Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Setecientos cincuenta y ocho uruguayos se quitaron la vida en 2021.
Fueron 40 más que en 2020, el año de llegada de la pandemia al país. Entonces el flagelo -debería decir, la tragedia- aumentó un 5,5%.
La academia habla de “fallecimiento por lesiones autoinflingidas intencionalmente”. Dicen los estudiosos que la decisión del suicidio se lleva 703.0000 personas por año en todo el mundo.
Uruguay tiene una tasa de 21,39 cada 100.000 habitantes, la tasa más alta en 24 años, superando la de 2002, el año de la crisis económico-financiera más grande de los últimos 50 años, o más (ese año fue de 20,62).
Ocho de cada 10 personas que deciden terminar con su vida son hombres.
Y si bien preocupa el aumento en el suicidio adolescente, la franja etaria que más preocupa es la de adultos de entre 25 y 29 años: de 2020 a 2021 la tasa pasó de 29,1 a 36,2, según datos del Ministerio de Salud Pública (MSP).
Cada 14 horas, aproximadamente, una persona se quita la vida en este país.
Para entender un poco más este triste fenómeno -insisto: tragedia-, el sociólogo Pablo Hein, magíster en Sociología e integrante del Grupo para la Comprensión y Prevención de la Conducta Suicida de la Universidad de la República (Udelar), explica algunas cosas, días después del Día Nacional para la Prevención del Suicidio, el pasado 17 de julio.
Por ejemplo, que no sabe por qué Tabaré Vázquez eligió ese día cuando en el mundo entero se optó por el 10 de setiembre. Pero dice cosas mucho más importantes, que conviene tener en cuenta: que el abordaje de la problemática debe ser multidisciplinario y multisectorial, donde la psicología, la psiquiatría, la sociología, la antropología, la historia y la comunicación, trabajen en conjunto, más allá del punto de vista meramente sanitario.
Que se debe atender desde lo comunitario y colectivo, no desde lo individual. Que es inútil señalar localidades o departamentos cuando no se aplican medidas focalizadas. Que las campañas de comunicación (como la del MSP con el comunicador Juan Carlos López) deben ser sostenidas en el tiempo, que es importante “machacar”, y no acordarse sólo de esto el 17 de julio. Que no importa que alejemos a los potenciales suicidas de las armas o los cuchillos, porque suelen elegir una cuerda. Que no hay que fomentar “bombas de humo” ni alimentar mitos. Que la pospandemia no traerá buenos números.
Y que estamos lejos de atender bien esta tragedia: “Yo creo que para comprender y para prevenir, las políticas públicas no son felices. Y esto lo dicen las estadísticas. Uruguay construye muchas bombas de humo, cuando estamos rodeados de datos y no nos damos la oportunidad de analizarlos”.
"Uruguay lidera el ránking desde 1940. Ya en esa época teníamos una tasa de 13 cada 100.000 habitantes. Trabajar con la media latinoamericana puede ser un error en términos metodológicos. Uruguay también tiene un subregistro"
-¿Para qué sirve la sociología como ciencia social en una sociedad?
-La sociología, como ciencia, en una sociedad y en un contexto sociocultural sirve, entre otras cosas, para comprendernos. La sociología usa diferentes lentes, como le digo a los alumnos. Esos lentes son teorías, entonces cualquier problema social se transforma en sociológico para su comprensión a partir de un método científico, y fundamentalmente a partir de las teorías que tú pones para interpretar eso.
Ya lo dijo el político y científico Max Weber: “Una cosa son juicios de valor, otra cosa es la relación con los valores”. En el tema de los suicidios es muy fácil de verlo: una cosa es tratar de prevenir el suicidio, otra cosa es comprender. La sociología sirve para comprendernos, ver de dónde venimos y hacia dónde vamos, siempre desde el punto de vista colectivo, no individual.
-¿Por qué dedicarse a estudiar el suicidio? ¿Qué lo atrapó de este fenómeno?
-El tema del suicidio vino sin querer. Yo trabajaba en la Dirección de Salud Mental de ASSE, y allá por 2011 se planteó la necesidad de hacer un proyecto que saliera de la órbita de ASSE en lo estrictamente de prevención, y tratar de comprender los fenómenos desde un punto de vista sociológico. Creamos con Cristina Larrobla y Gabriela Novoa presentamos un proyecto para presentar en la ANII, que resultó financiado, y a partir de ahí empezamos a transitar el tema del suicidio.
Luego dejé el departamento de ASSE y en la Facultad encontré un espacio, en el Departamento de Sociología, y ahí se fortaleció el Grupo de Comprensión y Prevención de la Conducta Suicida (de la Universidad de la República). Somos 12 o 14 personas de diferentes facultades, que vamos llevando el tema desde diferentes perspectivas y disciplinas. Me sentí cómodo como sociología con las otras disciplinas: la psiquiatría, la psicología, la comunicación, la historia.
-Desde hace varios años -no es nuevo- Uruguay lidera el triste ránking de suicidio en América Latina. La pregunta del millón es: ¿por qué?
-El ránking se lidera desde 1940. Ya en esa época teníamos una tasa de 13 (personas cada 100.000 habitantes). Trabajar con la media latinoamericana puede ser un “error” en términos metodológicos, porque hay países en América Latina en los que el registro de mortalidad es muy débil (lo dice la OMS y la OPS), o tienen un subregistro de mortalidad muy importante. Estamos hablando de 40 o 45% de subregistro: en Ecuador, Paraguay, Bolivia, Perú. Eso puede hacer, en parte, que este problema que estamos tratando, se vea acrecentado, por el buen registro que hay (acá). Sí nos podemos comparar con Chile, Argentina, México o Estados Unidos, donde el subregistro es menor. Uruguay tiene un buen registro de mortalidad, lo que no hace necesariamente, es llevar a una tasa alta de suicidios. Porque también hay que decir que hay un subregistro del suicidio en Uruguay.
-¿De cuánto es ese subregistro?
-No lo hemos estudiado en los últimos años, pero cuando lo estudiamos -del 2014 al 2017- rondaba el 9%. Hicimos un estudio con Leticia Rodríguez: comparamos los registros que no son oficiales del Ministerio del Interior (MI) con los de Salud Pública (MSP), “matcheamos” la información por el número de cédula, y observamos que hay suicidios en el MI que no son suicidios para el MSP. De ahí viene el subregistro. ¿Qué sucede en el MSP? Suceder que el médico forense tipifica la muerte como “causa externa” y no la especifica. Y por más que haya evidencias como una carta del suicida, el MSP lo deja como “causa externa” o “causa abierta no codificada”.
Este error se está corrigiendo, lentamente. En los últimos cuatro años se produjo una separación de los datos patronímicos del suicida con los datos de la causa de muerte. Antes el registro pasaba por 11 manos, andaba por muchos lados. Esto se está solucionando: por un lado, lo que es patronímico (edad, peso, talla) y otra cosa son las causas efectivas. Eso luego se juntan y lo codifican.
"Hoy por cualquier problema de dolor o sufrimiento, recurrimos a un psicólogo o un psiquiatra. Y a veces esos problemas, hace 30 o 40 años, no necesitaban de una resolución individual de la psiquiatría"
-Volvamos a la pregunta clave: ¿por qué pasa esto en Uruguay?
-No hay una sola variable, hay muchas. Creo que hay un factor histórico importante. Hay un cambio a nivel social que el Uruguay está procesando, aunque no está sabiendo tejer las mallas de protección social que necesitamos. En las relaciones sociales tenemos riesgos sociales, y a esos riesgos sociales se le deben tejer mallas de protección.
También la sociedad uruguaya tiene cierto comportamiento con la muerte. Algunos lo atribuyen a la secularización, la separación entre Iglesia y Estado. Esto lleva a que un conjunto de uruguayos resuelva cuándo quieren dejar de vivir de una forma un poco más abierta y más libre que en otros países. Y duela a quien le duela, también es importante decir que Uruguay, en los últimos años, el marco sanitario para estos temas tiene sus fallas y no las estamos pudiendo resolver como sociedad.
Estamos en un proceso de medicalización, psiquiatrización y de salir de lo negativo, que estamos saturando lo que es el ámbito médico y sanitario, psiquiátrico y psicológico en estos temas. Es decir, por cualquier problema de dolor o sufrimiento, recurrimos a un psicólogo o un psiquiatra. Y a veces esos problemas, hace 30 o 40 años, no necesitaban de una resolución individual de la psiquiatría, si no que se tejían en ámbitos más comunitarios como en un club, un sindicato, una religión, o un grupo de amigos.
-Según datos del MSP, en 2021 murieron en Uruguay 758 por autoeliminación, 40 casos más que en 2020, cuando estalló la pandemia del Covid-19. ¿Cómo se entiende que se hayan quitado la vida más uruguayos en 2021 que en un año tan crítico como el 2020?
-El encierro le hizo bien al suicidio.
-¿Cómo?
-Si tú mirás las estadísticas de suicidio mes por mes, y mirás marzo-mayo de 2020 (el período del “Quedate en casa”), y mirás el mismo trimestre en 2019, 2018, 2017 -no mires sólo un año para atrás, es otro error-, te vas a dar cuenta que en el encierro hubo menos suicidios, descendieron los suicidios.
Es por un efecto que se llama “efecto guerra” que indica que en determinados contextos como pandemias, guerras, inundaciones o catástrofes naturales, los suicidios descienden. Se entiende que hay una preocupación por lo social, por salir todos conjuntos de esa situación, desde lo colectivo, que los suicidas de alguna manera retrasan su decisión. Creo que en 2022 y 2023 van a ser más los casos.
Y así como se sabe eso, también se sabe que los efectos posguerra o pospandemia, se arrastran por dos o tres años. Entonces no es de extrañar que en este 2022 los suicidios aumenten más que en el 2021. Hay un efecto de arrastre de la pandemia que no se puede ver inmediatamente en estos temas de muerte, de suicidio.
-Lo que queda claro es que hay que hablar más del suicidio, y no menos. Lo digo por el mito de que no hay que hablar de suicidio, por el efecto contagio…
-Sí, sí, claro. Ese mito el lector lo puede ver: hace 30 años que no hablamos y siguen aumentando los suicidios en Uruguay. Es más, estamos hablando de un aumento de proyección sin saber cuántos somos, porque desde 2011 a la fecha no sabemos cuántos uruguayos somos.
"Construimos bombas de humo con el invierno, con el suicidio del Morro García diciendo que iban a aumentar los casos, y no aumentaron en esa franja etaria, construimos bombas de humo diciendo que pasaba porque 'somos tristes'”.
-En 2020, el año de llegada de la pandemia, el suicidio entre adolescentes de entre 15 y 19 años creció un 45%. Fueron 42 los jóvenes que se quitaron la vida en 2020, en comparación con 29 que lo hicieron en 2019. Esto es: cada tres días un adolescente de entre 15 y 19 se mató. Perdón que insista, pero ayúdenos a entender: ¿por qué pasa esto entre los jóvenes?
-Hay gráficas que muestran que esa cifra de alrededor de 40 casos ya la tuvimos en años anteriores. Y durante cinco o seis años, desde 2010 a la fecha, tuvimos en esa franja etaria más de 40 casos de suicidio adolescente. Es decir, yo relativizo las estadísticas para hablar de suicidio en juventud. No pensemos que los 42 casos de 2020 fueron más importantes que los de otros años, por favor. No construyamos bombas de humo donde no las hay. Así como construimos bombas de humo con el invierno años atrás, como construimos bombas de humo con el suicidio del “Morro” García diciendo que iban a aumentar los casos, y no aumentaron en esa franja etaria, así como construimos bombas de humo diciendo que pasaba porque “los uruguayos somos tristes”. No construyamos una bomba de humo a partir de una mala lectura de las estadísticas para el suicidio en juventud.
Es cierto que de un año a otro hubo 45% más, pero si tomamos una década, no hubo un aumento. Eso es lo que te quiero decir: no hagamos olas donde no hay.
El suicidio juvenil no es un problema de los jóvenes, es un problema del mundo adulto. Tenemos que trabajar con los adolescentes y los jóvenes, pero no por el suicidio juvenil, sino porque ellos van a ser los futuros suicidas del mañana. Van a ser la franja etaria de 30 años o más, que es la que tiene más este problema en el Uruguay. Yo creo, como dijeron (el neurólogo) Boris Cyrulnik y (el sociólogo) Danilo Martuccelli: son las “aventuras” o las “pruebas” que les ponemos a los jóvenes. Hay dos grandes pruebas o aventuras: una es el mundo sexual, y lo otro es la incorporación al mundo adulto. Esas pruebas las pone el mundo adulto: “Yo quiero que mis hijos sean así”, y no los aceptamos de otra manera. Ahí se produce el crac. Reconocer eso es una cachetada a los que tenemos 50.
El problema lo tenemos a partir de los 25 años. A partir de los 29 el ascenso (de la tasa) sí es marcado, y sí hay un crecimiento, y sí los dicen los datos oficiales.
-Es un flagelo netamente masculino: se matan muchos más hombres que mujeres. ¿Cuál es la explicación?
-La relación en Uruguay históricamente ha sido de 7 a 3, cada siete hombres que se suicidan, lo hacen tres mujeres. Últimamente llegó a 8 a 3. Seguimos las cifras de la tendencia mundial (en casi todos los países es más masculino que femenino), salvo algunos contextos específicos: China, alguna parte de África, y partes de Medio Oriente, donde es más femenino que masculino. Pero estamos apenas por arriba del promedio de masculinidad.
Esto se debe enfocar desde diferentes perspectivas: el primero, lo atamos a la juventud. Cómo acceden los varones y las mujeres al mundo adulto. Y ahí es diferencial: lo dice la neurobiología y la psiquiatría: los hombres y las mujeres llegan de forma diferente a la adultez. Los varones somos más torpes y más impulsivos; por otro lado, los varones hacemos juicios de valor bastante más duros respecto a otro varón, que respecto a las mujeres. Eso lleva a cierta conducta entre los varones, que por h o por b, terminan quitándose la vida por mano propia. También, los hombres tienen menos armas para comportarse y se sienten más inseguros ante el no cumplimiento de determinados status esperables.
-El suicidio es un fenómeno que se ha repetido más en el este del país que en otras zonas del territorio nacional. Algunas localidades de Rocha, Treinta y Tres y Paso de los Toros se han alternado como sitios con cifras altas de suicidio. ¿Tiene algo de razón la teoría de que los jóvenes se quitan la vida por demasiado ocio, porque no tienen mucho para hacer?
-Yo creo que pensar el Uruguay por regiones en términos de suicidio está bien si vamos a focalizar políticas. Especificar regiones para decir “tal departamento o ciudad está por encima” me parece un error. Si tomamos tres o cuatro regiones, con Montevideo como una región, después el este, otra el centro, otra el litoral y el norte, hay que decir que hay una tendencia histórica donde aquella región a la que llamamos Este tiene una tasa un poco más elevada, no solo a nivel general, sino a nivel de suicidio masculino. Tenemos que intervenir rápidamente en ese contexto.
También nos habla de qué estamos haciendo como sociedad en ese contexto. No nos olvidemos que en los últimos 20 o 30 años se ha producido un cambio económico y de matriz productiva importante, han pasado a predominar producciones agrícolas como el arroz o la forestación, y se han desplazado otras. Y, además, la zona este del país es la que se llena una vez al año y después se vacía. Eso tiene su que ver.
-¿Y eso de que los jóvenes se matan por la inactividad, porque en su pueblo “no hay nada para hacer”?
-Ese es otro mito que hay. A bases los enfoques psicológicos o psiquiátricos pasan a la población del caso clínico individual a lo colectivo. Y ahí es donde falla. Eso de que lo hacen porque hay un solo boliche, no hay cine o teatros, no creo que pase por ahí.
"La sociedad te empuja a que te mates, pero la sociedad también te saca de ese impulso. Esto a algunas profesiones les cuesta, porque no es su metiér. Hay que dejar hablar a la antropología, a la comunicación, a la sociología"
-La depresión, estimo, es una puerta de entrada a la idea del suicidio. Pero no es la única, ¿cierto?
-No sé si la depresión es una puerta de entrada. Para empezar, es una patología psiquiátrica que está muy de moda, y a todo el mundo se le encaja la etiqueta de “depresión”. Esto está acompañado de dos procesos importantes: primero, la medicalización de la vida, psicologización o psiquiatrización de la vida. Y este proceso también se da en autodiagnosticarte como “deprimido”. Y después, en los últimos 20 o 30 años en Uruguay, hay hechos comunes de la vida como perder una pareja, o un empleo, y rápidamente se pone el foco en lo individual. Y no se ve como esos riesgos que son de la sociedad. Hoy perder un trabajo es factor de depresión, te hablan de resiliencia y de que tenés que salir adelante. Y jamás se analiza qué te llevo a perder ese trabajo, como colectivo.
Volviendo a la depresión, es un marco de relaciones. Fijate que el DSM, el manual de diagnóstico de la psiquiatría, ha aumentado en sus diagnósticos en los últimos 30 años de forma exponencial. Durante dos años el DSM-5 estuvo liderando el ránking mundial de venta de libros, por encima de Harry Potter y Cincuenta sombras de Grey. Esas ventas del (libro) DSM -lo dice James Davies en el libro Sedados- se debe a que la industria farmacéutica compró y distribuyó las nuevas patologías psiquiátricas, que tienen una escasa correspondencia a nivel biológico. Entonces, lo de la depresión… en parte sí, pero es un tema más emocional: son las emociones que se tejen, antes que la depresión.
Hay una cosa compleja que tenemos que entender: la sociedad te empuja a que te mates, pero la sociedad también te saca de ese impulso. Esto a algunas profesiones les cuesta, porque no es su metiér. Hay que dejar hablar a la antropología, a la demografía, a la comunicación, a la sociología.
-“La salud mental está en una crisis de incomprensión, en la que se tiende a patologizar cosas que son propias de la vida cotidiana”, dijo hace menos de un mes. Amplíeme esta reflexión.
-Lo hablamos un poco, pero también está la fobia al dolor. A partir de 1995, con el Congreso Norteamericano de Psicología, la psicología empieza a trabajar en esta idea de la positividad, de salir del dolor, porque el dolor es “malo”. Hay toda una lógica de la felicidad, de que tenés que sonreír o morir, hay una industria de la felicidad que se incorporó al mundo del trabajo: estos coach que hablan de que sentirse mal es malo y que el dolor es malo… Yo digo que el dolor tiene su quehacer en el individuo y en el colectivo. Y a partir de esas experiencias de dolor y de sufrimiento, que son sociales, también el individuo se puede reconstituir. Porque a veces exigimos que supere el dolor y la persona no sale, no sale, y eso puede llevar a la no tolerancia a ese dolor.
"La necesaria complementariedad (y no en el discurso) de las diferentes miradas es el primer aprendizaje. Y el segundo es que el tema del suicidio tiene una trama psicológica, psiquiátrica, social y antropológica"
-El 17 de julio fue el Día Nacional de Prevención del Suicidio y el MSP divulgó un video de concientización con un mensaje del comunicador Juan Carlos López, “Lopecito”. Fue muy cuestionado en redes sociales, por entender que se banalizaba la problemática, que es mucho más compleja de abordar. ¿Qué piensa?
-El video me lo pasaron y no lo quise ver. No soy experto en comunicación y es una guerra entre blanco y negro, que no nos hace bien. Lo que sí quiero decir es que esos videos de campaña comunicacional se proyectan un día o dos, y nunca más. Nadie se detuvo a hacer una reflexión en eso. Las campañas que yo veo en este continente y cruzando el océano son sostenidas en el tiempo. Y eso es machacar, no sé si todos los días, pero se machaca. Uruguay tiene que hacer videos y machacar, no hablar solo un 17 de julio (en todo el mundo se recuerda el 10 de setiembre; acá recordamos el tema un 17 de julio porque a Tabaré Vázquez se le antojó que sea ese día, no sé por qué). Acá encapsulamos los videos y las entrevistas del tema solo en ese día.
-Algunos internautas señalaban que el abordaje del suicidio debe ser a cargo de equipos multidisciplinarios. ¿Comparte?
-Sí, hay que apelar a equipos multidisciplinarios. Si mirás la composición histórica de la Comisión Honoraria de Prevención del Suicidio siempre estuvo cooptada por médicos, o profesiones que tienen que ver con lo sanitario. Y el discurso era multidisciplinario. Siempre me pregunté por qué no había un licenciado en comunicación que hiciera una campaña sostenida en el tiempo. Hay muy buenos ejemplos a nivel mundial.
En Londres hicieron una campaña que se llama Proyecto 84: son 84 esfinges de hombres que se pusieron en edificios públicos en la capital inglesa. La campaña, sostenida, no es sólo sobre suicidio, sino qué llevó a eso. El molde es el pariente del suicida, y cuando se está haciendo el molde en yeso, ese familiar cuenta la historia de su familiar suicidado, cómo se desarrolló en sociedad y qué fue lo que lo llevó a eso. En un video te das cuenta que esos 84 hombres que se quitan la vida por semana en Londres son hombres como tú y yo. Entonces, nos entramos a cuidar más en las relaciones, no en “mirar los signos que deja el suicidio”. Eso es muy triste… porque eso culpabiliza al familiar porque, supuestamente, no vio las señales que el suicida dejó. De eso no se habla más en el mundo, y es sólo googlear. Seguimos hablando de “las señales” cuando 8 de cada 10 no dan señales, y esto lo sabe el ministerio (MSP).
-Hoy integra la dirección académica de un posgrado de Especialista en Suicidología de la Facultad de Ciencias Sociales del País Vasco. Si tuviera que priorizar dos ideas que el graduado debería aprender sí o sí para obtener el título de especialista en suicidología, ¿cuáles serían esos conceptos?
-La necesaria complementariedad (y no en el discurso) de las diferentes miradas. Ese es el primer aprendizaje. Y el segundo es que el tema del suicidio tiene una trama psicológica, psiquiátrica, social y antropológica, y que para prevenirlo es necesario comprenderlo.
-¿Alguna vez pensó en quitarte la vida?
-No, no, no… Nunca.
-Las políticas públicas para prevenir el suicidio al día de hoy, ¿son felices?
-Yo creo que para comprender y para prevenir, no son felices. Y esto lo dicen las estadísticas. Creo que Uruguay construye muchas “bombas de humo”, cuando estamos rodeados de datos y no nos damos la oportunidad de analizarlos. Creo que Uruguay en las estrategias de prevención al suicidio de los últimos 20 o 25 años, en parte tuvo una repetición acrítica de algunas consideraciones mundiales que no son pertinentes para los uruguayos, cuando tenemos el material para elaborar algo mejor.
Ninguna estrategia de prevención al suicidio en Uruguay tiene metas verificables. No decimos: “Vamos a frenar esta tendencia en los próximos 5 o 10 años”. Si vos mirás la estrategia chilena, argentina, la vasca, la gallega, la de Murcia, siempre se ponen metas: descender, detener, tantos spots por año, y si no lo cumplen, lo dicen. Acá siguen diciendo que hay que evitar el acceso a métodos letales… cuando el 80% se cuelga. ¿Vamos a prohibir las cuerdas, los cordones y los cinturones? Por eso lo de acá no es infelicidad, es bronca. Como dice Gabriela Novoa: “Ya no es tristeza, ya es bronca”. Y es peor. Uruguay se sigue perdiendo la oportunidad de enfocar este tema, de la comprensión y la prevención.