Por César Bianchi
@Chechobianchi
Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Santiago Gutiérrez Silva (28) es bastante más que el nieto de Héctor Gutiérrez Ruiz, el diputado nacionalista asesinado el 20 de mayo de 1976 en Buenos Aires, junto a Zelmar Michelini, como dos mártires uruguayos del Plan Cóndor.
Es el de los libros de los Rolling Stones, el que lleva puesta una remera de Jaime Roos recreando la tapa de Mediocampo que le regaló su hermana, el fan de Zitarrosa, el que tiene un pegotín de Aparicio Saravia en el termo y otro con la bandera de los 33 Orientales, el hincha de Nacional, el ingeniero agrónomo, el amo de Timoteo, su pastor alemán (por Timoteo Aparicio), el consultor del Ministerio de Ganadería, el wilsonista que le reclama a los más grandes que no se aíslen, que construyan alianzas, o el que le lleva la contra a Graciela Bianchi —la senadora de su partido más votada— en Twitter.
Es el nieto del Toba sí, y él lo sabe bien: eso le abrió algunas puertas en el comienzo de su militancia, porque ser víctima, a veces, “garpa” en política.
Un 20 de mayo asesinaron a su abuelo —también ese día ultimaron a Michelini, Rosario Barredo y William Whitelaw-—, y por eso todos los 20 de mayo se celebra la Marcha del Silencio, en honor a los desaparecidos de la dictadura uruguaya. En una de esas celebraciones, el pequeño Santi —de la mano de su madre o su hermana— se dio cuenta, cual epifanía, que estaba viviendo “un momento de la puta madre”. El tema le es muy caro: cree que las personas “malas” que hicieron las cosas más “abyectas” se irán a la tumba con lo que saben que hicieron y, por eso, “la verdad y la justicia se encuentran en un enfrentamiento muy complicado”.
En este presente, el gurí celíaco que se crio por el esfuerzo heroico de su madre, tiene voz autorizada para opinar como referente de la juventud nacionalista y no le tiembla para decir sus verdades: que el Caso Astesiano es grave por estar cerca del gobierno, que algunos lo minimizan, pero el presidente no, que Cosse no puede decir livianamente que es “el caso de corrupción más importante de la historia”.
Y que los wilsonistas, los de su riñón, deben entender que no van a ser Wilson.
A los 14 años ya sabías que querías ser ingeniero agrónomo. ¿Qué despertó ese interés?
Fue algo vinculado a lo natural. Me di cuenta que me gustaba mucho lo rural, tenía un vínculo emocional con lo rural. Fui creciendo, lo fui aterrizando, hice Biológico y después Agronomía en el liceo, y empecé a preguntar a familiares cercanos, algunos veterinarios y agrónomos, para ver qué podía hacer yo. Le dije a un tío postizo que me gustan los animales. Y él me dijo: “Ta, fantástico que te gusten los animales. ¿Vos querés ser una parte de la cadena o querés dirigir la cadena?”. “Creo que quiero manejar la cadena”, le dije. “Estudiá Agronomía y dejate de joder”, me contestó.
Y es una carrera divina, complicadísima, si hubiera estudiado algo vinculado a las letras hubiera sido más fácil para mí. Me rompí el lomo para recibirme, más las complejidades de la Udelar, la vida del estudiante, tratar de laburar de eso, ver cómo te dan los horarios, vivir arriba de un ómnibus… Todo eso forja carácter.
¿Y la política? ¿Cuál fue el germen de ese bichito, más allá del mandato de la cuna?
Tengo dos recuerdos muy vívidos, de la niñez. Siempre se habló mucho de política en casa. El primer recuerdo es de cuando tenía 10 años, en el Cine Teatro Metro, alguien me llevó a un acto de [Jorge] Larrañaga —no me acuerdo si mi abuela o alguno de los delirantes de la lista 250 de aquel entonces— y tengo una imagen que me magnetizó: yo estaba arriba, mirando para abajo, y veía un mar de banderas y la gente gritando: “¡Presidente, presidente!”. Lo tengo en la cabeza eso, como un recuerdo muy fuerte.
“El Toba era un hombre de campo, un diputado y un productor rural, pero también era un padre, un hermano, un abuelo, un amigo. Todas esas facetas están atrás del velo de la tragedia. Y es injusto, porque al final, uno celebra la vida, no la muerte”
Y el otro momento es una Marcha del Silencio. No lo sé explicar muy bien, pero recuerdo que era más bajo que todos, estaba agarrado de la mano de mi madre o de mi hermana, y sentí la sensación de: “Este es un momento de la puta madre”. Y entender que eso era también un momento político, no político partidario, pero que era una sociedad que se estaba manifestando y que eso era algo salado. Esas son las dos cosas donde recuerdo que me prendió el bichito. Después, tuve momentos de más y de menos militancia, otros donde me dediqué más a hacer deporte, y después me fui acercando de vuelta a la política.
A propósito de la cuna blanca, sos nieto del Toba, Héctor Gutiérrez Ruiz. No lo llegaste a conocer. ¿Qué te contaron de él? Contale a otros gurises de tu edad quién fue el Toba.
Decirte qué me contaron es difícil, porque, además, mi viejo se murió cuando yo apenas tenía 6 años. Tengo ahí doble bache. Yo empecé a entender realmente quién era el Toba a partir del documental de mi tío Mateo [Gutiérrez], Destino final (2008). Yo tendría 13 o 14 años. El Toba es, en el imaginario colectivo, el mártir de la democracia, junto con Zelmar [Michelini] y algún otro. Pero era un hombre. Un hombre de familia, un hombre de campo, era un diputado y un productor rural, pero más allá de eso, era un padre, un hermano, un abuelo, un amigo. Todas esas facetas están atrás del velo de la tragedia. Y a veces es un poco injusto, porque al final, uno celebra la vida, no la muerte. Descubrí un tipo de familia, amante del campo, de lo rural, mucho más que de la producción. Un tipo con una brillantez intelectual impresionante, con una gran versatilidad, porque así como andaba en los boliches de campaña de Ansina o de Curtina, se codeaba con élites intelectuales de la Ciudad Vieja de Montevideo como si tal cosa. Un vínculo importante para mí, para lograr cercanía con el Toba, fue el flaco [Alberto] Volonté, quien era su amigo de la infancia. Volonté tiene una relación de cariño conmigo, de la cual estoy muy agradecido.
Se habló siempre de su “coqueteo” con los tupamaros, casi como un tupa infiltrado entre los blancos. ¿Te contaron algo de eso?
Era más que eso, era un tipo de diálogo en general. Era de los que estaban desesperados en encontrar una salida. Como tenía vínculos con los tupamaros (la inmensa mayoría de ellos era de origen blanco), tenía también vínculos con los militares. Sí es relativamente cierto que había una camada de tupas que allá por el 76 en Buenos Aires había decidido que no querían seguir con las armas, que reconocían de alguna forma que se habían equivocado, y había algunas conversaciones para que algunos de ellos volvieran al Partido Nacional. Y quedó en la nada por la tragedia. Pero ese mito tenía más que ver con su capacidad de diálogo y la búsqueda de una salida, y de coincidencia de ideas (que no quiere decir tomar las armas), y así buscar una salida. Pero del mismo modo también tenía relación con militares.
Has sido crítico con la falta de iniciativa para aclarar hechos de la justicia reciente. ¿Qué ha hecho este gobierno respecto a este tema?
Es un tema complicado, primero porque duerme en la Justicia, y no necesariamente en el Poder Ejecutivo, a pesar de las herramientas que tiene. Yo creo que los ministros Heber y García han sido todo lo transparentes y proactivos que se puede ser. ¿Por qué es muy difícil? Voy a ir un poco para atrás: yo parto de la base de que, lamentablemente, en el mundo hay personas malas. Y creo que muchos de los responsables de las cosas más abyectas y horribles que nos podamos imaginar, como fueron muchos de los militares de la dictadura, es porque eran malas personas.
Partiendo de esa base, y habiendo cometido todos los crímenes que cometieron, y hasta por sentido común, desconfío de que haya muchos documentos al respecto. Quizás hay algunos que permitan correlacionar datos, fechas, hechos, lugares, pero nadie va a dejar registrado en un expediente: “Torturamos y matamos a Fulano”. O “lo desaparecimos: lo tiramos desde un avión”. Creo que hay de los dos: hay enterrados y hay de los que tiraron desde un avión, y quizás no se encuentren nunca. Cuando eso reside en testimonios personales, ahí empiezan a reñir la justicia y la verdad.
Porque, partiendo de la base de que son malas personas, y no he encontrado a nadie que haya dicho: “¿Saben qué? Nos fuimos al carajo, esto no colaboró en nada, pedimos disculpas”. Entonces, no hay arrepentimiento, no hay aceptación de que tampoco era el camino indicado, porque la dictadura fue en gobiernos liderados por ignorantes, que siguieron fundiendo al país. No creo viable que haya militares que den testimonio, que den prueba viva, porque además pasan los últimos años de su vida presos y condenados. Creo que la dificultad de las investigaciones es muy grande. ¿Eso significa que no hay que hacer nada? No, hay que hacer todo lo posible: levantar todas las piedras, todas las baldosas, leer todos los expedientes que haya. Pero creo que lo central está en las personas, y partiendo de la base que son malas personas, creo que la verdad y la justicia se encuentran en un enfrentamiento muy complicado.
¿Te preocupa la búsqueda de desaparecidos?
Por supuesto. Fijate cómo es esto de espantoso para una sociedad que los Gutiérrez o los Michelini tuvimos suerte. Habiendo secuestrado, torturado y asesinado a nuestros familiares, nosotros sabemos qué pasó. Tenemos un lugar a dónde llorarlos, o dónde celebrar su vida y su compromiso. En una guerra, cualquiera, hay un momento en que se levantan las armas, se juntan los heridos, los muertos, y se vela a los muertos. Y en una guerra sin cuartel —esto no fue una guerra, pero sí fue sin cuartel—, se persiguió, se secuestró, se torturó y se mató, y hay gente que pasó muchos años de su vida esperando que su hijo, su marido, su amigo o su hermano volviera. Y no sabe qué pasó. Eso es lo más abyecto y terrible de todo. Hoy en día sería encontrar un lugar a dónde llorarlos y también saber qué pasó.
“A quien no le preocupen los desaparecidos, no está viendo la jugada entera y no está pensando: ‘¿Y si me pasa a mí?’, porque creo que el punto central acá es preguntarse: ‘¿Y si fuera mi vieja? ¿Y si fuera mi hija, mi hermano, mi primo?’”
Es un duelo que nunca termina, y se reinicia a sí mismo todo el tiempo. Eso es, psicológicamente, lo más oscuro que le puede pasar a una sociedad. A quien no le preocupe esto, no está viendo la jugada entera y no está pensando: “¿Y si me pasa a mí?”, porque creo que el punto central acá es preguntarse: “¿Y si fuera mi vieja? ¿Y si fuera mi hija, mi hermano, mi primo?”.
La famosa empatía…
La empatía. Y va mucho más allá de lo político partidario. Por supuesto que todo es político, y tiene muchas aristas, pero esto es humano. Va más allá de eso.
Por estos días se está discutiendo la reparación económica a víctimas de la guerrilla. ¿Lo ves bien?
Yo no soy jurista, entonces hay muchas cosas técnicas que se me escapan. Pero hay una cosa que me hace un poco de ruido, que no es un tema de justicia, ni de reconocer que no haya habido víctimas de la guerrilla… Me hace un poco de ruido que el Estado tenga que reparar situaciones en las cuales el responsable directo no fue el Estado. Una cosa es la reparación a las víctimas del terrorismo de Estado, porque fue el propio Estado ejerciendo violencia y terror sobre su cometido principal que es velar por los derechos humanos de las personas.
¿Eso quiere decir que me parece que sea justo o injusto o negar que haya pasado? No. Pero me parece que abre una puerta a una cantidad de variables. Entonces, cualquiera puede reclamar un resarcimiento del Estado frente a determinadas injusticias, que lo son. Y, además, creo que habilita a seguir pensando en la teoría de los dos demonios. A seguir pensando en que hubo unos militares y hubo unos tupamaros, que estaban enfrentados y tenían víctimas cruzadas. Y la historia demuestra que no fue así, porque no convivieron contemporáneamente en el tiempo. La dictadura no fue una guerra entre tupamaros y militares.
Hubo un movimiento guerrillero que se levantó contra un gobierno sumamente autoritario, pero electo democráticamente. Hubo represión militar. Y después hubo una dictadura donde esos mismos militares —o más, o menos—, coordinados con las dictaduras de América Latina, persiguieron, secuestraron, torturaron, mataron, desaparecieron, la inmensa mayoría de las veces a gurises que estaban pintando un muro y que nunca habían agarrado un fierro en su vida.
¿Y cómo reaccionás cuando otro partido de la coalición, Cabildo Abierto, pide la liberación de algunos “presos políticos” o considera que ya no hay que meter presos a personas mayores de 65 años, aunque estén condenados por delitos graves en la dictadura?
Cabildo Abierto tiene, en su mismo discurso, poca claridad. Yo soy partidario de que todo lo que se pueda investigar y penar de esos tiempos, se haga. Se nos transmiten varios casos que preocupan, porque pagan justos por pecadores. Quizás son casos aislados ante la inmensa mayoría que tiene condenas justas. Pero hay algunos casos que llaman la atención de militares que estaban ahí. En términos generales, creo que pudiendo tener todas las herramientas legales para investigar y para penar, hay que hacerlo.
“¿A mí me gusta la Ley de Caducidad? No. ¿Me gustaría que no existiera? Por supuestísimo. Pero la refrendó el pueblo dos veces. Y eso a mí me pesa bastante. Me guste mucho, poquito o nada, que me gusta nada, eh…”
Confieso también que tengo un conflicto de ideas, cuando pienso en la Ley de Caducidad. ¿A mí me gusta la Ley de Caducidad? No. ¿Me gustaría que no existiera? Por supuestísimo. Pero la refrendó el pueblo dos veces. Y eso a mí me pesa bastante. Me guste mucho, poquito o nada, que me gusta nada, eh… Entiendo el contexto de la generación de la Ley de Caducidad, lo entiendo a Wilson, no comparto, pero después la refrendó el pueblo dos veces. Las mayorías son las mayorías. La democracia es el menos malo de los sistemas.
Vengamos al presente: hace unos días, la senadora Graciela Bianchi comentó el video de una profesora que bailaba con los alumnos, y dijo que le daba “inmensa vergüenza” y que algunos docentes eran “cultores de la marginalidad”. Vos comentaste citando su tuit y pusiste: “Yo acá veo solo alegría y cercanía. Todas cosas buenas”. Discrepaste públicamente con la tercera en la línea de sucesión. ¿No recibiste rezongos por tu tuit o algún llamado de atención?
No, la verdad que ninguno. Nadie me mandó ningún mensaje. Primero porque yo ya lo había hecho en privado, donde corresponde, que es el órgano directivo del partido. Entonces, cumplí con lo que corresponde entre correligionarios. Y segundo, porque yo creo en la unidad, pero unidad no es unanimidad. Y segundo, yo no creo estar haciéndole mal al partido con estas cosas. Creo que hay otras que le hacen mucho más mal que el que yo discrepe públicamente con una senadora del gobierno.
¿Cuál es el principal debe de este gobierno, a menos de un par de años de su finalización?
Concretar. Concretar la reforma de la seguridad social, y un comienzo de transformación educativa. Creo que ambas reformas son un impulso valiente, justo y necesario. No tengo suficientes conocimientos como para opinar sobre el contenido de ellas, y creo que uno de los problemas que tenemos hoy en día es que todos opinamos a fondo de temas que no conocemos a fondo, y eso genera mucha desinformación. Pero creo que nadie puede dudar de que en Uruguay se necesita una reforma de la seguridad social (que cualquiera de ellas, será impopular) y que se necesita una transformación educativa.
¿Y un debe? Al gobierno no le va a dar el tiempo, pero creo que tenemos que volver a hablar y poner negro sobre blanco la famosa reforma del Estado.
“Me incomodan las coaliciones. [...] Ojalá no hubiera una necesidad electoral”, le dijiste a El País. ¿Qué le corregirías a esta coalición actual, tan sui generis?
Tiene algunas cosas, por lo sui generis que decís, del parlamentarismo europeo: se arman coaliciones, y siguen siendo partidos distintos, no se funden en un solo partido. Qué le corregiría… Yo creo que las coaliciones y todos los procesos de decisiones políticas son en tanto y en cuanto una coyuntura. El presidente entendió esto antes que todos: la pensó, la manifestó y la llevó adelante y la lideró. Y así se gestó el triunfo. Después, el día a día de la coalición creo que a veces parece más áspero de lo que realmente es, y a veces es más áspero de lo que parece, depende el momento y depende del foco de la agenda pública.
Pero es lo natural, porque somos cinco partidos políticos distintos, con historias distintas, en donde el compromiso es un documento [Compromiso por el País] y todo el resto que está por fuera son diferencias. Las diferencias son muchas más. La unión es coyuntural y en base a una necesidad electoral, pero porque también lo pedía la gente. Si no, la gente no te vota. Eso también hay que dejarlo muy claro.
¿Qué le cambiaría yo? Me gustaría que algunas cosas fueran de otra manera, pero no me animaría a cambiarle nada, porque las cosas son como son, y los partidos representan sensibilidades distintas, lugares geográficos distintos, perfiles distintos, y así se llega a un gobierno que, creo, está haciendo un buen papel. Sí cambiaría algunas cuestiones internas de relacionamiento con el Partido Colorado, y algunas cosas externas de relacionamiento con Cabildo Abierto.
La intendenta Carolina Cosse dijo que el caso Astesiano o de los pasaportes es “el caso de corrupción más grave de la historia”. ¿Es así?
No voy a hacer un ránking de casos de corrupción en el país. Creo que Uruguay, en términos generales, y no solo mirando América Latina, goza de buena salud en cuanto a corrupción. A veces lo hacemos más tremendo por necesidades electorales. Si nos vamos a poner a hablar en esos términos —y me parece bastante bajo para alguien que quiere ser presidente de la República—, que no se olvide que en su gobierno tuvo que renunciar un vicepresidente de la República procesado, un ministro de Economía procesado, un presidente del Banco República procesado, un director de Casinos procesado. Y por ahora, si confiamos en la Justicia como yo confío, cargos de responsabilidad política no hay nadie [procesado]. Si tiene que haber, que los haya.
¿Y desde el oficialismo no se minimiza la importancia de este caso?
Yo creo que cualquier caso de corrupción que esté cerca del gobierno tiene la gravedad de cualquier caso de corrupción y, encima, cerca del gobierno. Y hay que sacarle el miedo a decirlo, porque si no, empezamos a naturalizar cuestiones que, por suerte, la sociedad uruguaya no acepta.
“Que Cosse no se olvide que en su gobierno tuvo que renunciar un vicepresidente procesado, un ministro de Economía procesado, un presidente del Brou procesado, un director de Casinos. Y por ahora, si confiamos en la Justicia, cargos de responsabilidad política no hay nadie”
Creo que algunos actores del gobierno lo minimizan, sí, pero el principal, que es el presidente, no. Yo admito que el caso es grave; ahora, no me parece que sea el fin de las instituciones uruguayas, ni mucho menos.
¿No hay una crisis institucional, como también dice Cosse?
De ninguna manera. Porque, además, cuando pasan estas cosas es cuando se ponen a prueba las instituciones, y las instituciones funcionan, con las críticas que podamos tener, que son súper válidas porque a nadie le gusta ver el reality show de Fiscalía. Pero ahí tenemos responsabilidad varios más de los que estamos dispuestos a admitirlo. Acá las instituciones funcionaron: esto fue a la Justicia, se investigó, se juzgó, hay una pena para Astesiano por una causa (la más grande para este delito, mediante acuerdo) y después, hay dos causas más que se siguen investigando. Entonces, el mecanismo formal y la independencia de poderes están funcionando.
Después, la futurología de qué pasará en las urnas, yo no tengo ni idea. Pero soy partidario de que no cedamos la tolerancia ante este tipo de cosas, porque este tipo de cosas pasan en Argentina todos los días y nadie se entera. Y creo que también pasaron en otros gobiernos, pero no le encontraron el celular a ningún gil.
Integrás Por la Patria. ¿Qué es el wilsonismo?
Tiene varias perspectivas, o debería tener varias perspectivas esto. Primero, wilsonismo es, naturalmente, lo que genera el liderazgo de Wilson Ferreira Aldunate en el Partido Nacional desde los últimos años de los 60 hasta fines de los 80, cuando su muerte. Veinticinco años ininterrumpidos de un liderazgo brutal, que genera en el país, torcer la historia de una forma muy particular. Y eso es algo muy blanco también: un tipo que tuerce la historia del país sin haber gobernado nada. Y un tipo que lo último que hizo en su vida, después de haber sido senador, es presidente del directorio del Partido Nacional. Eso es muy particular, y habla de su liderazgo.
Pero, además, a diferencia de otros líderes blancos, era un tipo que tenía muy claro qué quería hacer con el país. Tenía una altura de Estado fenomenal, para el 71 y para las del 89, que le hubiera tocado y no pudo, porque murió antes. Te hablo de las veces que tuvo oportunidad real, salvo la enorme traición del 84. Fue un tipo que quiso ser Wilson Ferreira Aldunate, y que entendió el momento del Uruguay quizás mejor que nadie. Y ahí está el problema más grande del wilsonismo: que no se entienda esto como un atrevimiento o un juicio de valor de un joven de 28 años, pero Wilson se murió y no va a haber otro Wilson Ferreira Aldunate.
El Uruguay del 71 no es el Uruguay del 2023, naturalmente. Entonces, desde afuera poco menos que se nos plantea que no volvemos a plantear la nacionalización de la banca, o la reforma agraria, como si estuviéramos en el 71.
Y aterrizando en la pregunta, después de esta catarsis: wilsonismo es una expresión del Partido Nacional que es heredera del nacionalismo independiente, pero de mucho más. Heredera porque Wilson tiene su origen en el nacionalismo independiente, pero el Partido Nacional tiene una particularidad muy grande, y es que ese binomio (el herrerismo y el nacionalismo independiente) y cómo fueron evolucionando y transmutando cualquiera de esas dos corrientes, cuando lo miramos en perspectiva histórica, los liderazgos se pasan la antorcha el uno al otro: de [Manuel] Oribe a Leandro Gómez, de Gómez a Timoteo Aparicio, de él a [Aparicio] Saravia, Lamas, Herrera, Wilson. No se entiende alguno sin el anterior. Wilson no hubiera sido Wilson sin Luis Alberto de Herrera. Y lo que hace a la subdivisión después, que es mucho más emocional, y de egos, a veces… Obviamente hay diferencias entre unos y otros, por la concepción del Estado, por el liberalismo y el progresismo, pero es imposible entender a uno sin el otro. De hecho, Wilson lo dice varias veces.
“Creo que hoy el wilsonismo tiene una encrucijada grande en la que se ha metido solo, a veces por aislarse y no generar alianzas. Lo que faltó fue un liderazgo que se pudiera consolidar en el tiempo, con carisma, y que esa persona no quisiera ser Wilson Ferreira”
Creo que hoy el wilsonismo tiene una encrucijada grande en la que se ha metido solo, a veces por aislarse y no generar alianzas de otras formas, y de hecho, los que tienen origen wilsonista y generaron puentes, sin creer que estaban traicionando algo etéreo, tuvieron bastante éxito electoral, al menos (Javier García es senador y ministro). Pero, lo que faltó realmente fue un liderazgo que se pudiera consolidar en el tiempo, con propuesta, con carisma, y que esa persona no quisiera ser Wilson Ferreira, que quisiera ser el hijo de su tiempo.
¿En qué cosas advertís que le falta wilsonismo a este gobierno?
La reforma del Estado, la que no se ha hecho.
Trabajás como consultor en la Oficina de Programación y Política Agropecuaria (Opypa) del Ministerio de Ganadería. ¿Cuál ha sido tu principal aporte a las políticas del ministerio, hasta ahora?
Opypa es como el cerebro técnico que asesora al ministro y al subsecretario. Cuando vemos cuánto sale la sequía, etcétera, ahí está un equipo de Opypa atrás calculando. Lleva el día a día de las cadenas agroindustriales y elabora políticas agropecuarias de mediano y largo plazo. Mi principal aporte es que yo trabajé toda mi vida “en la cancha”, yo fui administrador de establecimientos y fui comercial ganadero, estuve recorriendo el país y tengo un poco más de barro en las botas, que a veces los técnicos, por su propia función, están detrás de una oficina toda la semana. Y creo que en las políticas públicas sobra escritorio y falta un poco de pragmatismo y realidad, para el día a día, sobre todo. Mi principal aporte —más allá de que tengo formación de agrónomo y que trabajo en una oficina técnica— es aportarle realidad, vida diaria, a Opypa.
¿Cuánto impactará la sequía en la economía del país y en los precios de los comestibles que llevamos a la mesa? Una lechuga cuesta 100 pesos.
Muchísimo va a impactar. A mí me gustaría que este tipo de episodios, que son cíclicos en el tiempo (en el 89, y después en el 2009 hubo una seca muy grande) pudiera romper el prejuicio entre el campo y la ciudad. Que tengamos un poco más de empatía sobre lo que está pasando. Nos damos cuenta cuando la lechuga está a 100 mangos, y decís: “¡Me están afanando!”. No, no te están afanando. Hay una seca brutal y hay tres lechugas en todo el país. Es oferta y demanda.
¿Cuánto va a costar? Más de 2.000 millones de dólares en términos directos, es decir, de terneros menos que nacen, de producción que no se cosecha, y mucho más en efectos indirectos. El Fondo Coronavirus tenía cerca de 2.000 millones de dólares. Lo digo para tener una idea del impacto real y de la importancia del agro en el día a día. Si al agro le va bien, al país le va bien, y si al agro le va mal, al país le va peor.
¿Te gustaría ser presidente de la República, algún día?
No tengo ni idea. Yo tengo 28 años, vivo solo, soy un absoluto privilegiado en este país. Nací en una familia que me quiso, me cuidó, mi madre se desvivió para que tuviéramos la mejor educación que pudiéramos tener, para que pudiéramos ir a la facultad que quisiéramos, pude viajar, pude tener buenos trabajos... Yo todavía no tengo familia, no sé lo que me va a costar tener hijos, criarlos, verlos crecer, y para mí eso es lo más lindo que tiene la vida. Ver crecer a tu familia, disfrutar de tomar unos mates como estamos tomando ahora, esas cosas pequeñas de la vida. Y ser presidente de la República es la responsabilidad más grande que puede tener cualquier uruguayo arriba de los hombros, además de la propia de criar a sus hijos o de lo que no tiene como responsabilidad siendo una persona en la sociedad.
Sería de una vanidad terrible decir: “Yo quiero ser presidente de la República” ahora, porque no tengo la más pálida idea de lo que cuesta vivir.
¿Sos feliz?
Soy feliz, por suerte, sí.
Por César Bianchi
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