Por Agustina Lombardi
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Ya desde la entrada de la Galería de London, en 18 de Julio, se ve una luz neón verde, fría y llamativa que dice “vegan”. Después de pasar por el corredor de comercios -que son peluquerías, locales para hacerse tatuajes, tiendas de ropa- derecho y al fondo está Guacamole, un fast food de comida vegana.
—Antes, era impensable que un lugar con dos locales cien por ciento veganos tuviera éxito. Eso te dice un montón de cosas.
Ahí es donde Rita Rodríguez (36), fundadora de la ONG Trato Ético Animal, propone que sea el lugar de encuentro, cinco días después de que muriera un caballo en las jineteadas de la Semana Criolla en Montevideo y ocho días después de que Rodríguez participara en el panel de un programa televisivo donde reclamó la abolición de las jineteadas para la capital del país.
—La prensa de Montevideo no cubre las jineteadas por las jineteadas. Cubre el conflicto.
Para Rodríguez, este año significó un punto de giro en su trayectoria como activista, por la viralización de un video de ese programa, en el que defiende y argumenta su postura.
El conflicto es el mismo que en 2019 y 2017 y 2015: una tradición cuestionada por un sector movilizado por el bienestar animal.
—Yo soy antiespecista. Es una postura ética y política, mucho más que un estilo de vida.
Rodríguez sostiene todos sus argumentos como profesora de Filosofía, estudiante de una maestría en Filosofía y Antropología y parte de un grupo de investigación en antrozoología, materia que estudia la interacción hombre-animal. Así de larga es la lista para trazar los fundamentos de sus ideas.
Si el especismo se basa en la idea de que el hombre, como especie, es superior al resto de los animales, el antiespecismo aboga por el respeto hacia todas las especies por igual. Una visión promovida por el filósofo Peter Singer en Liberación Animal (1975). Argumentos en términos conceptuales que Rodríguez explica.
—Está bueno pensar en el homo sapiens como un animal más, con sus características particulares. Pero tenemos algo que nos iguala, y es la capacidad de sentir. En el criterio del sufrimiento hay un parámetro moral importante.
En términos prácticos, Fernando Vila, veterinario especializado en equinos, docente en la facultad de Veterinaria y también parte del centro de bienestar animal de la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE), propone una metodología basada en cinco dominios para medir el bienestar de los animales: el nutricional, el sanitario, el ambiental, el comportamental y el mental. Usa estos parámetros para estudiar las prácticas ecuestres y saber qué es lo normal para el caballo. Por eso sostiene que en otras disciplinas hay muchas más muertes que en las jineteadas.
—Tienen a favor que no restringen la forma en la que se cría un caballo; (los de criollas) viven toda una vida sueltos con sus tropillas. Son potros. Un caballo domado tiene que saber responder a comandos que le dan los hombres. A ese caballo se le exacerba su comportamiento natural defensivo.
Lo que hace un caballo en una jineteada es intentar quitarse un predador de su lomo, lo que supone una situación de estrés agudo seguido de un disparo de adrenalina: “La biología te prepara para una situación como esa”. Desde su área de conocimiento, Vila indica que no hay que sobredimensionar el daño, porque la disciplina no le acorta la vida al animal. “Son diez segundos en los que no se toma en cuenta que el animal tiene un umbral de dolor altísimo”. Diez segundos en el que el jinete revive lo que pasaba en la banda oriental, cuando el hombre necesitaba controlar al animal para sobrevivir, asocia Vila. Para eso, se utilizan las espuelas y el rebenque. “Elementos sufrientes”, para la antiespecista.
Rodríguez reconoce que las jineteadas de Montevideo son las mejores del país, con más inversión, con más cuidados y con más visitas. “Hacen lo mejor que pueden hacer con las jineteadas y, así todo, se mueren”. Pero Vila analiza que el caso de ese domingo de cierre de la Semana Criolla fue un caso particular: murió uno en 720 montas. Advierte que, seguramente, el animal padecía de una lesión previa a nivel de sistema nervioso. “No debería haber estado allí”, dice.
Pero la pregunta que surge en Montevideo es si se debería seguir practicando una disciplina que implica el dolor, por más regulación que se haya aplicado en los últimos años con el fin de minimizar el sufrimiento del animal.
—Que las espuelas no tengan punta nos cambia a nosotros porque no vemos la sangre. El hematoma queda por dentro —contraargumenta Rodríguez—. No estás fomentando una imagen de lo valiosa que es la cultura rural. Se crea un espectáculo en el que el hombre demuestra y el caballo es sometido, la dominación violenta de unos sobre otros. No es así la vida en el campo y la vida rural.
Desde esa perspectiva, las jineteadas se interpretan bajo la óptica de la violencia. Jorge Vaz, sociólogo especializado en ruralismo, lo explica: “También pueden analizarse como la demostración de fuerza del hombre, como representación de una identidad nacional más antigua, más bárbara”. En ese sentido, Rodríguez propone que la discusión no se de en el plano hombre-animal, sino en la dicotomía opresor-oprimido: “Ahí te das cuenta que el criterio moral se empieza a ver con más claridad”.
—Si nos quejamos de que la sociedad es violenta, ¿qué le estoy aportando a esa sociedad para que sea violenta?, ¿qué podría hacer para que cambie eso? —piensa.
Vila sabe que, al final, el caballo más feliz es el más libre. Pero también reconoce que las jineteadas representan algo que se hacía y era importante: “Así como en la ciudad hay fútbol, la actividad de fin de semana del interior son las jineteadas”. De hecho, fue declarado deporte nacional en 2006.
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—Nací en una quinta en Montevideo rural. En mi casa se faenaban animales. Me generaba rechazo moral. Lo manifestaba más por el lado del asco, por los gritos del animal, el olor a sangre.
Rita Rodríguez recuerda que a los siete u ocho años hizo su primer rescate canino; se acercó a una laguna para quitar a un cachorro de una bolsa que algún vecino había tirado allí. Todavía era una niña, no había hecho el “click”. Después de eso pasó el tiempo y vino la filosofía; cuestionar lo establecido.
—Me mudé sola y empecé a rescatar perros, gatos. Tuve una especie de mini refugio. Ahí la presión moral me empezó a acorralar: ¿por qué defiendo al perro -porque siente, conecto con él y genero un vínculo-, pero me como al cordero? No hay mucha diferencia, podés conectar con un cordero de la misma manera. Apelando a la coherencia racional, empecé a hacer cambios en mi alimentación, en mi forma de vestir—. Rodríguez es vegana desde el 2012.
Ni animales ni productos derivados. El veganismo va más allá de la alimentación; el shampoo, el maquillaje, la ropa. Eso, para Rodríguez, es una actitud política con bases éticas.
—Cuando vas a un asado hacés una disrupción política solo con tu presencia. Cuando vamos a protestar contra las jineteadas, también. Eso es valioso. Tiene que ver con el impacto que genera cada cosa.
Ella sabe que le encanta la carne, pero no sufre de compartir la mesa con carnistas. También sabe que ser vegana marca una ruptura que hace que el otro se interpele. Ahí surgen las discusiones de sobremesa.
—Si yo tengo que ir a un lugar y llevarme mi comida, es como que te invite a mi casa y cocine cosas que vos no comés. El vegano hace activismo aunque no quiera.
Su activismo pasa por Trato Ético Animal, donde la premisa es la convivencia responsable en la relación hombre-animal; tratar de afectar al otro lo mínimo posible.
—Yo, de hecho, tengo una familia multiespecie grande. En casa somos dieciséis. Convivo con trece perros y dos gatas.
En cuanto a política, piensa que es necesario que haya animalistas en todos los partidos: “Así como hay bancada feminista, aspiro a que haya una bancada animalista”. Más allá de la presión política del activismo, no siente que aún tengan las herramientas suficientes para generar cambios, “las tienen los legisladores”.
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En Uruguay, el nivel de urbanización es del 94,7%, según el censo de 2011. Otras cifras del BID indican que en Montevideo hay una concentración de 2.537 habitantes por kilómetro cuadrado. En el interior 10,4. Uno de los efectos de la globalización, según explica el sociólogo Jorge Vaz. El contexto urbano, dice, lleva a la construcción de identidades citadinas, que necesita referencias donde reconocer los nuevos valores. De ahí la expresión de grupos animalistas, por ejemplo. Eso repercute en la vida cotidiana, como en los deportes. Y a pesar de que la mayoría de la población se concentre en zonas urbanas, el caballo, símbolo de lo rural, no deja de tener influencia en la cultura nacional: hay 425.000 cabezas de equinos, según un informe de Uruguay XXI de 2011. Cada ocho personas, un caballo.
La cultura es un ser vivo. Muta. Se transforma. La tensión entre la ciudad y el campo se visualiza durante la Semana Criolla, con reclamos más fuertes cada año. Eso generó que las jineteadas se regulen en Montevideo, aunque para Rodríguez esos decretos anuales ya no tienen posibilidad de mejora. Para Vila sería un gran paso que ese reglamento tuviera carácter nacional. Pero antes deberían formar una sola entidad que se ocupe de la gestión de jineteadas: “Muchas ni siquiera son organizadas por organizaciones. Juntan caballos para comprar una ambulancia en tal pueblo o arreglar la escuela de tal otro”.
Y a pesar de la creciente concientización sobre el tema, más de 200.000 personas visitaron la Semana Criolla de Montevideo este año, informó la IMM.
Sucede que, frente al avance de la globalización, o tras el aislamiento de la pandemia, la cultura suele volverse a los elementos identitarios primordiales, explica Vaz. La función de la tradición es la de cohesión entre los sujetos. Cohesión como consenso, entendimiento. Identificación. Hay unión en ese encuentro del pueblo alrededor del prado donde el jinete monta al potro.
O sucede lo opuesto, la tradición también puede dejar de convocar por la identificación con nuevos valores. Por acción u omisión, en el reconocimiento o ignorancia ante el pedido de abolición de las jineteadas, el gobierno montevideano interfiere en la cultura.
Esa reunión fue la que tuvo Rodríguez con María Inés Obaldía, directora de Cultura de la IMM, previo a la Semana Criolla. El fin, dejar de financiar las jineteadas: “Hay una decisión que toma la intendencia de organizarlas y financiarlas. La junta puede prohibirlas, la intendencia puede dejar de organizarlas”, dice Rodríguez. El gobierno montevideano decidió no dar más declaraciones terminada esa semana.
—No es tiempo, todavía, de extender la discusión al resto del país —agrega Rodríguez. Por eso optaron por la junta—. Es irrespetuoso presentar un proyecto nacional cuando un partido de gobierno tiene las jineteadas como su bastión político. Es irrespetuoso para la gente y con el que ama las jineteadas y de repente se lo quieren sacar.
—Conjuntamente, mientras haces criollas, podes hacer otro tipo de pruebas con caballos, pero tenés que hacer una evolución gradual para que empiece a haber adeptos. Para mucha gente es su mundo y ellos aman esa actividad —dice Vila.
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—Podemos entender que el activismo está en los dos polos. El grupo tradicionalista también, en el rescate de la tradición —explica Vaz—. Las identidades sociales se asocian más a lo afectivo y, en la necesidad de las personas de identificarse con un grupo social, se soporta determinada ideología o creencia.
Como bienestarista, pero defensor de las criollas reguladas, a Vila lo han tratado de “payaso”, a Rodríguez -anitespecista, abolicionista- como “radical”. Aunque piensa que la diferenciación de términos es de uso interno, para todos los que defienden el respeto a los animales.
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