Los primeros recuerdos políticos de Jorge Gandini son de un partido al que nunca perteneció. Se acuerda de ir de la mano de su madre, colgado, mirándola desde abajo, a los actos de Alba Roballo. Se acuerda de estar al aire libre, de escuchar los discursos entre el público, de los parlantes. Pero también recuerda que el Partido Colorado no le gustaba, porque él “era más revoltoso”.

Entonces, cuando empezaron a caer en sus manos libros de Javier de Viana, como Divisa blanca, en la que cuenta la revolución de Aparicio Saravia, rompió con la tradición batllista de su madre y su padre. Leyó la prosa del escritor oriundo de Canelones y entendió cuál era su lado, dónde quería estar. Siguió con los libros, se hizo un amigo mayor con el que podía hablar de política partidaria y se convirtió en un blanco. 

Con el tiempo, Gandini conocería a Wilson Ferreira Aldunate, el caudillo blanco que fue un fuerte opositor de los gobiernos colorados de Jorge Pacheco Areco y Juan María Bordaberry, y que también luchó contra la dictadura cívico-militar que lo llevó al exilio. 

Ahora, en 2024, el precandidato blanco defiende el legado del wilsonismo, y a pesar de que las encuestas marcan como muy lejana la posibilidad de que se convierta en el candidato blanco a la Presidencia, sigue en pie. “Yo puedo”, dicen sus carteles colgados en las calles, en el marco de la campaña electoral.

En tanto, Gandini dice que sabe que un 30% de los uruguayos desconoce quién es, a pesar de su larga trayectoria como diputado, senador, director del Instituto Nacional de la Juventud (INJU), y dirigente gremial universitario. 

¿Cuál fue, entonces, el paso de Gandini por el sistema político uruguayo (y también por fuera)?

Los trillizos y Jorge Osvaldo

Gandini fue un hijo deseado. Dice que a su madre le costó mucho quedar embarazada, por lo que se sometió a tratamientos, que eran los que “estaban al alcance hace más de 60 años”. Hasta que lo logró: el 5 de marzo de 1958 nació su primer hijo, Jorge Osvaldo, en una “pequeña casita” en Aires Puros, ubicada en la intersección de las calles Iberocay y Criollos.

Al niño lo llamaron Jorge Osvaldo por dos personas. El primer nombre es un homenaje al vecino de la casa de al lado, que era muy compañero de su familia y padre de una amiga de su madre; el segundo es el mismo nombre del hermano de su padre. 

Sin embargo, aquel bebé de dos nombres duraría poco como hijo único. Como consecuencia de los tratamientos para tener a su primer hijo, a los nueve meses la madre quedó embarazada otra vez. De todos modos, no fue hasta el parto que se enteró que se convertiría en madre de cuatro: los trillizos y Jorge Osvaldo.

“Fue la primera competencia que tuve en mi vida, de arranque nomás; si un niño habitualmente se pone un poco celoso cuando le nace un hermanito, fijate cuando te nacen tres. Hace 65 años era toda una novedad que nacieran los tres vivos. Entonces, cuando mamá salía a la calle con los cuatro, se transformó en la señora de los trillizos; la única atracción para todo el mundo eran los trillizos, yo era una especie de agregado que iba ahí, que no tenía ninguna notoriedad ni llamaba la atención de nadie”, dice Gandini a Montevideo Portal

Es que, además, los trillizos apuraron las cosas: tuvieron que mudarse antes, porque la casa en el que vivían no estaba pensada para cuatro bebés que usaban pañales de tela, más sus padres, más su tía, más su abuela, que también eran “parte del plan de cuidados familiar”. Entonces, se fueron al Brazo Oriental.

“Vivíamos en una casa antigua, de esas de techos de cuatro metros y medio, que para sacarle las telarañas tenías que unir cuatro palos, que era re fría. Los tres varones dormíamos juntos, y mi hermana en uno de al lado. Cuando venía la varicela, era un sanatorio, porque caíamos todos. Había que bancarse a todos. O lo peor: era uno, se empezaba a mejorar y le caía al otro, lo cual era una secuencia de un mes de alguien en cama. Mamá trabajaba, no pudo dejar de trabajar, obviamente, porque lo económico era fundamental. Pero había que darle de comer a cuatro niños chiquitos antes de irse a trabajar”, recuerda. 

Jorge Gandini y sus hermanos. Foto: cedida a Montevideo Portal

Jorge Gandini y sus hermanos. Foto: cedida a Montevideo Portal

Por eso, dice que su familia “tuvo que meter mucho remo para salir adelante”, que están “acostumbrados a eso” y que “nadie” le va a enseñar nada. La casa Gandini-Astesiano era humilde y “se tuvo que fortalecer para poder sacar adelante a todos”.

“Ahora todos estamos bien: formamos familias, tenemos trabajo y somos muy unidos. Algo bien hicieron los viejos con su humildad. Mamá terminó segundo de escuela, papá quinto. La remaban también, como era en aquella época. Tenían eso, que yo creo que hay que recuperarlo, esa visión que era: ‘No tengo nada para dejarte, pero quiero que seas mejor que yo, que puedas estudiar, que yo no pude; quiero que tengas un trabajo mejor que el mío’”, señala. 

Niño scout, relojero y chofer

Gandini asegura que tiene “una larguísima historia de trabajo social”. Su primera guía fue el movimiento Scout Vanguardia, que estaba en el barrio municipal Instrucciones y lo formó en “valores”. 

Jorge Gandini. Foto: cedida a Montevideo Portal

Jorge Gandini. Foto: cedida a Montevideo Portal

Mientras iba a los scouts, en su casa tenía también los días divertidos de los “cuatro de oro” de él y sus hermanos, que comenzaron a tambalearse con los primeros indicios del golpe de Estado, cuando los tiempos se pusieron violentos y él decidió ser parte. No sabe por qué, pero ya estaba metido en la militancia. En segundo año de liceo era delegado de la clase; se movía entre las “movidas” del Liceo Nº 17, de la Facultad de Medicina, de la de Química. 

Después, vino el silencio.

A la par de su militancia estudiantil, Gandini trabajaba como relojero. Cuando tenía 15 años su padre le preguntó si quería estudiar, él le respondió que sí y le advirtió que tenía que aprender un oficio, porque era lo que su familia le podía ofrecer. Entonces, el senador comenzó a investigar qué cosas estaban a la mano y se encontró con la relojería.

Le interesó porque “tenía algunos secretos, algunos encantos, esa cosa chiquita, de atención”. Probó, le gustó y quedó. A los nueve meses ya había terminado el curso y se quedó como ayudante del profesor. Vestía una túnica, con una lupa colgada en el cuello y sus amigos le decían El Profe.

La vida de aquel joven de 16 años se dividía entre la relojería y el liceo. Primero, trabajó para otros; después puso su propio taller en su casa. Cuando terminó el bachillerato, ingresó en la Facultad de Derecho, que terminaría de forjar aquella vocación que inició con los Scouts.

Cuando la tecnología comenzó a comerse de a poco a lo analógico, y los relojes con números rojos en la pantalla destronaron a las agujas, dejó la relojería. Como no quiso incursionar en la electrónica, se compró un Fusca y abrió una escuela de choferes. 

Las primeras militancias

El paso de Gandini por la Universidad de la República (Udelar) se mezclaba entre “muchas horas de trabajo”.

“Trabajaba desde las 6:00 a las 14:00, de ahí venía un tío mío que fue el que me enseñó a manejar primero y después a ser instructor también, porque él lo era. Entraba a las 14:00 y seguía hasta la noche. Cuando él volvía, le sacaba unos tornillos mariposa que tenía el cartel que decía Escuela Reducto 20 34 36, que era el teléfono de seis números. Se lo sacaba y se transformaba en el vehículo que teníamos para militancia, que era de noche y cuanto más de noche, mejor”, recuerda.

Entonces, a la política entró por los gremios. En 1982, cuando la Federación de Estudiantes Universitarios Uruguay (FEUU) fue proscripta por la dictadura cívico militar, participó de la fundación de la Asociación Social y Cultural de Estudiantes de la Enseñanza Pública (Asceep), que después devendría en la Ascep-FEUU. Un año después fue uno de los fundadores de la Corriente Gremial Universitaria (CGU).

En 1984, fue parte de la directiva en representación del sector estudiantil en la Secretaría de Asuntos Sociales del Partido Nacional, cargo que ocupó hasta 1988. En ese interín, fue también electo como directivo en las elecciones universitarias.

Foto: cedida a Montevideo Portal

Foto: cedida a Montevideo Portal

Hasta que un día, dejó los gremios y se enfiló en Por la Patria con Wilson Ferreira, el mismo que reivindica hasta ahora, el mismo que le dio un lugar como militante estudiantil. 

En el 1984 quedó como diputado suplente, en una lista que “era para abajo”, por lo que podía entrar a la Cámara Baja por “cualquiera de los seis diputados que salieran”. Además, fue secretario de la Juventud del Partido Nacional, así como también secretario de Por la Patria.

Con Wilson ya libre, en febrero del 1985, fue elegido como representante del directorio blanco. De aquellos días recuerda las fechas históricas, como la vez que se votó la Ley de Caducidad, y dice que fue “terrible”. 

“Hubo instancias claramente importantes en aquellos años. Donde, además, todo pasaba por Wilson, que no estaba en ningún cargo público pero era la coalición de aquel tiempo. Así que fueron tiempos de mucho aprendizaje”, asegura.

El ala wilsonista

En 2018, cuando se conmemoraron los 45 años del golpe de Estado en el país, Gandini reccordó la noche del 27 de junio de 1973, en la que Juan María Bordaberry y los militares disolvieron el Parlamento.

“Quizás lo más simbólico de aquella noche del 73 sea el discurso de Wilson Ferreira Aldunate en el Senado de la República, cuando declara que el Partido Nacional será el más implacable enemigo de aquel gobierno que se instalaba. Y el Partido Nacional cumple con Wilson en su liderazgo. Y cumple con su sacrificio, con su refuerzo. Y es proscripto, y es perseguido, y tiene cárcel, y tiene exilio. Y luego es Wilson Ferreira Aldunate quién desarrolló durante los años de la dictadura, una muy férrea, extensa e inteligente gestión desde el exterior del país para aislar a la dictadura uruguaya en primer término, pero también para generar alternativas de salida”, escribió.

“Es él quién paga con su libertad y quién garantiza con su cárcel que puede haber una salida; que no fue la salida que el pueblo uruguayo había comprometido; no fue la salida del Obelisco de un Uruguay democrático y sin exclusiones; fue una salida con proscriptos, fue una salida con presos y fue una salida con Wilson Ferreira Aldunate preso, en un acuerdo que hace el Frente Amplio, el Partido Colorado y los propios militares, todos sacando de eso algo. La salida democrática, la salida ‘en paz’, pero sobre los hombros de quién seguramente iba a ser el Presidente de la República si estaba libre”, agregó.

La primera vez que Gandini se encontró con Wilson Ferreira Aldunate fue en Buenos Aires, durante su tiempo de exilio, en una habitación de hotel. Viajaron junto a Miguel Cecilio, el senador Javier García y “algún compañero más”. Tenían una idea, a la que Wilson debía darle el visto bueno: armar una secretaría gremial dentro del Partido Nacional.

En el cuarto había una cama y una silla. el caudillo blanco se sentó en el borde, otro de los jóvenes estudiantes en el asiento y el resto en el piso. “Tuvimos esa larguísima charla fantástica en la que nos vinimos con una manija impresionante”, dice el precandidato.

“Wilson nos dio para adelante, nos entendió perfecto. Venía de un cambio cultural importante en su cabeza debido al exilio europeo; aprendió, conoció, vio otra realidad que le permitió evolucionar y dar un salto largo que no daba su otra generación política, sus compañeros de generación. Entonces, Wilson nos dio para adelante y nos bancó”, recuerda el senador. 

En él encontraron compresión. Mientras que otros blancos cuestionaban qué cantidad de votos llevaban al partido, el líder los arropaba. Decía que ellos, los jóvenes, tenían sus votos.

Volvieron dos veces más a Buenos Aires. Pero Gandini lo conoció en profundidad cuando el 16 de junio de 1984 regresó al país, casi con la vuelta de la democracia. En la vuelta del histórico blanco, el ahora precandidato se ocupó de organizar a la juventud, del deplegar a los jóvenes, del armado del estrado, de hacer llegar las banderas para celebrarlo. 

Del caudillo blanco recuerda que “era un tipo difícil”, porque ir contra él no era fácil. “Era una cosa arrolladora. Yo tuve que discutir algunas veces con él, desde otro punto de vista. Porque nosotros aportábamos otra visión al partido y a veces había que discutirle”, narra.

Gandini recuerda un desencuentro. Sucedió en el marco de un conflicto de la mítica empresa de transporte ONDA, cuyo dueño era senador suplente por el Partido Nacional. Es que, al mismo tiempo, también habían muchos blancos dentro del sindicato que iban en contra de la compañía de ómnibus, porque la base estaba en el interior. Gandini, que formaba parte del directorio blanco, iba a las asambleas, estaba en contacto con ellos y los apoyaba. 

Aquel “lío” era gigantesco, recuerda el ahora senador y precandidato. Porque no solo había un conflicto entre los blancos, sino que también habían colorados en la cuestión. “Era una torre de problemas, y nosotros defendíamos la visión nuestra, que era lo que teníamos que hacer; es lo que Wilson nos bancaba que hiciéramos, pero no siempre estábamos en la misma sintonía”, dice. Los jóvenes iban por los sindicatos; el líder blanco por el partido.

Y, a pesar de que intercambiar con el caudillo “era un placer”, para enfrentarlo “había que prepararse”. “Tenías que leer y venir armado, porque sino te pasaba una máquina por arriba y te dejaba pegado delante de todo el mundo”, dice Gandini.

Otra anécdota que recuerda de Ferreira fue en la Sala Verde, que ahora, en 2024, tiene un cuadro de él colgado de sus paredes y sigue siendo la sala de comisiones del Partido Nacional. En aquella sala, se “cocinaba un poco alguna cosa para el directorio”. Un día, en esa sala, Wilson le dijo: “Quiero que ahora le discutas a Luis Alberto Lacalle [que integraba el directorio blanco]. Vos echale para delante”. En aquel entonces, el herrerista había cuestionado a la Udelar, y era evidente que el movimiento estudiantil podía cuestionarlo a él.

En la reunión, tal como le había pedido su líder, Gandini pidió la palabra y se opuso a Lacalle, que en ese entonces era senador. Gandini volvió a insistir hasta que, según cuenta, Wilson Ferreira dijo que no estaba de acuerdo con ninguna de las dos posiciones, y dio la suya, como si todo lo que le había pedido antes no hubiera existido. 

“Yo estaba encantado. Me había mandado a la guerra, pero qué honor. Podrías haber ido a la guerra porque te mandó el jefe”, dice Gandini, que lejos de enojarse con el líder por contradecirlo, se sintió halgado, y lo recuerda como si hubiera sido ayer.

Esposas, hijas y nietos

Mientras entraba en la vida política, Gandini se casó. Su primera esposa fue Marta, con quien tuvo a su hija Alejandra, la madre de sus dos nietos. Contrajeron matrimonio en plena dictadura. Marta era su compañera de militancia. Era, también, azafata de Pluna y correo de los cassettes de Wilson, de los libros, de todo lo que hacía llegar, porque no la revisaban. Entonces, mandaban paquetes a Londres y Madrid, donde Wilson estaba. Ella los traía y él los llevaba a la farmacia de Cacho, donde los reproducían. Cuando Alejandra tenía dos años, el matrimonio se separó. 

Con el tiempo, y también en el marco de la política, conoció a Laura, su actual esposa. Es que con su legado scout y el de Fernando Martínez con la Asociación Cristiana de Jóvenes crearon una modalidad de trabajo para los jóvenes militantes blancos que “había dado mucho resultado”.

Le llamaban los campamentos Encuentro: duraban nueve días, empezaban un viernes y terminaban el domingo siguiente. Se hacían una vez por año, en enero. En uno de esos campamentos, en Cerpa, Rivera, conoció a su actual esposa. Con Laura tuvo dos hijas, Mariana y María Emilia. 

En ese momento, en el que se convirtió en padre, entendió cómo fue para sus padres criar a él y a sus tres hermanos. 

Un tropezón y a seguir

La situación más dura que Gandini dice que vivió en política fue en 1999, cuando los blancos quedaron afuera de la elección y Jorge Batlle resultó electo presidente del país. 

“El partido votó horrible, salimos terceros y, dentro de lo horrible, el wilsonismo votó espantoso. Entonces, yo quedé afuera de todo. De ser senador quedé sin cargo alguno, y la mayoría del partido la tenía Lacalle Herrera”, dice.

Le ofrecieron lugares que no aceptó, porque sentía que iban a condicionarlo, y él siempre fue como es ahora: va “solo”. La campaña electoral lo dejó endeudado y su sector se disolvió. Entonces, tuvo que encargarse de las cuentas.

Como aquello que aprendió de niño, salió a “pelear cosas”. Primero, tuvo una pequeña consultora; después, se asoció con unos amigos que le abrieron las puertas en el rubro gastronómico.

“Estuve primero en un restaurante, después en tres. Yo era el socio que laburaba, porque no tenía el capital, pero era el que estaba. No sabían un corno de eso, pero mis socios sí. Yo era el que se quedaba hasta el cierre, revisaba la caja o cuando faltaba uno le ponía el hombro. Llegamos a tener casi 100 empleados entre los tres restaurantes”, dice. 

Sin embargo, en un momento en el que la peor crisis económica del país se volvía visible, planteó alternativas, pero no lo acompañaron y se fue. Solo otra vez. 

Sacó créditos, pagó deudas y terminó de saldar un terreno que había comprado en un remate judicial, donde estaba construyendo su casa.

A pesar de la derrota, no dejó la política, mantuvo “la llama de la Lista 250 prendida”. Se juntaban a comer, discutían, no dejaban que se cayeran los cimientos de los que había nacido en 1995.

En 2004, cuando apareció la figura de Jorge Larrañaga, se adhirió a Alianza Nacional. Aunque, según dice, al principio el exsenador lo “trató lo peor” que pudo, porque era nuevo. De todos modos, logró competir y se ganó su banca como diputado. Para las segundas elecciones, su lista, la 2004-250, fue la más votada dentro del sector, y renovó la banca.

Gandini apoyó la candidatura del ahora fallecido Larrañaga en 2004, en 2009, en 2014 y en 2019. Sin embargo, en 2017 decidió relanzar Por la Patria, aquel sector que le dio la puerta de entrada en la política partidaria. No se fue solo: lo acompañaron, entre otros, el intendente de Río Negro, Omar Lafluf, y el ahora diputado Álvaro Viviano.

“No [fue] por ningún problema interno, sino porque entendíamos que aportábamos más a la candidatura de Jorge [Larrañaga] desde allí. Tenía un círculo muy estrecho de gente de Alianza Nacional al que nosotros no pertenecíamos y entendimos que podíamos trabajar más cómodos desde un espacio propio y así lo hicimos”, explica el senador.

De todos modos, insiste en que desde Por la Patria siguieron “orgánicamente” en la bancada de diputados y de senadores de Alianza Nacional. “Hicimos todas las apoyaturas a la reforma Vivir sin miedo, fuimos de los que más firmas juntamos y apoyamos a la candidatura presidencial de Larrañaga en 2019, desde Por la Patria”, agrega.

Por eso, Gandini dice que no se fueron, sino que Por la Patria constituyó un nuevo sector que parlamentariamente siguió estando en Alianza, pero que “nucleaba alguna gente que por distintas razones no entraba” el núcleo duro del larrañaguismo.

Tras la polémica en 2019 por la denuncia de acoso sexual contra el intendente de Colonia, Carlos Moreira, Gandini ocupó su banca en Senadores en el presente período. Según sostuvo, su separación de Alianza Nacional terminó en una relación “correcta” con Larrañaga. Sin embargo, hubo pases de facturas. Gandini creía, según dijo a la prensa, que no hubo una distribución justa de los cargos en el Poder Ejecutivo.

Desde entonces, Gandini dice que volvió a quedar solo. El precandidato blanco se asume como el partido al que representa, al Partido Nacional, pero también cuestiona de forma abierta y pública a sus pares blancos: a Luis Lacalle Pou, a Álvaro Delgado, a Martín Lema, su distanciamiento con Larrañaga, sus antiguos cruces con Lacalle Herrera, y también a la oposición: a Carolina Cosse y Yamandú Orsi, como lo hizo desde siempre tanto con las filas blancas como las del resto. Es que Gandini ya lo dijo: es revoltoso.

Juventud, divino tesoro

Gandini se sigue rodeando de jóvenes, como Aparicio Saravia, director del Instituto Nacional de la Juventud, y Santiago Gutiérrez Silva, que integra el directorio blanco. Es que el senador estuvo en los inicios del INJU, aquel proyecto que se gestó en 1985 y se terminó de consolidar en 1990, bajo el gobierno de Lacalle Herrera. 

De aquella época recuerda que fue el único cargo de confianza que el Frente Amplio votó, porque, según afirma, sabían que era para él. Es que los que elegían eran sus pares, aquellos que también habían militado en los gremios, aunque no siempre en los que estuvo él. 

“Abro mucho camino a los jóvenes y a las mujeres. Entiendo que hay que abrir oportunidades, después cada uno se las arregla para aprovecharlas o no. En el directorio, de hecho, que nosotros peleamos con lista propia y sacamos tres lugares, mis tres compañeros, que se turnan, son Santiago Gutiérrez, Aparicio Saravia y María Eugenia Elso, que son los tres que me acompañan. Son tres personas jóvenes, que ponen otra cabeza ahí”, asegura. 

Gandini, también, se jacta de que la juventud de Por la Patria es la única que cada 20 de mayo participa en la Marcha del Silencio. Él los acompaña y destaca que ellos “tienen una cabeza diferente”.

La recta final

Los días pasan y la fecha de las elecciones internas se acerca. Al 30 de junio, Gandini dice que llegará “con más transpiración que dinero”. La campaña electoral implica mucha recorrida, organización y tratar de motivar, aunque sabiendo que “nunca para los blancos fue fácil”.

Por eso, ese camino sinuoso, el poco favoritismo, el ir por motus propio significa también una “épica”, un “mística”, que para el precandidato es importante. 

Sin embargo, Gandini no deja el Parlamento. Es consciente de que le da espacio para ser mediático, para aparecer en un mundo que a veces parece olvidarlo. 

Jorge Gandini. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Jorge Gandini. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

“Es importante de que se acuerden de que uno existe, y eso que arranqué más bajo que los competidores, que son más conocidos que yo. Parece mentira, pero todavía hay un 30% que no sabe quién es Gandini”, dice.

Mientras tanto, turnará las recorridas de campaña por horas en su despacho, ese que tiene dos cuadros de Wilson Ferreira Aldunate, fotos de sus hijas; ese donde recuerda leyes casi de memoria, que está llenos de papeles; ese que tiene un escritorio en el que sostiene su termo ploteado con el Pabellón nacional.