El K-pop, que fue ganando influencia durante los últimos años, llevó a Kim a abrir una nueva guerra cultural en un intento por frenarlo. Para Pyongyang, este género supone un peligro por tratar de expandir ideas "antisocialistas".

Jung Gwang Il, un desertor norcoreano que lleva una red de tráfico de artículos de K-pop, ha indicado en declaraciones a la agencia Yonhap que los "jóvenes norcoreanos creen que no le deben nada a Kim Jong Un". "Debe redefinir su control ideológico sobre los jóvenes si no quiere perder la base para lograr la continuidad de su linaje dinástico en el poder", manifestó.

La familia de Kim gobernó Corea del Norte durante tres generaciones, si bien la lealtad de los más jóvenes ha tenido que ser puesta a prueba en varias ocasiones. Muchos de ellos alcanzaron la mayoría de edad durante la hambruna a fines de la década de los 90, cuando el Gobierno no pudo proporcionar raciones a toda la población,

Las familias sobrevivieron entonces comprando alimentos en mercados no oficiales abastecidos con productos de contrabando procedentes de China. La propaganda estatal de Corea del Norte había descrito durante mucho tiempo a Corea del Sur como un "infierno viviente plagado de mendigos".

A través de las series de televisión surcoreanas llamadas K-dramas, muchos de ellos obtuvieron información sobre la realidad surcoreana. Ahora, el Gobierno norcoreano ha impuesto penas de hasta 15 años de trabajos forzosos para aquellos que vean o posean entretenimiento surcoreano, tal y como han informado varios diputados surcoreanos. Aquellos que trafiquen con este tipo de material podrían enfrentarse a penas mayores.

"Para Kim Jong Un, la invasión cultural desde Corea del Sur ha ido más allá de lo tolerable", expresó Jiro Ishimaru, director de Asia Press International. "Teme que, de no abordar la situación, la gente empiece a considerar Corea del Sur como un lugar por el que reemplazar a Corea del Norte", añadió.

Con información de Europa Press