“El puente de Londres ha caído”, con esas palabras —conocidas hace tiempo por el público—, se informó a la novel primera ministra británica, Liz Truss, que la reina Isabel II del Reino Unido había fallecido este jueves, en el castillo de Balmoral, en Aberdeenshire, Escocia, a los 96 años de edad. Con esa frase se inició la operación London Bridge, el planeado y aceitado mecanismo que involucra a los funcionarios clave del aparato estatal británico y que incluye el anuncio de la muerte, la declaración de luto oficial, la organización del funeral de Estado y los pasos a seguir para su sucesión.
Tras el anuncio de Truss, todas las banderas del Reino Unido se pusieron a media asta, dando inicio al período de luto, a excepción de una, el estandarte del monarca británico, único pabellón que no puede bajar, dado que, con la muerte de la soberana, hay un nuevo rey, su hijo Carlos.
Durante un período de 70 años y 214 días, que iniciaron el 6 de febrero de 1952, la monarca ocupó el trono del Reino Unido, desde el día en que sucedió a su padre, el rey Jorge VI. Su fallecimiento se da en medio del Jubileo de Platino, nombre oficial de las celebraciones por las siete décadas de reinado. El 13 de junio de este año se convirtió en la soberana con el segundo reinado más largo de la historia, por detrás de Luis XIV de Francia, que gobernó por 72 años y 110 días.
Nacida el 21 de abril de 1926 en Londres e hija del entonces duque de York y su esposa, Isabel Bowes-Lyon, vivió hasta 1937 sin esperar que la línea sucesoria pasara por ella, dado que el heredero al trono era, en ese tiempo, su tío, Eduardo de Gales, futuro Eduardo VII.
Cuando él abdicó, el 11 de diciembre de 1936, su padre se convirtió en monarca y ella, su querida Lilibet, en el futuro de la corona británica.
El fin de una era
Hay muchas formas de medir el tiempo durante el que Isabel II ocupó el trono británico; la más usual de ellas, el número de primeros ministros que juraron formar un gobierno en su nombre. Quince jefes de Gobierno —once conservadores y cuatro laboristas— pasaron por el número 10 de Downing Street durante su reinado, desde Winston Churchill hasta Truss, que asumió el pasado martes 6 de setiembre.
El Bulldog que lideró Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, y que luego se convirtió en el “primer ministro favorito” de la reina, dijo, el 7 de febrero de 1952 en su discurso ante la BBC tras la muerte de Jorge VI: “Famosos han sido los reinados de nuestras reinas. Algunos de los períodos más grandes de nuestra historia se han desenvuelto bajo su cetro. Ahora que tenemos a la segunda reina Isabel, también ascendiendo al trono en su vigésimo sexto año, nuestros pensamientos se transportan casi 400 años a la magnífica figura que presidió y, en muchos sentidos, encarnó e inspiró la grandeza y el genio de la era isabelina”.
El día que falleció su padre, la princesa Isabel se encontraba en Kenia —aún parte del Imperio británico en esos años— durante la gira por la Mancomunidad de Naciones. Fue su marido, Felipe, duque de Edimburgo, quien le anunció a ella la noticia. En el viaje de vuelta, Elizabeth Alexandra Mary de Windsor decidió cuál sería su nombre oficial, y se convirtió en la segunda Isabel en reinar en la historia británica.
Durante su mandato, el ya derruido Imperio británico vio la era de la descolonización. En 1952, a los 25 años, Isabel se convirtió en la reina de siete países independientes, como cabeza de la Mancomunidad: el Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Pakistán y Ceilán (actual Sri Lanka). De esos siete Estados, cuatro siguen estando bajo el reinado de la Casa de Windsor, a los que se sumaron 12 países más que se independizaron en años posteriores, pero la mantuvieron como jefa de Estado. Muchas otras excolonias, la mitad de los dominos británicos, se independizaron completamente de sus lazos con Buckingham y se escindieron del bloque.
Durante su reinado, la monarca tomó una marcada línea de no opinar acerca de ninguna materia, principalmente de política, resaltando la división entre los asuntos de Estado y la Casa Real. Los temas de gobierno, en Downing Street; los de la monarquía, en Buckingham.
Símbolo de la unión entre el pasado tradicional del milenario reino inglés y la modernidad de los siglos en los que le tocó gobernar, Isabel supo demostrar su adaptación a los cambios de su país y su familia, manteniéndose estoica a través de los años.
Fue la primera monarca televisada. Su coronación, en 1953, fue uno de los eventos que estrenaron la tecnología que encandiló al mundo en esa década. Años más tarde, su ya tradicional discurso navideño acercaría a los británicos y a otros ciudadanos de la Mancomunidad de Naciones a los aposentos reales del castillo de Windsor.
Su vida familiar
En 1947 se casó con el príncipe Felipe de Grecia y Dinamarca, nieto del rey Jorge I de Grecia y, desde la víspera de su casamiento, duque de Edimburgo, tal como lo nombró el rey Jorge. Con él tuvo cuatro hijos: el actual rey Carlos (1948), quien hasta este jueves ostentó el título de príncipe de Gales; Ana (1950), Andrés (1960) y Eduardo (1964). Su matrimonio fue el más duradero de la historia monárquica británica, al haber estado juntos por más de 74 años.
Su esposo falleció el 9 de abril de 2021, a dos meses de cumplir 100 años. Luego de la muerte de Felipe, la reina se retiró aún más de la vida pública, tendencia marcada en los últimos años por su estado de salud.
Si se observa la vida familiar de los Mountbatten-Windsor, hay un año que destaca, el famoso “annus horribilis” —“año horrible”, en palabras de la propia monarca— que vivió Isabel en 1992. Dos de sus hijos, Carlos y Andrés se separaron de sus esposas —Diana de Gales y Sara Ferguson—; su hija, Ana, se divorció de Mark Phillips; y un importante incendio se registró en sus aposentos reales en Windsor. A su vez, el sentimiento antimonárquico, tradicionalmente bajo en territorio británico hasta la actualidad, subió debido a trascendidos de prensa sobre la fortuna personal de la reina, al tiempo que las Islas Mauricio dejaban de tenerla como jefa de Estado y se convertían en república.
En agosto de 1997, un año luego de su divorcio con Carlos, la “princesa de corazones”, Diana de Gales, falleció en un accidente de tránsito en el túnel del puente del Alma en París, Francia, junto a quien era su pareja en aquel entonces, Dodi Al-Fayed, heredero de la fortuna detrás de la tienda Harrods. Isabel y Felipe mantuvieron a sus nietos, Guillermo y Enrique (actuales duques de Cambridge y Sussex, respectivamente) en Balmoral, lejos de los focos de la prensa.
Sin embargo, esa decisión fue vista por el público como una muestra de frialdad, al mantenerse alejada de las calles de Londres, donde los seguidores de Diana le rendían homenaje. Por eso, tras seguir los consejos del primer ministro laborista Tony Blair, decidió regresar a Buckingham.
Desde allí, el 5 de setiembre, víspera del funeral de Lady Di, la reina dio un discurso en vivo en televisión, en el que expresó “su admiración” por su fallecida nuera.
Durante los últimos años de su vida, la reina, como cabeza de la Casa Real, debió hacer frente a los escándalos que derivaron de la decisión de los duques de Sussex, Enrique y Meghan.
La última gran figura del siglo XX
Su estilo sobrio y a la inglesa, mantenido a cal y canto a lo largo de los años, junto a su protagonismo y la mediatización de su vida, hicieron que la monarca se convirtiera —al nivel de su tatarabuela Victoria—, en un ícono británico.
Durante su vida, el mundo y su país pasaron de la crisis de la era de la postguerra al fin de la Guerra Fría, el desarrollo tecnológico que trajo Internet y el nuevo milenio. Comenzó como reina en la era de la radio, fue la monarca de las cámaras de televisión y debió enfrentarse al escrutinio del mundo de las redes sociales.
Con la muerte de la reina, se da comienzo al reinado de su primogénito, Carlos III del Reino Unido; pero también, con este suceso, parece dar su último adiós el siglo XX, del que fue fiel testigo desde Buckingham, Balmoral y Windsor, al fallecer la última gran personalidad de esa centuria.