Irene Brunstein miró a la muerte de cerca en varias oportunidades. Perdió a numerosos familiares en la Shoá y no tenía ninguna certeza de que se salvaría de las garras nazis. Su travesía en el intento de huir tenía la particularidad de que era una jovencita embarazada y luego una mujer con un bebé de días en sus brazos, tras un parto que ni siquiera pudo disfrutar por el temor a ser capturada.
Cuando logró cruzar la frontera hacia el lado español de los Pirineos comenzó a respirar tranquila... y ese año, 1942, partió de Bilbao a Uruguay, la primera patria verdadera que tuvo en su vida.
Sobre todo esto y mucho más fue esta entrevista, poco antes de conmemorarse 70 años desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
-Irene, usted fue de las afortunadas, que no sólo logró salvarse y a diferencia de tantos otros, no murió en la Shoá, sino que logró salir de la Europa nazi junto a su esposo y su hija, sus cuñados y su suegro. ¿Diría que ese sentimiento la acompañó a lo largo de su vida, el saber que probablemente con mucha facilidad habría podido estar del otro lado, el de la muerte?
- Hay que creer que los milagros existen, porque fueron muchas las ocasiones en las que estuvimos cerca de la muerte y nos salvamos. Me pregunto ¿por qué nosotros? Pero creo que todos los que sobrevivimos, con la gracia de Dios, no debemos cansarnos y tenemos que hablar, repetir siempre lo que pasó en esta terrible época. Como dijo Primo Levi: "Si nosotros callamos, ¿quién hablará?". Esta es la gran lección que recibimos: no se debe olvidar para que no se repita, ahora más que nunca por la explosión de antisemitismo en el mundo.
EL RIESGO CONSTANTE DE MORIR
- ¿Siente que estuvo muchas veces cerca del peligro de morir?
- Muchas veces. Una de ellas tratando de llegar al campo de concentración francés donde estaba recluido mi esposo. En un momento en el que estábamos caminando en una ruta con millones de personas que tiraban sus pertenencias, dejaban sus coches, nada tenía valor, todo pesaba y los aviones pasaban y nos bombardeaban. Entonces teníamos que tirarnos en la cuneta. En un momento en el que tuve contracciones y tuve miedo de perder a mi bebé, en vez de tirarme a la cuneta me senté sobre una piedra y pensé "que sea lo que Dios quiera" y mi suegro que gritaba "¿Enloqueciste? Tirate al suelo". Y al lado mío cayó muerto un caballo. Mi hora no había llegado...
Otra vez, estando en Paris, fui citada para presentarme en el Municipio para ser llevada a un campo de concentración. Pude conseguir una residencia forzada en Vichy, lo cual me salvó la vida.
- ¿Recuerda el miedo?
- El miedo era indescriptible, tomando en cuenta que estaba embarazada, y como judíos sabiendo el peligro que corríamos si caíamos en las garras de los nazis. Uno se acostaba con miedo y se levantaba con más miedo aún. Tenía miedo de cada persona y ni siquiera teníamos confianza en nuestros amigos. Es que nadie sabía lo que el día siguiente le deparaba: la muerte u otro día de vida. ¡Oh, mi Dios! ¡Esto fue terrible! Con la estrella amarilla teníamos miedo de salir de la casa pero también de quedar en la casa porque las "razias" eran frecuentes.
- ¿Cómo se hace una travesía como la suya, con una bebé de días en los brazos? Ni siquiera se le puede explicar que no debe llorar para que no los oigan...
- Mirando para atrás, yo también me pregunto cómo lo pudimos hacer... Para mí la única respuesta es: "con la protección Divina". Porque estando al borde del abismo muchas veces, estoy convencida que una vez, dos veces, tres veces puede ser casualidad, pero más veces tiene que ser la protección de Hashem.
Estando escondidos en un pequeño hotel en París en el curso de nuestro éxodo mi bebé agarró una infección intestinal y ni siquiera pude llamar a un médico a pesar de la angustia, por miedo de que éste nos denunciara.
Una vez nos refugiamos en una clínica haciéndonos pasar por enfermos: la nena chiquita corría de un lado a otro y las migas de galletas por todas partes! Al cabo de unos días nos echaron y nos presentaron una cuenta sumamente exagerada. Cuando protestamos nos dijeron que debíamos sentirnos felices porque nos habían escondido.
- Ese me parece uno de los puntos más simbólicos de toda su corrida para salvarse... le nace una bebé... y todos sabemos cómo se viven esos momentos, cuántos sueños una tiene... y usted tuvo que tratar de garantizar que no mueran. ¿En algún momento dudó que lo lograrían?
- No estaba segura de nada, ni de mi vida ni de la de mi bebé.
Cuando estuve en la clínica en Bruselas y nació mi bebé, no lo pude disfrutar como habitualmente se vive ese momento porque estaba atenta a cada ruido con un miedo terrible en el alma de ver aparecer a un nazi. Mi esposo, escondido, no me pudo acompañar y ni siquiera sabía que nuestra hija había nacido.
- ¿Perdió a familiares en la Shoá?
- Mi padre y mi hermana con su familia estaban en el Guetto de Lodz y de ahí fueron mandados a Auschwitz.
Un tío con su hijo, que estaban en la Resistencia Belga cayeron presos de los nazis y fueron fusilados.
Otro tío con su señora y su pequeña hija, escondidos en un sótano por gentiles, cedieron a los ruegos de la nena de ir a pasar una noche en su cama. Los padres, no pudiendo resistir a este pedido fueron a su casa que estaba en el barrio donde vivía la mayoría de los judíos. Esa noche hubo una gran redada , los capturaron y terminaron en Auschwitz.
Dos primos, hermanos entre ellos, fueron convocados para ir a un campo de trabajo en Malines. Pero fueron engañados y los mandaron directamente a Auschwitz.
- Qué horror... cuántas muertes... cada una con su historia. Irene ¿es posible decir qué fue lo peor de todos los desafíos pasados?
- Fue el estar cerca de salvarnos y a su vez estar frente al más gran desafío: no teniendo visa de salida de Francia ya que los franceses no nos la querían otorgar pues ya habían dado la orden de no dejar escapar judíos ya que estaba en marcha "la solución final" que fue decidida por los alemanes (Eichman y Goering) en Wansee.
Tuvimos pues que cruzar los Pirineos de noche y a pie, solos, porque a último momento el contrabandista que tenía que guiarnos se echó para atrás. Los Pirineos son "un océano verde" tupido, sin caminos, en donde dudamos muchas veces si estábamos en la dirección correcta o si nos habían entregado a los alemanes. Pero afortunadamente, después de cinco horas de marcha llegamos al lado español de los Pirineos.
Es increíble que al principio de todas las penurias, su esposo estuvo preso porque sospecharon que era colaborador con los nazis...¿Con demostrar que era judío no alcanzaba para refutar la acusación?
La quinta columna era una obsesión para los franceses, nutrida por los alemanes. Así que ser espía era solamente una excusa para arrestar a los judíos. Esto lo leí más tarde en un libro de esa época. Esta medida rigió para todos los países ocupados por los nazis. No se puede concebir que los franceses fueran tan ignorantes de confundir un libro en hebreo con un código secreto.
- ¿En qué medida ustedes sabían lo que estaba pasando en la guerra, mientras huían de un lugar a otro?
- Primero la "Noche de los Cristales Rotos" y el libro de Hitler "Mein Kampf" nos había alertado sobre la futura suerte que nos esperaba y ya habíamos empezado a oír hablar de los campos de concentración y de los guettos por gente que pudo escapar sea de Polonia o de Checoeslovaquia y por la radio clandestina de Londres. Claro que por escucharla, se recibía el castigo de la pena de muerte.
- ¿Sabían también que los judíos eran enviados a las cámaras de gas, a los crematorios?
- Estando siempre al acecho de noticias de las zonas ocupadas, era imposible no saber de las cámaras de gas cuando empezaron a funcionar.
- ¿Recuerda alguna vivencia especial de aquellos difíciles días, que quiera destacar?
- Estando en el sur de Francia nos enteramos que una tía mía, su esposo y sus dos hijos fueron confinados en el campo de concentración francés de Rivesaltes. Mi esposo, la nena y yo fuimos clandestinamente a tratar de salvarlos. Mi tía pesaba 85 kgs antes de la guerra y cuando la vi pesaba 38kgs. Mi tío tuberculoso en un hospital, mis primos transparentes, en este infierno de pulgas, piojos y todos los parásitos posibles. La difteria y el tifus reinaban. Niños de 4 años cargaban baldes de agua más grandes que ellos. Conseguimos salvarlos.
Los campos de concentración franceses eran terribles en cuanto al hacinamiento, higiene, comida. Se diferenciaban de los campos alemanes únicamente porque no tenían cámaras de gas. Pero sin esto, también moría la gente como moscas. Y de todos modos, los sobrevivientes de estos campos fueron mandados a los campos de exterminio alemán.
URUGUAY, MI PRIMERA PATRIA
- ¿Cuándo apareció Uruguay en vuestros planes? ¿Por qué Uruguay?
- Ningún país, ni siquiera los Estados Unidos, concedían visas a los judíos. Las visas que ciertos diplomáticos inescrupulosos vendían, eran falsas. Los barcos que transportaban a estos refugiados, una vez llegados a tierra no los dejaban desembarcar. Unos tuvieron que volver a Europa y otros naufragaron.
El Uruguay fue más generoso y, gracias a las gestiones de las hermanas de mi esposo que ya vivían en Uruguay, nos otorgaron las visas y la residencia permanente con ciertas condiciones: viajar en primera clase y depositar una cierta suma de dinero en el Banco de la República como garantía que no caeríamos a la carga del gobierno.
- En 1942 partió de Bilbao hacia Uruguay... Simbólico el nombre del barco, "El Cabo de la Buena Esperanza". ¿Qué sabía de Uruguay en aquel entonces?
- No gran cosa, únicamente que estaba situado en América del Sur. Pero en ese momento representaba para nosotros la libertad.
- ¿Recuerda qué sintió, qué pensó, al llegar a nuestras costas? En Europa continuaba la guerra...
- Un sentimiento de libertad y alabanzas a Dios. Viendo llorar a gente por haber dejado Europa, ¡no me explicaba esto!
- ¿Y cómo ha sido hasta ahora su vida en Uruguay? ¿Qué ha hecho?
- Trabajé con mi esposo en el negocio. Activé en la Alianza Francesa Israelita así como en el Congreso Judío Mundial colaborando con la Dra. Hollander y el Profesor Manuel Tenenbaum. Durante casi 50 años fui voluntaria en el entonces "Asilo de Ancianos Israelita" (hoy Hogar) en donde ocupé varios cargos y del cual soy Presidenta de Honor de la Comisión de Damas.
El año pasado edité un libro "Omi cuenta- Testimonio de una vida" que fue presentado en la O.R.T.
- ¿Cómo es la familia que formó?
- Tengo una hija divina, tres nietos maravillosos y cinco bisnietos que son como soles.
- Eso sí que fue dar sentido a la continuidad... Irene, ¿recuerda cuándo se sintió que ya es uruguaya?
- Como era apátrida, la primera nacionalidad que tuve fue la uruguaya. El día que me otorgaron la ciudadanía uruguaya me sentí pertenecer a algo y fue un día de fiesta para mí.
Debo aclarar que únicamente por el hecho de haber nacido en Polonia sus leyes no me daban derecho a dicha nacionalidad. Tampoco el hecho de haber vivido durante 15 años en Bélgica me daba ningún derecho, ya que mi padre no era belga.
Uruguay fue mucho más generoso y, al cabo de cinco años de residencia, me otorgó la ciudadanía y el pasaporte uruguayo.
EL DEBER: SEGUIR CONTANDO
- ¿Siente que el haber estado cerca del riesgo de morir, cambia el enfoque de vida para siempre, le permite apreciar todo lo que la vida le depara, distinto quizás de quien lo da por sentado?
- Por supuesto que una vez superados los traumas que traía de Europa quiero gozar plenamente de la vida junto a mi familia.
- ¿Por qué considera que hoy, 70 años después del fin de la guerra, es importante seguir contando?
- Creo que la obligación de todo sobreviviente, que ya no somos muchos, es la de dejar testimonios para las generaciones venideras y por supuesto para los nietos y bisnietos.
Sobre todo en nuestros tiempos en que el antisemitismo se propaga en el mundo, puede ocurrir que un loco con magnetismo, como en el pasado, pueda ampararse del poder y los judíos correr la misma suerte que en aquella época. Por esta razón nos debemos de enseñar a la joven generación de no permitir que esto se repita.