Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Leonardo Haberkorn (58) dice que su propósito, al investigar y escribir libros sobre historia reciente, es aportar para acercarse lo más posible a los hechos, tal como las cosas sucedieron realmente. Ese conflicto que muchos añosos y algunos jóvenes trasnochados todavía no pueden asimilar. Lo dice así: “Tenemos una enorme dificultad para asumir los hechos tal como ocurrieron, entonces hay una gran cuota de romanticismo, de relatos instaurados que no se basan en mentiras, sino en medias verdades, en una parte de lo que ocurrió y la que más le cierra a cada uno”.
Por ejemplo, que “los tupamaros lucharon contra la dictadura”, o que la violencia guerrillera fue “mínima”, porque más bien hacían “propaganda armada”, o que el MLN actuó porque el golpe de Estado era “inminente”. Y del otro lado, dicen tibiamente que “hubo algún exceso” en interrogatorios, pero que se evitó la llegada del comunismo a un “precio mínimo”. Para combatir esos relatos falaces —o simplemente, falsos—, él se propuso investigar y conseguir testimonios alternativos, que echaran luz sobre lo que realmente pasó en la historia cada vez menos reciente. Así retrató a Gavazzo, y le arrancó confesiones que luego tuvieron derivaciones políticas y militares.
El panelista de Desayunos informales —extrañado porque la repercusión de un comentario en TV es mucho mayor que una investigación profunda en papel— acaba de lanzar Liberaij (Planeta), una versión ampliada y con nuevos testimonios acerca del atrincheramiento de tres bandidos argentinos en el edificio montevideano del mismo nombre, en 1965, que posteriormente se convirtió en novela best seller (Plata quemada) y luego en película. Aprovechando la excusa, Leo Haberkorn aceptó una charla sin temas tabúes para hablar del periodismo en los 80 y el de ahora, los estudiantes y la docencia, la censura en los medios y cómo es pertenecer a un “ejército que se bate en retirada”.
“En los 80 había mensuarios, tenías un mes para hacer cada nota. Era divino el trabajo, porque tenías un tema y un mes para entregar la nota, entonces siempre podías hacer algo más pensado, más investigado, más elaborado”
¿Cómo se despertó tu vocación por el periodismo? ¿Hubo un episodio puntual?
Tuve muchos problemas vocacionales en la adolescencia y primera juventud. Entré a la Facultad de Ciencias Económicas (en 1983), fui un desastre, no me gustaba y tampoco me iba bien. Salvé una sola materia del primer semestre, que era Sociología. Dejé, y ahí una persona que sabía que yo había hecho un periódico estudiantil en el liceo me dijo: “¿Y no será esa la vocación? ¿Por qué no probás?”, y me recomendó la carrera de Ciencias de la Comunicación en el Instituto de Filosofía, Ciencias y Letras.
Ahí me gustó la carrera, y mi primer trabajo fue en publicidad. Trabajé en McCann Erickson, pero tampoco me hallaba mucho en la publicidad. Me daba miedo que vinieran a pedirme que hiciera publicidad de cigarrillos, y en aquel momento no había ninguna defensa por objeción de conciencia. No me convencía, me surgieron ofertas para hacer algunas notas, las hice y agarré para el lado del periodismo.
Trabajaste en Aquí y fuiste editor de Punto y Aparte. ¿Qué tenía el periodismo escrito en los 80 que no tiene la prensa de hoy?
Punto y Aparte era un mensuario. Hoy no hay mensuarios. Tenías un mes para hacer cada nota. Era divino el trabajo, porque te adjudicaban un tema y tenías un mes para entregar la nota, entonces siempre podías hacer algo más pensado, más investigado, más elaborado. Ibas mucho a los lugares. Podías hacer mucho “nuevo periodismo”, te sumergías en los lugares. Y en Aquí también: la primera nota que hice fue con los pescadores de la playa La Mulata, y salí con ellos a pescar. Yo había leído el libro de Tom Wolfe y eso es lo que quería hacer. Hoy es más complicado.
“Vos tenés que centrarte en algo: que cada número tenga una nota especial, que sea novedosa, que marque agenda, y el resto que acompañen. No podés pretender que en una revista con 80 páginas cada nota sea espectacular”
¿Cómo recordás tu pasaje por el semanario Búsqueda?
Tengo un buen recuerdo. Si hoy uno mira en perspectiva, era una redacción tremenda. Estaban Claudio Paolillo, Daniel Gianelli, Tomás Linn, Claudio Romanoff, Miguel Arregui, Nelson Fernández, Gabriel Pereyra, Gabriel Pastor, Gerardo Maronna, entre muchos otros… ¡Terrible equipo! Y todos con una sintonía muy parecida, nos divertíamos mucho. Había muchas jodas internas. A mí me hicieron una: había unas motos para los cadetes. Y yo el primer día, cuando llegué, pregunté: “¿Y esas motos?”. Y me contestaron: “Son para los cadetes, pero cuando hay una urgencia periodística, también las podemos usar nosotros”. Me la dejaron picando. Y un día yo tenía que llegar rápido a un lugar, y pregunté cómo era lo de las motos, y me dijeron que tenía que llenar un formulario, hacer todo un trámite explicando para qué era, me dieron hasta un casco, hasta que me avisaron que me estaban jodiendo. Hacían muchas de esas, era muy divertido.
A mí me tocaba hacer la cobertura del PIT-CNT, que ya la había hecho en Aquí. Era muy de marca personal: ir a todas las mesas representativas, todos los secretariados ejecutivos, todos los días preguntar qué pasaba. Y yo quería hacer otras cosas. Pedía cancha para hacer otras cosas, y no siempre había. Yo habitualmente le ganaba a la competencia, porque estaba todo el tiempo ahí y tenía muchas fuentes. Pero fuera de eso no hacía nada. Y a mí me gustaba lo que había hecho en Aquí y en Punto y Aparte de ir a los lugares, meterme, investigar. Y extrañaba eso. Me terminé yendo porque sentía que no iba a salir nunca de ese tipo de cobertura encasillada en un área, y en política había grandes periodistas, entonces no tenía espacio para pasar ahí.
Fuiste editor de 3, cuando esa revista y Posdata vendían muchos ejemplares con periodismo de investigación escrito, y en páginas satinadas y a color, en la segunda mitad de los 90. ¿Creés que fueron presas de su éxito? Yo era estudiante de Comunicación y se decía que, sobre todo en 3, había plata para todo, casi como un despilfarro... ¿Fue así?
Revista 3 fue un proyecto muy ambicioso, en el cual se metió una cantidad de dinero importante… El proyecto inicial era un multimedio, y la revista era una parte del multimedio. Se construyó una casa donde hasta hace unos días estaba Búsqueda. Mientras trabajábamos ahí, se estaban haciendo un estudio de radio en el subsuelo, un estudio de TV en la planta alta, un laboratorio de fotografía, y todo estaba conectado con fibra óptica, que en los 90 no era nada común, para hacer productos multimedia.
Había un derroche de dinero que llamaba la atención, sí. Pero al mismo tiempo la revista tenía buenos avisos, entonces vos decías: “¡qué buen proyecto!”. Pero, claro, era tanto el dinero que se metía y se gastaba que terminó colapsando. Hubo dueños que se endeudaron, vendieron la casa. Yo aprendí por la negativa cosas que después traté de aplicar por la positiva. Posdata centraba su atención en una nota de tapa, que era impactante, y el resto de la revista acompañaba. En la revista 3 le poníamos un enorme esfuerzo a todo, hasta la última nota. Todo tenía un cuidado tan especial que era imposible de sostener una cosa así. Vos tenés que centrarte en algo: que cada número tenga una nota especial, que sea novedosa, que marque agenda, y el resto [de las notas], que acompañen. No podés pretender que en una revista con 80 páginas cada nota sea espectacular, bien escrita; no hay manera de sostenerlo.
“‘¿Quiere tener una revista? Yo tengo registrado el nombre Qué Pasa, para cuando se precisara. Se lo doy a usted y haga con él la revista que quiera’, me dijo Daniel Scheck, y así nació el suplemento. Me aseguró independencia total y cumplió”
Ingresaste a El País, trabajaste en la cobertura de las elecciones de 1999, y estabas a punto de renunciar, molesto, cuando te ofrecieron liderar un suplemento que se llamaría Qué Pasa. ¿Por qué querías irte, y por qué terminaste aceptando editar el suplemento?
Yo salí de revista 3 muy desgastado por todo ese esfuerzo que se metía, que para mí fue alienante. Estuve un año con un trabajo más chico, una revista de márketing. Y a través de Jaime Roos, con quien yo tenía cierta relación, me dijo: “¿Por qué no llamás a Daniel Scheck, que él te tiene en alta consideración, y entrás a El País?”. Yo llamé a Daniel Scheck y me dijo que sí, que entrara a trabajar al otro día al diario. Le dije que estaba muy desgastado, que no quería meterme de nuevo en el ritmo diario. Él me dijo que fuera a la redacción, que él hablaría con el jefe de redacción y que haría una nota por semana. Y semanas después me ofrecieron hacer La Recta Final, una sección de cobertura para las elecciones del 99. Eso implicaba romper mi acuerdo: tenía que trabajar todos los días, pero era atractivo el proyecto.
Acepté, pero la condición fue trabajar con libertad total. Y me dijeron que sí, que tenía todo el respaldo. Trabajamos con total libertad toda la interna, que salió muy bien, la sección empezó a tener su vuelo. Me llevé a grandes firmas, entonces colaboraban [Ramón] Mërica, [Jorge] Abbondanza, Homero [Alsina Thevenet], conté con esas firmas, más un equipo que había formado de distintas secciones. Empezó la campaña por las nacionales del 99, era una elección reñida (entre Batlle, Vázquez y Lacalle Herrera, y Rafael Michelini iba por el Nuevo Espacio). Ahí empezó a haber presiones, pero se venían llevando bien, hasta que en un momento, ya más cerca de la elección, vino la orden de flechar la cancha contra el Frente Amplio (contra Tabaré Vázquez), y yo dije que no, que no fue para eso que me habían llevado. El acuerdo era que íbamos a ser independientes. Ahí dejé la sección La Recta Final, y le manifesté al diario que si querían, que me echaran, pero yo no iba a renunciar.
No me echaron, entonces estuve un mes y pico yendo al diario y no tenía nada para hacer. Iba a las maquinitas, volvía al diario a ver si me daban alguna tarea, no me decían nada, salía a caminar por 18, así bastante tiempo. No tenía ninguna tarea concreta, yo iba todos los días igual. En ese panorama me llaman de El Observador y me ofrecen asumir la edición del suplemento Fin de Semana, un suplemento de investigación, análisis y notas largas. Fui a hablar con [Ricardo] Peirano, llegamos a un acuerdo, la plata era casi la misma, pero tenía una tarea. Le fui a comunicar a Daniel Scheck, que era quien me había contratado. Me dice: “¿Y por qué se va?”. “Porque hace un mes que vengo y no me dan tarea, salgo a caminar por 18 y vuelvo al diario y nada. Y aparte El Observador me ofrece…”. Y cuando le nombré a El Observador fue como si hubiera nombrado a Peñarol, siendo él fanático de Nacional. Se volvió loco, y me dijo: “¡Usted no se va nada! Cuénteme, ¿por qué se quiere ir?”. Y le dije: “Porque no tengo tareas, y porque ahí me ofrecen dirigir un suplemento que encuadra con lo que yo quiero hacer: notas de largo aliento, con análisis, en profundidad”. “¿Así que quiere tener una revista? Yo tengo registrado el nombre Qué Pasa, para cuando se precisara. Se lo doy a usted y haga con él la revista que quiera”. “¿Pero con total libertad para hacer lo que yo quiera?”, “Sí, sí, yo le doy mi palabra de que va a trabajar con libertad”. Y dicho y hecho. Me quedé, y así nació el Qué Pasa.
¿Cómo recordás el suplemento Qué Pasa bajo tu creación, hoy una sección del diario?
Fue de 2000 a 2006 conmigo en la edición. Fue un momento muy lindo de mi carrera periodística. Ahí apliqué muchas cosas que había aprendido por la negativa en la revista 3. Por ejemplo, ir paso a paso, no tener un proyecto megalómano, gigantesco… La primera redacción fue con Gustavo Escanlar y Andrea Tutté. Yo les dije: “Nosotros vamos a salir los sábados, vamos a acompañar al diario y a la Sábado Show. Todos los sábados vamos a tener una nota, una investigación, que a la gente le aporte algo, que no esté en el diario, que sea periodismo en profundidad, pero vamos paso a paso. Tenemos que tener una nota que esté buena. Propongámonos todas las semanas tener un buen informe”, y de a poquito se fue haciendo recorrido.
Creo que terminó siendo una publicación reconocida, un muy buen producto. La redacción fue cambiando: estaban Joel [Rosenberg], estabas vos, Gabriel Sosa, Nausicaa Palomeque y brevemente la recordada Marcela Moretti. Siempre logró mantener el mismo espíritu y no perder calidad.
“Tenemos una enorme dificultad para asumir los hechos tal como ocurrieron, entonces hay una gran cuota de romanticismo, de relatos instaurados que se basan en medias verdades, en lo que más le cierra a cada uno”
¿Alguna vez fuiste censurado?
Muy pocas veces, muchas menos de lo que la gente tiende a creer. Puedo mencionar algunos episodios.
En Búsqueda yo había ido a cubrir una nota en la campaña para las elecciones del 94, un acto de Jorge Batlle en Santa Catalina, era un acto chico, para la gente del barrio. Batlle era uno de los candidatos colorados, pero el principal candidato era Sanguinetti. Mucha gente tenía dudas si Batlle estaba haciendo campaña para reunir votos o para espantar votos. En ese acto se burló de Hugo Batalla, que era el compañero de fórmula de Sanguinetti; también se burló de Pablo Millor. Decía que Sanguinetti había formado “un frenteamplito” con Batalla a la izquierda y Millor a la derecha. En un momento se dio cuenta que yo era periodista, me preguntó de qué medio era, y yo dije: “de Búsqueda”, mandó dos emisarios a la redacción, y cuando yo llegué al semanario, la orden era no publicar la nota.
Y en El País… Batlle llora dos veces. Una vez dio una cadena como diciendo que Uruguay estaba en crisis, pero que iba a salir adelante. Y en esa cadena termina como haciendo mohines, como llorando. Y el efecto fue contrario: estaba haciendo una cadena para pedirle a la gente confianza y resistencia, y él termina emocionándose y medio llorando… Y después, en Argentina al reunirse con [el entonces presidente argentino Eduardo] Duhalde. Entonces, yo escribí una nota, que fue tapa de Qué Pasa, donde contaba lo que había pasado y consultaba a politólogos y corresponsales extranjeros, para ver cómo veían todo eso. Obviamente no lo veían bien, lo veían como demostrando debilidad. Y como un presidente que estaba solo. Me acuerdo que el título fue: “Mal compañera de viaje”, en referencia a la soledad del presidente.
Y cuando estaba por salir —yo gozaba de la independencia que me había asegurado Daniel Scheck— me avisan que la nota no puede ir. Yo dije: “Ok, me voy a mi casa”. Me dijeron que no me calentara, en fin… Entonces, la persona con la que yo me comunicaba, me dijo: “Dejame a ver qué puedo hacer”. Pasaron unas horas, y sobre el final del día, me dicen: “Está bien, la nota va”. Esa nota salió publicada, pero el mismo día, en la página editorial, salió un suelto que decía: “La nota de tapa de suplemento Qué Pasa se publica porque escapó a los controles editoriales del diario”. Cualquiera puede ir a la colección del diario y lo va a ver.
Y después, tuve muchas discusiones, muchos tires y aflojes, pero las cosas salían. Quiero dejar claro que Daniel Scheck siempre respaldó al Qué Pasa, siempre me dio total independencia. Pero El País es una empresa con muchos dueños, y algunos respaldaban y otros no, y querían influir en el contenido.
Mucho tiempo después, casi sobre el final, hubo una nota de Daniel Mazzone sobre la tragedia de Young, en clave de análisis, que no se dejó publicar. El argumento del diario fue que ya la información la habíamos dado y no había que insistir sobre el tema. Para mí fue un golpe fuerte.
¿Y por qué te fuiste de un suplemento que vos mismo creaste?
Había una serie de reformas estructurales, que recargaban el trabajo de los periodistas, haciéndoles hacer tareas gráficas y de diseño, y yo sumado al desencanto por la nota que habían impedido que se publicara (Daniel Scheck ya no estaba), y a que no se me entendía que con un equipo muy chico tratábamos de hacer investigación y era un despropósito sumarle tareas gráficas y de diseño. Chocaron los puntos de vista: para ellos yo era un rompecocos, y yo defendía un proyecto y la oportunidad de investigar con independencia. Ahí la relación se desgastó totalmente. Pero si paso raya, entre lo bueno y lo malo, recuerdo con cariño mi etapa en El País.
“No pensé en el relajo que se iba a armar, en que iban a echar al comandante del Ejército… Suena egocéntrico, pero yo pensé que se confirmaba todo lo que había puesto en el libro sobre Gavazzo. Me habían cascoteado bastante por el libro”
Fue en este siglo que empezaste a publicar libros. Si bien has escrito algunos sobre Peñarol o crónicas recopiladas, has puesto el foco en mostrar “la otra cara” de los tupamaros. Pienso en los exitosos Milicos y tupas o Historias tupamaras. ¿Te propusiste mostrar que los tupamaros no eran los Robin Hood que mucha gente creyó?
Me he metido mucho con la historia reciente, y con tratar de desestructurar los discursos que están como establecidos, pero no solo sobre los tupamaros. El libro que, claramente, va contra la historia oficial de los tupamaros es Historias tupamaras. Ese libro sí va frontalmente contra la historia oficial de ellos, que han edificado Rosencof, Fernández Huidobro y [José] Mujica, entre otros. Milicos y tupas, de alguna manera, también. Pero ese libro es más que eso. Es la historia de tres personas, tiene el foco en la tregua entre el Ejército y el MLN… y también cuestiona el relato del Ejército, porque el Ejército se saltea que hubo un momento en que sus mandos medios estuvieron alineados al MLN, al punto de hacer operativos conjuntos. Eso no lo recuerdan. No lo recuerdan el MLN ni el Ejército.
Y a su vez, ese libro está centrado en la peripecia de algunas personas en concreto, y en la tregua, que creo que sigue teniendo efectos hasta el día de hoy. Las relaciones que se tejieron en aquel momento siguen dando sus frutos, sigue habiendo un teléfono rojo entre unos y otros que continúa hoy. Se han muerto casi todos, pero hay herederos que siguen teniendo un contacto muy directo.
¿Tu propósito era desromantizar la historia oficial contada por Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof?
Mi propósito en Historias tupamaras, Milicos y tupas, Gavazzo: sin piedad, Herencia maldita y también La muy fiel y reconquistadora es contar los hechos, aproximarme más a los hechos. Tenemos una enorme dificultad para asumir los hechos tal como ocurrieron, entonces hay una gran cuota de romanticismo, de relatos instaurados que no se basan en mentiras, sino en medias verdades, en una parte de lo que ocurrió y la que más le cierra a cada uno. Por ejemplo, el relato del MLN es “el MLN peleó contra la dictadura”. Es verdad que no lo dicen expresamente. Mujica siempre señala que su gran error fue que cundo llegó la dictadura, ya no podían pelear porque estaban presos. No es que él lo dice, entonces, pero lo dicen otros y se deja correr.
O que llegaron para impedir “un golpe que era inevitable”. Y en realidad, cuando se fundan en el 63, es más que dudoso que hubiera un golpe inevitable. O que el MLN “aplicó la violencia en cuotas mínimas” y que era más bien “propaganda armada”. Pero no, entrás a ver y hubo una cantidad de asesinatos y atentados.
Después tenés todo el relato de la dictadura —que parecía que había muerto y ahora está empezando a revivir— que es: “Salvamos al país del comunismo, a un costo mínimo”, “la gente que murió porque hubo algún exceso en los interrogatorios que no resistió”. Pero, pará… apareció Julio Castro con un tiro en la nuca. Hubo un segundo vuelo que admitió la Fuerza Aérea con 30 tipos o más, que no se sabe dónde están.
También hay un relato de los políticos que minimizan febrero del 73, y ponen todo el foco en junio del 73, cuando en febrero no hicieron nada. En febrero hubo un golpe de Estado y todos sacaron cuentas de qué le servía más: el PCU creía que era el golpe bueno que venía del “peruanismo”, y los demás querían que se fuera Bordaberry y hubiera elecciones anticipadas. Mi objetivo es aportar a clarificar los hechos.
Hace unos años publicaste Gavazzo: sin piedad. A José Nino Gavazzo lo entrevistaste, leíste mucho sobre él, hiciste decenas de entrevistas. ¿Qué impresión te dio al conocerlo?
Era un tipo que no tenía arrepentimiento. Era un tipo que seguía peleando la guerra que ya terminó hace 50 años. Era un tipo que no veía la necesidad de sincerarse para con eso aportar un poco de paz a la sociedad. No lo veía.
En 2019, revelaste el contenido de tribunales de honor a Gavazzo, donde confesó cómo hizo “desaparecer” a Roberto Gomensoro. ¿Qué fue lo que más te impactó del relato de Gavazzo?
Yo escribí dos notas. La primera, en El Observador, porque el Tribunal de Honor fallaba que le ponían una sanción gravísima, por haber dejado que un compañero estuviera preso por el crimen de Gomensoro, sabiendo que él no había sido.
El coronel Juan Carlos Gómez fue preso por ese crimen…
Sí, Gómez. Yo escribí una nota en El Observador diciendo: “Si lo sancionan [a Gavazzo] por eso, quiere decir que él en el Tribunal de Honor admitió que estuvo implicado o que sabe quién estuvo implicado”, porque no hay otra manera de que concluyan que él sabía que Gómez era inocente… Y yo lo tenía muy claro porque mi libro Gavazzo: sin piedad se centra en ese caso.
Y también en el portal Ecos le hice una entrevista a [Guido] Manini, donde dijo que el asesinato de Julio Castro, el segundo vuelo, y lo de la madre de Macarena Gelman era una “vergüenza para el Ejército”. Y yo escribí en Ecos diciendo que cómo Manini, que había dicho eso, ahora homologaba un tribunal en el cual Gavazzo seguro tenía que haber hablado de la muerte de Gomensoro, y sin embargo, no se lo sancionaba por eso. Entonces una persona, que leyó mis dos notas, me llamó y me dijo: “Usted tiene razón, Gavazzo habló de eso y yo voy a hacer que usted pueda ver esas actas. Venga tal día a tal hora a tal lado”, yo fui, y pude ver las actas del Tribunal de Honor. No me permitió sacar fotos, pude leerlas y sacar apuntes en un bloc.
Lo que yo pensé, cuando sacaba apuntes, fue: “Todo lo que puse en Gavazzo: sin piedad estaba bien”. Yo sabía que estaba bien, pero ahí él lo estaba admitiendo todo. Yo al principio no pensé en el relajo que se iba a armar, en que iban a echar al comandante del Ejército… Suena egocéntrico, pero yo pensé que se confirmaba todo lo que había puesto en el libro. Es que fue un libro por el cual me cascotearon bastante, y eso era la reafirmación de que yo estaba en lo cierto.
Él se refiere a dos crímenes ahí: al de Gomensoro y al de Eduardo Pérez Silvera. En el caso de Gomensoro, él me había mentido a mí. En mi libro dijo que él dijo que nunca había conocido a Gomensoro, no lo había visto, no sabía nada. Pero en el caso de Pérez Silvera, él dice en el tribunal algo que ya me había dicho a mí en el libro: que él estaba implicado en su muerte porque le había tirado una granada de gas en Artillería 1. Y me impactó eso, porque ahí tenía una confesión que él nunca había dado antes.
¿Pensás que todavía queda gente viva que sabe dónde están los restos de los desaparecidos?
Pienso que hay gente que puede tener datos; no todo, pero alguna cosa sí.
A propósito de la entrevista fallida con Ariel Bergamino en Desayunos Informales, ¿creés que Cuba todavía es un dolor de cabeza para la izquierda ortodoxa en Uruguay?
¡Sin dudas! No pueden decir la verdad, y la saben. No tengo la más mínima duda de que Bergamino sabe que es una dictadura, y que lo piensa. La pregunta es por qué no puede decirlo. ¿Cuál es el precio que está dispuesto a pagar el Frente Amplio por tener al PCU en su seno? ¿No poder hablar de la verdad de las cosas? Es brutal…
¿Hay grieta en Uruguay?
Al nivel de Argentina, por suerte, no. Hay una polarización, que es grande, pero todavía tenemos una cantidad de puentes que funcionan. En Argentina ya sabemos que sea cual sea la explicación del intento de magnicidio hay una mitad que no la va a creer. Ya lo sabemos de antemano. Y que el periodismo tampoco será quien lo aclare porque hay periodismo para uno y periodismo para otros. En Uruguay eso no pasa.
Fuiste docente muchos años de periodismo, en Universidad ORT, donde fuiste coordinador académico de Comunicación. Primero quiero ir a la carta de renuncia, donde estabas entregado porque te “ganaron” los celulares en clase. En concreto, ¿qué te hastió de la docencia?
(Piensa) Varias cosas, juntas. Primero, tener que enseñar a escribir y a leer, y a redactar sujeto-verbo-predicado estando ya en la universidad, casi ir hasta un nivel de escuela. Y si no lo hacías, mucha gente quedaba afuera. Eso era desgastante de más. En algún momento —antes—, me había pasado que había encontrado estudiantes así, y yo tenía una charla con ellos: “Mirá, algo pasó en tu liceo o en la escuela, que no te enseñaron esto. Vos tenés que subsanarlo, tenés que ir a un profesor particular”. Y al principio me dio resultado, hay gente con posiciones importantes en la sociedad hoy que siguieron mi consejo. Pero me pasaba que estos eran muchos más, les pasaba ese mensaje y se cagaban de risa, no les importaba.
Por otro lado, el nivel de desinformación total, de ajenidad total. Y un poco también el uso de los celulares. Es de todo un poco.
Ahora, el uso de celulares hoy es clave: porque ahí acceden a internet y pueden leer una nota en cualquier medio o portal…
Yo lo permitía, pero cuando veías que estaban mirando, era el video de un osito panda que le habían enviado. Prohibir los celulares en clase no es el camino.
Después de más de 35 años de carrera te llegó el salto a la TV. ¿Lo buscabas? ¿Te interesaba hacer televisión?
No lo buscaba. Para mí siempre fue una vía más, que nunca la descarté, pero tampoco la busqué.
¿Te cambió en algo? ¿Ahora te reconocen en la calle?
Me reconocen en la calle mucho más. Lo que siempre me llamó la atención, porque de repente uno hizo terrible nota en un diario, se mató con una investigación difícil, o un libro, o una nota en la que tuviste meses atrás de un dato, y capaz que alguno te dice algo. Pero hacés un comentario en televisión y ¡un pueblo te dice algo! Me llama mucho la atención. El ego te lo alimenta, inevitablemente.
Acabás de sacar una versión ampliada de tu libro Liberaij, el suceso de los pistoleros argentinos pertrechados en el edificio Liberaij en el año 65. ¿Qué hay de novedoso en este libro que ameritaría comprarlo, para quienes ya leyeron tu investigación de 2014?
Lo novedoso son varios testimonios nuevos que no
fueron incluidos al final en un nuevo capítulo, sino que fueron intercalados a
lo largo del anterior libro, donde correspondería. De esos testimonios, el más
importante es el de Blanca Galeano, que era la novia de uno de los pistoleros
argentinos, tenía 16 años en ese momento y estaba embarazada de uno de ellos,
de Carlos Merelles. Y a su vez es la que,
supuestamente, le cuenta todo a [Ricardo] Piglia para escribir Plata
quemada, lo cual es mentira. Es la que Piglia usa como supuesta fuente, ¡y
ella nunca le habló! De hecho, nunca había hablado, hasta ahora, de todo lo
vivido. Ese testimonio es el gran diferencial. Hay otros: está el testimonio de
la hija del jefe de Policía de Montevideo, que se llamaba Ventura Rodríguez, un
señor de apellido Baleirón, que les buscó refugio en Montevideo, también.
Tu hija Marcela tiene 21 y está a punto de recibirse de bioquímica. Pero si a los 17 años te decía: “Papá, quiero ser periodista, como vos”, ¿te hubiera alegrado o te hubiera preocupado?
Siempre tuve claro que ella hiciera lo que quisiera. A mí el periodismo me encanta, tiene cosas muy lindas, y en ese sentido, si hubiera querido hacerlo, me hubiera gustado, porque sé que hubiera encontrado cosas gratificantes en el periodismo. Pero a su vez me hubiera preocupado, porque la profesión está en un momento que ya arrastra muchos años, ya no es coyuntural, de retirada, de alguna manera. Somos un ejército que se bate en retirada, y nos tiran de todos lados, y ta, nos defendemos como podemos. Hay cada vez menos recursos, menos trabajo, menos puestos, nos pegan los gobiernos, nos pegan los políticos, está bravo…
¿Sos feliz?
Sí.