Por Aníbal Falco
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La semana pasada estuvo de visita en Uruguay uno de los principales intelectuales y líder de opinión de Chile, el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña.
El académico, que tiene en su haber más de una decena de libros publicados, brindó dos charlas durante su breve estadía en el país. Una fue en la Feria del Libro de San José, en la que durante poco más de una hora sintetizó y presentó las principales tesis que aborda en su último libro: Hijos sin padre: Ensayo sobre el espíritu de una generación.
Por otra parte, el jueves en la mañana disertó en un evento organizado por el Centro de Estudios para el Desarrollo. En esta ocasión, Peña, que es un prolífico escritor y cuenta con una oratoria extremadamente clara, trató otro tema: “El giro hacia el centro de [Gabriel] Boric: lecciones para Uruguay y América Latina”.
Durante la primera hora de disertación, el intelectual expuso su tesis sobre por qué el gobierno del actual presidente de Chile fue adquiriendo una noción más socialdemócrata a lo largo de su administración, tras el fracasado intento de reforma constitucional en el país trasandino que fue alentado por diversas fuerzas “políticas de izquierda e identitarias”.
No obstante, después de una hora de referirse a este tema, el docente universitario y columnista del diario El Mercurio esbozó una hipótesis sobre lo que piensa representa uno de los mayores peligros para las democracias de América Latina y también en Uruguay.
Aunque sin citarlo explícitamente, al menos en ese momento de su exposición, Peña hizo referencia a la definición quizás más popular del padre de la sociología moderna, Max Weber, sobre el Estado.
Weber, en su obra La política como vocación (1919), definió el Estado como la organización social que ostenta el monopolio de la violencia legítima y de los medios de coacción. Sin embargo, opinó Peña, la izquierda chilena (el Frente Amplio) —y latinoamericana— “aprendió tardíamente que el Estado no solo es, ni es principalmente, una agencia de distribución para curar la injusticia social”.
“Desde que aparece en Occidente, el Estado es ante todo un ente que reclama para sí con éxito el monopolio de la fuerza. Es capaz de producir orden en la sociedad evitando que la violencia se adueñe de las relaciones entre las personas”, comenzó el intelectual reflexionando.
En esta línea, el académico advirtió que el crecimiento del narcotráfico y el crimen organizado en América Latina ha puesto en cuestión la legitimidad del Estado en ese sentido y, por ende, de la democracia.
“El tema de la seguridad. El gran problema de la
izquierda en América Latina es que por la búsqueda de la justicia y la distribución
ha olvidado esta otra tarea del Estado. Y es una tarea tan importante como la
primera. Este es un problema transversal de América Latina y se está infiltrando
en todas las sociedades. Esta realidad pone en peligro y en crisis al Estado.
El problema del crimen organizado no es la cantidad de homicidios que hay en
las calles, es que disputa a fin de cuentas el monopolio de la fuerza al Estado.
Y de esta forma hace entrar en crisis al Estado. Esto implica una nueva
dimensión de la crisis estatal”, razonó Peña.
Y complementó con una advertencia: “Entonces, si nos importa el Estado, tiene que importarnos esta dimensión que la izquierda desgraciadamente desentendió durante mucho tiempo [la función represiva y el uso del monopolio de la fuerza por pare del Estado]. El problema es que cuando se desatiende esa dimensión del Estado, dejando que el miedo se expanda en la vida social, la ciudadanía no tarda mucho tiempo en estar dispuesta a pagar cualquier precio para que el miedo acabe, dispuesta a sacrificar las libertades, a abrazar cualquier populismo autoritario. Esto lo hemos visto en muchos países del mundo, tanto en Europa como en América Latina. A lo largo de la historia también lo hemos visto muchísimas veces. La gente está dispuesta a pagar cualquier precio por dejar de tener miedo”.
Finalmente, el intelectual consideró que “el miedo lo apaga el Estado, cuidando los valores y principios de una democracia liberal, o terminan estos valores siendo sacrificados” y por ende también la democracia.
Por Aníbal Falco
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