Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti

“Soy la tormenta” canta Trotsky Vengarán en su último disco, Todo está por pasar. Así se llama la canción que Guillermo Peluffo escribió a cuatro manos con Florencia Infante, quien, a su vez, actúa en un unipersonal que no casualmente lleva el mismo nombre que la canción. “La brisa ahora es más que viento / trepo más alto que los cerros / Mucho más que nubes negras / Cargada de piedras / Soy explosión y oscuridad / Vine a reír. Vine a llorar / Milagro y maldición / Eterna contradicción”, canta Peluffo en plan rock.

La letra perfectamente podría ser autobiográfica para Florencia Infante (40). Es más, sospecho que lo es. Ella, siempre tan espléndida, regalando sonrisas sobre las tablas o en la tele, es la misma a la que se le murió el papá de un cáncer y no lo pudo despedir por la maldita pandemia. La misma que la contagió a ella y a sus dos hijos chicos, justo cuando comenzaba a aprender eso de criarlos conviviendo sola con ellos, la que —también en plena pandemia— se quedó sin laburo por la bajada de cortina en Océano FM, y claro, sin teatro donde actuar, sin boliches donde monologuear.

Y, entonces, ella —que es la tormenta, con sus contradicciones, lo que la prologa y lo que acarrea consigo llevándose todo puesto— le hizo caso a sus amigos y escribió. Y escribió, y escribió. Y eso, sin saberlo, fue un libro. Y volvió la salud, volvió el empleo (primero en Canal 10, ahora en TV Ciudad, donde le ofrecieron un contrato a dos años y rompió en llanto), y ahora, como todos los febreros (ejem, menos el de 2021, el de la pandemia), volvió el Carnaval y ella con él.

Un rato antes de salir con La Gran Muñeca a actuar en tablados varios, Flor se sentó en el césped sintético de la canchita de fútbol 5 del club Tito Frioni, y repasó su vida y su carrera, desde la actriz dramática que pensó sería  —y para lo que estudió— hasta la comediante y comunicadora que “inspira” hoy a otras mujeres.

“Tuve que aprender a caminar otra vez, estuve pila de tiempo acostada… Me sirvió para tomar eso como un punto cero, y dije: ‘Voy a actuar’. Entré en la IAM y sentí como una ebullición en el cuerpo y dije: ‘Es acá, este es mi lugar’”.

Has hecho de todo, pero dejame adivinar: ¿tu vocación es la actuación?

Sí, yo soy actriz, porque, además, es el único papel que dice que soy eso. Dicen que soy comunicadora, está bien, porque trabajo en los medios de comunicación; o conductora, porque conduzco programas, está bien. Pero no estudié para eso. Yo sí me formé en la Escuela de Arte Dramático para ser actriz, y tengo un diploma que dice que Florencia Infante García egresó… Es lo que soy: actriz, pero también es lo que más me gusta hacer.

Comenzaste tu carrera en teatro a los 14 años. ¿Cómo fueron esos inicios? ¿Qué recordás?

Empecé a los 14 años en Arteatro, con los que después fueron mis compañeros en Cyrano’s. Y a esa edad, porque un día estaba en el club Sayago mirando a Los Bubys, y cuando terminaron dijeron: “Si vos querés cantar, bailar y actuar, hacer lo que hacemos nosotros, tenemos una escuela de teatro…”. Yo la miré a mi madre, me dijo que sí y me anoté. Y empecé. En ese grupo estaban Martín Angiolini, Julio Cabrera, gente que hasta el día hoy son grandes amigos y después fueron compañeros en Cyrano’s. Lo cíclico de la vida me persigue. Porque también egresé de la IAM (Instituto de Actuación de Montevideo), y ahora soy docente ahí. Tengo muchas cosas así, que me parecen divertidas.

Y eso que nunca te daban el papel principal, ni eras la primera en hablar en la escuela o el liceo…

Yo iba a un colegio católico y no se actuaba, muy de misa los viernes. A mí y a Pablo Rak siempre nos elegían para leer, porque éramos altos y teníamos buena dicción. Pero actuar no, yo creo que no entendía que eso era una posibilidad. Yo no vengo de contexto crítico, vengo de un hogar humilde, pero nunca me faltó nada. Pero ser artista no era una posibilidad, en aquel momento los artistas eran hijos de artistas, o de familias que podían sostener un artista, porque estaba esa creencia que no se podía vivir del arte. A mí me gustaba, pero no lo veía como una posibilidad.

Cuando terminé el liceo, fui a la Facultad de Ciencias Económicas, porque me gustan mucho las matemáticas, gen que heredó mi hijo y agradezco. Después me fui a la Facultad de Ciencias Sociales, tengo aprobado hasta segundo año en Licenciatura en Trabajo Social. Y la verdad, no me costaba, pero tampoco me vibraba el cuerpo. A los 21 años me enfermé…

Tuviste meningitis.

Sí, y tuve que aprender a caminar otra vez, estuve pila de tiempo acostada… Me sirvió para tomar eso como un punto cero, y dije: “Voy a actuar”. Y cuando entré el primer día a la IAM, sentí como una ebullición en el cuerpo y dije: “Es acá, este es mi lugar”.

“Empecé en un programa de verano, para llenar las licencias de los demás. Diego González fue muy generoso, y me fue fogueando para Segunda pelota. Yo tenía 27 y 28, muy tiernita, y entré a la cancha a jugar con esos tigres”.

Enfilaste por un nicho de la actuación muy poco explorado a comienzos de este siglo, que es la improvisación. Recuerdo haberte visto con Christian Font, Dana Liberman, Piero Dátole y otros comediantes haciendo “impro” en el Movie, donde eras una de las referentes. ¿Qué habilidades fuiste adquiriendo para destacarte en la improvisación?

La improvisación llegó a mi vida como tengo todo. Tengo kayrós, que es un concepto de filosofía griega, que es estar en el momento justo, en el lugar indicado y con las herramientas para poder hacerlo. Es una palabra que algún día me voy a tatuar. O sea, el momento justo, el lugar indicado, y saber lo que te están ofreciendo para hacer. Éramos alumnos de la IAM, de segundo año, de la materia que ahora me tiene a mí de docente, y Bernardo Trías hizo como un experimento de un formato para el examen. Y fue tan exitoso eso que él probó, que lo quiso llevar a una sala no convencional. Eso empezó a crecer solo y empezó a ser más grande que nosotros. Llegamos al Movie, y era una fantasía impensada, porque ahí si te iba bien, seguías, y si te iba mal, chau. Y fuimos un día y nos quedamos siete años.

Yo me alejé de la impro, porque siento que lo que me define es que soy una actriz de arte dramático. La improvisación me abrió muchas puertas, y la puerta más importante, que fue Océano, que, a su vez, me abrió todas las demás puertas y eso hizo que hoy estemos teniendo esta charla.

¿Es un género teatral subestimado?

Sí, creo que sí, como lo es el stand up, como es el clown. Está desvalorizado, y siento que también es responsabilidad de los que lo ejercemos. Siento que todos los géneros teatrales que se hacen en boliches terminan siendo un poco bastardeados. Lamentablemente, no tiene que ver con el bar, sino con el entorno. No es que no se pueda hacer en un bar, sino que se descuidan cosas que tienen que ver con lo teatral, y la gente termina asociando a estos géneros —que son re difíciles— a lo liviano. Los juegos de impro son de las cosas más difíciles de hacer del planeta. Y un bar es un ambiente extremadamente hostil para hacer eso, porque la gente no te está prestando atención, porque hay un millón de estímulos en simultáneo, y se hacen más ahí que en cualquier otro lado. Entonces, es una cosa re compleja, en un lugar que no es el indicado. Termina generando frustración. Me parece que hay gente muy valiosa en la vuelta haciendo impro, haciendo clown o comedia, pero que ta… También está bueno encontrar espacios, educar al espectador. Porque en un momento la impro era como un bicho raro y ahora está naturalizado.

Y de ahí a la docencia de “impro”. En 2006 creaste la compañía Impronta Teatro junto a ocho compañeros, una suerte de cooperativa artística. ¿La docencia te gustó?

A mí me gusta mucho la docencia. Lo que más me gusta de la docencia es lo que me vuelve de los alumnos. Yo siento que no soy tan genial como docente, pero cuando después vienen mis alumnos corriendo a los gritos a darme un abrazo… ¡puf! Yo soy una enferma, obsesiva, muy parecida a mi nuevo maestro, que es el señor [Edú] Pitufo Lombardo. Siempre estoy buscando cómo puedo mejorar algo, pulirlo, estoy siempre estudiando, me equivoco claro, pero estoy cocinando y me doy cuenta de algo y lo escribo en mi grupo de WhatsApp conmigo misma, o en mi libretita. Eso los alumnos lo perciben. Si sos un apasionado, eso le llega a la persona. Me encanta porque sembrás algo y queda latiendo esa semilla que vos plantaste.

Llegaste a la radio en Segunda pelota, en Océano FM. O sea, empezaste en la radio en un programa probado y escuchado por mucha gente. ¿Te sentiste cómoda desde el inicio en la radio?

Yo empecé dos meses antes con un programa que se llamaba Derecho de piso, con Diego González. Era un programa de verano, para llenar las licencias de los demás. Diego fue muy generoso, muy amable como compañero, y me fue fogueando para Segunda pelota. Yo tenía 27 y 28, muy tiernita, y entré a la cancha a jugar con esos tigres…

“¿Qué me ofrecieron que me sedujo? Te voy a ser honesta: me ofrecieron un contrato a dos años que, económicamente, a mí y a mis hijos nos da una seguridad que no tenemos desde el 2020”.

Después pasaste a De arriba un rayo, en la misma FM, donde se te vio muy afectada en el último programa y aquella canción de Trotsky (“Más allá o más acá”) en el estudio. ¿Te afectó mucho la baja del programa?

Yo no puedo volver a escuchar esa canción sin llorar. Escucho esa canción de Trotsky —¡que los amo!— y lloro. Me afectó quedarme sin radio. Yo sigo queriendo mucho a Océano y a Pablo [Lecueder], entiendo que eso es una empresa y que él como empresario tomó esa decisión, pero a nivel humano, no tengo nada malo para decir de él. Esa radio durante muchos años fue el lugar donde todos queríamos trabajar. ¿Qué fantaseaba cualquier comunicador de este país? Trabajar en Océano, porque estaban los mejores, por la ubicación, por la infraestructura. Era sinónimo de que te iba a escuchar mucha gente. Sentíamos que estábamos haciendo el mejor programa de radio en la mejor radio. Nos habíamos ensamblado: Hugo [Díaz], Cuico [Perazzo], Fede Capra [Amílcar] y yo, era una gran simbiosis, que yo ya había percibido en Segunda pelota. Quedamos muy amigos con ellos. De hecho, pasé mis vacaciones con Capra y mis hijos. Quedamos todos sin trabajo en plena pandemia, y medio que ahí no había para dónde correr: no había teatros, no había toques, no había publicidades. Fue: “Nos quedamos sin esto, y nos quedamos sin nada”. Fue duro, y nos unió.

¿La tele eras algo que esperabas, que sabías que iba a llegar en algún momento?

¡No! Yo siempre me definía como una mujer de radio. Ahora creo que me defino como una mujer de tele que amaría volver a la radio. Creo que no hay espacio para mí hoy en la radio, o no soy atractiva para la radio, porque si no, allí estaría. Me acuerdo que me llama Gaspar Valverde para La peluquería de don Mateo, para ofrecerme el papel de Alelí. El Canal 10 hacía mucho que venía coqueteando conmigo, pero no me ofrecía nada. Gaspar me dijo que todavía el hijo de Sofovich no había aprobado nada, pero si salía, ese personaje era mío. Yo estaba chocha, porque iba a tener laburo, era actuación y era en la tele.

De La peluquería de don Mateo pasé a Amamos el talento, hice suplencias de Paola Bianco en El show de la tarde, y estuve en Masterchef Celebrity. Se empezaron a terminar todos los proyectos, y un día Nelson Fernández me dice si me podía reunir con él un sábado a las 15 horas en El Expreso Pocitos. Me dijo: “Vos venís recomendada por Christian Font, y para mí lo que dice Christian es palabra santa. Quiero que hables de Carnaval en Subrayado”. Le dije que yo no sabía nada de Carnaval, no sabía ni leer un teleprompter. Me dijo: “Lo vas a hacer, vas a probar, y lo vas a lograr”. Haber estado en el informativo fue impresionante.

No cualquiera se muda de Canal 10 a TV Ciudad, la señal pública de Montevideo. ¿Qué te ofrecieron que te sedujo?

Te voy a ser absolutamente honesta: me ofrecieron un contrato a dos años que, económicamente, a mí y a mis hijos nos da una seguridad que no tenemos desde el 2020. Ese año me quedé sin laburo, y desde entonces, cada tres, cuatro o cinco meses, empiezo y termino proyectos, y no sé qué va a pasar después. No sé qué va a pasar después… Porque el arte es así, las temporadas de teatro son así, los programas de televisión son así, y fue la primera vez en mi vida artística y en mi vida en los medios —pre-Océano, donde yo era empleada y donde pensé que iba a trabajar para siempre ahí— que me ofrecieron un contrato por dos años.

Me puse a llorar el día que me lo ofrecieron, hablé con la gente de Canal 10, les conté, me dijeron que era súper razonable el planteo. En TV Ciudad me ofrecieron eso: que por dos años mis hijos van a estar tranquilos, que yo voy a estar tranquila, y voy a estar más tiempo en mi casa porque yo ya sé que por dos años tengo trabajo. Fin.

Yo me fui recontra bien del Canal [10] y ellos querían que yo me quedara. Tuve reuniones divinas con toda la cúpula del canal. Pero ta, fui a lo seguro, y creo que los papás y las mamás me van a entender. Si vos venís de trabajar zafralmente y te dicen que por dos años te ofrecen un contrato, ¿vos no lo firmás? Yo obviamente voto a la izquierda, estoy vinculada a la izquierda, y la gente ya sabe eso, porque yo conduje el acto de cierre de campaña de la fórmula Martínez-Villar, y porque tengo mucha afinidad con Carolina Cosse. ¡Soy de izquierda! Pero entiendo que TV Ciudad está haciendo productos que son muy buenos, independientemente de lo que votes.

Yo no voy a ir a hacer política en TV Ciudad, yo voy a conducir un programa en la mañana con Fito Galli, que va a tener más que ver con competir con los otros canales, con lo que están haciendo hoy. A mí no me interesa hacer de mi carrera personal un panfleto, porque yo no voy a estar nunca en una lista política. Todas las cosas que hice para el Frente Amplio fueron laburos, yo no fui de onda a nada. Yo moderé una charla donde estaban Pepe Mujica, Dilma Rousseff, Álvaro Villar y yo, y eso me lo pagaron. Gratis no le voy a nadie… ¡porque tengo que darle de comer a los pibes!

Dijiste en Galería que en 2020 —todos lo recordaremos como el año de la pandemia— “una seguidilla de hechos catastróficos” sacudió tu vida. ¿Qué cosas te pasaron?

Mi papá se enfermó de leucemia en ese 2020 (falleció el 2 de abril de 2022), él vivía en Madrid y yo no sabía si ir o no, y mis hermanos me decían: “No vengas, porque no te vas a poder volver”. Por esta cosa que no sabíamos si nos íbamos a morir. Yo me agarré covid, estaba recién empezando mi vida sola con mis hijos, tenía toda una casa desmontada, tenía pila de inseguridades, estaba sin laburo tras lo de Océano, heredé una deuda, después los niños también se agarraron covid, me quedé encerrada 26 días porque sin hisopado negativo no te daban el alta, a los 10 días me quedé sin mis hijos porque ellos se negativizaron. Estaba sola, triste…

“Todas las cosas que hice para el FA fueron laburos, yo no fui de onda a nada. Moderé una charla donde estaban Mujica, Dilma Rousseff, Álvaro Villar y yo, y eso me lo pagaron. Gratis no le voy a nadie… ¡porque tengo que darle de comer a los pibes!”

Y todo eso fue el germen de La fiesta de los nadie (Penguin Random House), ¿no? ¿La necesidad de hacer catarsis?

Es que si no escribía, me iba a volver loca. Inés Bortagaray, Danna Liberman, Soledad Gago, Gonzalo Cammarotta, me decían: “Mirate esta serie, mirate esta peli, hacete estas clases de zumba”. Yo, por suerte, me sentía bien. Me levantaba a las 8 y a las 12 ya había mirado la serie, la peli y hecho zumba. Al tercer día, dije: “Yo me voy a volver loca”. Y en mi casa no hay patio. Quería pintar y no tenía pintura. Entonces, mis amigos me decían: “Bo, escribí”. Y empecé a escribir, sin saber que tenía un libro ahí. Yo escribía nomás. Era como un diario íntimo, pero con un poco de ficción, y en medio de esos 26 días, hablé con Gonza [Cammarotta], le conté y me dijo: “Dejame verlo”. En el medio, Soledad Gago me pidió que se lo mostrara, y a ella sí me animé a mostrárselo. Y ella me coordinó una reunión con Penguin Random House por Zoom. Me coordinó una reunión por Zoom con Luisina Ríos, Pipi, y me pidió que le leyera todo. A los 10 días me dijo: “Queremos que hagas de eso un libro con nosotros”.

¿Quiénes son “los nadie”?

Todos. Me parece que hay que revalorizar esa palabra, que tiene una connotación negativa. La quise transformar en algo positivo, porque todos somos nadie, nadie es más que nadie y más o menos todos tenemos los mismos problemas, salvando —por supuesto— excepciones, porque hay gente que le tocan cosas espantosas en la vida, pero aún los más privilegiados, con toda la guita del mundo, se les puede haber muerto un familiar, o tienen otros problemas. En la media esta te duelen las mismas injusticias o te dan alegrías las mismas cosas. Que es, también, lo que tiene el Carnaval: esa cosa de democratizar y emparejar, entonces es la fiesta de todos. Todos somos nadie.

Las mujeres, ¿te siguen diciendo que quieren ser como vos?

¡Ja! Están aprendiendo a decirlo de otra manera. Creo que después de que lo verbalicé en Yo soy la tormenta —que vuelve en abril, en el Sodre— lo entendieron. Eso de “quiero ser como vos”, ¡no tenés la menor idea el martirio que es ser yo! Vivir en la cabeza de una persona con ansiedad y multiempleo, hiperactiva, con dos niños, y el puzzle. Siento que me queda enorme, pero ahora me dicen mucho: “Me inspirás”. Eso es un montón, pero me parece más emocionante. Te aseguro que no querés ser como yo, che.

Quizás la gente ve un personaje, ve lo que querés mostrar. ¿Creés que has ido ganando en autenticidad con los años, que hoy te mostrás tal cual sos?

Yo siempre fui yo. Ese fue el primer consejo que me dio Diego González el primer día en Océano. Y creo que por eso la gente me banca, porque yo siempre fui yo. Y sigo siendo yo, pero he evolucionado al aprender a jugar el juego. Porque también a mis redes sociales las uso así.

A eso iba yo: a que uno en las redes muestra lo mejor, lo lindo, no las miserias.

Pero yo lo digo, cuando me dicen “ay, qué divino”, sí, porque solo te muestro lo divino. Lo digo. Por eso me gusta filmarme despeinada, y Nieves Pereyra, que me ayuda mucho con el vestuario, me dice: “¡Cómo vas a aparecer con el pelo así!”, “Pero yo ando así”. “No podés andar así”, me dicen. “Sí, puedo”. Porque la gente sabe que quedo divina cuando vienen Luna o Bettina y me maquillan, o Nico Pintos me peina, y los modistos top me ponen las mejores ropas. Me encanta disfrazarme, si soy actriz. Creo que la gente entendió que esta mina [yo] no es un piojo resucitado: “Es la misma de siempre, que va jugando a esto y la bancamos en el juego”.

“Llegué a La Gran Muñeca y estoy jugando en el PSG, entonces ensayamos acá con los micrófonos que funcionaban divino. Primer día que salimos de acá, ya no se escuchaba divino. Eso no es descuido, tiene que ver con lo popular”.

Arrancaste en Carnaval en Cyrano’s. ¿Qué aprendiste al subirte a un tablado o al Teatro de Verano a concursar y hacer Carnaval?

Hay algo que está cambiando mucho, pero cuando venís de una escuela de arte dramático, como que el carnaval está bastardeado. Y ninguna escuela te enseña —lo hablábamos hace unos días con los compañeros— que en ningún lugar del mundo, ningún artista por noche hace cinco tablados donde todos los micrófonos funcionan bien, o donde todos los micrófonos funcionan mal, con esos trajes que pesan como mis dos hijos, todos en una bañadera muertos de calor. Y se le canta en un tablado a gente de mucho poder adquisitivo y después vas a un tablado municipal, donde la gente se llevó la reposera, y un tupper con pizza que hizo en la casa, a ver qué decís y qué tenés para contarles. Creo que es eso: ser versátil.

Yo acá llegué a La Gran Muñeca y estoy jugando en el PSG (N. de R.: París Saint-Germain, un equipo francés que tiene en su delantera a Messi, Neymar y Mbappé), entonces ensayamos acá con los micrófonos que funcionaban divino. Primer día que salimos de acá, ya no se escuchaba divino, y fue onda: “Ubicate en la palmera, que este es el juego”. Eso no es descuido, tiene que ver con lo popular: en un barrio se puede costear una amplificación del carajo y en otro no, y esas son las reglas del juego. Y es maravilloso.

Y ahora en La Gran Muñeca, una murga con nombre, y con dos salados carnavaleros a tu lado como Pitufo Lombardo y Marcel Keoroglian. ¿Cómo viene esto hasta ahora y qué esperás que pase durante febrero?

Esto viene espectacular, viene divino. Empezó a finales de julio del año pasado, con mucha incertidumbre, porque… siempre soy la mujer entre varones, pero ahora ¡son 16! Pero la verdad que estos son unos panes con manteca, unos buenazos y tremendos profesionales. Todos muy amables, muy aggiornados, aprendiendo, abiertos a trabajar con una mujer (hacía ocho años que no trabajaban con una mujer). Me consultan todo el tiempo qué sí y qué no para la convivencia. Yo soy de Sayago, y para mí estar con el Lolito [Iribarne], con Marcel y con el Pitufo es tremendo, me siento que soy una niña de ocho años.

¿Cuánto te interesa ganar la categoría?

Yo no creo que nadie salga a concursar para perder. Esa no me la creo, ni en fútbol ni en el Carnaval ni en nada, porque además salir en Carnaval es muy caro en muchas cosas vitales. Yo dejo muchas horas a mis hijos, yo gasto mucha plata en traslados, me pierdo de hacer otros laburos porque tengo todas las noches ocupadas hasta marzo, no veo a mis amigas. Pero el ganar tiene más que ver con que la convivencia de dos meses en el ruedo sea amigable, saludable y de aprendizaje para todos. Quiero ganar, claro, pero todos quieren ganar.

Me pregunto muchas veces qué es ganar. Ya que hablamos del 2020, que a mí me tocó perder todo, gracias a que perdí todo, gané todo. Entonces no sé bien qué es perder y qué es ganar, porque lo lindo pasa, pero lo feo también.

¿Te cabe más meter un buen gag o hacer una buena crítica social o política?

Me interesa más hacer un buen espectáculo. Yo no me considero ni una contadora de chistes ni una persona para criticar lo social. Sí me gusta tener mi mirada de las cosas como mujer artista que soy, pero lo más importante es el hecho artístico. Soy muy obsesiva con que se vea el trabajo que hay detrás. Viste cuando vas a ver una obra de teatro, una mujer o un ballet, o un cuadro de fútbol que juega bien y decís “qué fácil lo hacen”, eso es porque hay tremendo laburo detrás. A mí me gusta que la gente se vaya diciendo: “Bo, qué impresionante este espectáculo”, más que se vayan pensando si el chiste que hicimos de Cosse o de Lacalle está bien, o si le damos palo a los blancos o a los del Frente. Quiero que digan: “El espectáculo es una bomba”.

Hace unos años hablabas de la vergüenza que te daba enfrentar al público. Imagino que en TV, habiéndote subido a miles de escenarios, más los tablados, esa timidez ya pasó y está superada, ¿no?

No, no, no… Me sigue dando muchos nervios, mucho. Cada vez como la primera vez. Y el día que me deje de pasar eso, no lo hago más.

¿Sos feliz?

Sí, extremadamente. Soy muy dichosa y merecedora de mi felicidad, porque trabajo todos los días para serlo.