Por Federica Bordaberry
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Fotos Javier Noceti | @javier.noceti
"Querido Gabriel, varias generaciones luchando por la libertad, aquello por lo que vale la pena vivir", dice. Es una dedicatoria de Jorge Batlle en un libro de José Batlle y Ordóñez, que recopiló el propio Batlle en 1956. En realidad, era un libro viejo que tenía en su casa, que ya estaba dedicado a su abuelo. Se lo dedicó a él, de vuelta, cuando renunció al Ministerio de Transporte y Obras Públicas, sobre el final de su mandato.
Jorge Batlle vivía a media cuadra de su casa, eran vecinos. Existía esa relación familiar con él, en parte, porque su abuelo había sido muy amigo de Luis Batlle, así que su amistad venía prologada por otras generaciones.
Gabriel Gurméndez vivió toda su niñez y su adolescencia en Bulevar España y Benito Blanco. De hecho, vivió en dos apartamentos distintos en la misma cuadra. Ahí estuvo hasta los veinticuatro, cuando sus padres se fueron al exterior y él se quedó en lo de su abuela, hasta que se casó y se mudó.
Fue el primero de una familia de dos hermanos y dos hermanas. Antes, vinieron sus padres, un abogado vínculado a la actividad pública y política, vinculado a la militancia del Partido Colorado, y una docente de matemáticas.
De niño era relativamente tímido, estudioso, el último elegido en las pisaditas para los deportes de equipo. Quizá, los recuerdos más felices de esos años son los de las vacaciones en La Paloma o en el campo, la vida afuera. Pero también hubo vida adentro.
En su casa, una casa que siempre hubo aires politizados, había una gran biblioteca donde llegaban, todos los días, los diarios. Entonces, Gabriel leía. Y leía mucho.
Naturalmente, leía todo lo que había disponible en su casa: libros de historia, enciclopedias, libros de misterio de Enid Blyton y de Hitchcock. Esos dos eran típicos regalos de cumpleaños.
Cuando tenía nueve años, el dormitorio de Gabriel parecía un club político de tantas banderas y afiches que tenía colgadas. Su gusto por el mundo político siempre estuvo. Se acuerda, incluso, del año en que cayeron los helicópteros en el Kibón porque él, con esos nueve años, ya estaba repartiendo listas de la 15 en la Rambla de Pocitos, a días de las elecciones. A esa edad, se sentía un militante comprometido.
Primaria y secundaria los hizo en el British Schools, un colegio privado, inglés, en Carrasco. De niño, iba hasta allá en camioneta contratada del colegio, o en cadena hecha por padres. Más de grande, se tomaría un Cutcsa hasta Avenida Italia y, desde ahí, un Copsa al colegio.
Siempre le fue muy bien. Académicamente tenía buenos resultados y se ganaba los premios y certificados por desempeño. De hecho, cuando hizo el examen de bachillerato internacional, logró una de las notas más altas del mundo y le dieron un galardón especial. Hacía mucho énfasis en actividades extra curriculares como teatro y coro, y llegó a ser head boy de liceo, el líder del grupo de alumnos seleccionados para ejercer responsabilidades dentro del colegio. Todo aquello, motivado por una educación inglesa en Montevideo.
En 1980 tenía que decidirse por una carrera y entrar a facultad. Gabriel era bueno en matemáticas, en física, en las ciencias en general. Tuvo una duda vocacional muy grande y los tests vocacionales solo la ahondaron. Podía ser abogado, médico, ingeniero, incluso actor.
Optó por la que le parecía que era una carrera que, frente a la incertidumbre vocacional, podía darle la posibilidad de encontrar un camino durante su vida laboral y que no iba a encasillarlo tanto. Para él, la ingeniería industrial era más maleable, pero no le gustan los motores ni los puentes. Lo que sí le gustaba eran las herramientas intelectuales que venían con todo aquello.
Fue gracias a esa elección que, años después, Gabriel aparecería en el sector público, en AFE. A partir de ahí daría saltos entre las empresas públicas y privadas, instalándose en puestos como Ministro de Transporte y Obras Públicas y presidente de Antel.
En las grandes decisiones de tu vida, ¿te has movido por la razón o por la pasión?
Por la pasión. Al contrario de lo que uno piensa en la ingeniería, lo que a mí me mueve son las cosas que uno siente que vale la pena vivir. Yo diría que cuando primó la razón fue por necesidad. Si ves mi carrera, alterné entre la cosa pública y la cosa privada. La cosa pública fue la que me llevó, siempre con pasión, a dejar cosas, a abandonar ciertas comodidades. La carrera profesional privada empresarial fue la de la obvia necesidad de cumplir con tus obligaciones de darle sustento a tu familia y de llevarla adelante.
Fui alternando entre una cosa y la otra, pero los pasos más relevantes, que tienen que ver con lo familiar, lo profesional y el compromiso con la actividad pública y política, siempre fueron movidos más por el corazón y el sentimiento de lo que uno cree, por el sentimiento de deber con uno mismo. Especialmente, ayudado por mi mujer que, como me conoce, sabe que hay momentos en los que me tiene que decir, "largá y dedicate a lo que te gusta". Eso explica algunos de los pasos en mi vida, entre ellos, en el que estoy ahora.
¿En qué momento pasaste del mundo de la ingeniería al empresarial?
El año ´80 fue un año clave para mí porque entré en facultad, porque fue el año del plebiscito, fue un año en que yo me comprometí de una manera importantísima con el "no". Ahí fue que Batlle me cautivó, ya en una etapa más madura, con su capacidad intelectual. Fueron años de militancia, de organizar el primer acto contra la dictadura en el Cine Cordón. Me tocó participar a mí, pedir yo el permiso de la policía. También el primer discurso por el "no" en el Interior, en Salto y Paysandú, yo tenía 18 años.
Despúes, estuve preso en el año ´81 en inteligencia y vino toda la caída de la Universidad. Fueron años de mucha militancia gremial, periodística, estaba muy avocado a eso. Por suerte, a pesar de todas esas distracciones pude terminar la carrera y mis primeras actividades fueron en el sector público por ese perfil de ingeniero, ya antes de recibirme, en un plan de reestructuración del ferrocarril.
Más allá de algunas cosas de joven, que di clase de matemática y me dediqué a hacer un trabajo de operador de computador nocturno, todo eso para ganarse unos mandos, mi primer trabajo fue en el sector público en esa reestructura del ferrocarril.
Cuando tenía 28 años, Jorge Batlle me nombró miembro del Director de Antel, cuando estaba aquel proceso de la ley de empresas pública. Yo diría que eso fue mi primera actividad empresarial, pero no en el sector privado. Para mí fue un paso formidable ocupar ese cargo, con esa responsabilidad, en una de las empresas más importantes de Uruguay. Cuando uno lo mira así, parece una locura de aquel hombre.
¿Y por qué pasas a la actividad privada, entonces?
Cuando termina ese mandate viene el referéndum de la ley de empresas públicas, el proceso de asociación de Antel fracasa y a mí me gustaba mucho la actividad política, estaba muy enfocado en eso, pero no tenía un camino abierto en esa circunstancia y para abrirme camino yo tenía que renunciar a ese cargo.
Ahí entré a trabajar en Sudamtex. Una seleccionadora de personal me seleccionó para un cargo en el sector financiero de Sudamtex, que era industria textil, y por ahí empecé mi camino en el sector empresarial privado. Ahí estuve muy poco tiempo, asumí la responsabilidad de la dirección general del consorcio de aeropuertos internacionales que implicaba construir, de la nada, el primer aeropuerto privatizado de América Latina. Eso fue, si se quiere, lo que realmente me colocó en una posición de número uno en una empresa, en un emprendimiento privado complejo.
¿Por qué complejo?
El proyecto del Aeropuerto Laguna del Sauce era muy complejo porque era una cosa innovadora, era un gran proyecto y yo tenía 33 años. Me tocó ser el gerente general y fue mi primer gran desafío como dirigente de empresa.
Después volviste a lo público en 2002, en situaciones turbulentas...
En 2002 Jorge Batlle me llama frente a la crisis financiera y la crisis política. Lo que ocurrió fue que vino la corrida financiera, hubo una crisis, se volvieron a recoger firmas en contra de las leyes que modificaban Antel, Batlle le pidió la renuncia al presidente de Antel y ahí me llamó para ocupar ese cargo. Volví de vuelta, por segunda vez, al directorio. Es curioso cómo las circunstancias son tan parecidas a las de ahora.
Ahí salté de la actividad privada a la pública.Fue una llamada telefónica en la que me preguntó si quería y ahí fui.
¿Por qué Batlle confió en ti en una circunstancia tan crítica?
Porque me conocía, porque me tenía confianza personal y política, porque compartíamos las ideas y, en este caso, tenía una crisis en un lugar en el que yo había estado antes. Entonces, recurrió a alguien que podía darle una mano con eso. Además, me tenía ahí en la reserva.
Y también fuiste presidente interino de AFE, OSE y Ancap.
La crisis del 2002 y 2003 fue, indudablemente, un huracán. Se generaban muchas bajas y ahí sí tuve la confianza del presidente que, en distintas crisis me encomendó como presidente interino de la OSE. Me dijo que iba a ser por unos días y fue por bastante más. Lo mismo con el ferrocarril y con Ancap. Después, al final, con el Ministerio de Transporte y Obras Públicas cuando estábamos con algunos brotes verdes en la pradera en el 2004. De alguna manera, habíamos logrado salir de aquel infierno, fueron años de intensidad dramática.
¿Qué efecto emocional tuvo sobre ti toda esa responsabilidad?
Uno no tiene mucho tiempo para pensarlo y sentís una tensión permanente, un agobio constante y una incapacidad de pensar en otra cosa que en esos problemas. Fue de los momentos más difíciles, pero, cuando uno lo ve en retrospectiva, son de las cosas de las que uno se siente más orgulloso. Haber estado, a pesar de la dificultad lógica que tuvo ese gobierno, la sensación de haber cumplido, es de las cosas que me gustaría que mis hijos recuerden de lo que hice, de haber asumido esa responsabilidad en un momento en que creí que era lo que tenía que hacer.
Y después volviste a la presidencia de Antel en 2020. Algún titular decía que habían traído al comodín de Batlle para tomar Antel, ¿qué te pareció eso?
Eso no me pareció mal. Para mí fue una responsabilidad y, de alguna manera, no me preocupaba mucho lo que leía porque hoy se leen tantas cosas, hay tanto tuit y tanto Facebook que, realmente, uno tiene que estar seguro de lo que hace en función de lo que uno cree. En ese momento, más allá de los titulares lo que tuve fue un sentimiento de gran orgullo y de gratitud con el Presidente Lacalle Pou, no habiendo estado nunca cerca de él en lo político, ni de tener una relación personal de amistad porque somos de generaciones distintas. Agradezco que él haya tenido ese paso de convocarme en un momento difícil y donde yo me sentía que podía ser útil.
Después de la renuncia de Iglesias, ¿qué Antel recibiste?
No quiero entrar en polémica política. Creo que como todas las cosas, uno recibe un Antel con muchas fortalezas y muchas debilidades. Antel tiene fortalezas creadas por su propia protección legal, tiene una infraestructura y una plataforma técnica en términos de redes, de cable, de fibra óptica, de celular, etc.
Evidentemente, eso es una fortaleza. Tienen liderazgo de mercado en términos de participación del mercado en términos de cantidad de clientes en los mercados en los que es competitivo. Tiene una posición top of mind en el consumidor y tiene un equipo técnico robusto, con capacidades.
También encontré una empresa que, en algún momento, perdió el rumbo en las razones para la que fue creada, que es dar servicio de telecomunicaciones. Tuvo una confusión en su dirección estratégica que, lógicamente, siempre se ejemplifica en por qué hacer un estadio o por qué tirar satélites al espacio, o por qué gastar en esas cantidades enormes de publicidad cuando hay carencias tan relevantes en el servicio. Hay contrastes entre una localidad del Interior profundo que no tienen conectividad y acá tenemos lujos. Entonces creo, y sin ánimo polémico, que hubo un desvío, una distracción en el objetivo de la compañía. En esa distracción, creo que se abandonó muchísimo ciertos sectores de la población.
Creo que hay grandes oportunidades en mejoras en lo que es la gestión de la compañía, una mejor administración de los recursos, una modernización digital, en tener un mejor contacto con el cliente, en poner al cliente en el centro. Creo que se olvidaron, en gran medida, del cliente. Es un vínculo que no se modernizó. Hay que poner más énfasis en la calidad del servicio, hay que modernizar todos los sistemas. Antel es una empresa que, a pesar de su tecnología y su aura, un aura que tiene que ver con todo lo que se gastó en publicidad, tiene ese tipo de carencias. Por ejemplo, los expedientes son de papel y no tienen expediente electrónico. Entonces, hay un contraste entre lo que es la realidad tecnológica y lo que es la gestión. Ahí creo que hay que mejorar mucho y creo que se confió mucho en que los privilegios legales iban a sostener. La única manera de competir es administrando bien, pensando en el cliente y siendo muy eficientes.
¿Qué diferencias tienen todos los Anteles a los que te fuiste enfrentando?
El Antel de hoy no tiene nada que ver ni con el del ´90, ni con el del 2002, por una razón muy sencilla que es, más allá de las coyunturas nacionales, económica o política, que pueden parecerse, tecnológicamente es tal la vorágine del cambio, es de tanto dinamismo, que no tienen nada que ver las realidades tecnológicas. Los impactos en la vida de la gente son absolutamente distintas.
En el ´90, nosotros hablábamos de líneas telefónicas, en el 2002 empezábamos a hablar de ADSL y las cosas se medían el kilobytes. En el 2021 estamos hablando de terabytes y estamos hablando de que las telecomunicaciones son casi la vida misma de las personas, así que son empresas totalmente distintas. Pero los desafíos, desde el liderazgo, al final siempre son los mismos: saber bien cuáles son los problemas, movilizar y motivar los recursos humanos, formar equipos, administrar. Hay ciertas recetas básicas del liderazgo que van más allá de las circunstancias.
Habiendo pasado de lo público a lo privado tantas veces, ¿cómo se trabaja en cada una?
Son dos mundos totalmente distintos. Por lo menos, desde donde a mí me tocó, en el mundo privado uno tiene mucho más libertad. Los objetivos siempre son mucho más claros y todo está mucho más definido. Sabés cuál es tu presupuesto, cuál es tu línea de mando, tenés libertad para elegir a tus colaboradores de manera más clara, tenés más posibilidades de mecanismos de incentivo.
Me tocó estar en actividades privadas bastante complejas, el negocio de los aeropuertos, por ejemplo. Se pueden parece mucho, pero en el sector público uno se hace la pregunta de por qué te estás juzgando. En el sector privado la asamblea de accionistas sabe por qué te va a juzgar, en el sector público a veces no sabés si el juicio es de un accionista, de un consumidor o de un político interesado en generar una situación política.
Naturalmente, uno tiene mucho menos instrumentos de gestión y mucho menos libertad. Es un trabajo mucho más complejo de negociación. Es mucho más del arte de lo posible, el arte de encontrar los acuerdos, el arte de consensuar, de articular. Depende mucho más de los demás.
¿Cuál fue el día más triste de tu vida?
No tengo un día que recuerde como el día de la tristeza. Tampoco creo que haya sido el día de la muerte de alguien porque la muerte es algo que va a ocurrir. Más que un día triste, quizá tenga etapas de mi vida en las que me sentí más triste es cuando uno siente que las fuerzas conspiran contra uno y dice, ¿por qué me toca que todas estas cosas me pasen juntas?
Uno de los momentos más difíciles de mi vida fue después del 2002, en alguna etapa donde tuve una situación de enfermedad de un familiar cerca, estaba con un estrés muy grande porque tenía un proyecto bajo mi responsabilidad en el aeropuerto de Cancún y, en ese momento, tuve una denuncia penal que me habían hecho por ser presidente de Antel, por un asunto que no era verdadero, era una falsedad o calumnia que después se archivó y se terminó. En ese momento fue un período de estar con el dark dog o perro negro, como decía Winston Churchill.
¿Y te pasa lo mismo con los días de felicidad?
Te confiezo que la felicidad no es mi estado natural. Los días más felices de mi vida, quizá ahí sí los puedo señalar y la verdad que son los familiares. Son los de algunos logros empresariales y personales, pero esos logros no son los más felices. Los más felices, por suerte, se fueron superando. Uno de los días más felices fue cuando vi venir a mi señora el día que me casaba, en el altar. Después, por suerte, se fue superando por cada uno de los nacimientos de mis hijos, que son tres varones y los tres ingenieros, así que, quizá, el día más feliz de mi vida todavía esté por llegar.
¿Qué te enseñó la vida a los golpes?
Creo que son muchas enseñanzas, pero al final del día lo que te enseña la vida es que, en gran medida, todo depende de ti mismo y de que tú te sientas que estás haciendo lo que tenés que hacer.
¿En qué momento de tu vida sentiste mayor libertad?
Cuando se cierra el telón de una etapa y sentís que salió bien el espectáculo. Si tuviera que ejemplificarte uno, después de haber dejado el Ministerio de Transporte y Obras Públicas, después de esa etapa tan dura de la crisis del 2002 y del 2003. Ahí sentí que, realmente, me había sacado una mochila que me pesaba mucho. Me acuerdo que ahí estaba muy expuesto mediaticamente y, cuando llegué a Cancúnm el primer día fuimos al supermercado con mi señora y me puse a bailar en una góndola. Mi mujer me preguntaba qué hacía y yo le decía "puedo hacer esto porque nadie sabe ni quién soy". Es una cosa anecdótica, pero fue como decir, "puedo bailar en el supermercado y no ser más que una curiosidad de alguien que mira", fue como la expresión de haberse sacado esa sensación de agobio, de responsabilidad y de peso.
Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?
En esta vida, en definitiva, creo que todos tenemos que tratar de llegar a la salvación. Creo que no me voy a morir hoy y me siento tranquilo conmigo mismo, todos somos pecadores y dependerá de uno mismo hacerse cada día mejor, pero trabajamos en esta vida para lograr ir al cielo.
Por Federica Bordaberry
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