir pronto en Europa. César Bernal, el Perro, ninguneada gloria deportiva, trabaja en Atenas)
Miro por arriba la revista PK2. Es otra de esas revistitas "de contactos", con mensajes de parejas swingers o de gays buscándose, con relatos y chistes, con fotos mal impresas, con entrevistas a "gente del ambiente". Cuesta 100 pesos. Repasándola, pensando en otras publicaciones similares, me pregunto lo siguiente: ¿por qué casi siempre se vincula el sexo libre y su ejercicio con el ambiente lumpen? ¿Por qué no aparece una revista de este tipo bien presentada, bien escrita, que no acepte mensajes de taxi boys o prostitutas del montón? Está bien: se me dirá que siempre, en todos lados, los estilos de vida "alternativos" o "diferentes" se desarrollan preferentemente en la marginalidad, en la oscuridad, secretamente, casi como si fueran "sucios". Justamente, a eso me refiero. Estas revistas, en vez de hablar naturalmente de las prácticas swingers, gays o lo que sea, las llevan todavía más al margen, les quitan libertad, las condenan a los rincones de los quioscos, a las bolsas oscuras, al temor de pedírselas al canillita. Prometen diversión y libertad, pero terminan en el secreto, la vergüenza, la perversión y las vidas ocultas.
(Hay tres o cuatro revistas de contactos uruguayas: PK2, Tabú, etc. No pasa nada)
Estoy procesado. Jugale a la quiniela: 268829. Me pregunto si esto no es una especie de censura. No se trata, obviamente, de una censura directa. Pero sí puede entenderse como una censura por la vía judicial. Una especie de "tené cuidado con lo que digas que la próxima marchás, eh". Ojo: está bien que uno asuma las consecuencias de lo que hace y de lo que dice. Pero este tipo de cuestiones creo que deberían resolverse de otro modo, no por la vía penal. A las piñas, por ejemplo. O con un duelo. O, de última, por un juicio civil. Me contengo. Respiro hondo. Y repito diez veces por día, durante un año entero: "No debo decirle hijo de mil putas al que te dije". "No debo decirle hijo de mil putas al que te dije". "No debo decirle hijo de mil putas al que te dije". "No debo decirle hijo de mil putas al que te dije". "No debo decirle hijo de mil putas al que te dije". "No debo decirle hijo de mil putas al que te dije". "No debo decirle hijo de mil putas al que te dije". "No debo decirle hijo de mil putas al que te dije". "No debo decirle hijo de mil putas al que te dije". "No debo decirle hijo de mil putas al que te dije". ¿Y si no me aguanto y vuelvo a ser el mismo bocafloja -y bocasucia- de toda la vida? ¿Caeré en cana?
(Sigan con atención el reality show de la puteada. No va a quedar así, seguro)