Por César Bianchi
@Chechobianchi
Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Fue asistente de producción de Jorge Lanata en TV Libre, también incursionó en publicidad. Pero le picaba el bichito de la política, de la comunicación política. Y cuando la probó se dio cuenta que allí había una vocación oculta. Este hombre de 37 años, de apellido polaco y rostro de otro lado -podría ser separado al nacer de Dan Auerbach, líder de los Black Keys- hoy disfruta del premio que acaba de ganar Ciudadana -empresa especializada en comunicación política y gubernamental- como “agencia del año” en los Napolitans de Estados Unidos.
Y acaba de publicar su primer libro: Trascender el reactivo: concentración discursiva, indignación y respuesta en la democracia contemporánea (Penguin Random House), donde habla de democracias algorítmicas, posverdad, manipulación de datos en las redes a cargo de políticos non-sanctos, filtros burbuja, confirmación de sesgo, infoxicación en pandemia y más.
En esta charla -en el living de su casa en el barrio Sur-, Kanarek advierte que la ultraderecha ha ganado el terreno que perdieron la centroderecha y la izquierda (y los invita a interpelarse), cuenta que algunos políticos se jactan de tener una “verdad alternativa”, y explica que desde la supuesta horizontalidad que permite el empoderamiento ciudadano, ahora una noticia puede nacer en Whatsapp o en redes, pero todavía necesita ser legitimada por medios de comunicación tradicionales.
Además, señala que el gobierno comunica bien, y que durante la pandemia su comunicación fue “efectiva”, porque se cumplió el pacto social entre el Estado y la ciudadanía, que fue obediente.
Sobre el contenido de un libro fermental (y que deja pensando) fue esta charla.
"Muchos autores dicen que los algoritmos te conocen a vos mejor de lo que vos te conocés a vos mismo, y eso es aterrador. Llevarlo al pensamiento político implica un desafío, porque los más activos en las redes son tipos con convicciones muy profundas"
-Con Ciudadana han trabajado en comunicación electoral en campañas de Panamá, Ecuador, Bolivia y Costa Rica, donde asesoraron a quien ganó las presidenciales y es hoy el presidente costarricense, Carlos Alvarado, entonces el mandatario más joven de América Latina. En otros países trabajaron en campañas donde ganaron en elecciones municipales. Cuando gana el candidato que tú asesoraste, ¿te sentís responsable de ese triunfo electoral? ¿Sentís que Alvarado, por ejemplo, es presidente gracias a tu consultoría?
-El camino fácil es decirte que sí, que me siento responsable por su triunfo, pero habla del ego de los consultores y mal de los candidatos y las democracias. Nosotros trabajamos en conjunto con candidatos que pueden ser mejores o peores. Podemos, aportar una visión que acompañe un accionar, pero los mejores consultores no ganan elecciones con malos candidatos o con malos políticos. Hay muchos que se venden a sí mismos como los hacedores de presidentes, eso implica una relación de subordinación de la comunicación para con la política. Es decir: la comunicación es más importante que la política. Y nunca la comunicación es más importante que la política. La política es lo que hace a la relación entre los ciudadanos, y el elegible, el candidato, el partido o la asociación a la que nos estamos vinculando.
Es indisociable, porque la política es comunicación en sí misma, pero es comunicación desde el origen de los tiempos. La historia de la humanidad es la de seres que quieren seducir a otros seres para hacerse con el poder y conducirlos, de alguna manera. Entonces, un buen político es, inevitablemente, un buen comunicador. Y por eso los mejores políticos son tipos seductores desde la comunicación más básica. Y son seductores, porque son buenos comunicadores. Y repito: quienes trabajamos en la comunicación política de ciertos candidatos podemos potenciar todo lo bueno y tratar de maquillar aquellos defectos que puedan tener los candidatos, pero no vamos a poder cambiar la esencia. Yo me peleo contra esa concepción de que la comunicación puede lo que la política no.
-En el prólogo de Trascender el reactivo, tu primer libro, mencionás la "falsa ilusión de debate" que se da en redes sociales, principalmente en Twitter, la más beligerante de todas, y ahí mencionás los conceptos de filtros burbuja y sesgo de confirmación. Explicale a los lectores de qué se tratan.
-El filtro burbuja potencia el sesgo de confirmación. El filtro burbuja es una condición algorítmica de las redes que hace que nosotros vayamos dejando una huella de nuestro comportamiento digital que hace que las redes nos devuelvan todo aquello con lo que previamente estamos medianamente de acuerdo. ¿Esto está diseñado para influir en la discusión política? No. Esto está diseñado para que nosotros estemos rodeados de contenidos que nos van a atraer, entonces las redes nos devuelven cosas que a nosotros nos gusta, con las que interactuamos. Eso es para que nosotros pasemos más tiempo en la red, y para que la red le pueda vender a los anunciantes ese tiempo que cada uno de los usuarios pasa. ¿Por qué? Porque al venderle tiempo que pasás ahí adentro más intereses, lo que le podés vender es una doble condición de un ciudadano que puede ser un potencial comprador. Si a eso yo le sumo que vos estuviste viendo determinado producto, después te voy a devolver cuestiones sobre ese producto. Ese diseño tiene que ver con una cuestión comercial de las redes para poder venderse a sí mismas, y para encontrar consumidores.
Eso empezó a influir en las conversaciones políticas. Y nos empieza a mostrar cuestiones políticas que están mediadas por lo que nos devuelve el algoritmo y muchas veces tiene que ver con algo que ya estamos de acuerdo previamente. Por eso interactuamos con aquellas cosas que dicen, más o menos, lo que nos gusta oír. Lo hacemos siempre: leemos el diario más afín a nuestra ideología, porque es más cómodo y no estamos acostumbrados a ir todo el tiempo a la fricción. La falsa ilusión de debate es esta sensación de que las redes nos abren todo un mundo de vínculos relacionales más grandes, pero todo se reduce a lo que me devuelve el algoritmo. Y los algoritmos son cada vez más refinados. Estos son dos conceptos que maneja Eli Pariser en un libro que se llama El filtro burbuja, donde habla de cómo los algoritmos van moldeando la capacidad que nosotros tenemos de consumir la política digital.
-Muchos autores -y vos también- hablan de las “democracias algorítmicas”…
-Claro, es decir cómo los algoritmos nos hacen pensar, en tanto ciudadanos, y cómo lo pensamientos que tenemos los ciudadanos, mediados por las redes, terminan moldeando lo que los políticos nos ofrecen a nosotros para que nos adaptemos a esta democracia en la que todos estos mecanismos terminen influyendo, de alguna manera, en la oferta comunicacional de la política. Quienes nos identifiquemos con una democracia robusta y creamos que el debate es la confrontación crítica y tolerante de ideas y que eso nos nutre a todos de mejores procesos democráticos, tenemos que defender eso. Defenderlo implica ser muy conscientes de que, a veces, lo que nos devuelven las pantallas puede estar sesgado por lo que fuimos dejando alrededor, y nos está faltando otra cosa.
Muchos autores dicen que los algoritmos te conocen a vos mejor de lo que vos te conocés a vos mismo, y eso es aterrador porque es muy difícil, como seres humanos, enfrentarnos a que hay un algoritmo que nos conoce más de lo que nosotros creemos conocernos. Aceptarlo implica un desafío, y llevarlo al pensamiento político implica un desafío aún mayor, porque las convicciones políticas son profundas, y los más activos en las redes son tipos que tienen convicciones muy profundas. Muchas veces tienen discusiones que tienen sentido, el problema es que se van de forma en las redes, porque seguramente en Twitter -que además está sobrerrepresentado en la discusión política- vemos cruces entre personas que no se dirían lo mismo si estuvieran en un bar con un whisky en la mano. Con ese nivel de agresividad que vemos en Twitter, no.
Las democracias se han visto interpeladas por estas cuestiones que hacen que nosotros veamos contenidos en función de lo que los algoritmos nos muestran. Las redes van moldeando nuestras formas de consumo mediático y eso hace que tengamos menos tiempo de atención, que los contenidos que nos lleguen respondan a nuestra huella y eso tiene, después, un correlato en cómo la política se cuenta a sí misma. Y después hay una maquinaria que tiene una utilización de las redes que ha terminado en investigaciones judiciales en Brasil, Estados Unidos e Inglaterra sobre cómo se manipularon datos de personas para tocarle botones emocionales.
La política siempre tiene en su expresión electoral una dimensión emocional, porque es más fácil de activar que la racional. ¿Creemos que votamos racionalmente? No, votamos emocionalmente. Y cuando en una conferencia yo digo esto, todos piensan en el político con un spot emotivo. Hoy, y esto lo dice Manuel Castells, la emoción por antonomasia más utilizada en la política es el miedo. Recién terminó la primera vuelta en Chile y el candidato de ultraderecha dijo. “Comunismo o libertad”. En las antípodas dijeron: “El fascismo va a llegar a Chile si gana este tipo”. Ambos están apelando al miedo. Es la expresión más común hoy en día en la política electoral, y algorítmicamente, lo pueden potenciar. Y de eso se dieron cuenta.
"Lo de la aguja hipodérmica tiene que ver más con el rol de los medios hegemónicos, pero los medios siguen siendo focos nodales en las redes. Si algo nace en Whatsapp y termina en la tapa de un diario, está legitimado. Esa legitimación sigue siendo necesaria"
-Quienes estudiamos comunicación, hace ya algunos años, crecimos escuchando el concepto de la aguja hipodérmica, aquella teoría de Lasswell que versaba sobre la impresionante influencia de los medios masivos de comunicación en la gente. Da la impresión que esa teoría quedó vetusta, y que en la era de las redes el fenómeno también se da a la inversa: la gente, desde sus redes sociales (el "empoderamiento ciudadano" del que hablás en tu libro), puede provocar hechos noticiosos o cambios en la agenda setting. ¿No es así?
-Puede desafiar ese concepto donde antiguamente había un emisor poderoso, unidireccional, que tenía casi exclusivamente la capacidad de articular mensajes, y la opinión pública estaba subordinada a las discusiones entre los emisores de alto grado, que tienen una capacidad de transferencia de agenda -como dice Maxwell Mc Combs-, y ahora las redes tienen la capacidad de que todos seamos emisores. Todos somos potenciales emisores de determinadas cosas.
Eso tiene una doble condición, una que es generar algunas ilusiones de debate mucho más horizontales, que fue como comenzaron las redes. Las redes comenzaron mostrándose como una herramienta de empoderamiento ciudadano que horizontalizaba el debate. Esa horizontalidad del debate nos permitía pensar un mundo mejor democráticamente, porque ponía el plano de igualdad una cantidad de ciudadanos con intereses políticos genuinos y un candidato presidencial. Bueno, ahora vivimos una realidad que es mucho menos mediada, eso sí. Quizás lo de la aguja hipodérmica tiene que ver más con el rol de los medios masivos y hegemónicos -en aquellos momentos-, pero los medios siguen siendo focos nodales en las redes. La validación de un medio masivo de comunicación sobre cualquier cuestión que empieza en las redes termina dándole, en las mismas redes, muchísima más potencia a la cuestión que estemos tratando. Si algo nace en Whatsapp y termina en la tapa de un diario, está legitimado por ese medio. Y esa legitimación sigue siendo necesaria.
-¿Por qué en períodos electorales -y también lejos de ellos- un partido o un sector se define más denostando a los adversarios políticos, que por propuestas propias? Es eso de marcar la identidad propia por contraposición con el otro.
-Vivimos en una época de hiperestimulación comunicacional. Esa hiperestimulación hace que tengamos umbrales de atención muy cortos. Esos umbrales de atención están medidos: antes tolerábamos un video de 30 segundos, y hoy a los 3 segundos, si no estamos enganchados con lo que nos dicen, lo cerramos. Eso implica que la explicación de lo que tenemos que decir tiene que ser muy fácil, y es muchísimo más fácil si yo articulo una explicación de quién soy en función de “soy mejor que aquel que es deficitario en tanto otro”, “es malo porque es el otro, no es malo por lo que hace”. Es: “Vamos a cambiarlos a ellos, que están haciéndolo mal”. Eso es más fácil que tener que explicarte por qué yo soy bueno.
-También es un atajo para los políticos…
-Es un atajo, y un deterioro para el debate público. Una vez instalado el método, después va a ser usado por mis adversarios. Y en democracias sólidas, cuando hay alternancias en el poder, instalamos un método que es mucho más funcionales a la oposición que al gobierno. En algún momento vas a ser oposición, y en algún momento vas a tener una oposición, y esa oposición va a decir: “Vamos a cambiarlos a ellos” y la discusión pública pasa a ser: “La oposición dice que el gobierno es malo, porque tiene déficits en esto, esto y esto”. Y el gobierno dice que “es malo el gobierno anterior” y todo lo que ahora no puede resolver es porque el anterior era muy malo.
Estamos en una secuencia infinita de generación propia de identidad en función del otro. “La otredad -dice Mario Riorda, un teórico de la comunicación política de los más importantes de América Latina- marca la construcción de la identidad propia”. Somos quienes somos en tanto distintos al otro, pero sobre todo porque el otro es malo. Entonces, si el otro es malo, yo soy bueno. Esta opción binaria, en el mundo de la poca atención, es muy fácil de explicar. Es mucho más fácil que construir utopías propias, que es desde donde viene la política. La utopía es un lugar al que queremos llegar, lejano, pero imaginarlo no implica proyectos propios. Los proyectos propios implican ponerte a pensar qué tipo de país, ciudad o política queremos dentro de cinco años, pero también dentro de 100 años. Y eso ha hecho que consumamos y pensemos la política de una manera binaria y cortoplacista. La política tiende, entonces, a administrar el presente en vez de soñar un futuro.
-Vos recordás que la palabra "posverdad" fue elegida palabra del año por el diccionario Oxford en 2016. Decís en tu libro: "Si un político debía históricamente convencer al electorado de que su visión en el mundo era mejor y más eficiente que la de su adversario, hoy alcanza con delinear una suerte de universo discursivo paralelo en el cual ya no se confrontan proyectos, sino interpretaciones que son presentadas como 'hechos o verdades alternativas'". ¿Cómo un político puede hablar tan suelto de cuerpo de "hechos alternativos"?
-Eso nace de una conferencia de prensa de una funcionaria de la administración Trump el mismo día que asume (Donald) Trump. Se generó una polémica enorme sobre las fotos de la cantidad de gente que había asistido a su asunción. Hay unas fotos aéreas que muestran que había asistido muchísima menos gente que a la asunción de (Barack) Obama, y esta señora dijo: “Nosotros tenemos una verdad alternativa, y es que había mucha más gente”. Lo que hizo fue explicitar algo que es el proceso por el cual te estoy diciendo que mi verdad es alternativa. Es explicitar que te está maquillando la realidad. Explicitar el proceso es un paso más a lo que generalmente nos hubiera sucedido, porque tampoco es que los políticos han trabajado con una sola verdad, porque ¿qué es la verdad?
Hoy los filtros burbuja potencian esta cuestión de confundir la opinión con la verdad objetiva. Entonces, hechos que son opinables implican un procesamiento en la opinión pública y un posicionamiento de determinados autores que se animan a develar los hilos de los títeres. Lo que se está planteando es: “Este establishment te miente para que vos no veas la realidad”. Esto lo vemos en un gobierno, en una “plandemia”, en un montón de cosas… Hay una visión de distintos colectivos -como los antivacunas- que lo que quieren es presentar una visión propia del mundo. Una cosa es decir: “Estas vacunas se hicieron en tiempo récord y yo no me pregunté qué intereses hay detrás” y otra cosa es “Bill Gates te está queriendo poner un chip”. Abren un abanico de posibilidades donde discusiones serias y reales como vos como periodista preguntarte si tenés que darle voz a los antivacunas o no, y preguntarte si no estarás amplificando un discurso del odio. ¿Qué hacemos con esa tensión entre la libertad de expresión y amplificación de discursos peligrosos para la democracia? ¿Quién lo regula? Hasta ahora, acudimos a las plataformas, hasta que una (Twitter) calló al presidente de Estados Unidos. Muchos dijimos: “Y sí, con las cosas que estaba diciendo (Trump)”, pero es un precedente peligroso, porque si lo hacen con el más poderoso, lo pueden hacer con cualquiera. Ahora, ese presidente había sacado más votos (contra Joe Biden) que en su elección anterior, aunque perdió. ¿Creemos que por esa casuística está resuelto el problema? No, tiene más seguidores. ¿Y qué pasa cuando lo acallamos? Le damos la razón en su discurso antisistema. Apagamos el mensaje, pero amplificamos su argumento de: “¿Vieron que no quieren que yo les diga esto?” Todavía no terminamos de saber qué hacer con eso. Mucho menos vamos a entender qué es lo que lleva a un político decir: “Esta es la verdad”.
"Twitter calló al presidente de Estados Unidos. Muchos dijimos: 'Y sí, con las cosas que estaba diciendo', pero es un precedente peligroso. Apagamos el mensaje, pero amplificamos su argumento de: '¿Vieron que no quieren que yo les diga esto?'”
-¿Qué tienen en común Jair Bolsonaro, Donald Trump, Javier Milei y Gustavo Salle?
-(Se ríe) Yo no podría poner a Salle en la misma categoría.
-Bueno, él se tiró a presidente y no logró una banca de diputado, pero todos ellos corrieron la barrera de lo políticamente correcto o aceptable, se presentan como outsiders, y cuestionan fuertemente al sistema, pero lo utilizan para llegarle a la gente…
-No lo pongo al mismo nivel porque su nivel de votación, como decís, fue marginal en Uruguay. La democracia en Uruguay tiene una solidez que implica que eso termine estando bastante al margen. Lo que tienen en común Trump, Bolsonaro, Milei o Boris Johnson es que con una posición política nostálgica y nacionalista en el mundo globalizado de hoy prometen soluciones fáciles a problemas complejos, pero sobre todo traducen de una manera muy efectiva su lenguaje a las preocupaciones de la gente. Y conectan con la ciudadanía, de manera genuina, pero demás tienen -en esto saquemos a Milei- estas investigaciones judiciales detrás por la utilización de datos personales de la gente en sus campañas en redes. Y después tienen discursos comunes: son xenófobos, autoritarios…
Ellos son provocadores. Ante la provocación, ¿qué hace la política responsable de cualquier espacio ideológico? En vez de pensarse a sí misma, y decirse: “Tengo que hacer un proyecto mejor que el de ellos”, dice: “Esta aberración no puede gobernar”. Esto, en tanto malo, no nos puede gobernar. Volvemos a construirnos identitariamente por contraste, pero jugando en un juego donde el otro se siente mucho más cómodo. ¿Voy a subir la provocación constantemente contra Trump o contra Bolsonaro? No, es un juego al que juegan ellos. ¿Cómo encontramos alternativamente válidas para conectar con la ciudadanía? Porque lo que les falta a la centroderecha y a la izquierda también es pensar por qué perdieron su conexión con la ciudadanía. Tienen que interpelarse.
-Precisamente, los más rebeldes y contestatarios, los que más cuestionan duramente el status-quo y a la clase política, suelen tener éxito desde la extrema derecha. Algunos se definen como liberales. Es curioso, porque tiempo atrás, ese papel de cuestionador del sistema provenía de la izquierda, ¿no?
-Esa izquierda, que era contrahegemónica, los progresismos en Europa y en América Latina, fueron gobierno. Si se construyeron diciendo: “Esto está mal, lo tenemos que cambiar”, después llegaron (al gobierno), ¿y cuánto transformaron? En muchos países están disconformes con el grado de transformación. Uruguay es una excepción en eso, porque hay determinadas cuestiones que son políticas de Estado y trascendieron los gobiernos. Pero hay como cierta desazón entre quienes te votaron, porque se fueron con otras opciones políticas. Entonces, los que no habían ocupado lugares hegemónicos, ahora los ocuparon. Y desde esos lugares hegemónicos, los cambios estructurales que prometieron quizás no fueron los que soñaron cuando eran oposición. También la administración del poder trae enseñanzas, te enseña a ver cosas difíciles desde la gestión, te enseña a moderar las expectativas, te enseña a tener que generar otros vínculos cuando vos contás lo que hacés.
"¿Cómo encontramos alternativamente válidas para conectar con la ciudadanía? Porque lo que les falta a la centroderecha y a la izquierda también es pensar por qué perdieron su conexión con la ciudadanía. Tienen que interpelarse"
-"La gestión de la pandemia ha puesto en evidencia la falta de jerarquización que se le da a la comunicación gubernamental por parte de los gobiernos, que se ven desbordados por la realidad sanitaria y cometen errores tanto en la escucha como en la emisión de mensajes hacia la ciudadanía. El éxito de una política sanitaria que requiere una actitud social específica sólo será alcanzado si la comunicación entre el Estado y los ciudadanos es clara, jerarquizada y rutinizada", decís en el libro. ¿Cómo evaluás la comunicación del gobierno, a propósito de la pandemia?
-El gobierno comunica bien. Lo hace de manera profesional y, además, comunicó bien durante la pandemia, porque durante gran parte de la pandemia los resultados sanitarios respondieron a un pacto social entre la ciudadanía y el Estado. No tuvimos medidas coercitivas fuerte, como tuvieron otros países. Cuando empezamos a discutir si teníamos que ir hacia medidas más drásticas, porque se habían disparado los casos, nos dimos cuenta que durante un montón de tiempo no necesitamos medidas coercitivas. Y si las medidas coercitivas no existieron, igual se mantuvo durante mucho tiempo controlada la pandemia, eso quiere decir que la comunicación estaba funcionando.
Pero vuelvo al principio: la comunicación es indisociable de la política y viceversa, entonces las dos cosas estaban funcionando bien. Después, durante unos meses, eso empezó a fallar. El resultado, al final, comparativamente, es positivo. Pero es así porque llegaron las vacunas y se vacunó mucha gente: eso es gestión. Algunos te van a decir -desde la medicina- que hubo muertes evitables. Es discutible, yo no puedo opinar desde lo técnico. Ahora, si lo dicen los médicos, ok. Desde el punto de vista de la comunicación, durante la mayor parte de estos 18 meses de pandemia que llevamos, fue efectiva. Lo más importante fue que funcionó el pacto social, por el cual el gobierno, el Estado, te pedía que tuvieras determinadas conductas.
-Vos hablás de infodemia para referirte a los excesos de estímulos comunicacionales a los que ha estado expuesta la ciudadanía durante la pandemia. Ha habido una clara infoxicación, exceso de información con boletines con números y porcentajes diarios sobre la evolución del Covid. ¿No se consigue lo contrario a lo que se busca?
-Sí, pero es muy difícil de controlar. El exceso de información también tiene que ver con 7 mil millones de personas asistiendo a una enfermedad transmitida en tiempo real en todo el mundo. Entonces, nosotros supimos que había decenas de miles de muertos en Italia antes de tener un muerto en Uruguay. Ya sabíamos lo que teníamos que hacer, ya nos preparamos, y ya nos preocupamos. Entonces, consumimos internacionalmente, pero vivimos localmente. Me están diciendo que en China comenzó esto, pero en el barrio Sur, donde vivo, no pasa nada.
Pasaron cuatro meses entre una cosa y la otra. Yo consumí un montón de información y en el medio viví, generé expectativas… Nosotros vamos moldeando nuestras vidas en función de una información que ya está des-localizada. La globalización nos hace consumir información de muchísimos lugares. Hasta que no fue un problema teníamos muchos más estímulos informativos que problemas sanitarios. Ahora, también eso nos hizo prepararnos para que el 20 de marzo no hubiera nadie en la calle. ¿Por qué? Porque consumimos lo que el resto del mundo había hecho.
-¿Entonces no fue algo malo?
-No es controlable. No sé si es bueno o malo. Es nocivo cuando nos exponemos a ese exceso porque no es ordenado, porque muchas veces no es aplicable a la realidad de uno, condiciona los gobiernos, cuando en realidad cada caso corresponde a la coyuntura de su país.
"El gobierno comunica bien. Lo hace de manera profesional y, además, comunicó bien durante la pandemia, porque durante gran parte de la pandemia los resultados sanitarios respondieron a un pacto social entre la ciudadanía y el Estado"
-Para mi beneplácito, le dedicás varias páginas al
concepto de felicidad. Dice Antoni Gutiérrez-Rubí: "La felicidad como
objetivo político es menos atractiva que la justicia, pero no por ello menos
necesaria". Los gobernantes desprecian la felicidad de su pueblo,
atribuyéndole un carácter hedonista o personalista, dice él. La felicidad de la
gente, ¿es una utopía política o debe ser un objetivo palpable? Y para ello,
¿basta con concentrarse en los cinco años de gobierno, o hay que pensar a largo
plazo?
-Empiezo por el final: hay que pensar a largo plazo, porque el largo plazo te permite aterrizar el corto. Si vos sabés a dónde querés ir, vamos a poder delinear mejor cómo querés ir. Yo no sé si la felicidad es un fin en sí mismo, desde el punto de vista político. Ahora, es mucho más probable que una persona tenga momentos felices si tiene las necesidades básicas satisfechas.
Yo creo que la felicidad empieza a ser una noción políticamente atendible, también me río de esa noción porque en un momento está el príncipe de Bután diciendo que quiere medir el índice de felicidad en su país. ¿Por qué quiso medir el índice de felicidad? Porque en el PBI le iba muy mal. Entonces, vamos generando nuevas nociones para mutar la forma en la que medimos lo más básico, que es el bienestar de la gente. Creo que los políticos deben preguntarse cómo construyen utopías que determinen el bienestar de sus ciudadanos. Ese bienestar seguramente genere muchísimos más momentos de felicidad que si no existen. Hay una categoría más y creo yo que va a ser cada vez más utilizada en la política. Es una noción personal, no política, pero no se la permite soñar a nadie que no la esté pasando bien. Y que la pase bien desde el punto de vista humano (que tenga agua potable, que pueda darle de comer a sus hijos, que tenga comida todos los días) son cuestiones muy básicas, que de no tenerlas, alejan muchísimo a las personas del concepto de felicidad.
-La empresa consultora que dirigís, Ciudadana, acaba de ser premiada en Estados Unidos, en los Napolitan Victory Awards, galardón concedido a la comunicación y consultoría política. Ciudadana fue distinguida en Washington DC como empresa digital del año. Si le agregamos que Manuela, tu hija, viene en camino, me imagino que sos feliz...
-Soy feliz. Hoy soy feliz, pero es un estado momentáneo, del que espero no salir por los próximos… años. Pero soy feliz.
Por César Bianchi
@Chechobianchi
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