Por Brian Majlin
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Hace unas semanas, casi 2.000 personas recibieron un acceso vip para ser los primeros en ver La uruguaya, la película basada en la novela homónima de Pedro Mairal que Orsai Audiovisual había realizado con sus aportes. Por primera vez en la industria cinematográfica, un proyecto encarado de modo no tradicional llegaba a buen puerto. Antes, la nave insignia de Hernán Casciari había sabido hacer lo mismo con un proyecto editorial primero (cuando consiguió que, en 2012, 10 mil personas en todo Iberoamérica compraran una revista que no conocían, de la que desconocían sus eventuales contenidos, autores e incluso textos, por una suma de 15 dólares) y con un bar de pizzas que hoy ya no existe. La clave, siempre, estuvo en la comunidad: en juntar y saber urdir la trama en el nicho, en contarles a los posibles inversores que lo que querían no era el producto sino la experiencia de la contracultura. De hacer una revista sin publicidad ni intermediarios primero, de hacer un bar para refugiarlos en la lectura mientras comían algo, de subirse al vértigo de una película sin productores asociados más que aquellos que son parte del público.
Es cierto, ahora la película ya dio sus primeros réditos, ya se vendió a una plataforma que la comercializará en algunos mercados, ya ganó el premio a la mejor dirección por la labor de Ana García Blaya en el Festival Internacional de Mar del Plata, Argentina, y ya está posicionada para una venta furiosa. Pero antes hubo que apostar. Y Hernán, el gordo, el exgordo, el mercedino (de la provincia de Buenos Aires), el escritor que ya no escribe, el cautivador, el flautista de Hamelin, supo encandilar y hacer lo suyo: construir una comunidad con un sentido determinado, una razón de ser mutua, allí donde había tan solo un cúmulo de individualidades.
Ahora el proyecto innovación de Orsai es el cine. Además de La uruguaya, ya está girando la película de lo que fuera el Weblog de una mujer gorda, la blogonovela que luego llevaría Antonio Gasalla al teatro y que ahora está en cines de la mano de Florencia Peña y Diego Peretti, bajo el nombre de Más respeto que soy tu madre. Y Hernán, que solía ser escritor pero que asegura que desde 2015 ya no escribe, cuenta desde Buenos Aires a Montevideo Portal cómo sigue apostando a cierto juego, con una certeza: de a poco, lentamente, se está deshaciendo de los formatos para volver a la literatura. A construir, con sus propias palabras, emociones en la cabeza de las personas.
¿Te sorprendió el éxito de La uruguaya en el festival?
Soy muy nuevo en el rubro y no tengo ni expectativas ni sueños; todo lo que pase me parece genial. Que la hayan robado, que haya vuelto y todo lo que pase de ahí en adelante es como magia. Me parece re loco.
¿Ya era un éxito haber logrado 2.000 productores asociados?
Es la misma inquietud que la que teníamos antes del número uno de la revista. El sistema puede estar buenísimo, se puede formar comunidad, pero si después la revista era una garcha hubiera quedado todo a mitad de camino. Entonces todo bien, pero imaginate si los 10.000 suscriptores recibían un folletín fotocopiado y lleno de errores. La épica no hubiera dado la vuelta entera. Y con esto es igual: no hay precedentes de hacer cine de esta manera, pero si el resultado hubiera sido amateur no habría sido lo mismo.
Hace 10 años, en otra entrevista, te preguntaba por cómo hacer que te siguieran sin conocer el proyecto y vos decías que no era que cualquiera se sumaba, sino que dependía de haber hecho una comunidad previamente y de haberla respetado. ¿Qué crees que mueve a la gente para ser parte de esto?
Supongo que todavía no son actividades frecuentes las que tienen que ver con participar activamente de un proyecto cultural serio. No hay muchos casos y yo sé que soy bueno explicando, entonces creo que con esa capacidad que tengo y ese ejercicio de explicar con gracia y de forma coloquial, más gente te escucha. Y la comunidad creció muchísimo y, a la vez, se autorregula: viene alguien nuevo y no conoce, pero compra un bono porque escuchó en la radio y cree que es algo económico y, en los comentarios cuando pregunta por cuestiones financieras, la propia comunidad le responde ‘ey, calmate, acá estamos para otra cosa, estamos porque nos gusta divertirnos’. Esa comunidad administra la ansiedad de los nuevos. Y se volvió medio generacional también; nos pasa ese tipo de cosas, que además te hace notar que estás viejo, de que un colaborador diga que su padre compraba las primeras Orsai. Funciona del mismo modo que funcionaba hace 12 años, solo que tengo muchísima más espalda y gente laburando ahora. Todos son amigos o parientes o lectores iniciales del proyecto, nadie es de afuera: no utilizamos el recurso de fichar a alguien de otra empresa o esas boludeces. El que entiende mucho es porque la vivió como lector.
En las vicisitudes del mercado puede fallar o que alguno de los proyectos no cubra la expectativa. ¿Nunca sentiste que se te iba de las manos?
Tampoco hacemos tanto. Que yo sepa, todavía ningún proyecto nació de la codicia —no solo económica, sino de coleccionar o acumular proyectos—. Vamos haciendo cuando tenemos ganas. Es difícil que fracase algo porque la búsqueda es genuinamente una curiosidad. “Che, ¿cómo saldrá esto?”. Estoy más interesado en ver qué pasa que preocupado porque salga mal.
Pero hay cierta espalda para poder hacer eso…
¡Claro! Los proyectos que andan bien, andan muy bien. Y eso nos ayuda a no estar pensando en la guita. Hoy podría hacer 14 fracasos en un año y no pasa nada. Porque los proyectos que andan bien, siguen. ¿Y sabés cuál es el que mejor anda?
No.
El de vender mis libros. Es lo que mejor funciona de lo que hago. Ahora hay 12 y se venden de la misma manera. No se descatalogan; se generó un sistema coleccionable, entonces se sigue vendiendo mucho un libro que ya no tiene costo. Es toda plata que entra con la que hacemos cosas. No hay un tema económico que nos haga frenar.
También hace 10 años decías que tu escritura era un modo de hablar fuerte; que eras más hijo de la sobremesa que de la literatura. Ahora que no escribís, ¿es porque encontraste que la narración oral podía ser igual de potente?
No, no, no. No es que podía ser tan potente, es mucho más potente. Cuando solo escribía libros me entendían los que leían bien o tenían el ejercicio natural de la lectura: y es solo un 22%. Y hay otro 78% que no leía, pero que ahora me escucha. Desde que empecé a hablar vi que es muchísimo mejor. Desde el lado mío puedo seguir diciendo que no escribo, pero no puedo decir que ya no invento: las historias que cuento arriba del escenario, que hago un cuento en forma recurrente, las estoy escribiendo mientras hablo. Todas las semanas le pongo algo, le saco otra parte, me doy cuenta de cómo se ríen o emocionan. Me doy cuenta ahora de esto. Cuando digo que no escribo es mentira, pero ya no anoto lo que pienso.
¿Y extrañás la reescritura o lo vas reescribiendo en vivo?
Es que es muy divertido. No es solitario, tiene sorpresa, es mucho más parecido al blog que a la literatura lo que estoy haciendo ahora. En 2003 yo anotaba cosas muy en caliente y apretaba enviar. Y en comentarios me decían que había un error y lo íbamos corrigiendo. Escribir en voz alta es lo mismo: te encontrás con la respuesta inmediatamente.
Hay algo en tu literatura que la hace accesible, llana, sos un escritor que sabe cuándo apretar la tecla para hacer reír y cuándo apretar para hacer llorar. ¿Cuándo te diste cuenta de eso?
Ese ejercicio lo empecé a trabajar antes de leer en voz alta. Siempre fui un buen lector. Y, como tal, agradecía mucho esos momentos. Sobre todo, la transición, el pasaje de estar muy emocionado con algo y que una frase, en el mismo párrafo, me hiciera reír. Me pasaba mucho con Camilo José Cela, con autores que manejaban esa velocidad. Lo empecé a practicar porque me gusta como espectador. Esa cosa sandrinesca. Y después lo convertí casi en una obsesión, me siento frustrado si no pasa. Con los años y la práctica sale mejor y sé que hoy puedo disfrazarlo más, que no te des cuenta cuando viene, pero es el clímax de lo que hago, lo más lindo: cuando te reís y venís emocionado, o cuando venís riéndote y bajás al llanto.
Otra de tus obsesiones siempre ha sido mantenerte actual en términos de tecnología, consumo cultural y audiencias. Y, sin embargo, en una entrevista reciente en Caja negra dijiste que en cinco años ya no vas a entender nada…
Ya empiezo a perder ese criterio y a perderme cosas, a no entender. En algún punto pienso que voy a volver a la literatura. Viste que hay gente que dice “yo de viejo me voy a morir en Uruguay”; bueno, para mí la vejez es para volver a la literatura y despojarme de los formatos. Y me da cierta curiosidad saber qué tengo para decir de viejo. Pienso que va a estar más cerca del ensayo que de la ficción, aunque no lo sé. Y siento que voy a volver a ese espacio donde no hay novedad, que es la palabra pura y no hay que adaptar nada. No es ahora, porque hay muchos proyectos de dirigir equipos, me divierto, pero en algún momento voy a querer bajar y no me va a importar qué tiktok hay ese día en el mundo.
¿Y ahora te importa?
No es que me importe, pero sí me interesa ese público. Yo estoy subiendo un cuento cada 48 horas en TikTok, y nunca había pasado con ninguna otra plataforma semejante cantidad de escucha o de lectura. Hay cuentos que tienen, en menos de un día, un millón y medio de visitas. Y eso significa exponencialmente más venta de libros.
¿Tenés intuición de por qué se da?
Porque las plataformas buscan la inmediatez y en ese mar de inmediatez lo que revoluciona es un gordo hablando cinco minutos. Llama la atención un poquito, te quedás, y, si el primer párrafo te engancha, que es casi como mi virtud principal, hay bocha de chicos guatemaltecos de 18 años comprándome libros. Y yo no hubiese llegado a ese lugar. Es más, el año que viene lo único que voy a hacer es una gira latinoamericana porque hay jóvenes que nunca pensé que me iban a estar esperando en lugares a los que no iba a ir. Y ya no es nuestra generación, eh, es gente que está escuchando cuentos por primera vez y se le parte la cabeza. Me doy cuenta por sus comentarios. Les partís el marote muy rápido, porque no tienen gran capacidad de lectura. Mi forma de escribir, que siempre tendió a la palabra fácil y al efecto cotidiano, al que más le pega es al que no lee. Y en este momento está lleno de gente que no lee y anda con el telefonito pegado en la mano.
¿Cuánto hubo de elección en esa búsqueda de lenguaje popular?
Fue una elección muy cuidada, pero no para ser popular, sino porque necesitaba comunicarme con mi papá, que era un tipo que nunca leyó y tenía que encontrar una vueltita en el blog, porque sabía que estaban mi papá y el Chiri leyendo, que son dos parámetros súper desiguales. Mi amigo que estudiaba letras y mi viejo, mi otro amigo, al que había que hablarle muy clarito y, si era posible, de deporte y con chistes. Y en esa mezcla de no aburrir a uno ni dejar afuera al otro apareció mi voz de Internet, que a la vez tenía que tratar de que nadie se quedara afuera. Creo que ahí encontré un modo de escribir que, con tiempo y ejercicio, fue muy para todos.
¿Cómo te diste cuenta de que enganchar en el primer párrafo era tu virtud y cómo no hacer un firulete de más?
Siempre me dio mucha bronca la experimentación literaria de estar tres páginas sin que el autor te diga quién es el que te está hablando. Muy cortazariano y de la época de experimentar, pero eso de dejar afuera a tanta gente me parece medio una falta de respeto. ¡Tres páginas! ¿Quién es, boludo? Dejame de romper los huevos. No es que tengo buenos primeros párrafos, sino que digo rápidamente lo que va a pasar: dónde estamos, quién habla y hacia dónde vamos. Y también me ayudó internet porque el primer párrafo de los blogs es el copete. Y si no emocionabas en ese copete, se pasaban para otro lado: tenía ser un comienzo muy fuerte. Ya perdí de vista si me llevó el formato, si es querer que mi viejo me entendiera o es que yo soy ese lector.
Hablaste de la vejez en Uruguay. En 2005 escribiste Justicia poética, un texto que declaraba un amor incondicional por este país. Luego viniste, tuviste un infarto y seguiste viniendo muy a menudo. ¿En algún punto desmitificaste Uruguay?
Claro que sí. Es como las parejas después de mucho tiempo: ya sé lo malo. Ya me dieron bronca muchas cosas. Pero sigue teniendo, como con las parejas de años y en las que pasó la etapa de la pasión, que las seguís mirando y decís: qué bueno que exista, qué bueno lo que me pasó con este lugar. Ya no siento lo que sentía antes del infarto. Cuando te acercás a aquello que querés, te encontrás con lo bueno y lo malo; pero no deja de ser aquello que de niño me fascinó. Después fue entender que el provincianismo no es bueno al 100%, de que te podés aburrir mucho, de que hay mucho conservador.
Hablabas del infarto. ¿Esa experiencia de cercanía con la muerte le quitó el temor o lo agudizó?
Me pasó una cosa muy rara con eso: estoy en una etapa más de yapa. Tengo esa sensación permanente. Entonces, no es que no le tenga miedo, pero siento que estoy en un backstage. Ya vi el recital y me pude colar a la parte donde están los músicos comiendo; estoy como un lugar donde no debería estar. Y ya no va a pasar que me echen, porque ya me tendría que haber ido. No sé bien cómo explicarlo, pero estoy hecho. Y encima desde ese momento todo lo que pasó es muy bueno, entonces medio que ya está, está todo bien.
Cuando estás cerca de una experiencia traumática suele aparecer cierta claridad mental y da pronto sentís que te apartás, aunque sea transitoriamente, de lo banal. ¿Cuánto te duró eso?
No sé si me pasó. Tampoco lo viví como traumático. Porque me estaba enamorando de alguien, que era lo más fuerte, y lo que recuerdo es algo muy satisfactorio: solo que en un momento me tuvieron que poner un stent en el medio de un romance. Y utilicé eso para hacer lo que no me animaba a hacer, que era quedarme. Y la alegría que tenía al otro día era tremenda. Lo traumático tuvo que ver con Nina, más que nada, pero no por la muerte, sino por la conversación a la que me negaba, que tuvo que ocurrir unos días después y donde le tuve que decir “me voy a quedar acá”, sabiendo que ella podía estar escuchando “no te quiero más”. Ella fue milagrosamente adulta para no escuchar eso, sino lo que le quería decir.
El Hernán público jamás diría que se arrepiente de quedarse. ¿Vos alguna vez lo sentiste?
Pero ni en pedo. No por chauvinista, eh. Es porque no tengo nada que hacer en otro lado. No entiendo nada de lo que pasa en otro lado. Ni de vacaciones sé qué hacer. Estoy más contento acá que en cualquier otro lado. Me pasó mucho tiempo estando en España, esa sensación de vacío de estar transcurriendo, no viviendo, haciendo tiempo sin saber para qué: todos los días son iguales, decía, era todo lo mismo. No la pasé nada bien. Y eso también tuvo mucho que ver. Acá la paso muy bien.
El (ex) gordo chanta
Hernán es un ser hipnótico y lo sabe. Si él la pasa bien, puede ser la medida de todas las cosas: hace que el público la pase bien, que se compenetre con sus historias. Y aunque estallen sus tiktoks, se aleja del metaverso y advierte que se baja de los formatos porque se está “quedando sin energía”. Pero sus ganas de contar no desaparecen. “Estoy muy encariñado con los proyectos de cine y con subirme al escenario y contar, que me parece hasta más prehistórico que escribir, porque es la nada misma”, arremete con una certeza que no sabe bien de dónde sale.
Una vez te pregunté si eras un gordo genio o un gordo chanta y me dijiste: “genio, chanta o genio chanta, pero no quisiera ser gordo”. En 2016 adelgazaste y me dijiste: “sigo siendo chanta”. Y este año, en aquella Caja negra, dijiste que te preguntarías a vos mismo cuánto hay de verdad. ¿Cuánto de Hernán es personaje?
(Ríe) El problema más grande cuando pasa el tiempo es que yo ya no me acuerdo qué parte de la anécdota es verdad y qué parte no. Una que me olvidé es el final de Basdala, ese cuento en el que chateo con él y no recuerdo si lo del chat pasó o si ese giro del final lo inventé o realmente pasó. Y como es un chat no tengo forma de recuperarlo. Y de verdad no lo sé, no es joda. Cuando yo le decía a Leiva “¿qué es verdad?” hablaba de eso, incluso de los recuerdos de la infancia que sabemos que no son tal cual los recordamos, sino que la cabeza hace un trabajo de falsa memoria. Después respecto al personaje, yo soy un chabón tremendamente antisocial. Y en los lectores se genera algo que no es verdad, que es la sensación que a veces puedo ser divertido en una sobremesa de asado. Y no es verdad, salvo que esté con el Chiri y dos amigos más. Si supieran lo silencioso que puedo estar en una casa ajena… es algo que ellos imaginan y ahí si hay una diferencia notable entre el personaje y el verdadero. Pero, en lo demás, lo que he escrito es lo que soy o lo que he sido.
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