Por The New York Times | Ben Hubbard and Maria Abi-Habib
Miles de personas han muerto en Gaza y familias enteras han sido aniquiladas. Los ataques aéreos israelíes han reducido los barrios palestinos a terrenos de escombros, mientras los médicos tratan a niños que chillan en hospitales a oscuras y sin anestesia. En todo el Medio Oriente se ha extendido el temor ante el posible estallido de una guerra regional más amplia.
Pero en la aritmética sangrienta de los dirigentes de Hamás, la matanza no es el resultado lamentable de un gran error de cálculo. Más bien, dicen, todo lo contrario: es el precio necesario de un gran logro, la ruptura del statu quo y la apertura de un capítulo nuevo y más volátil en su lucha contra Israel.
Era necesario “cambiar toda la ecuación y no solo tener un enfrentamiento”, declaró Khalil al-Hayya, miembro del máximo órgano de dirección de Hamás, a The New York Times en Doha, Catar. “Logramos volver a poner la cuestión palestina sobre la mesa, y ahora nadie en la región vive en calma”.
Desde el ataque sorpresivo de Hamás el 7 de octubre, en el que Israel asegura que murieron unas 1400 personas —la mayoría civiles— y más de 240 fueron llevadas a la fuerza a Gaza como rehénes, los líderes del grupo han elogiado la operación. Algunos esperan que se desencadene un conflicto sostenido que acabe con cualquier pretensión de coexistencia entre Israel, Gaza y los países de su entorno.
“Espero que el estado de guerra con Israel se vuelva permanente en todas las fronteras, y que el mundo árabe se ponga de nuestro lado”, le dijo Taher el-Nounou, un asesor de medios de comunicación de Hamás, al Times.
A lo largo de semanas de entrevistas, dirigentes de Hamás, además de funcionarios árabes, israelíes y occidentales que siguen la pista del grupo, dijeron que el ataque había sido planeado y ejecutado por un reducido círculo de comandantes en Gaza que no compartieron los detalles con sus propios representantes políticos en el extranjero ni con sus aliados regionales, como Hizbulá, lo que sorprendió a las personas fuera del enclave por la ferocidad, la escala y el alcance del asalto.
El ataque acabó siendo más grande y mortífero de lo que incluso sus planificadores habían previsto, dijeron, en gran parte porque los asaltantes consiguieron atravesar con facilidad las defensas de las que Israel hace tanto alarde, lo que les permitió invadir bases militares y zonas residenciales casi sin resistencia. Cuando Hamás irrumpió en una zona del sur de Israel, mató y capturó a más soldados y civiles de lo que esperaba, según funcionarios.
El asalto fue tan devastador que contribuyó a uno de los principales objetivos de los conspiradores: rompió una antigua tensión en el seno de Hamás sobre la identidad y la finalidad del grupo. ¿Era ante todo un órgano de gobierno —responsable de gestionar la vida cotidiana en la Franja de Gaza bloqueada— o seguía siendo fundamentalmente una fuerza armada, comprometida implacablemente con destruir a Israel y sustituirlo por un Estado palestino islamista?
Los líderes del grupo en Gaza —entre ellos Yahya Sinwar, quien había pasado más de 20 años en prisiones israelíes, y Mohammed Deif, un comandante militar poco conocido al que Israel había intentado asesinar en repetidas ocasiones— respondieron a esa pregunta con el ataque. Redoblaron la apuesta por la confrontación militar.
En las semanas transcurridas desde entonces se ha producido una cruenta respuesta israelí que ha matado a más de 10.000 personas en Gaza, según los funcionarios de salud de la zona. Pero para Hamás, el ataque surgió de una creciente sensación de que la causa palestina estaba siendo dejada de lado y que solo una acción drástica podría revivirla.
En apariencia, los meses anteriores al brutal asalto habían sido relativamente tranquilos en Gaza. Hamás se había mantenido al margen de los enfrentamientos recientes entre Israel y otros militantes, y los líderes políticos del grupo se encontraban a miles de kilómetros de distancia, en Catar, negociando para conseguir más ayuda y puestos de trabajo para los residentes del empobrecido territorio.
Pero la frustración iba en aumento. A los dirigentes de Hamás en Gaza les llegaban imágenes de colonos israelíes atacando a palestinos en Cisjordania, de judíos rezando abiertamente en un lugar en disputa reservado habitualmente a los musulmanes y de la policía israelí asaltando la mezquita de Aqsa en Jerusalén, piedra de toque de las reivindicaciones palestinas sobre la ciudad santa. La posibilidad de que Israel normalizara sus lazos con Arabia Saudita, patrocinador de la causa palestina durante mucho tiempo, parecía más cercana que nunca.
Entonces, en una tranquila mañana de sábado, Hamás atacó.
Estaba claro de antemano que Israel respondería bombardeando Gaza, matando a civiles palestinos.
“Lo que podía cambiar la ecuación era una acción grande y, sin duda, se sabía que la reacción a esta acción grande sería importante”, dijo Al-Hayya.
Pero, añadió, “teníamos que decirle a la gente que la causa palestina no iba a morir”.
Ahora, algunos funcionarios israelíes expresan su profundo pesar por haber juzgado de forma tan errónea a Sinwar y sus intenciones, uno de los muchos fallos de seguridad que permitieron a Hamás atravesar la valla fronteriza y arrasar durante horas, en gran medida sin obstáculos.
“Llevaré el peso de este error el resto de mi vida”, dijo un funcionario israelí.
Un nuevo líder en Gaza
Sinwar asumió el mando de Hamás en Gaza en 2017. Es un hombre duro, sin sonrisa, con el pelo blanco bien recortado y una barba cuidada. Pertenece a la primera generación de Hamás, un grupo armado fundado durante la primera intifada palestina, levantamiento ocurrido a finales de la década de 1980, y que luego sería clasificado como organización terrorista por Estados Unidos y muchos otros países.
Sinwar ayudó a crear las Brigadas al-Qassam, brazo armado de Hamás, que se hicieron famosas por enviar bombarderos suicidas a ciudades israelíes y lanzar cohetes desde Gaza contra poblaciones israelíes. También vigiló a Hamás en busca de presuntos espías reclutados por Israel, y se ganó una reputación de tal brutalidad hacia ellos que se ganó el apodo de “el carnicero de Jan Yunis”, por la ciudad gazatí donde nació.
En 1988 fue detenido y posteriormente procesado por la muerte de cuatro palestinos sospechosos de colaborar con Israel, según consta en los registros judiciales israelíes. Acabó en prisión en Israel durante más de dos décadas, una experiencia que él calificó de formativa.
“Querían que la prisión fuera una tumba para nosotros. Un molino para triturar nuestra voluntad, determinación y cuerpo”, dijo en 2011. “Pero, gracias a Dios, con nuestra fe en nuestra causa, convertimos la prisión en santuarios de culto y academias de estudio”.
Gran parte de esa educación consistió en estudiar a su enemigo.
Aprendió hebreo, lo que le permitió conocer mejor la sociedad israelí, y se dedicó a liberar a los miles de presos palestinos en Israel. Israel ha condenado a muchos de ellos por delitos violentos; los palestinos consideran en general que están detenidos injustamente.
En 2011, Sinwar fue liberado en un intercambio de prisioneros que Hamás consideró una lección emblemática: Israel estaba dispuesto a pagar un alto precio por sus cautivos.
Hamás intercambió a un solo soldado israelí, Gilad Shalit, por más de 1000 palestinos, entre ellos Sinwar, quien había participado en las negociaciones como dirigente penitenciario. Liberarlo fue un gran premio para Hamás, que prometió liberar a más presos.
”Para mí, es una obligación moral”, dijo en una entrevista en 2018. “Intentaré más de lo que me sea posible para liberar a los que siguen dentro”.
Cuando Sinwar regresó a Gaza en 2011, el movimiento palestino estaba profundamente dividido.
Algunas facciones habían firmado acuerdos con Israel, diseñados para allanar el camino hacia una solución de dos Estados. La Autoridad Palestina, concebida como un gobierno palestino en espera, tenía una autoridad limitada sobre partes de Cisjordania y seguía oficialmente comprometida a negociar el fin del conflicto.
Hamás, por su parte, pretendía deshacer la historia, empezando por 1948. Ese fue el año en el que más de 700.000 palestinos huyeron o fueron expulsados de sus hogares, ubicados en lo que más tarde se convertiría en Israel, durante la guerra vinculada a la fundación del Estado judío.
Para Hamás, ese desplazamiento, junto con la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza durante la guerra de Medio Oriente de 1967, fue un gran agravio histórico que debía repararse por la fuerza de las armas. Hamás rechazó las conversaciones de paz con Israel por considerarlas una traición y una capitulación ante el control israelí de lo que el grupo consideraba territorio palestino ocupado.
La división política palestina quedó plasmada en la geografía en 2007, cuando Hamás ganó un combate entre facciones en Gaza y se hizo con el control del territorio. De repente, no solo luchaba contra Israel, sino que también gobernaba Gaza. Israel, junto con Egipto, impuso un bloqueo a la franja con el objetivo de debilitar a Hamás, sumiendo a los gazatíes en un aislamiento y una pobreza cada vez mayores.
Cuando Sinwar regresó a Gaza, Hamás ya se había afianzado como gobierno de facto y se había instalado en lo que Tareq Baconi, experto en Hamás, ha denominado un “equilibrio violento” con Israel. La profunda hostilidad estallaba con frecuencia en mortíferos intercambios de misiles de Hamás y ataques aéreos israelíes. Pero la mayor parte de los bienes comerciales y la electricidad de Gaza procedían de Israel y, a menudo, Hamás intentaba relajar el bloqueo en las conversaciones de alto al fuego.
Los dirigentes de Hamás se mostraban ambivalentes ante el nuevo papel del grupo como gobierno: algunos creían que debían mejorar la vida de los gazatíes y otros consideraban que la gobernanza era una distracción de su misión militar original, según los expertos. Hamás se burlaba de la Autoridad Palestina por su cooperación con Israel, incluido el uso de la policía palestina para evitar ataques contra Israel. Algunos dirigentes de Hamás temían que su propio grupo, al negociar cuestiones de la vida cotidiana con Israel, siguiera, en menor medida, el mismo camino.
En 2012, Sinwar se convirtió en el representante del brazo armado ante la dirección política de Hamás, lo que lo vinculó de manera más estrecha con los dirigentes del brazo militar, incluido Deif, el misterioso jefe de las Brigadas al-Qassam. Los dos hombres fueron los principales artífices del atentado del 7 de octubre, según funcionarios árabes e israelíes.
Cuando Sinwar se convirtió en el jefe general de Hamás en Gaza en 2017, en ocasiones mostró interés en llegar a un acuerdo con Israel. En 2018, concedió una entrevista inusual a una periodista italiana que trabajaba para un periódico israelí y pidió un alto al fuego para aliviar el sufrimiento en Gaza.
“No digo que ya no vaya a luchar”, afirmó. “Digo que ya no quiero la guerra. Quiero el fin del asedio. Vas a la playa al atardecer y ves a todos esos adolescentes en la orilla charlando y preguntándose cómo es el mundo al otro lado del mar. Cómo es la vida”, añadió. “Los quiero libres”.
Hamás también publicó un programa político en 2017 que permitía la posibilidad de una solución de dos Estados, aunque seguía sin reconocer el derecho de Israel a existir.
En 2018, Israel otorgó algunas concesiones, al acceder a que entraran 30 millones de dólares al mes en ayuda procedente de Catar a Gaza y aumentar el número de permisos para que los gazatíes trabajen dentro de Israel, lo que aportó un flujo de efectivo muy necesario para la economía gazatí.
La violencia siguió estallando. En 2021, Hamás lanzó una guerra para protestar contra los esfuerzos israelíes para desalojar a los palestinos de sus hogares en Jerusalén oriental y contra las redadas de la policía israelí en la mezquita de Al-Aqsa, en la Ciudad Vieja de Jerusalén.
Ese fue un punto de inflexión, según declaró al Times Osama Hamdan, un dirigente de Hamás afincado en Beirut, Líbano. En lugar de lanzar cohetes por cuestiones relacionadas con Gaza, Hamás luchaba por preocupaciones fundamentales para todos los palestinos, incluidos los de fuera del enclave. Los acontecimientos también convencieron a muchos en Hamás de que Israel pretendía llevar el conflicto más allá de un punto de no retorno que garantizaría la imposibilidad de la creación de un Estado palestino.
“A los israelíes solo les preocupaba una cosa: ¿cómo deshacerse de la causa palestina?”, dijo Hamdan. “Iban en esa dirección y ni siquiera pensaban en los palestinos. Y si los palestinos no se resistían, todo eso podría haber ocurrido”.
Crear capacidades
Aun así, en 2021, la inteligencia militar israelí y el Consejo de Seguridad Nacional consideraban que Hamás quería evitar otra guerra, según personas familiarizadas con las valoraciones.
Hamás también reforzó la idea de que daba prioridad a gobernar en lugar de a combatir. En dos ocasiones, el grupo se abstuvo de unirse a los enfrentamientos con Israel iniciados por la Yihad Islámica Palestina, una milicia más pequeña en Gaza. Los dirigentes políticos de Hamás estaban intentando, a través de mediadores en Catar, aumentar la ayuda que entraba a Gaza y el número de trabajadores que salían a trabajar a Israel, según diplomáticos que participaron en las conversaciones.
Muchos miembros de la comunidad de seguridad israelí también llegaron a creer que sus complejas defensas fronterizas para derribar misiles e impedir las infiltraciones desde Gaza bastaban para contener a Hamás.
Pero dentro de Gaza, las capacidades de Hamás crecían.
Según analistas estadounidenses y occidentales, para el 7 de octubre, Hamás contaba con entre 20.000 y 40.000 combatientes y unos 15.000 cohetes, fabricados principalmente en Gaza y cuyos componentes probablemente se introducían de contrabando a través de Egipto. El grupo también disponía de morteros, misiles antitanque y sistemas portátiles de defensa antiaérea.
Sinwar también había restablecido los lazos del grupo con su antiguo patrocinador, Irán, una relación que se había deteriorado en 2012, cuando Hamás cerró su oficina en Siria, estrecho aliado iraní, en medio de la guerra civil siria.
Ese acercamiento profundizó la relación entre el ala militar de Hamás en Gaza y el llamado eje de resistencia, la red de milicias regionales de Irán, según diplomáticos y funcionarios de seguridad de la región. En los últimos años, un flujo de operativos de Hamás ha viajado de Gaza a Irán y Líbano para recibir entrenamiento de los iraníes o de Hizbulá, añadiendo un nivel de sofisticación a las capacidades de Hamás, según los funcionarios.
El entrenamiento, sin embargo, no significaba que Irán u otros aliados regionales de Hamás supieran cómo o cuándo podrían utilizarse esas capacidades, dijeron los funcionarios.
A pesar de todos los preparativos encubiertos de Hamás, el propio grupo había dado a conocer algunas de las armas más eficaces que desplegó el 7 de octubre. Tras el inicio del asalto, el grupo difundió imágenes de entrenamiento de sus combatientes haciendo parapente en Gaza mucho antes del ataque, una actividad fácil de percibir para Israel, y de combatientes de Hamás entrenándose para tomar rehenes en un simulacro de ciudad israelí en Gaza.
En mayo de 2021, Hamás emitió tres comunicados sobre sus nuevos drones. Uno incluía un video de combatientes enmascarados lanzando drones kamikaze guiados. Otro incluía imágenes de vigilancia aérea de torres de comunicaciones al interior de Israel y de tanques israelíes.
Un artículo publicado en el sitio web del ala militar se jactaba en árabe: “Los aviones del enemigo ya no monopolizan el cielo de Palestina”.
El 7 de octubre, Hamás utilizó parapentes para sobrevolar la valla fronteriza y drones explosivos para inutilizar la arquitectura de seguridad fronteriza de Israel. Los hombres armados que asaltaron las bases y comunidades israelíes llevaban mapas, probablemente elaborados en parte por trabajadores gazatíes que Hamás había reclutado como espías, según un funcionario de seguridad regional.
Uno de los grandes errores cometidos por Israel, según afirman funcionarios árabes e israelíes, fue no comprender la forma en que Hamás combinaba herramientas relativamente sencillas para un ataque sofisticado desde diversos frentes que superó a un ejército mucho mayor y más poderoso.
Motivación para atacar
Aunque adquirir las capacidades para el asalto llevó años, la decisión de lanzarlo el 7 de octubre fue un secreto celosamente guardado por un reducido número de dirigentes de Hamás en Gaza, que ni siquiera informaron a los participantes hasta el último minuto para evitar la interceptación por parte de los servicios de inteligencia regionales, según Hamás y funcionarios en la región.
Un objetivo clave era capturar al mayor número posible de soldados israelíes para utilizarlos en un intercambio de prisioneros, según dos funcionarios árabes cuyos gobiernos están en diálogo con Hamás.
Un funcionario de seguridad regional afirmó que Hamás esperaba que, una vez iniciado el ataque, los palestinos de otros lugares se levantaran contra Israel, otras poblaciones árabes se alzaran contra sus gobiernos y los aliados regionales del grupo, incluido Hizbulá, se unieran a la lucha.
Pero al menos cuatro servicios de inteligencia —dos árabes y dos europeos— han determinado que Hizbulá no tenía conocimiento previo del atentado, según funcionarios con acceso a los informes de inteligencia.
Los propios dirigentes políticos de Hamás fuera de Gaza también se vieron sorprendidos por el asalto, según varios funcionarios árabes y occidentales que siguen sus movimientos.
Ahora, algunos de esos dirigentes tienen dificultades para explicar cómo la matanza masiva de civiles puede justificarse por objetivos políticos.
En las entrevistas, los dirigentes de Hamás trataron de distanciar al grupo de las atrocidades cometidas el 7 de octubre, al negar en repetidas ocasiones que sus combatientes hubieran atacado deliberadamente a civiles, a pesar de las numerosas pruebas de que lo habían hecho.
Más bien, los responsables de Hamás argumentaron que algunos civiles podrían haber muerto en el fuego cruzado durante los combates con las fuerzas de seguridad israelíes y que, una vez traspasada la valla que rodea Gaza, algunos gazatíes enfurecidos y miembros de otros grupos armados entraron en Israel por su propia voluntad, matando y secuestrando a civiles israelíes.
Numerosos testimonios de testigos y pruebas documentales —incluidas imágenes de video de seguridad israelíes y de cámaras de tableros, así como de las cámaras de los cascos de los pistoleros de Hamás muertos— muestran a atacantes con insignias de Hamás avanzando por las comunidades israelíes desde las primeras horas del asalto, disparando a civiles en cuanto los veían.
“El objetivo de Hamás no es dirigir Gaza para llevarle agua y electricidad y cosas así”, dijo Al-Hayya, el miembro del politburó. “Hamás, la al-Qassam y la resistencia despertaron al mundo de su profundo estupor y demostraron que esta cuestión debe seguir sobre la mesa”.
“Esta batalla no fue porque quisiéramos combustible o trabajadores”, añadió. “No buscaba mejorar la situación en Gaza. Esta batalla es para derrocar completamente la situación”.
Ben Hubbard reportó desde Doha, Catar, y Maria Abi-Habib desde Londres. Colaboraron con reportería Patrick Kingsley y Ronen Bergman desde Jerusalén, Hwaida Saad desde Doha y Eric Schmitt desde Washington.
es el jefe del buró de Estambul. Ha pasado más de una década en el mundo árabe en Siria, Irak, Líbano, Arabia Saudita, Egipto y Yemen. Es autor de MBS: The Rise to Power of Mohammed bin Salman. Más de Ben Hubbard
es corresponsal de investigación con sede en Ciudad de México y cubre América Latina. Anteriormente ha reportado desde Afganistán, todo Medio Oriente e India, donde cubrió el sur de Asia. Más de Maria Abi-Habib
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